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Editorial: Algunas reflexiones sobre el giro del psicoanálisis

 

Llegamos al número 57 y nos preparamos para celebrar el próximo año los 20 años de nuestra revista. Por ello quisimos reproducir una nueva versión del artículo “El giro del psicoanálisis” (Topia en la Clínica, año IV, Nº 5, mayo de 2001) donde puntualizamos algunas cuestiones sobre la actualidad del psicoanálisis que han sido los temas desde los cuales venimos reflexionado.

 

Desde Topía se plantea dar cuenta del giro que ha dado el psicoanálisis como consecuencia de las transformaciones sociales, sus efectos en la subjetividad y los nuevos paradigmas científicos y culturales. Esto implica no sólo nuevas manifestaciones sintomáticas sino también un escuchar diferente del sujeto en análisis. Nuestra mirada clínica se encuentra con una subjetividad efecto del actual malestar en la cultura cuya historia social es soporte de la historización del aparato psíquico. Su resultado es poner en cuestionamiento el dispositivo clásico para implementar Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos. Pero este estado de situación lleva a la complejidad que aparece en nuestra práctica cuyas consecuencias no son solo del orden de la técnica sino también de la teoría, la formación y la transmisión del psicoanálisis.
Este giro del psicoanálisis deviene en aceptar la necesidad de realizar profundas modificaciones. Para ello debemos recorrer los autores que constituyen su historia, rescatando aquellos conceptos que definen la particularidad de su práctica; pero también, modificar otros que son insostenibles con los nuevos paradigmas que plantea nuestra época. Entre ellos se destacan el papel constructivo que tiene el desorden, la incertidumbre y la no linealidad. Este es el descubrimiento freudiano: que la pulsión de muerte da sentido a la vida; que el desorden entrópico de la pulsión de muerte juega en beneficio de la creación del orden de la pulsión de vida. Es así como un análisis implica la posibilidad de utilizar la muerte como pulsión al servicio de la vida. Por otro lado, las teorías e investigaciones ligadas al género y la sexualidad, la importancia de la imagen en la construcción de subjetividad y el nuevo espacio que ha generado Internet, el cual permite interacciones y encuentros que quiebran las distancias exteriores y las fronteras regionales, plantean nuevos desarrollos en la teoría. De esta manera se pone en cuestionamiento un saber positivista cuyo pensamiento es determinista, lineal y homogéneo. Sus consecuencias implican la apertura a nuevas potencialidades que son necesarias de descubrir.
Es cierto que algunos analistas siguen defendiendo un supuesto psicoanálisis “puro” y “ortodoxo” como verdad totalizante al servicio de intereses teóricos y políticas institucionales. También es necesario reconocer el peligro, en especial en estos tiempos que corren, de transformarlo en una psicoterapia adaptativa donde el objetivo esté dado por terminar con los síntomas para lograr el éxito social, en vez de contemplar que le pasa al sujeto como núcleo de verdad histórica. Estas circunstancias implican tener en cuenta que la denominación de psicoanalista abarca modalidades de trabajo muy diferentes, tanto en prácticas como en teorías. Por ello debemos hablar de un psicoanálisis en plural que se ha fragmentado en varias identidades donde ninguna tiene que pretender un lugar hegemónico. Esta posición no alude a un eclecticismo que iguale cualquier enunciado. Por el contrario, respetar las diferencias de “los psicoanálisis” va a permitir un debate que lleve a delimitar su especificidad teniendo en cuenta el paradigma que plantea la complejidad de atender pacientes que ponen al psicoanálisis al limite. Las características de estos pacientes llevan al terapeuta a preguntarse por los instrumentos teóricos y clínicos. Entender el límite como frontera y separación conduce a los límites de las conceptualizaciones y la singularidad de cada práctica. Esta circunstancia lleva a crear un espacio instituyente que no se transforme en un instituido burocrático de algún grupo o sector que impida el dialogo entre diferentes perspectivas. En este sentido, brevemente voy a precisar lo que he denominado el giro del psicoanálisis donde el paradigma de la represión sexual, en el que se ha desarrollado nuestra práctica, ha trocado en el predominio del trabajo con la muerte como pulsión.
Estas puntualizaciones constituyen un recorrido a realizar. No es único ni pretende estar agotado. Lo que sí plantea es el reto que tiene el psicoanálisis al dar cuenta de la complejidad del sujeto en la actualidad de la cultura. El estructuralismo liquidó la noción de sujeto. Hoy se hace necesario colocarlo en el centro de nuestras investigaciones. Para ello es imprescindible ir construyendo un pensamiento complejo que no caiga en el escepticismo resignado ni en el dogmatismo de la certeza. Un pensamiento que rescate la aventura del proyecto freudiano. Un pensamiento -como dice Edgard Morín- que recupere la estrategia y no el programa. De esta manera debemos considerar si, como analistas, estamos situados respecto de la actualidad de nuestra cultura para que las demandas de su malestar se dirijan a nosotros.

