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Ir de Putas

Reflexiones acerca de los clientes de la prostitución
Juan Carlos Volnovich
Tapa del libro

Actualización nov/2010: Segunda edición corregida y aumentada

 

Introducción

Feminismo. Psicoanálisis. El feminismo -así, en general-, las teorías feministas, también en general, se postularon como un desafío insoslayable para el psicoanálisis. Y el psicoanálisis, así en general, siendo como lo que es, el edificio teórico más complejo y riguroso que tenemos para albergar nuestros interrogantes acerca de la constitución subjetiva y la construcción del sujeto psíquico, tiene mucho que aportar al feminismo.

En las últimas décadas, los feminismos y los psicoanálisis, han contribuido a la visualización de ciertos fenómenos -injusticias, discriminaciones y desigualdades de todo tipo entre hombres y mujeres- que el patriarcado como sistema de explotación mantenía ocultos. Juntos, feminismos y psicoanálisis, han contribuido a la visualización de la violencia doméstica (eufemismo con el que se alude a las mujeres golpeadas) y a la visualización de la violación como práctica corriente que ha llevado a la inclusión en el Código Penal de un nuevo delito: la violación dentro del matrimonio.

Juntos, han teorizado acerca de la violencia que supone la penalización del aborto.

Juntos, han aportado a la denuncia del maltrato infantil, al diagnóstico del niño apaleado.
Juntos, abordaron el abuso sexual en la infancia y el incesto paterno-filial cuando aun no había llegado a tener el protagonismo que tiene en la actualidad.

Pues bien: este libro se centra en la explotación comercial sexual a la que habitualmente se alude como “prostitución”. Como ocurre frecuentemente cuando un fenómeno como este comienza a dominar la escena, surge la duda acerca de si hay un aumento de ésta práctica -si en la actualidad hay más prostitución que antes- o si se trata de algo que estaba allí, desde siempre, sólo que ahora empezamos a contar con los medios para registrarlo y para darnos cuenta de las dimensiones que adquirió.

Por mi parte trataré de abordar la cuestión desde el lado del “cliente”. Intentaré acercarme al tema desde la psicología del usuario: aquél que “consume prostitución”, dando por sentado que no existe una nosología que los incluya; dando por sentado que no existe un perfil particular ni un tipo de personalidad en la que pudieran agruparse. Los psicoanalistas no estudiamos ni a la generalidad de los individuos ni siquiera a los individuos. En realidad solo podemos dar cuenta de cómo el sujeto barrado, el sujeto escindido, el sujeto del inconsciente, se apropia a lo largo de su vida de las representaciones que circulan en el contexto histórico-social que lo determina.

Decía que hace varios años ya, contribuí a abordar el abuso sexual en la infancia y el incesto paterno-filial cuando su visualización no había tomado aun la trascendencia que tiene en la actualidad. Mucho antes, en 1987, publiqué un trabajo de divulgación -“Machos fieles de gran corazón” - donde hacía referencia a la fidelidad que el sujeto posmoderno mantenía con los valores de rendimiento, productividad y eficacia propuestos por el neoliberalismo, y a la infidelidad de los varones con respecto a sus mujeres, pero allí no hablaba de intercambios entre sexo y dinero sino sólo de la frecuencia con que los hombres casados compartían su vida marital con otras mujeres. Quiero decir: en ese trabajo centrado en la fidelidad conyugal no hice referencia alguna a las relaciones de los varones con prostitutas. Después, en 1995, publiqué un trabajo –“Las figuras femeninas que transitan por el análisis entre varones” - en el que me dediqué a profundizar en los puntos ciegos, esos escotomas que en la transferencia y la contratransferencia sostienen las complicidades de género cuando se trata del análisis de un varón con otro varón. Intentaba allí decir algo acerca de cómo circulan las imágenes de mujeres entre dos varones en análisis. Y “las mujeres” aparecían siempre como temidas y/o amadas. Las mujeres aparecían vertebrando tres discursos posibles:

1.-El discurso acerca del temor y el odio a la mujer “castrada”.

