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El giro del psicoanálisis II

 
La negatividad: clínica de los factores psicoentrópicos

Como desarrollamos en otros textos de nuestra revista, esta época se presenta en una subjetividad donde predomina lo negativo. Con este término me refiero a patologías en las que prevalece el vacío, la nada, un destino trágico del funcionamiento psíquico y el pasaje al acto. Esto lleva a establecer que el paradigma de la represión sexual, en el que se ha desarrollado nuestra práctica, ha trocado en los efectos de lo desligado y lo no ligado de la pulsión de muerte en la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada; en especial la que aparece en los pacientes límites con síntomas con conflicto o por carencia.

En este sentido debemos preguntarnos sobre el trabajo clínico que implica la problemática de la vulnerabilidad. La misma aqueja a algunas personas en diferentes momentos de su vida, pero especialmente durante períodos en los cuales se encuentran potencialmente vulnerables y dependientes, ya sea física y o psíquicamente. Ocurre especialmente en la niñez. Dicha vulnerabilidad debiera decrecer con la edad y sobre todo disminuir al finalizar la adolescencia. Sin embargo, existen períodos en los cuales el sujeto ve puestos a prueba sus recursos psíquicos. En este sentido es necesario señalar que con el concepto de desamparo refiero a síntomas con conflicto donde encontramos la vivencia de una falla primaria en la constitución del espacio-soporte del Primer otro que puede manifestarse en las diferentes etapas psicoevolutivas (oral, anal, fálica); esto aparece cuando las pulsiones de muerte se desligan de la pulsiones sexuales, pero son posibles de volver a ligar a través de un procesamiento simbólico en el trabajo terapéutico. En cambio, con el concepto de desvalimiento aludo a los síntomas por carencia que dan cuenta de un sujeto cuyo trauma de nacimiento fue imposible de elaborar, ya que algo que no estuvo ligado no puede elaborarse simbólicamente. No nos enfrentamos con lo desligado, sino con aquello que nunca pudo ligarse. Esta distinción conceptual es importante en la clínica ya que determina la gravedad de algunas formaciones sintomáticas donde debemos tener en cuenta lo que llamo factores psicoentrópicos. Con el término de factores psicoentrópicos (del griego entropé, “vuelta”, “retorno”) me estoy refiriendo a los factores que aparecen en una primera entrevista (en el presente o en la historia del sujeto) o durante el tratamiento de síntomas donde predomina lo negativo debido a alguna situación traumática.

Siguiendo “las series complementarias” de Freud, toda situación traumática que el sujeto vive a posteriori lo remitirá al desvalimiento originario (Hildflosigkeit. Recordemos que esta palabra en castellano se puede traducir como “desamparo” y “desvalimiento”). En los síntomas del desamparo vamos a encontrar una negatividad que implica la posibilidad de ser procesadas simbólicamente. En cambio en los de desvalimiento, el trabajo terapéutico consiste en que pueda vivir-con ese agujero en lo simbólico.

Esto es algo que debemos tener en cuenta para entender la gravedad de esos síntomas, cómo desarrollamos el tratamiento y qué dispositivo de trabajo clínico implementamos (Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, editorial Topía, Buenos Aires 2014.)

El yo-soporte

Desde lo que vengo planteando debemos considerar que una de las características del yo es su función soporte del psiquismo. El yo es el resultado de elecciones de objeto que llevan a identificaciones que permiten soportar la emergencia de lo pulsional. Es así como funda una organización que debe dar cuenta del Ello, del Superyó y del principio de realidad. Cuando hablo de “realidad” refiero a una realidad que, si bien existe con sus propias leyes, es construida por el sujeto al cargarla de significación inconsciente, fantasmática y cultural. Esta organización del yo como producción de sentido la denomino yo-soporte, ya que se constituye como garantía para soportar el proceso de estructuración-desestructuración del interjuego entre las pulsiones de vida, Eros y de muerte.

Por ello, en el caso de una defusión de las pulsiones, el yo desaparece en su función soporte al quedar atravesado por los efectos de la pulsión de muerte. De esta manera reacciona con la angustia como señal de alarma frente a un peligro que amenaza su unidad en tanto instancia psíquica o al sujeto en su totalidad. Esta amenaza implica anular lo que diferencia al yo del Ello al reducirlo, como era originariamente, a ser una parte de este. La angustia señal tiene como prototipo la angustia de nacimiento que se caracteriza por una sobrecarga libidinal y por una elevada tensión de excitación que Freud denomina angustia “automática” o “traumática” ya que remite a la sensación de desvalimiento originario (Hildflosigkeit).

Si bien la angustia es vital para el funcionamiento psíquico ya que la “angustia señal” permite movilizar mociones pulsionales narcisistas que pone en actividad el principio de displacer-placer, ésta puede quedar subordinada a la “angustia primaria” que provoca una sobreinvestidura defensiva del objeto que lleva al abandono del objeto y la regresión. Es así como se pone en juego el automatismo de repetición ante lo no ligado, en especial ante lo que nunca estuvo ligado efecto de la-muerte-como-pulsión en la patologías de desvalimiento. Si la pulsión de muerte actúa en silencio cuando se desliga de la pulsión sexual, el Eros; utilizo el concepto de la muerte-como-pulsión para referirme a aquello que en el origen nunca se ligó y produce efectos en el sujeto.

Ahora bien, el trabajo con estas formaciones sintomáticas implica dar cuenta de los primeros fundamentos de la constitución del psiquismo -los factores estructurantes del proceso primario- (ver en el editorial de este número, el apartado “La sombra del sujeto”). Por ello es importante decir que el deseo inconsciente no remite sólo a lo reprimido, sino también a lo que no ha sido representado y que, por lo tanto, no es representable por el acto de hablar. De esta forma tanto lo reprimido como lo no representado constituyen el núcleo inicial del funcionamiento psíquico del sujeto. Si en el dispositivo clásico su característica es trabajar con la resistencia, en patologías donde predomina lo negativo nos encontramos con lo resistido en acto. De esta manera es necesario que el terapeuta re-cree lo que denomino un espacio-soporte de la muerte-como-pulsión. Un espacio terapéutico que permita soportar la emergencia de lo pulsional. Éste tiene un orden de realidad peculiar que debe ser entendido como metafórico y, al mismo tiempo libidinal, el cual se configura a partir del establecimiento de un dispositivo en el que aparecen nuevas modalidades de la contratransferencia-transferencia. En esta situación las repeticiones no son actos sintomáticos; es decir, realización simbólica de deseos reprimidos, sino repetición del mismo suceso casi inalterado; solo se encuentra repetición del mismo material. No existe resistencia del yo, pues si existiera éste podría realizar una ligazón psíquica. Más que angustia neurótica, aparece angustia automática. El principio de placer no funciona, ya que hay displacer en todas las instancias. En este sentido, ciertas características de este tipo de pacientes hacen que se sitúen “más allá” de la representación de palabra. Por ello la palabra es acción y ésta es un acto terapéutico. La interpretación se construye en acto y éste puede permitir que el sujeto se encuentre con su deseo para así construir -en algunos casos parcialmente- su trama simbólica.

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Articulo publicado en
Agosto / 2015

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