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Huellas en el cuerpo. El inconsciente y la memoria colectiva *

 

Son 50 años y muchos kilómetros los que nos separan del coloquio de Bonneval. Las polémicas de allí y entonces sobre el estatuto del inconsciente también quedan lejos. A esta altura de los desarrollos sería impensable considerar una sola definición de lo inconsciente. Hoy en día el psicoanálisis es un plural. Esto nos lleva a distintas concepciones de lo inconsciente en el seno de cada teorización psicoanalítica. Y esto sin tener en cuenta siquiera las que están por fuera del psicoanálisis, y las que nos habitan a lo largo de la historia.[i]

Este punto de partida permitirá diferentes lugares de llegada. Creo que nadie puede adueñarse de una supuesta verdad sobre lo inconsciente. Por lo contrario, creo que lo importante es trabajar sus fundamentos conceptuales y ver a qué lugares nos lleva. Qué praxis promueve cada concepción de inconsciente. Uno puede avanzar sobre el clásico aforismo de Fernando Ulloa, que decía “lo importante no es practicar teorías sino teorizar nuevas prácticas.” Complejizarlo implica pensar cómo la práctica moldea teorizaciones que a la vez generan nuevas acciones y nuevos dispositivos.

Lo que desarrollaré es efecto de la praxis de recorrer junto con Enrique Carpintero durante nueve años de trabajo para llegar a los dos tomos de Las huellas de la memoria, lo que nos permitió abordar lo sucedido en nuestro país específicamente en psicoanálisis y salud mental en los 60 y 70.[ii] La bisagra del terrorismo de Estado sobre nuestros cuerpos es el marco desde el cual es necesario pensar la cuestión de la memoria colectiva. Trabajar las huellas que todos tenemos de los más de 340 campos de concentración y exterminio, los 30.000 desaparecidos y los “asesinos de la memoria” son el inicio del camino para recorrer la cuestión del inconsciente y la memoria colectiva.

De la compleja trama de relaciones posibles para abordar la temática tomaré algunos caminos. Para ello balizaré el terreno, pondré algunos mojones, para ver algunas aristas posibles a las cuales nos llevan estos recorridos.

Creo necesario aclarar a qué subjetividad e inconsciente me refiero. Porque no todos hablamos de lo mismo cuando hablamos de estos dos conceptos. Parto desde un cuerpo como subjetividad que se construye en una intersubjetividad en el interior de una cultura. El cuerpo es el lugar de la subjetividad y se forja en el interjuego de tres aparatos, denominados así porque lo fundamental es que son productores de subjetividad. El aparato orgánico, con sus leyes físico-químicas y de la anátomo-fisiología; el aparato psíquico con las leyes del proceso primario y secundario; y el aparato cultural, regido por sus leyes económicas, políticas y sociales.[iii] El aparato psíquico y el orgánico tienen una relación de contigüidad. Pero entre éstos y el aparato cultural hay una relación de inclusión: “El organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura está sólo por fuera: el cuerpo (como subjetividad) se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en la intersubjetividad. Por ello, la cultura está en el sujeto y éste, a su vez está en la cultura.”[iv]

Este es el marco en el cual considero una subjetividad corporal producida por dicho entramado complejo. Esto implica una producción de subjetividad determinada por estos tres aparatos, desde una cultura determinada por la lucha de clases hasta un aparato psíquico sobredeterminado por un inconsciente energético y pulsional, con el interjuego de pulsiones de vida y muerte.

La cuestión de la memoria colectiva, empezando con Maurice Halbwachs en la sociología[v], tuvo un desarrollo fundamental desde la segunda mitad del siglo XX con diferentes cruces de disciplinas como la política, la antropología, el marxismo, el psicoanálisis y otros saberes.

Postularé algunas líneas de trabajo para la articulación de lo inconsciente y la memoria colectiva:

I-La memoria colectiva es un campo de luchas políticas y sus batallas se dan en nuestra subjetividad.

Si partimos de considerar la lucha de clases en nuestra sociedad, tenemos que considerar la memoria colectiva también como un campo específico de estas batallas.

El poder desde el siglo XX ha empleado una metodología especial para el sometimiento mediante el terror en los cuerpos y con varios intentos de borrar la memoria colectiva. La imposición de los campos de concentración y exterminio son consecuentes con los “asesinos de la memoria”, tal como los llama Yosef Hayim Yerushalmi.[vi]

Este proyecto está sintetizado en aquello que el general Camps le decía a Jacobo Timerman en uno de los largos interrogatorios:

“-Si exterminamos a todos, habrá miedo por varias generaciones.

-¿Qué quiere decir todos?, le pregunta Timerman.