2.-El discurso acerca del temor y el odio a la mujer “castradora”.

3.-El discurso acerca del amor a la mujer “afirmativa”.

Decía allí que:

1.- Temida y odiada por ser “castrada”, la mujer se vuelve objeto de interminables quejas acerca de lo que nosotros quisiéramos que sea, y lo que ella no es; lo que nosotros quisiéramos que haga y lo que ella no hace.

2.- Temida y odiada por “castradora”, la mujer recibe los reclamos y los reproches por aquello que nosotros no somos; es la culpable de nuestros fracasos y la responsable de nuestras limitaciones. Son las esposas que nos desautorizan frente a nuestros hijos; son las hipercríticas con nuestras debilidades; son las “frígidas” que nos abruman con reclamos sexuales; las que nos agobian con sus exigencias, las que nos persiguen, nos tratan como si fuéramos niños y nos atormentan con sus recomendaciones.

3.- Amadas por lo que ellas son afirmativamente y amadas por lo que nos hacen; por lo que hacen por nosotros, con nosotros y, sobre todo, de nosotros -nos hacen hombres- las mujeres son destinatarias de toda gratitud por el reforzamiento de nuestra autoestima. Son, también, las destinatarias de todo nuestro reconocimiento por “bancarnos” y las destinatarias de nuestra admiración por la posibilidad que tienen de “bancarse” solas.

Pues bien: yo, que en 1995 llevaba ya más de veinticinco años de lecturas feministas; yo, que había dedicado casi todo un año a reflexionar acerca de las complicidades de género que iban construyendo espacios no analizados ni analizables entre varones y que estaba alerta acerca de las figuras femeninas que la narrativa clásica instalaba; yo, que estaba dispuesto a deconstruir conceptos teóricos, a levantar prejuicios y demoler sistemas de creencias; yo… no lo vi. No lo pude ver. No reparé en que mis pacientes varones, es decir, la mayoría de mis pacientes, tenían o habían tenido relaciones con prostitutas. No lo vi. No lo pude ver. No reparé en eso más allá de lo que un analista que no estuviera familiarizado con las cuestiones de género hubiera tomado en cuenta. Las mías, las de entonces, fueron sólo intervenciones convencionales frente a las asociaciones en las que mis pacientes hacían referencia al trato con prostitutas. Tal era el grado de naturalidad de esa práctica, tal la inscripción dentro del rubro “usos y costumbres” que, guiado por la mejor intención de eludir cualquier interpretación que tuviera alguna cercanía con un intento de adoctrinamiento ideológico, de pacatería o de reprimenda moral, acepté un pacto de silencio implícito. Algo así como que “de eso no se habla” porque hablar de eso, hablar en serio, profundizar en el sentido inconsciente, en el significado singular de esa práctica, equivalía a la herejía de romper uno de los acuerdos más entrañables que los hombres podamos mantener entre nosotros. Equivalía a transgredir el código de honor que me une a los varones y suponía desafiar lo sagrado y consagrado.

Y esto fue así hasta que, entre otras cosas, la casualidad de tres sesiones sucesivas contribuyó a que pudiera atravesar el límite de lo analizable, a romper las resistencias que me impedían ver un poco más allá de lo convencional.

Desde el diván (lo llamaré Pablo) se preguntaba y me preguntaba.

-¿Me podes decir porque lo hice? ¡Me podés explicar porque hago cosas como esas?

Pablo es un triunfador del presente. A los treinta y cinco años logró todo lo que un hombre puede aspirar a realizar incluso, dominar la dialéctica entre el ser y el tener. Simpatiquísimo, tiene fama, es muy famoso; tiene facha, es muy “fachero”; tiene dinero, es un potentado. Vive desde hace tres años con una novia tan linda, atractiva, “zarpada” y famosa como él, pero además, tiene todas las mujeres del mundo a sus pies.