 

El exceso de realidad produce monstruos. Aquellos que ejercemos la práctica del psicoanálisis reconocemos que esta requiere una permanente reflexión sobre sí misma y sobre los factores sociales, políticos y económicos en la que se realiza. En la actualidad los monstruos con que debemos trabajar en nuestros consultorios no son solamente producto de la fantasía o el delirio, sino también de un exceso de realidad. Este refiere a una subjetividad construida en la fragmentación y vulnerabilidad de las relaciones sociales cuyo resultado es el predominio de lo que Robert Castel llama un “individualismo negativo”. Este se manifiesta en diferentes indicadores sociales: violencia urbana, violencia familiar, aumento de la cantidad de suicidios, indiferencia hacia el prójimo, etc. En este sentido, Freud estableció la especificidad del psicoanálisis al comprender los efectos de la realidad de la fantasía, hoy debemos incluir lo traumático que produce el exceso de realidad en la perspectiva que desarrolló cuando introduce el concepto de pulsión de muerte.

 

La subjetividad es una construcción corporal. Esto implica definir el cuerpo como un espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello el cuerpo se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde va a encontrarse los efectos del interjuego pulsional. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad. De esta manera planteo que el cuerpo lo constituye un entramado de tres aparatos: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes físico química y la anatomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales. Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio, entre estos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido, el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura esta sólo por fuera: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en la intersubjetividad. Este cuerpo como lugar del inconsciente lleva a que en todo tratamiento es necesario dejar hablar al cuerpo en sus fantasías, en sus sueños, en sus actos fallidos, en sus gestos, en sus movimientos, pues allí puede escucharse el “poema del cuerpo”, donde forma y sentido están relacionados con la afectividad, que es también parte de su estructura.

 

La muerte como pulsión. El factor estructurante de los procesos primarios.
De todos los animales superiores, el ser humano es aquél cuyo nacimiento es más prematuro. Las consecuencias de este hecho marcan una estrecha relación entre el nacimiento y la muerte. Las condiciones de inadaptación entre el organismo y el medio generan la dependencia absoluta del niño con sus progenitores. Toda ulterior autonomía debe ser conquistada gradualmente, ya que toda separación cobrará la forma de del desamparo y el abandono. En este período hay una relación fusional entre el niño y la madre o sustituta. El poder soportar la angustia de muerte que padece el niño va a permitir que la madre genere su capacidad de amor. De esta manera crea lo que denomino el espacio soporte de la muerte como pulsión, que va posibilitar el necesario proceso de catectización libidinal.
Por ello Freud dice que la vida esta entre dos muertes. La pulsión de muerte da cuenta de la condición finita del ser humano. Al referirme a “la muerte como pulsión” quiero destacar el factor estructurante de los procesos primarios cuyos efectos aparecen en el transcurso de la vida con las características de una pulsión. Estos aparecen en la subjetividad con el predominio de lo negativo. Con este término me refiero a patologías donde prevalece el vacío, la nada, un destino trágico del funcionamiento psíquico y el pasaje al acto. Por ello vengo planteando que el trabajo con la pulsión de muerte es el paradigma de la práctica analítica en la actualidad. Esto lleva al giro del trabajo con la pulsión sexual a los efectos de la pulsión de muerte como violencia destructiva y autodestructiva.
Si en el dispositivo clásico su característica es trabajar con la resistencia, en patologías donde predomina lo negativo nos encontramos con lo resistido en acto. De esta manera es necesario que el terapeuta re-cree lo que denomino “un espacio soporte de la muerte como pulsión”. Este tiene un orden de realidad peculiar que debe ser entendido como metafórico y, al mismo tiempo libidinal, el cual se configura a partir del establecimiento de un encuadre en el que aparecen nuevas modalidades de la contratransferencia-transferencia. En esta situación las repeticiones no son actos sintomáticos, es decir realización simbólica de deseos reprimidos, sino repetición del mismo suceso casi inalterado; solo se encuentra repetición del mismo material. No existe resistencia al yo, pues si existiera éste podría realizar una ligazón psíquica. Más que angustia neurótica, aparece angustia automática. El principio de placer no funciona, ya que hay displacer en todas las instancias. En este sentido, ciertas características de este tipo de pacientes hacen que se sitúen ‘más allá’ de la representación de palabra. Por ello la palabra es acción y ésta es un acto terapéutico. La interpretación se construye en acto, y este puede permitir que el sujeto se encuentre con su deseo para así construir su trama simbólica.