–Todos…unos 20.000. Y además sus familiares. Hay que borrarlos a ellos y a quienes puedan llegar a acordarse de sus nombres.

- Es lo que intentó Hitler con su política de Noche y Niebla-, contesta Timerman

Ante lo cual Camps respondió: -Hitler perdió la guerra nosotros la ganaremos-.”[vii]

Un proyecto similar encontramos en otro diálogo, en la novela 1984 de Orwell, escrita en 1948:

“-El que controla el pasado controla el futuro; y el que controla el presente controla el pasado- repitió Winston, obediente.

-El que controla el presente controla el pasado-, dijo O’Brien moviendo la cabeza con lenta aprobación. -¿Y crees tú, Winston, que el pasado existe verdaderamente?

Otra vez invadió a Winston el desamparo. Sus ojos se volvieron hacia el disco. No sólo no sabía si la respuesta que le evitaría el dolor sería sí o no, sino que ni siquiera sabía cuál de estas respuestas era la que él tenía por cierta.

O’Brien sonrió débilmente:

-No eres metafísico, Winston. Hasta este momento nunca habías pensado en lo que se conoce por existencia. Te lo explicaré con más precisión. ¿Existe el pasado concretamente, en el espacio? ¿Hay algún sitio en alguna parte, hay un mundo de objetos sólidos donde el pasado siga acaeciendo?

-No.

-Entonces, ¿dónde existe el pasado?

-En los documentos. Está escrito.

-En los documentos... Y, ¿dónde más?

-En la mente. En la memoria de los hombres.

-En la memoria. Muy bien. Pues nosotros, el Partido, controlamos todos los documentos y controlamos todas las memorias. De manera que controlamos el pasado, ¿no es así?

-Pero, ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde lo que ha pasado?- exclamó Winston olvidando del nuevo el martirizador eléctrico. -Es un acto involuntario. No puede uno evitarlo. ¿Cómo vais a controlar la memoria? ¡La mía no la habéis controlado!

O’Brien volvió a ponerse serio. Tocó la palanca con la mano.

-Al contrario -dijo por fin-, eres tú el que no la ha controlado y por eso estás aquí. Te han traído porque te han faltado humildad y autodisciplina. No has querido realizar el acto de sumisión que es el precio de la cordura. Has preferido ser un loco, una minoría de uno solo. Convéncete, Winston; solamente el espíritu disciplinado puede ver la realidad. Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio. Crees también que la naturaleza de la realidad se demuestra por sí misma. Cuando te engañas a ti mismo pensando que ves algo, das por cierto que todos los demás están viendo lo mismo que tú. Pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa. La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto. Sólo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad es efectivamente verdad.” [viii]

Los intentos de asesinar la memoria colectiva en la subjetividad han dejado sus rastros y nuestras teorizaciones están atravesadas por estos hechos. Trabajar hoy sobre la memoria colectiva es adentrarnos en este terror.

Las diferentes definiciones de memoria colectiva reflejan las luchas que se dan en nuestra subjetividad. Jacques Le Goff, por ejemplo, postula que “la memoria colectiva no es sólo una conquista, es un instrumento y una mira de poder. Apoderarse de la memoria y el olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos dominantes de las sociedades históricas”[ix]. Pero, sin dudas, lo sucedido en el siglo pasado, tal como vemos en lo de Timerman y Orwell, puso de manifiesto algo que estaba velado. Tal como decía Freud, si arrojamos un cristal al suelo y se hace añicos, no lo hace de forma caprichosa, porque se rompe siguiendo líneas que estaban en la estructura del cristal. Y estas descarnadas historias nos muestran “a cielo abierto” el intento constante del poder dominante para controlar la memoria colectiva en nuestra subjetividad.

El poder reivindica sus propias narrativas de memoria colectiva tratando de imponerse y crear hegemonía. Para ello le es necesario encubrir los horrores sucedidos. Su estrategia no es ocultarlo, sino crear cierto “sentido común” que desdibuje lo sucedido. La teoría de los dos demonios es paradigmática en este sentido. Allí se iguala lo hecho desde el propio Estado con la guerrilla, tomando lo acontecido como sólo una respuesta exagerada. La equiparación implica desteñir atrocidades bajo el manto de la “violencia”.

Otra operación del poder es aún más sutil. Simplemente propone que las diferentes narraciones están en pie de igualdad en el campo de lucha por la apropiación de la memoria colectiva. Son simplemente pasados en conflicto por las luchas actuales. Y si algo no hay ni en nuestra sociedad ni en la lucha simbólica de las diferentes memorias colectivas es igualdad.

