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Nota de Editores

 

Repudiamos el brutal asesinato de Mariano Ferreyra, militante de la FUBA y del Partido Obrero. Nos sumamos a todos aquellos que exigen al Estado la investigación, esclarecimiento y castigo de los autores intelectuales y materiales y de todos aquellos cuya complicidad permitió este terrible y cobarde hecho

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En el siglo XXI, el capitalismo mundializado ha generado una cultura donde la hipocresía forma parte de las relaciones cotidianas. Este “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan” atraviesa todos los órdenes de la subjetividad contemporánea. Y tiene una forma paradigmática: lo que llamamos “políticamente correcto”.

 

Lo “políticamente correcto” como expresión apareció por primera vez en una sentencia de la Corte Suprema de EE.UU. en 1793. En dicho fallo se afirmaba que hablar de los Estados y no del pueblo no era “políticamente correcto”, ya que el gobierno de dicho país está basado en el pueblo y no en la administración (los Estados). Este uso literal de la expresión llegó casi sin variantes hasta la primera mitad del siglo XX. Desde entonces comenzó a ser utilizado por diversos grupos para intentar minimizar las ofensas a grupos étnicos, religiosos y culturales. En sentido inverso, lo “políticamente incorrecto” se definía como aquello que podía injuriar a ciertas minorías. La intención era transformar aquellos contenidos racistas, sexistas y homofóbicos en la sociedad a través del lenguaje. Por ejemplo, se calificaba como incorrecto políticamente llamar a alguien “negro” en vez de “afroamericano”.

Sin embargo, hace unos años su significado cambió para devenir en una adjetivación peyorativa y sarcástica. Lo “políticamente correcto” implica una forma por la cual se finge corrección en el lenguaje y en ciertas actitudes cuando en verdad se piensa y siente algo totalmente distinto. Lo “políticamente correcto”, en este último significado, transita todos los campos de la vida en la actualidad. Desde los propios políticos, pueden dar consignas que saben que no cumplen ni cumplirán. Se puede declarar que se retirarán las tropas que invadieron Irak, recibir un premio Nobel de la Paz y dejar aún combatiendo 50.000 soldados allí. O más cerca, puede haber grandes promesas que todos sabemos que nunca se cumplirán, pero que es “políticamente correcto” formularlas tanto desde el oficialismo como de la oposición en nuestro país. Sea el 82% móvil para jubilados, sean los datos del INDEC que esconden que el 30% de la población viven en la pobreza y el 40% de los trabajadores ocupados están en “negro”; sean los 10 km. de subterráneos por año en la ciudad de Buenos Aires, sea el cuestionamiento del nivel de pobreza y desocupación por aquellos que la promovieron en la década del `90. Pero también en nuestra vida profesional y cotidiana abundan ejemplos. El más elocuente es de los psiquiatras “progresistas” que se aliaron con los psiquiatras manicomiales para oponerse al avance que significa el proyecto de Ley Nacional de Salud Mental. Aunque siguen autodenominándose “progresistas” simplemente defienden intereses corporativos.

Es que este capitalismo mundializado nos llega hasta los huesos, llevando cada vez más lejos aquella vieja premisa de “tanto tienes, tanto vales”. La privatización de nuestra vida privada implica que la vida es importante en la medida que pueda ofrecerse como una mercancía. Es en el espacio público donde tenemos que encontrar los valores de nuestra intimidad medidos según las leyes de la economía de mercado. De esta manera las relaciones humanas se miden como una mercancía y sus actividades se enuncian como un buen o mal negocio, donde todo vale. Y en el fondo, nada vale. Y es el fundamento de tanta hipocresía que llamamos “políticamente correcta”.

La normalización de estos tiempos hace que hayamos naturalizado estos fenómenos en todos los ámbitos. Pero como todo poder, podrá ser hegemónico pero nunca absoluto. El hecho de poder denunciar la hipocresía llamándola “políticamente correcta” es un paso necesario, pero insuficiente. Poder avanzar en cómo el poder atraviesa nuestra subjetividad es otro paso. Pero el paso fundamental es cómo la transformamos. Una política basada en una razón apasionada puede convertirse en una guía para la acción potenciando la fuerza del colectivo social contra el poder que la limita.

Estas son ideas “políticamente incorrectas”, pero para dar nuevos pasos en todos los ámbitos, son imprescindibles.

 
Articulo publicado en
Octubre / 2010

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