 

La sexualidad plural. La vida sexual se ve atravesada por la inocultable diversidad de sexualidades. Es decir por comportamientos que ponen en juego la heterogeneidad del deseo sexual. Como demostró Freud la sexualidad es desviada. Esto ha estado en el centro de los debates y han moldeado las diversas maneras de entender lo sexual. Lo nuevo es que la certidumbre moral y presuntamente científica de la cultura dominante esta ahora resquebrajada de modo irreparable. Los cual disuelve la certidumbre y trastorna las relaciones de dominio y subordinación al modelo patriarcal y heterosexual.
En efecto, el significado de la sexualidad ha cambiado. De una manera compleja sus significados se han ampliado cuestionando los paradigmas iníciales del psicoanálisis. Estos cambios llevan a interrogar la teoría a partir de: 1º) La perdida de centralidad de la diferencia sexual como determinante de la identidad subjetiva del sujeto. 2º) La resolución de Complejo de Edipo como organizador del psiquismo debe ceder su protagonismo a los procesos más tempranos ligados a ese vacío que nos constituye en tanto seres finitos. 3º) La actualidad del campo de lo sexual se ha abierto a formas que no pueden seguir siendo calificadas de patológicas. De allí la necesidad de diferenciar claramente el erotismo de la perversión. No es en relación a una norma lo que determina lo propio de las perversiones, sino una sexualidad al servicio de la muerte como pulsión. Es decir, lo que denomino la perversión como negativo del erotismo. Su contrario son las variaciones de la sexualidad humana al servicio del Eros, de la vida.

 

Una semiótica de las pasiones. La semiótica actual insiste en que los actos lingüísticos y de signos están siempre relacionados con sus efectos sobre el otro, es decir sobre sus pasiones. El estado pasional no es un estado de ánimo, sino un proceso dotado de sus propias significaciones donde lo importante es ver que tipo de acciones y razones causan cierto tipo de pasiones. Estas se relacionan con la acción que es un acto de sentido que se realiza con palabras, con gestos, movimientos, etc. Por ello, pensando desde Spinoza, damos cuenta del conocimiento de las propias pasiones con el que enfrentamos las pasiones tristes (el odio, la depresión, etc.) utilizando la fuerza de las pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.). De esta manera podemos acceder a una razón apasionada para desarrollar nuestra potencia de ser. Este es el trabajo en un tratamiento analítico. En este sentido seguir afirmando que el psicoanálisis cura por la palabra es una simplificación. De esta forma se deja de lado lo característico de su práctica clínica; la cual se define por interpretar el deseo inconsciente, trabajar con la transferencia, las resistencias y lo resistido. En este sentido un paciente no se cura porque habla. No es una conversación entre dos personas. Tampoco una terapia catártica, sugestiva o moral. Es un sujeto que realiza el acto de hablar en transferencia a otro que escucha desde la contratransferencia las causas de sus dificultades. Es decir, es un acto terapéutico donde la palabra es pulsional. En esta perspectiva, como plantea Paolo Fabbri, debemos señalar “uno de los principales resultados de la semiótica, que es el de destacar la presencia de sistemas de signos no lingüísticos que tienen sus propias significaciones, no lingüísticas pero de alguna manera explicables”. Esto remite al concepto de representación de Freud: representación de cosa, de palabra, pulsional y de afecto. Pero también al concepto de signo en Spinoza donde este es pasión: son efectos de acciones sobre los cuerpos, son cuerpos que actúan sobre otros cuerpos. De esta manera en todo tratamiento aparecen signos lingüísticos y no lingüísticos que tienen sus propias significaciones que son necesarias escuchar, en especial con aquellas patologías donde predomina lo negativo.