Por todo esto es necesario rescatar a Walter Benjamin, quien nos alertaba, en medio del ascenso del nazismo, del “peligro (que) amenaza tanto el patrimonio de la tradición como a aquéllos que reciben tal patrimonio. Para ambos es uno y el mismo: el peligro de ser convertidos en instrumentos de la clase dominante. En cada época es preciso esforzarse por arrancar la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla… y (que) ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si este vence.”[x]

Es que este poder necesita del control del pasado para controlar el presente y el futuro. Este combate se da en nuestra subjetividad la mayoría de las veces de manera velada. Las memorias colectivas no surgen del aire, sino como forma de encarnar las luchas políticas en ella. Por ello voy a profundizar en las huellas de las memorias colectivas en nuestra subjetividad y su relación con lo inconsciente.

 

II-La memoria colectiva se construye a través de las huellas libidinales en la transmisión intersubjetiva.

La memoria individual, desde el psicoanálisis, se sostiene en las inscripciones de las huellas mnémicas. Los diferentes olvidos, los recuerdos encubridores, las lagunas de la memoria, la retroactividad, las diferentes clases de repetición y otros fenómenos cambiaron para siempre el panorama de lo que es memoria y olvido en a subjetividad. La represión, lo inconsciente y el interjuego pulsional son elementos fundamentales para entenderla.

La memoria colectiva implica una interpretación de las huellas de aquello que hemos vivido, y fundamentalmente las huellas de aquello que otros nos han transmitido en una relación corporal y libidinal. No hay posibilidad de la construcción de la memoria colectiva si le quitamos dicho entramado corporal y libidinal que funciona como sostén de dichas huellas.

Concretamente, es necesario un encuentro corporal con otros para la libidinización de los relatos, los documentos, los libros, los monumentos, los ritos, los museos y otros “lugares de la memoria”. Esta es la materialidad que conforma la trama intersubjetiva donde se produce aquello que podemos luego denominar memorias colectivas. Nos es imposible considerar la memoria colectiva sin seguir a Freud cuando consideraba que “en la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo”.[xi]

Cualquiera de los lectores puede recordar los encuentros intersubjetivos que son el sostén de los relatos familiares, históricos, sociales y políticos que forman el núcleo de estas memorias. Estos relatos se transmiten en grupos y en instituciones. En esos espacios intersubjetivos se construyen memorias colectivas y se organiza el “de donde venimos”. Ese es el humus en el que crecen, se desarrollan, producen y se vuelven transmisibles relatos que conforman nuestras memorias colectivas. Si tomáramos la memoria colectiva sin dichos encuentros intersubjetivos le quitamos la carnalidad y la materialidad de dichos encuentros libidinales.

Esta forma de construcción de la memoria colectiva presupone una transmisión que deja huellas en nuestra subjetividad. Estas huellas libidinales de los encuentros con los otros no son sólo lingüísticas, sino también extralingüísticas. La transmisión implica la complejidad de lo que se transmite en diferentes registros y no sólo en una narrativa discursiva. Y, aunque cada cual recuerde algo, una buena porción de dicha transmisión siempre será inconsciente, como todo encuentro libidinal con otros. O sea, lo que recordamos conscientemente es tan sólo la punta de un iceberg del encuentro libidinal con otros.

¿Cuántas veces lo padecimos en clases de historia, en actos escolares, en rituales, lo transmitido tiene escasas repercusiones? Es que hubo una precaria libidinización que no permitió que dicho relato “tome cuerpo” en nosotros de alguna forma particular.

¿Podemos desgajar las huellas de estos encuentros con otros de aquello que llamamos nuestra memoria colectiva?

III-La transmisión deja huellas, marcas inconscientes. Los relatos, la significación de lo vivido, las historias de aquellos que nos precedieron tienen las marcas de estas huellas libidinales.

Es necesario afirmar que el poder “sabe” y actúa en nuestra subjetividad con sus propósitos. Por algo Benjamin decía que si el enemigo triunfa “ni los muertos estarán a salvo”: esto significa que quedarán olvidadas, silenciadas porciones de historias, de luchas, de protagonistas en la transmisión libidinal de las memorias colectivas.

Ese intento descarnado fue el que nos atravesó hasta los huesos de nuestra subjetividad con la metodología del terror en la última dictadura.

Detengámonos en eso que Camps le decía a Timerman: si exterminamos a todos habrá miedo por varias generaciones y que nadie se acordará ni de sus nombres, casi citando a Benjamin sin saberlo. El proyecto, si lo analizamos desde esta perspectiva era la de transmitir un afecto, el terror destructivo, desorganizante y mortífero para la subjetividad, y asociarlo a determinadas luchas, determinadas historias, determinadas ideas.

