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“La Angustia, el Miedo y la Esperanza”

 

En los últimos años un cambio significativo se observa en las consultas en los servicios de salud mental. Para algunos profesionales, adheridos demasiado ingenuamente a los postulados nosográficos de su disciplina, se trata de “nuevas patologías”; para otros, más adheridos a los intereses de la industria de los medicamentos, se trata de nuevas entidades clínicas que el “avance de la investigación farmacológica” ha descubierto. Para quienes tratamos de comprender estos modos del sufrimiento mental desde un psicoanálisis crítico y las experiencias comunitarias de salud mental, se nos plantea el interrogante de qué tienen en común estos trastornos, qué relación guardan con el contexto cultural, social, y, dada su frecuencia, qué expresan de los modos de la vida social actual. Muchas de estas personas consultan por estados continuos de ansiedad que perturban sus días y sus noches, ponen énfasis en situaciones persecutorias en sus empleos, en incertidumbres e inseguridad en sus relaciones de pareja, en vicisitudes de adaptación por migraciones impuestas o voluntarias (“trastornos de ansiedad”, dice el nomenclador); otras demandan atención por crisis repetidas de angustia que los sorprenden y alteran el transcurrir de sus tareas, sus salidas a la calle (y al mundo), obligándoles a resguardarse, cuando lo tienen, en la seguridad de sus relaciones cercanas y familiares (“ataque de pánico”, dice esta vez el nomenclador); otras llegan a la consulta agobiadas con su vida, con un dolor que no se reduce a algún conflicto identificado, su astenia durante el día, que hace penoso cada tarea o movimiento, se prolonga en noches de insomnio (“depresiones reactivas”, dice en este caso el nomenclador, nueva amenaza epidemiológica dice la OMS dada la magnitud de su incidencia en la población); otras padecen una suerte de extrañamiento del ámbito en que se desarrolla su vida, tienen dificultades para hilvanar su pensamiento, su mundo afectivo y mental es disperso y les dificulta entender y narrar su padecimiento (“trastornos de personalidad”, “border line” en algunos casos, cabría diagnosticar). A esta lista incompleta, sólo indicativa de lo que quiero tratar, se agregan las victimas de violencia familiar (entre 20 y 30 % de las consultas en servicios de salud y salud mental), los que consumen drogas, nueva población expuesta a un nuevo encierro semejante al sufrido en los manicomios; los que necesitan del alcohol para soportar una vida a la cual ya no dominan (el mayor problema, de lejos, de las adicciones actuales). Como un amigo suele decir, cuando alguien llora necesita un pañuelo para su sufrimiento, y hay siempre un fabricante de pañuelos que se alegra de este sufrimiento. Esto ocurre también en lo que nos ocupa, en este caso la industria de psicofármacos en la parte legal del consumo, y la de los narcotraficantes, en la ilegal, son altamente beneficiados por estos nuevos dolores del alma. Si escuchamos bien a estas personas descubrimos siempre una ausencia de proyecto, una amenaza al futuro, un riesgo en el presente, una incertidumbre sobre el devenir de sus relaciones de empleo, de pareja, de residencia, de su economía. Vale entonces ocuparnos de las dos pasiones ligadas al futuro, el miedo y la esperanza, para entender su presencia actual en la vida de todos, o mejor dicho, de casi todos.

 