-¿Me podés decir porque lo hice? ¡Me podés explicar porque hago cosas como esas? Venía por la autopista (rumbo a su chacra), la llamo a Vicky y le hago saber -nosotros tenemos nuestros códigos, viste- que voy para allí y que estoy recaliente. Ella me esperaba toda sexy y yo... no se. Cuando llegué, algo no me cerraba. Ella se dio cuenta enseguida porque me conoce como si me hubiera parido, pero yo traté de disimular; traté de pilotearla. Entonces me propuso -¿Y si llamamos a una chica como la otra vez?-. Ella sabe que a mi eso me gusta. Pero, no. No. Le dije que no. Nos echamos un polvo, un polvito así nomás, de compromiso, como para zafar y rápidamente me puse a buscar excusas, a darle explicaciones. Le inventé que tenía una cita con unos empresarios extranjeros, que me estaban esperando, y... me fui a buscar dos “gatos”. ¿Me podés decir porque lo hice? ¡Me podés explicar porque hago cosas como esas?

-Y, debe ser difícil que te cierre con una mina que te conoce como si te hubiera parido.

Si. Eso es lo que le dije y no está del todo mal pero, aun así, me parece lo menos importante. Lo más significativo, lo que me sorprendió porque conozco mi oficio y se que un analista no hace esas cosas, fue que, sin querer, se me escapó:

-¿Cuánto le pagaste a los gatos?

-Quinientos dólares a cada una.

Esta vez, si, hice lo que un analista tiene que hacer: contuve la respiración y enmudecí. Pero no pude evitar hacer el cálculo y comparar lo que me pagaba a mí con lo que le pagaba a las putas.

¿Por qué lo hace? ¿Por qué hace esas cosas?

Por qué Ariel, tan joven y exitoso como Pablo, paga una suma semejante a dos, tres, cuatro mujeres, según la ocasión, a veces para tener relaciones sexuales con ellas y otras, las más frecuentes, cuando está tan dado vuelta por las drogas, simplemente para verlas desnudas tocándose entre si.

Claro está. La pregunta es retórica. ¿Por qué lo hace? Lo hace por que puede. Lo hace por que tiene dinero suficiente. Pero, ¿por qué paga? si no lo necesita. Si pudiera tener lo mismo gratis.

-Gratis no es lo mismo, me dice Ariel.

-¿Por qué no es lo mismo?

-No te lo podría explicar. Bien no lo se, pero no es lo mismo.

-Pero vos podrías estar con esas u otras chicas si quisieras y no tendrías que pagarles.

-Sí. Pero lo que pasa es que yo a mi novia la quiero y no puedo hacerle una cosa así. Yo no podría traicionarla. Yo se que, si quiero, me puedo levantar a esas y a otras minas, pero para eso tengo que remar -poco, a decir verdad- pero algo tengo que hacer, y para mi eso es como serle infiel. Yo me moriría de vergüenza si en medio de esa escena apareciera mi novia. Me sentiría reculpable. No podría tolerarlo. En cambio, si me encuentra con los “gatos”, nada. Si yo, salvo la plata, no puse allí nada de mí. ¿Qué me puede reprochar?

Julián. Cuando Julián estaba a punto de terminar la escuela secundaria con la medalla de oro asegurada y el campeonato nacional de counter stike en el bolsillo, no hacía otra cosa que soñar con el viaje de egresados. Bardo, descontrol, y la mejor oportunidad, el momento anhelado para su iniciación sexual. El regreso fue lamentable. “Un bajón”. Volvió del viaje de egresados sin más gloria que la gloria de haberse emborrachado. Y no sólo él. Pasó lo mismo con casi todos sus amigos. Entonces, cuando el fin de semana siguiente Felipe, uno de ellos, se quedó solo en la casa porque los padres viajaron, contrataron a una puta, una de esas que aparecen en el rubro 59 de Clarín. La recibieron, era una negra dominicana fea y gorda, dice, la hicieron pasar al dormitorio y uno a uno cantó presente allí.