Esto nos atraviesa a todos y todas en distintas medidas.

Un ejemplo personal, hace un tiempo una colega me hizo llegar una encuesta personal sobre cómo cada cual vivió la última dictadura militar, qué hizo, qué padeció. Se aclaraba que el cuestionario no era anónimo. Sin embargo, mi propio inconsciente me jugó el lapsus de leer que tenía que ser anónimo. Luego de un largo tiempo escribiendo tratando de cuidarme de no dar detalles personales llegué a que era absolutamente imposible hacer el trabajo. Releí el texto para ver cómo podía hacerlo y me percaté de mi lapsus, ante el horror de lo siniestro. Nuevamente tenía que intentar ser anónimo para protegerme de los posibles ataques durante la dictadura.

¿Cuánto de este terror sigue en nuestra carne?

IV-Los asesinos de la memoria han dejado huellas de muerte en nuestra subjetividad.

No son solamente 30.000 desaparecidos y 340 campos de concentración y exterminio. La ruptura del tejido social también son rupturas en nuestro tejido psíquico. A casi 35 años del inicio de la última dictadura vislumbramos los efectos en la subjetividad en diferentes generaciones.

La necesidad de los encuentros libidinales con los otros -a diferencia de las soledades y aislamientos mortíferos- nos posibilita el trabajo sobre nuestro propio tejido psíquico. Si las memorias colectivas siempre son con otros, la lucha contra los “asesinos de la memoria” nos lleva a encuentros, donde no será solamente el relato sobre lo acontecido, hecho necesario, sino especialmente el encuentro libidinal, frente al accionar del terror.

Tal como escribía León Rozitchner: “Hay que recordar por decisión propia, por propio coraje, de otra manera: despertando el combate contra la muerte que el poder depositó en cada uno como límite a la vida, y que la restringe y la atonta...Hay que recordar, pero dentro de una inscripción social nueva, para que cada uno se convierta en una fortaleza contra el miedo. Recordar en la soledad no basta.”[xii]

El trabajo sobre las memorias colectivas deja sus huellas. Los encuentros, tal como el de estos dos días del coloquio de Rosario, permiten avanzar en ellas, aunque no seamos plenamente conscientes de ello. El sentido del trabajo sobre las memorias colectivas deviene no en un mandato superyoico, sino en la necesidad de tejer sobre los agujeros de muerte en nuestra subjetividad. Allí tendemos los hilos, enhebramos colectivamente, para construir y reconstruir nuestras propias huellas de la memoria. Ellas nos marcarán nuestros propios caminos y nos permitirán abrir otros horizontes, en el pasado, en el presente y sobre todo, para nuestro futuro.

 

Alejandro Vainer

Psicoanalista

alejandro.vainer [at] topia.com.ar

 

 

*Trabajo presentado en el panel “Lo inconsciente y la memoria colectiva” del Coloquio de Rosario, realizado el 11, 12 y 13 de noviembre de 2010. Agradezco la invitación de Nicolás Vallejo y Ángel Oliva par

Notas

 

[i] Gauchet, Marcel, El inconsciente cerebral, Ediciones Nueva Visión, Bs. As., 1994.

[ii] Carpintero, Enrique y Vainer, Alejandro, Las Huellas de la Memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los 60 y 70. Tomo I (1957-1969); Tomo II (1970-1983), Ed. Topía, Bs. As., 2004-2005.

[iii] Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, Editorial Topía, Bs. As., 1999.

[iv] Carpintero, Enrique, “La subjetividad del idiota plantea la pregunta ¿cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?”, en Topía Revista Nº40, Bs. As., abril 2004.

[v] Halbwachs, Maurice, La Mémoire collective, Albin Michel, Paris, 1997.

[vi] En Rossi, Paolo, El pasado, la memoria, el olvido, Ediciones Nueva Visión, Bs. As. 2003.

[vii] Timerman, Jacobo, El caso Camps, punto inicial, El Cid Editor para la Democracia en Argentina, Bs., As., 1982, pág. 50.

[viii] Orwell, George, 1984, Ed. Destino, Barcelona, 1981.

[ix] Le Goff, Jacques y Nora, Pierre, Hacer la historia, Ed. Laia, 1985.

[x] Benjamin, Walter, “Tesis de filosofía de la historia”, en Discursos interrumpidos I, Editorial Taurus, Madrid, 1973.

[xi] Freud, Sigmund, Psicología de masas y análisis del Yo, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Bs. As., 1979.

[xii] Rozitchner, León, “Contra las máquinas del olvido”, en El terror y la gracia, pág. 56.

 

 
Articulo publicado en
Abril / 2011

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