Nos son conocidas aquellas pasiones que ligan al hombre con su pasado: el resentimiento, la nostalgia, el rencor, que explican en quienes lo padecen sus dificultades con el presente. Se trata de pasiones diferentes a las que provienen del presente, cuya inmediata certeza nos produce tristeza, dolor, alegría, odio, amor o placer. Siendo tan presentes en nuestra vida no se reconoce tanto a las pasiones que nos dominan sobre el incierto futuro: el miedo y la esperanza. El miedo es esa angustia provocada por algo incierto o amenazante, algo extraño que puede alterar nuestro presente ya que parece anunciar un mal inevitable. Siempre subyace al miedo la amenaza de la aniquilación y de la muerte. En oposición, la esperanza consiste en esa alegría o placer de imaginar sobre lo incierto del futuro el anhelo de algo mejor al presente, tiene siempre un sentido de promesa, y respecto de la vida y su finitud, un sentido de salvación. Ambas, miedo y esperanza, son resistentes a la voluntad o a los argumentos de la razón, por lo mismo suelen ser incontrolables para el hombre. Esto mismo hace que sean pasiones contagiosas, pasan fácilmente de un individuo a otro, y constituyen el afecto principal que liga a los grupos y a las masas. Por lo mismo se oponen siempre a la calma del sabio, basada en la reflexión, en la serenidad de la razón individual.
Tanto el miedo como la esperanza debilitan la experiencia del presente, y también el ánimo y la pasión por lo actual, tienden a expulsar al individuo de su experiencia y de su acción sobre sus semejantes. Por eso el miedo es desde siempre un eje de la política y la esperanza es un dominio de las religiones. El hecho de que son comunes a todos los hombres, presentándose como amenazas o promesas que afectan la vida de cada uno, contribuyen a orientar las voluntades, de manera constructiva en la esperanza y de manera sediciosa, amenazante, en el miedo. La filosofía clásica ya conocía el papel eminentemente político del miedo, y en menor medida de la esperanza, poniendo en evidencia los mecanismos de la práctica cotidiana de gobierno y de la psicología de las multitudes, y es Maquiavelo quien ejemplarmente nos muestra cómo es el príncipe quien debe saber producir y dirigir estas pasiones. El miedo y la esperanza dominan el cuerpo, la mente y la imaginación de los individuos, dejándolos a merced de la incertidumbre y volviéndolos por esto dispuestos a la renuncia y a la pasividad en su presente. Spinoza en su Tratado Teológico Político, alertaba sobre la necesidad de combatir el miedo en cuanto pasión hostil a la razón, y a la esperanza, que representa una fuga del mundo actual, medios para obtener la resignación y la obediencia. En la misma Ética señala que se debe resistir la promesa de la religión de “un mas allá” de la muerte cuyo fin es solamente justificar la resignación y la obediencia al presente. La libertad del hombre, su capacidad activa de elegir y decidir sobre su realidad, depende de su resistencia al miedo y de su rechazo a la promesa de la esperanza. En el Segundo Fausto, Goethe dice “Entre los mayores enemigos de los hombres, dos, Miedo y Esperanza, en cadenas de consorcio civil yo los segrego”. En una perspectiva opuesta, Hobbes , postula que el gobierno y la razón de Estado necesitan del miedo de las masas para evitar la recaída en el infierno social de la violencia y del estado de naturaleza (el “hombre lobo del hombre”, su conocida formula), tiene claro que los hombres aspiran a su libertad de todo poder y especialmente de la razón de Estado. El miedo es un instrumento de la política. En el extremo del pánico el miedo se muestra como el gran desorganizador del grupo o la masa, frente a él cada individuo asume por sí mismo su supervivencia. Esta claro que el futuro de la sociedad, y más aun, el futuro de cada individuo es la esencia de la política, por lo mismo sobre ella como constructora del futuro se juegan siempre las amenazas o las promesas. De Maquiavelo en adelante ningún político se abstiene del uso político del miedo y la esperanza, como ejemplos actuales: el uso de la amenaza del futuro sobre el cual se propone la aceptación del presente (flexibilización laboral o riesgo de desocupación), o la esperanza de salvación si acepta resignar las necesidades del presente (bajar los salarios porque hay crisis, callar la protesta para asegurar la paz).
Pero el valor de la esperanza no es solo patrimonio de las religiones. También lo es de quienes tenemos el sueño de la igualdad. La esperanza de un futuro mejor, diferente al presente, genera solidaridad, unión bajo el sentimiento activo de que es posible actuar sobre la realidad actual. La igualdad ha sido el sueño de todas las revoluciones, tiene el sentido de una ilusión, de imaginar otra realidad posible y de buscar lograrla activamente. Esta ilusión, cercana a la utopía, es un llamado a la solidaridad para transformar el presente ahora, es decir comprender lo actual para proyectar en conjunto un futuro diferente. Opuesto a la utilización de la religión como propuesta de “un mas allá” en el que todos seremos merecedores del cielo y la paz, iguales ante Dios, separados de “los malos” que sufrirán el