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Evolución de la revuelta y la represión

 

Alfredo Caeiro
Psicoanalista.
alfredo.caeiro [at] topia.com.ar

“Nosotros, el pueblo de los Señores, somos vuestros
destructores, pero vosotros no sois mejores; si queremos,
y lo queremos, somos capaces de destruir no sólo vuestros cuerpos
sino también vuestras almas, tal como hemos destruido las nuestras”.
Primo Levi
Los Hundidos y los Salvados

Durante la pueblada de los últimos días aparecieron -como modo de ejercer la protesta- los cacerolazos que aunque se señalan como muy nuevos, no lo son tanto. Hay una continuidad de métodos que comenzaron en los últimos años, como los escraches y los piquetes, que se fueron combinando y tomando formas diferentes, según la clase social (media o baja) que los realizaba. Los escraches fueron organizados por los Organismos de Derechos Humanos a fin de denunciar que en un barrio o en un edificio vivía un represor, que había quedado impune merced a las leyes de obediencia debida, punto final e indulto. Los piquetes se generaron en Cutral-Co, en el año 1995, debido a la desocupación. Al no existir más la fábrica, el taller o la mina, la huelga o la ocupación de los lugares de trabajo como modos de resistencia y lucha, debió transformarse. Es así como la protesta se trasladó al espacio público: el corte de ruta. Este traslado de espacios tiene el valor de transformar un conflicto privado (un patrón con sus obreros) en conflicto público. Toma del escrache la denuncia pública, pero además amplía los márgenes del conflicto. Si bien la clase media miró con desconfianza -en un principio- a los piquetes, viéndolos como una limitación de su derecho a circular, hoy incorpora esas formas de lucha y agrega la cacerola.

De estos acontecimientos que comenzaron casi espontáneamente, surgieron organizaciones como el Movimiento Nacional Piquetero, formado por múltiples asociaciones de base y políticas. Este fenómeno tiende a repetirse. A partir de los cacerolazos empiezan a surgir organizaciones barriales, en conglomerados urbanos, donde el vecino era un desconocido, y la clase media -siempre reacia a este tipo de manifestaciones y agrupamientos- se ve cada vez más involucrada. El modelo es la autogestión y la asamblea para la toma de decisiones.

En los últimos años del período democrático hubo un acontecimiento paradigmático en el que el pueblo tomó el espacio público para exigir justicia: el caso María Soledad. Las marchas en Catamarca por el asesinato de la joven María Soledad en manos de una patota formada por los hijos del poder político, no fueron un mero reclamo de justicia. Durante siete años de lucha, se sacó del poder al clan Saadi, cayeron todos los jueces cómplices que tapaban la verdad, y se logró un juicio más o menos justo, donde se ventiló la verdad y se castigó a los culpables del asesinato, aunque no a los encubridores, que pertenecían a las fuerzas policiales.

En la misma época, las Organizaciones de Derechos Humanos realizaban una admirable tarea de búsqueda de justicia. Y es justamente este modelo de lucha el que fue retomado por el movimiento popular que buscó el esclarecimiento de la muerte de María Soledad.

Al mismo tiempo se hizo evidente, a partir de las investigaciones, la alianza entre el poder político, los organismos de seguridad y la justicia. Ese nudo que bien habían atado los militares se había transferido al poder político. Los nuevos interlocutores del poder económico recibieron del poder militar el aparato represivo que podía sostenerlo, hasta en sus crímenes más perversos, a cambio de las leyes de impunidad que la democracia les regaló. Esa misma estructura se repite en ocasión del asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas. La policía ejecutó el crimen apañada por el poder económico-político y sólo la movilización popular pudo ser el motor para que se buscara el esclarecimiento.

Se nos dice que los movimientos populares de estas últimas semanas comenzaron casi espontáneamente, -lo señalamos en bastardillas, porque es lo que nos quieren hacer creer desde los medios de comunicación que responden al poder político-. Por el contrario, vemos una continuidad en la forma y el contenido de la lucha popular, que va creciendo a medida que el poder económico-político avasalla los derechos de los ciudadanos.

La lucha de los noventa está siendo capitalizada en el dos mil, por una sola razón, porque así son los procesos histórico-sociales, o sea los tiempos en los que se da la lucha de clases. Es necesario que una vanguardia pueda surgir para conducir este proceso, ya que la represión lo puede desmantelar rápidamente.

El poder político cuenta hoy con un aparato represivo que le es fiel, cualquiera sea el color político del mismo. La transferencia abrupta del poder, de los radicales al peronismo, no fisuró la subordinación al gobierno de los organismos de seguridad, que en estos días abundó en cambios. Obedecieron a De la Rúa, Rodríguez Saá, y ahora a Duhalde, como si nada hubiera pasado, moderados o sangrientos según se les ordenara. Es que el poder político aprendió del poder militar. Así como éste les regaló el botín de guerra, como pago por la represión ilegal, el poder político les retribuyó con el manejo y la regulación del tráfico de drogas y de armas, el robo de automotores, la prostitución y el juego clandestino -gran negocio que manejan las cúpulas que hacen cómplices a sus subordinados dejando bien claro que el que delata es hombre muerto-. A esta hermandad se la denomina espíritu de cuerpo. Una verdadera organización mafiosa que cuando defiende al poder político defiende sus propios intereses corporativos. Una demostración de esto la encontramos en el reciente asesinato de tres jóvenes en Floresta que, mientras miraban televisión en un bar y festejaban la paliza que le propinaban a un policía manifestantes en la Plaza de Mayo, fueron fusilados por un sargento de policía custodio en ese lugar, solamente por festejar. Luego, el asesino fue protegido por los efectivos de la comisaria de la zona, mientras los familiares y vecinos fueron reprimidos con gases y balas de goma por reclamar justicia. Todos para uno y uno para todos.

El poder económico ha vuelto a implantar en la Argentina el modelo anterior a los años 30, del siglo pasado, mediante la utilización de corporaciones político-represivas que al defender las prebendas que obtienen, se convierten en gerentes de sus intereses. El bipartidismo garantiza su recambio. Al fin y al cabo el poder político les ha resultado más útil que la corporación militar, que al condensar lo político y lo represivo, los convertía en demasiado omnipotentes y era caldo de cultivo para aventuras inaceptables.

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Articulo publicado en
Junio / 2002

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