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Cordón umbilical telefónico

 

Teléfonos para principiantes:

La tecnología no detiene su avance, cada día nuevos productos nos sorprenden y exceden. Los mismos reestructuran permanentemente la relación entre la comunicación y el ocio. Como parte de la cultura de época las nuevas generaciones se adecuan muy rápido al uso de los mismos y muchos de estos aparatos y servicios se ofrecen exclusivamente para el público juvenil.

La estrategia de marketing de las telefónicas es, para cuando concluya el año 2010, haber incorporado al mercado treinta y un millones de nuevos usuarios jóvenes durante el período 2005-10. Dentro de esta lógica es necesario abrir permanentemente nuevos mercados. La última novedad es el teléfono celular para los menores de cinco años, su venta es impulsada bajo el lema de la inseguridad de los tiempos que corren.
Se trata de un aparato que permite al niño conectarse con sus abuelos, ante cualquier malestar o peligro, para ello debe pulsar un solo botón grande que tiene una imagen identificable. Los aparatos han sido desarrollados por una alianza entre grandes empresas de juguetes y las telefónicas. Pese a los reparos de diversos sectores sociales, el negocio ya está en marcha sin ningún tipo de límite.

 

Adolescentes y celulares:

Cada vez más se acciona a favor de protegerse ante la oleada de inseguridad y ésta produce negocios específicos: Custodias, alarmas, cámaras de video, estrategias antisecuestro, autos blindados y personas con “ataque de pánico” son sólo una muestra diversa de la cultura del miedo. La familia que cree a pie juntillas el tema es dominada por el miedo, está convencida de que la ciudad es un espacio lleno de asechanzas. La ciudad es el paisaje del miedo, lo que establece una forma desconfiada de vivir y actuar.
Así el teléfono celular pasa a formar parte del dispositivo por el cual los jóvenes son mantenidos bajo el control familiar, con la justificación de que el mismo permite reforzar el cuidado y la protección ante un mundo tan peligroso. Es decir que entre los múltiples usos de los teléfonos se encuentra la posibilidad de “rastreo del joven”. Las familias proveen los aparatos a los jóvenes para así “saber dónde están”. Lo que permite que estén siempre vigilados.
La adaptación social así propuesta es tener la mayor cantidad de variables de control para defenderse, prevenir el asalto o el secuestro. Detrás del declamado cuidado el anhelo de control familiar va mucho más allá.

 

¿Dónde estás?

Tomaremos ahora la característica que asume el primer contacto o primeras frases de esta comunicación telefónica.
Primero: como la llamada indica desde qué número se realiza, quien la recibe sabe antes de atender con quién se está comunicando, por ello nombra a la persona y rápidamente pregunta: ¿Dónde estás?
Es decir la información que requiere, en primera instancia, es localizar el espacio que habita la persona que llama. ¿Dónde estás? es, entonces, la pregunta que inicia la conversación en el mundo adolescente.
Es lícito preguntarse por ese supuesto mundo seguro que comienza con una pregunta semejante: ¿Cuál es la significación psíquica que esa pregunta expresa?
Convengamos que no parece una respuesta formal como el pretérito: Hola. Nos parece que esta frase, por su expansión y rápida aceptación, habilita a tratar de rastrear otros posibles sentidos.
En principio es la pregunta que toda familia asentada en el control de los jóvenes quiere que éstos le respondan con urgencia. Es decir primero quiere resolver la inquietud o premura de los padres. Por ello esta localización geográfica viene del mundo familiar e ilusiona a los adultos con tener al joven bajo el paraguas del control. Se justifica dicho cuidado como una de las formas de defensa de la temida sensación de inseguridad.
Cuando los jóvenes la aceptan y la propagan están bajo ese requisito parental lo sepan o no. Por eso no hay diálogo telefónico posible con un conocido si éste primero no da, imperiosamente requeridas, las coordenadas geográficas de dónde se encuentra.