Pasaron dos años desde aquella experiencia, Julián ahora tiene una novia de su misma edad con la que, claro está, tiene relaciones sexuales y “curte” con alguna que otra amiguita cada tanto pero aun así, no ha perdido el hábito de encontrarse con sus amigos para repetir la “hazaña” de aquella ceremonia inaugural.

Y el caso es que, a pesar que la liberación sexual de los sesenta aparentemente había vuelto anacrónica la práctica de iniciarse con prostitutas, no hace falta más que frecuentar los saunas de todo tipo que inundan la ciudad para comprobar que Julián y Felipe no son casos aislados.

Fue así, entonces, como la casualidad de tres sesiones sucesivas –Pablo, Ariel, Julián- contribuyó a que pudiera atravesar el límite de lo analizable, a romper las resistencias que me impedían ver un poco más allá de lo convencional. Y hubo otro hecho casual que fue determinante. Cayó en mis manos (en mi pantalla) L'homme en question. Le processus du devenir-client de la prostitution , una investigación realizada en Francia y auspiciada por el Mouvement du Nid . A la presentación que hizo de esta investigación Saïd Bouamama (sociólogo del IFAR, l´institut Intervention, Formation, Action et Recherche ) el 18 de octubre de 2004, asistió Nicole Ameline, la Ministra de la Paridad y la Igualdad Profesional.

La investigación se basó en una encuesta de opinión pública - Les clients en question - una de las primeras acciones lanzadas en el 2002, llevadas adelante por el Mouvement du Nid para la prevención del clientelismo de la prostitución. Después de dos años de iniciada; después de haber distribuido 150.000 cuestionarios a lo largo de todo el país, los 13.000 cuestionarios respondidos (por mujeres y varones) por correo postal -o, a través del sitio de Internet prostitutions.info- sirvieron para caracterizar los prejuicios más habituales que sostienen los clientes acerca de su afición a las putas en vistas a elaborar proyectos de prevención.

Dato significativo fue el reconocimiento que, más allá de la diversidad de respuestas contenidas en los 13.000 cuestionarios, las concepciones que sostienen las mujeres se superponen con la de los varones. Es probable que las mujeres reconozcan más enfáticamente el carácter inaceptable de la prostitución, que la condenen más severamente que los varones, pero ambos (varones y mujeres) coinciden en que la prostitución es una fatalidad inevitable y una necesidad ineludible de los varones. Solo de las respuestas de las mujeres jóvenes se desprende el valor negativo del clientelismo como derecho exclusivo de los varones desde que refuerza la inequidad entre los sexos y conspira contra la posibilidad de construir relaciones más igualitarias entre hombres y mujeres. De ahí que, cuando se apeló a proyectos para prevenir el clientelismo, si bien surgieron iniciativas que pasaban por diferentes formas de penalizar a los clientes, triunfaron, sobre todo, aquellas medidas educativas destinadas a lograr una mayor igualdad entre los sexos. Igualdad que se instale allí donde las representaciones arcaicas acerca de la sexualidad -masculina, animada por deseos irrefrenables, y femenina: débil, inexistente o, por el contrario, siempre insatisfecha- impiden la emancipación.

La investigación consistió, también, en centenares de entrevistas semidirectivas realizadas a varones que voluntariamente aceptaron participar del proyecto y que espontáneamente se prestaron para responder. Fueron convocados a través de avisos que aparecieron en los diarios (también en periódicos de distribución gratuita) bajo la siguiente consigna: “el clientelismo es una construcción social y no, producto de una tara individual pasible de ser curada o reprimida. ¿Está usted dispuesto a participar en una investigación sobre prostitución?”

 

Del análisis de las entrevistas se pudieron extraer algunas conclusiones:

• Que la mayoría de los varones, clientes habituales de las prostitutas, no pertenecen a edades avanzadas ni son jóvenes acuciados por la erupción hormonal típica del ciclo vital que supone una exigencia libidinal excesiva, sino que son varones entre treinta y cinco y cincuenta años que viven en pareja. Entre ellos el 55 % tenía uno o más hijos.