destino del infierno. “Justicia divina”, invocada con frecuencia por quienes no pueden borrar su maldad en el presente, esta sí ilusoria, opuesta al sueño de la igualdad. Este sueño convoca a vencer el miedo y a la angustia por igual a través de la voluntad de actuar contra una realidad que oprime. Se trata de pasar del estado de muchedumbre, compuesta por individuos aislados, al grupo solidario que actúa enfrentando el miedo para construir un futuro diferente. Por eso la solidaridad es política activa, es la esperanza puesta en el valor del hombre para construir su futuro. Freud, criticando las ideas de Le Bon señalaba cómo el padre interviene en el lazo social, prolongado en la función del líder o jefe como aglutinador, el que provocando la unión solidaria de los hermanos vence al terror. Vale recordar aquí a Montesquieu : “Los regimenes despóticos producen individuos completamente separados entre sí, o, lo que es lo mismo, mantenidos juntos por la fuerza repulsiva de pasiones que los aíslan (la avaricia, la competencia, el deseo de sobrevivir a los otros) impidiendo toda confianza y solidaridad reciprocas, desagregando a los ciudadanos a súbditos y generando así la mas completa, fatalista y vil, pasividad política, apenas interrumpida por alguna esporádica, rabiosa y fugaz llamarada de rebelión…..De una manera distinta del terror, o miedo, la virtud republicana (diferente de la moral y de la cristiandad) exige una transparencia absoluta de las relaciones entre los ciudadanos, su incansable actividad en la esfera publica, y, sobre todo, un relevante amor a la igualdad, tanto de los derechos como de los bienes”. En oposición a esto, Maquiavelo se preguntaba si la sola dimensión laica, sin miedo y sin esperanza, puede sostener la política y la vida de los Estados.
Hace muy poco una ex monja, Karen Armstrong , nos sorprendió con un estudio sobre los tres fundamentalismos que dominan nuestro mundo actual. En el visualizamos la expresión clara del retorno del miedo y la esperanza como política para aglutinar, masificar, configurando una realidad paralizante. El sueño de la igualdad tiende a opacarse en nuestro mundo. Este requiere de la esperanza en la solidaridad, no es unirnos para el mito o el culto, sino para la acción de transformar la realidad. En esto es esencial comprender la actualidad, es decir ejercer una razón crítica sobre el presente. Sólo este comprender crítico hace posible que la acción de los hombres no este guiada por el miedo ni por la promesa mítica de un “mas allá”, sino guiada por la razón y el deseo de transformar o construir la realidad. Como en todo acto humano la intención, que surge del comprender, de actuar sobre la realidad; la voluntad, el empeño fraterno y solidario de hacer con los otros; es lo que da como resultado un cambio de los actores y del poder de decidir sobre la existencia de cada uno y del conjunto.
En un articulo reciente John Berger señala que un informe elaborado en el año 2007 por la oficina de estadísticas de Justicia de EEUU revela que 1 de cada 136 habitantes de ese país esta detenido en cárceles o Institutos penitenciarios. Cuatro millones en total. El miedo es también global, responde a diversos motivos. Para Berger “A lo largo y ancho del planeta vivimos en una prisión”. La prensa nos informa que 15 millones de mexicanos viven escondidos en EEUU, a pesar del muro que impide su ingreso, de 1.200 Km. de largo y 1.800 torres de observación con policías armados. La ONU cuenta 200 millones de refugiados en el mundo, escapando de guerras y pobrezas extremas. Cerca nuestro observamos un mundo de barrios cerrados, villas miserias, favelas, nuevos ghetos. Los que allí se alojan son en cierto modo compañeros de prisión. Claro que es visible que hay apartados, excluidos de la sociedad, que están en esa situación de presos a la fuerza, custodiados como criminales, pero están también quienes buscan voluntariamente estar custodiados por su anhelo de seguridad y protección en barrios cerrados, “edificios con seguridad”, club de campo, etc. Al lado están los que no tienen opción, refugiados políticos (tres generaciones nacidas en campos de palestinos consecuencia de la expansión del Estado de Israel), villas miserias, ghetos urbanos como las favelas, también custodiados porque se los considera peligrosos o posibles criminales (droga, robos, etc.). Poblaciones anónimas e incalculables producto de guerras locales, de pobreza extrema, de políticas de exclusión. Pero podemos sumar a los que viven encerrados en sus empleos por horarios que no dominan (por ej., la flexibilización laboral y la extensión horaria aprobada por el Parlamento Europeo). A todos el miedo los convierte en presos: por amenaza del desempleo, por la violencia, por el hambre, por la emigración, por la ilusión de la seguridad. El mundo actual esta compuesto por productores, consumidores y excluidos. Como los criminales presos, quienes estamos presos en este mundo global amenazante nunca aceptamos este presente como definitivo, la mayor parte mantiene su anhelo de libertad, de poder elegir y decidir, pero no ignoramos que muchos, por diversas debilidades y desventajas sociales, son victimas personales