 

El yo-soporte. El yo es el resultado de elecciones de objeto que llevan a identificaciones que permiten soportar la emergencia de lo pulsional. Este
yo-soporte se constituye como garantía del proceso de
estructuración-desestructuración del interjuego entre las pulsiones de vida y de muerte. Por ello, en el caso de una estasis pulsional, el yo desaparece en su función soporte al quedar atravesado por los efectos de la pulsión de muerte. En este sentido, el necesario trabajo con el yo permite que el sujeto se encuentre con su “potencia de ser” para posibilitar un revestimiento narcisista del yo en una identificación sostenida en un proyecto como ideal del yo.
En la actualidad de la clínica nos encontramos con sujetos que tienen obstáculos en la representación de palabra ya que su pensamiento operatorio los lleva a no poder reflexionar siendo dominados por los conflictos actuales. Es así como pierden la capacidad asociativa y su ligazón con su historia personal. Esto los lleva a realizar actuaciones y exigir del otro respuestas rápidas y compulsivas; la función de palabra se encuentra devaluada siendo necesario interpretaciones que se realicen en acto con el fin de ir instalando un espacio transferencial que permita el desarrollo de la cura. En este sentido, el analista debe implementar un dispositivo que permita el encuentro con lo resistido donde contener implica soportar la emergencia de lo pulsional para realizar la función de corte a la demanda de lo negativo.

 

Los Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos. La clínica ha cambiado debido a nuevas demandas de atención. Esto ha llevado a que muchos analistas han realizado dispositivos con encuadres novedosos en los que se establecen reglas necesarias (encuadre) donde se instaura un artificio (dispositivo) cuyas condiciones propicias permiten escuchar el inconsciente. De esta manera pueden poner en evidencia modos de funcionamiento de la psique que difícilmente movilizarían un análisis clásico. Ello determina que ya no se puede seguir sosteniendo la, ya antigua, oposición entre psicoanálisis y psicoterapia. En este sentido el psicoanálisis “puro” se ha transformado en un psicoanálisis vulgar, un psicoanálisis del barro, un psicoanálisis especializado y adaptado a nuevas formaciones sintomáticas. Un psicoanálisis que no está identificado solamente con el dispositivo diván-sillón; lo cual lleva a que el terapeuta se implique con el barro de una subjetividad atravesada por el estar-mal de la cultura. Es desde ese barro que el analista va a modelar, como un artesano, el dispositivo adecuado a las posibilidades del paciente.
En la actualidad el psicoanálisis tiene varios desafíos. Entre ellos los desarrollos en psicofarmacología y los tratamientos sintomáticos. Ambos hablan de un síntoma que se puede curar con una pastilla o alguna técnica especifica. El tratamiento analítico es singular: cada cura es única. Rescatar la especificidad de la cura analítica no impide desconocer los avances en las neurociencias; así como situaciones que requieren la necesidad de implementar técnicas específicas: familiares, de pareja, grupales, dramáticas, el continente de grupos de autoayuda, etc. Por ello es falso el planteo que se realiza tanto desde las neurociencias, como a partir de un psicoanálisis “puro”: “la pastilla o la palabra”. Ni la pastilla puede resolver los problemas de la psique, ni todo se cura con la palabra. De esta manera la relación entre el psicoanálisis y otros abordajes terapéuticos llevan a pensar en tratamientos mixtos donde es necesario sostener lo particular de un análisis. El cual no se puede reducir a una política del deseo sino en trabajar con un aparato psíquico sobredeterminado multidireccionalmente por el deseo inconsciente.