• No obstante, a pesar de que los investigadores habían renunciado de entrada porque daban por sentado, en función de lo extendida que estaba esta práctica, que era imposible formular una tipología de los clientes, las conclusiones reparan en ciertas determinaciones a las que recurren los entrevistados para fundamentar su afición a las prostitutas.

• Una de ellas es la abstinencia sexual y la soledad afectiva. De modo tal que la mayoría de los clientes habituales y los consumidores ocasionales explican su debilidad por las prostitutas en función de su timidez, del temor a las mujeres o por otras inhibiciones. Ubican el by pass a la prostitución cuando el contacto con las mujeres verdaderamente deseadas se les ve dificultado. Del desempeño en las entrevistas surge que la falta de confianza en sí mismos, la baja autoestima, heridas narcisísticas provenientes de desengaños amorosos, yacen debajo de la explicación que apela a los contactos fáciles que la prostitución ofrece. Siendo la primera causa para devenir cliente con el 75 %, la abstinencia sexual y la soledad afectiva se constituye, así, en la principal estrategia de justificación que instala a los clientes en el lugar de víctimas. Entonces así, como víctimas de sus propias insuficiencias, aspiran a hacerse perdonar la afición por las putas y pretenden, también, aportarle un sentido aceptable a sus prácticas.

• La investigación revela que la segunda causa a la que apelan los entrevistados es la desconfianza, el temor y el odio que les inspiran las mujeres. En este grupo se encuentran los varones que fundan su misoginia en experiencias conyugales desastrosas; esas guerras de los Roses , divorcios controvertidos, que vinieron a confirmar lo que siempre sospecharon: que las mujeres son todas interesadas, despiadadas, egoístas, complicadas e intrigantes. Es interesante observar que en éste nivel se agrupan los varones que culpan a la sociedad por el protagonismo y el poder que las mujeres están logrando. Son varones que responsabilizan al feminismo por la pérdida de los valores tradicionales al tiempo que añoran las épocas en que los hombres dominaban y ellas se sometían delicada y dulcemente a sus deseos.

• La tercera categoría incluye a los consumidores de mercancías, esos varones que son empujados a la prostitución -según dicen- por que sus mujeres los someten a una vida sexual insatisfactoria. Para ellos, un abismo separa a la compañera afectuosa y cariñosa que han elegido como madre de sus hijos, del personal mercenario que contratan para satisfacer sus necesidades. Al leer sus respuestas parecería que se hubieran aprendido de memoria el texto de Freud Sobre la degradación general de la vida erótica (al que aludiré más adelante), donde Freud afirma que, si la sensualidad de un varón ha quedado ligada en el inconsciente a objetos incestuosos o, dicho en otros términos, fijada en fantasías incestuosas inconscientes, esto se expresará de dos formas que pueden excluirse o coincidir:

• Como impotencia sexual que garantiza la represión de los impulsos incestuosos.

• Como afición a las prostitutas que garantizan un vínculo sensual dónde nada de lo cariñoso está presente. Esto es, una relación en la que la corriente erótica no ha de verse sacrificada en su totalidad a raíz de su proximidad con la corriente cariñosa, sino que queda libre de conquistar en parte, solo en parte, el acceso a la satisfacción en la realidad. Estos varones sólo pueden ligarse sexualmente con mujeres que ni por lejos evoquen los objetos incestuosos prohibidos ya que su vida erótica permanece disociada en dos direcciones: una encarnada en el amor al arte, en el amor divino, en la ternura, en el cariño desinteresado por el sexo y el dinero; la otra encarnada en el amor terreno, la atracción animal, la pasión interesada. Si aman a una mujer, no la desean y, si la desean, no pueden amarla. En las prostitutas buscan mujeres a las que no necesitan amar para poder desear.