 

Un poco del pasado:

El infante humano nace en estado de indefensión absoluto y es por ello muy larga su dependencia. En este largo proceso en busca de la autonomía, el bebé se va desprendiendo por etapas de los mayores. La mayor autonomía requiere del progresivo desarrollo motor y de la confianza parental, que se van conformando en la convicción que los adultos desean y estimulan la independencia de acuerdo a la evolución del niño.
El exceso de independencia exigido por los padres es probable que conduzca a la vivencia de expulsión en el niño. Por el contrario, la sobreprotección parental es el padrino inexorable del miedo y lleva a la inhibición de la experiencia, dado que sólo refuerza la convicción de que el mundo es muy hostil.
Es este un movimiento oscilatorio entre:
a) las actitudes retentivas donde el hijo nunca está preparado para producir cambios, es decir, siempre se lo ve como pequeño y
b) en las que siempre se pide del niño más de lo que puede realizar, se lo ve como más grande de lo que en realidad es.
La actitud filial debe, una y otra vez, escapar de estos dos estereotipos para así lograr que el mundo psicológico del niño esté seguro del vínculo con sus padres. Este valorado núcleo de identificaciones y certezas permiten un desarrollo confiable y confiado en los vínculos sociales que van permitiendo diferenciar al niño de su entorno más próximo.
Esta salida se construye desde el primer momento del infante humano y termina de consolidarse en la adolescencia. En la transformación, tanto psíquica como biológica, la elaboración de duelos específicos hace que los jóvenes puedan ir dejando atrás la infancia e ir enfrentando el mundo con las nuevas herramientas de la independencia.
Ahora bien entre estos jóvenes que por la necesidad de control de la familia y la moda usan el teléfono celular, el aparato se transforma en un moderno cordón umbilical satelital por el que vuelven, sin saberlo, al momento en que necesitan a la madre relativamente cerca, su presencia es todavía reclamada, para poder jugar solos en la otra habitación. Para ejemplificar el niño está en su habitación jugando y cada tanto tiempo pregunta: -¿Mamá?
Madre: -¿Qué?
Niño: -Nada.
Al rato:
Niño: -¿Ma me alcanzás agua?
La madre solícita le acerca el agua y se va.
Poco tiempo después el niño reclama galletitas, etc., etc. Repetición de la escena. La conclusión necesaria es que esta instancia debe ser elaborada para permitir cada vez mayor autonomía. Debe el niño renunciar a la presencia constante de la madre para poder consolidar una relación interna que la haga ganar confianza. La madre debe renunciar a ser el portavoz de la presencia omnipotente de una familia que todo el tiempo puede proveer y proteger a su hijo. La ganancia en independencia, en autonomía, será así lograda.
Este tiempo evolutivo comienza alrededor de los dos años, aquí el niño no puede dejar de verla a la madre; recién a los tres años el niño puede jugar solo, cierra la puerta de su habitación para establecer un entorno definido por él para desarrollar su juego.

 

Soportarse - pensarse - autonomía

Dice Susana Toporosi: “tiene que suceder que el chico empiece a soportar pensarse a sí mismo sin que los padres sepan dónde está. Para eso, los padres tienen que poder soportar no saber por un rato dónde está su hijo, poder confiar entonces en que él va a autocuidarse por ratos cada vez más largos. El celular obstruye ese proceso. No permite que el chico haga la experiencia de estar a solas en el mundo extrafamiliar como experiencia gradual, hasta lograr la independencia”.
Cuando el adolescente toma masivamente ese modelo bajo la insistente y ya popular pregunta ¿Dónde estás? al atender el teléfono, en lugar de ir hacia la autonomía va hacia la dependencia. Dado que no hay corte posible con la familia que ha tendido sus redes a favor de la dependencia con la compra del celular y esto los conduce al miedo y no hacia la confianza que puede lograrse por las nuevas experiencias y vínculos.
¿Con los celulares y su uso por el afán de control para combatir la inseguridad no estarán estas familias rompiendo este nuevo espacio íntimo y privado y con ello colocando semillas de miedo en el cuerpo de los jóvenes? Es decir que en busca de su propia tranquilidad, la familia opera a favor del statu quo y el poder. Cortando el circuito de la autonomía a favor del supuesto cuidado, se ilusionan con escapar de la inseguridad convirtiendo al joven en parte de una masa unida a infinitos cordones umbilicales. Nos encontramos así ante una tecnología que expande el mundo de la conectividad pero no hace falta mucha imaginación para que, con el justificativo de la defensa ante el peligro, pergeñe un dispositivo para incluir un aparato de control dentro del cuerpo de niños y adolescentes.

César Hazaki
Psicoanalista
cesar.hazaki [at] topia.com.ar
 

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Articulo publicado en
Octubre / 2009

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