 

El análisis es una experiencia. Esta experiencia se llama transferencia, donde no solo esta el cuerpo del paciente sino también del terapeuta que lo implica en la contratransferencia. Es decir su perspectiva teórica y clínica, su análisis personal y su experiencia de vida. Un analista comprometido con su subjetividad, la cual remite a su pasión. Pasión en todos los sentidos de la palabra: pasión de los deseos y pasión apasionada. Desde ella se escucha la transferencia. Esto permite pensar una teoría extensiva de la contratransferencia –la cual se puede entender como una transferencia recíproca- que comprende todas las manifestaciones, ideas, fantasmas, reacciones e interpretaciones del analista. La contratransferencia precede a la situación analítica a través del análisis personal del terapeuta, su formación y la adhesión a diferentes perspectivas teóricas, pero la misma no adquiere su verdadera dimensión hasta que se la verifica junto con las demandas internas nacidas de la situación analítica. Desde esta perspectiva puede decirse que no hay objetividad en la práctica analítica, sino un trabajo sobre la subjetividad del analista a través de su propio análisis y del autoanálisis de la contratransferencia. Esta obligación lleva a sostener el principio de abstinencia para que en la cura el paciente encuentre el mínimo de satisfacciones sustitutivas. Implica no satisfacer la demanda del paciente, ni desempeñar los papeles que este tiende a imponerle. En cambio, el concepto de neutralidad es tributario de una concepción positivista que pretende la ilusión de un analista neutral y objetivo.

 

Formación y transmisión del psicoanálisis. Hoy no alcanza el clásico “trípode” para la formación de un analista: análisis didáctico, supervisión y seminarios. Por lo planteado anteriormente debe incluir otros saberes que permitan restituir la complejidad de los problemas y no simplificarlas en formulaciones alejadas de la práctica. El psicoanálisis forma parte del campo de la salud mental. Esto lleva a considerar que los profesionales recién recibidos o aquellos que tienen muy pocos años de formación atienden en hospitales, centros de salud mental, obras sociales y sistemas prepagos de medicina cuyas condiciones de trabajo se van deteriorando cada día. Su resultado es una gran cantidad de terapeutas que están desocupados, trabajan gratis o por honorarios irrisorios. Este hecho repercute en su formación ya que no pueden analizarse, supervisar o realizar cursos. Además, las características de los tratamientos implica que, en su mayoría, se desarrollan una vez por semana e incluyen intervenciones que llevan a generar nuevos dispositivos analíticos. Estas situaciones hacen necesario encontrar políticas que den cuenta de formas creativas de transmisión del psicoanálisis que rompan con los esquemas burocráticamente establecidos donde la rigurosidad de una formación se debe compatibilizar con la situación socio-económica, los desafíos que plantea la práctica y los nuevos paradigmas culturales y científicos.

 

El psicoanálisis no es una cosmovisión. Un tratamiento analítico permite que el sujeto pueda respetar su tiempo para, desde allí, encontrarse con su historia y su deseo. De esta manera subvierte los valores de esta sociedad donde predominan los pequeños relatos ya que pareciera que no existen objetivos a largo plazo. Donde la “flexibilidad laboral” lleva a cambiar permanente de trabajo o quedar desocupado. Donde la “flexibilidad social” implica la ruptura de las relaciones sociales. Por ello el psicoanálisis es heredero de los grandes relatos. Esa es su fuerza. En este sentido, el tiempo actual no da lugar al tiempo que supone encontrarse con uno mismo. Se postula un sujeto sin identidad, sin deseo, sin historia, sin la posibilidad de realizar un proyecto. Un sujeto apremiado para cubrir sus necesidades. La importancia del psicoanálisis radica en permitirle encontrar alguna respuesta posible a las preguntas que le plantea una subjetividad construida en la actualidad del malestar en la cultura. Esto no implica transformarlo en una cosmovisión a ser utilizado como una “guía del buen vivir”. Aceptar sus límites lleva a entender los diferentes saberes, los procesos culturales y la subjetividad humana están interconectados produciendo lo social y siendo producidos por este. Por ello el psicoanálisis forma parte de esta cultura y, aún más es efecto de ella. El dar cuenta de su actualidad implica dilucidar su práctica, por lo cual es necesario trabajar con otras disciplinas.

 

Para un desarrollo de estas puntualizaciones se puede consultar los artículos de nuestra revista en nuestra sección de artículos y con el explorador temático.

También

Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999.La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, segunda edición corregida y aumentada, Buenos Aires 2007.
Vainer, Alejandro (compilador), A la izquierda de Freud, editorial Topía, Buenos Aires, 2009. 

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2009

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