A diferencia de los varones del grupo anterior, los que culpan a la sociedad y responsabilizan al feminismo por empujarlos al consumo de prostitución, éstos son varones escencialistas, varones que culpan a la naturaleza. Sostienen la convicción de que hay una naturaleza masculina y una naturaleza femenina y, como la sexualidad masculina necesita más satisfacciones que la femenina, se justifica que un varón tenga varias mujeres. Por lo tanto, se resisten a inscribir las relaciones sexuales con prostitutas como un signo evidente de infidelidad, ya que para ellos solo hay ahí un contacto puntual sin que circule afecto alguno.

• Una cuarta categoría incluye a los que explican el “consumo de prostitución” en función de cumplir con el imperativo de una sexualidad sin compromiso afectivo, sexualidad que elude cualquier tipo de responsabilidad que pueda devenir de un contacto con el “sexo opuesto”. Pagan para ahorrarse los problemas que toda relación afectiva supone y pagan para garantizar que sus descartables partenaires no desean otra cosa más que su dinero. El 43% de los encuestados adhirió a esta postura por considerarla una excelente elección para varones casados que, aun teniendo conflictos conyugales, no estaban dispuestos a correr el riesgo de una ruptura matrimonial.

• Finalmente, Bouamama identifica una categoría más: la que incluye a los adictos al sexo. Esos varones impulsivos y compulsivos que no pueden renunciar a éste tipo de encuentros fáciles e inmediatos, relaciones que no reclaman el pasaje por rituales de seducción y conquista y para quienes el sexo está ubicado en el lugar que la droga tiene para los adictos.

 

Ahora bien. Tal vez el dato más significativo que aporta la investigación es el siguiente: el 75 % de los clientes se declaran insatisfechos en las relaciones con las prostitutas. Un 59% se lamenta por padecer algún tipo de disfunción sexual que incluye a la eyaculación precoz, la impotencia o a la dificultad para eyacular. Mientras la mayoría se queja de experiencias que los dejan defraudados, desconformes y decepcionados, otros prefieren aceptar que se sienten ridículos y patéticos por tener que recurrir a la prostitución. Así, los varones que tienen relaciones sexuales con mujeres degradadas (cito a Freud) “evidencian claros signos de no hallarse en dominio pleno de su energía instintiva psíquica que se muestra caprichosa, fácil de perturbar, incompleta y, muchas veces, poco placentera.” Y ésta considerable limitación en la elección de objeto, se debe a la distancia que mantiene con la siempre anhelada corriente cariñosa. “No me abraza ni me besa de verdad, y me despacha no bien termina el tiempo del acuerdo” resiente uno de los entrevistados.

 

La investigación de Bouamama es una fuente inagotable de datos que pueden ser leídos desde diferentes disciplinas y que sería de gran utilidad replicar en los demás países. Pero lo que me interesa señalar aquí es que las relaciones sexuales con prostitutas (me refiero exclusivamente a aquellas en las que está presente el intercambio de sexo por dinero) tanto refuerzan como desmienten los estereotipos convencionales de aquello que se entiende por masculino y femenino. Tienen, si se quiere, un cierto carácter innovador. La atribución de la actividad para todo aquello que se identifique como masculino; la asociación de la pasividad con lo femenino, queda desmentida allí donde el varón se instala en el lugar pasivo del hijo o del alumno ante la prostituta. Uno de los motivos frecuentemente invocados por los clientes -el acceso a las relaciones sexuales con mujeres a las que no podrían conquistar por otros medios- caduca cuando eligen prostitutas alejadas del ideal estético. Y los reparos que los varones tienen a mantener relaciones sexuales cuando sus mujeres quedan embarazadas y, aun después del parto, atribuido a inhibiciones referidas al objeto sexual maternizado y, por lo tanto, prohibido, resulta contradictorio con la experiencia de prostitutas que, a medida que progresa su embarazo, se ven más solicitadas por parte de los clientes, de modo tal que, muchas veces, el embarazo puede inscribirse como atributo erótico. Si bien es cierto que los prejuicios patriarcales le atribuyen al varón un “instinto” irrefrenable aliado a una cuota de sadismo y de violencia que los clientes suelen desplegar con las mujeres que cobran para soportarlo, el reclamo a las prostitutas “disciplinarias” de penetraciones y de castigos como fuente de placer, posición masoquista totalmente reñida con el ideal de virilidad, es más frecuente de lo que generalmente se supone. De igual modo, si las convenciones vigentes pretenden un varón experimentado que inicia y enseña los secretos del sexo a una mujer, la “sabiduría” queda del lado de la mujer en el caso de la prostitución.