del pánico y la angustia crónica. Este mundo del miedo no es natural ni espontáneo. Por vía del consumismo, que necesita de una cultura del individualismo, se trata de mantenernos aislados, como en las cárceles se mantiene a los presos en celdas individuales, para evitar que la idea de un futuro en común nos pueda volcar juntos a la resistencia. Esto no es espontáneo, la globalización económica impuso aislarnos del territorio (migraciones masivas), de la vida en común (competencia y desconfianza), de la historia compartida, y especialmente por las políticas mediáticas, de evitar que imaginemos un futuro o un proyecto en común. Este encierro masivo hace que la vida urbana se acerque a la de la cárcel o el manicomio: conflictos y lucha entre vecinos o antiguos compañeros, pobres atacando a otros pobres, desempleados luchando contra empleados, especialmente si son inmigrantes, aun en la pareja amorosa desconfianza y cuidado de no comprometer bienes y futuro. Si prestamos atención veremos cómo los medios a través de mensajes incluidos en aparentes noticias, nos dicen que la vida es insegura, insisten con lo incierto de la economía, los riesgos de epidemias, crisis energética, catástrofes naturales, amenazas del futuro cuyo contenido ficcional se oculta. Lo eficaz es generar el miedo y lograr su capacidad de mantenernos aislados. No olvidemos al respecto que el miedo es la pasión que más fácilmente se erotiza, esta cualidad hace que se potencie y se contagie entre los individuos. Estas operaciones mediáticas son exitosas, mantienen su eficacia haciéndonos creer que la prioridad para cada uno de nosotros es tomar medidas destinadas a nuestra seguridad personal, nos convence de que nuestra situación de riesgo y amenazas del futuro depende lo que podamos hacer cada uno, no del destino en común.
Debemos reconocer en estos pocos ejemplos que el miedo esta instalado en nuestras sociedades, los políticos lo utilizarán luego según la ética de cada uno. La esperanza, cu correlato opuesto, avanza al mismo ritmo. Recrudecen en el mundo los fundamentalismos religiosos, de todas las religiones, pero en esta versión moderna con una violencia inesperada: el judaísmo que en su historia no contaba la violencia y la dominación de otros pueblos; el islamismo, religión de la paz, se expresa en auto inmolaciones y terrorismo; el cristianismo, especialmente en sus variantes evangélicas, sosteniendo las nuevas guerras de la dominación económica (el caso de EEUU y el Partido Republicano en la era Busch).
¿Será posible preservar lo humano, la solidaridad, la libertad, la justicia, el anhelo de construir un futuro común, por fuera de las amenazas políticas y de las promesas religiosas que nos rodean? Vale recordar a Merleau Ponty, cuando en la posguerra escribía: “Una sociedad no es el templo de los valores-ídolos que figuran al frente de sus monumentos o en sus textos constitucionales; una sociedad vale lo que valen en ella las relaciones del hombre con el hombre....Para conocer y juzgar una sociedad es preciso llegar hasta su sustancia profunda, el lazo humano del cual esta hecha y que depende sin duda de las relaciones jurídicas, pero también de las formas del trabajo, de la manera de amar, de vivir y de morir” No es posible en los limites de este escrito profundizar en estas dimensiones, pero trato de alertar sobre esta situación que esquematizo sobre el miedo y la esperanza en nuestro tiempo, que esta en el centro de gran parte de los sufrimientos mentales que atendemos. Hubo tiempos en que dominó la nostalgia, como en el Siglo XIX lo expresó el Romanticismo, Freud, no del todo ajeno a este movimiento, nos enseño a reconocer las pasiones que sujetan al hombre a su pasado y dificultan su presente, sólo tangencialmente aludió al miedo y critico la esperanza como ilusión religiosa. A nosotros nos toca hoy comprender las pasiones ligadas al futuro, éstas, como miedo o pánico, afectan y condicionan el presente de muchos, especialmente de aquellos que, refugiados en el individualismo, no logran comprender las razones de sus malestares. Un nuevo recrudecer del objetivismo, esta vez por vía del consumo y el mercado, lleva a que el otro, cualquier otro, pueda devenir y ser tratado como un objeto más, el individualismo ayuda a que cada uno sólo valga por su uso. ¿No es motivo suficiente, con la dimensión de estar sustraído de la conciencia, para explicar mucho de la angustia actual como padecimiento dominante?.

 

 

[1] Nicolás Maquiavelo, “El Principe”, Trad. de Lelio Fernandez, Ed. Norma, Barcelona 2002.

[1] Baruch Spinoza, “Tratado teológico político”, Ed. A. Droetto, Turin 1958

[1] Tomas Hobbes, El Leviatan”, Ed. G. Micheli, Florencia 1976.

[1] Montesquieu, O.C. Vol.II, Ed. R, Callois, París 1949-1951, Pag. 268

[1] Karen Armstrong, “Los origenes del fundamentalismo en el judaismo, el cristianismo y el islam”, Ed- TusQuets, Barcelona 2000.

[1] Johon Berger, Revista Ñ, Nº 18, Julio 2008.

[1] Merleau Ponty, “Humanismo y Terror”, Ed. La Pléyade, Bs. As. 1968

 

 

 

Mayo 2009.

 

 

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Articulo publicado en
Enero / 2010

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