La presencia del dinero no es un dato menor ni una presencia contingente en el acuerdo. El pago garantiza que el deseo de la mujer quede siempre en suspenso. Aun en aquellos casos en los que se aspira a que la prostituta llegue al orgasmo como evidencia del placer recibido para exclusivo beneficio del narcisismo del cliente, lo más anhelado por los varones -ser objeto del deseo de una mujer- es lo más temido. La pasión sexual a precio fijo y por un lapso de tiempo pautado, la condición de descartable convierte a la prostituta en prima hermana de la esposa frígida. Ambas -frigidez y erotismo comprado- se encargan de atenuar el temor del hombre al cuerpo y al deseo de la mujer. El diálogo entre l a prostituta novata y la veterana lo denuncia, así.
-Ese hombre era tan buen mozo que me habría acostado con él gratis.
-Cariño, no te engañes. El no te ha dado dinero para que te acostaras con él. El te pagó para te marcharas no bien hubiera acabado.

Además, el pago no es condición para lograr lo que no se puede conseguir por otros medios. El pago es esencial en el caso de varones que disimulan la puesta en acto de un deseo sádico, la humillación ejercida, a partir del valor en el mercado de los “gatos” que usan.

La relación sexual es sólo un medio para ejercer el poder que la degradación del objeto amoroso como fin, testimonia. Cuando la dominación se ha erotizado, la explotación se ejerce para controlar y expropiar a las mujeres de su deseo. Pautado por horario, lugar y precio, el rendez vou con el cuerpo de una mujer vivido siempre como peligroso, sirve de pretexto para el despliegue de una escena totalmente ritualizada, simulacro de un encuentro sexual, parodia de una relación pasional, en la que todo esta puesto al servicio de la dominación, la denigración femenina (y por lo tanto de la humillación masculina), la recreación de un encuentro con el cuerpo de una mamá dónde el varón a veces se instala en el lugar de bebé (masajes, pasividad, succión del pene, danza del vientre de la odalisca, atenciones de la geisha), recibe castigos corporales infringidos por una mamá sádica cuando se porta mal y, en otras, ejerce el papel activo del violador autorizado. Hay algo de resto traumático de una seducción infantil que esta escena repite. En el culto de la virilidad, el ritual que tiene al prostíbulo de parroquia y a la prostituta por sacerdotisa, se despliega el intento fallido de convertirse en hombres.

Volnovich, Juan Carlos, Usos y abusos del poder adulto, en Volnovich, Jorge: Abuso sexual en la infancia . Lumen- Humanitas.

Volnovich, Juan Carlos, “Machos fieles de gran corazón”, Suplemento Futuro, diario Página/12, 24/9/1994, reproducido en diario Clarín 13/11/1994.

Volnovich, Juan Carlos, “Las figuras femeninas que transitan por el análisis entre varones”, El malestar en la diversidad. Salud Mental y genero , 2000, Santiago de Chile, Editorial Isis.

Derrida, J; Éperons, Les Styles de Nietzsche; Spurs: Nietzsche´s Styles . 1979, Chicago: University of Chicago Press: “La mujer es reconocida, afirmada como potencia afirmativa... No es que sea afirmada por el hombre, sino que se afirma ella misma, en ella misma y en el hombre.”

Bouamama, Saïd: L'homme en question. Le processus du devenir-client de la prostitution .

En http://www.mouvementdunid.org/les-clients-en-question-enqueste-d

http://www.mouvementdunid.org/les-clients-en-question-etude

 

Freud, S, Sobre la degradación general de la vida erótica , Obras Completas, López Ballesteros y Torres, Madrid. 1967.

Fecha de Edicion: 
Agosto / 2006