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Las relaciones de género: escenas de la vida contemporánea

 

I) Introducción

 

El campo interdisciplinario de los Estudios de Género, se articula con las teorías y prácticas psicoanalíticas para generar percepciones e intervenciones alternativas en la tarea clínica.

El objeto de este enfoque no se refiere a la feminidad o a la masculinidad, concebidas de modo insular, sino a las relaciones que se establecen actualmente entre varones y mujeres. Estos vínculos son considerados de modo simultáneo en su vertiente social y en sus aspectos intersubjetivos. Se articulan consideraciones referidas a las relaciones de poder tales como se observan en el contexto de una dominación social masculina que está en declive pero que aún no fue superada, con la atención dirigida al deseo, amoroso y/u hostil, que ha caracterizado la estrategia cognitiva del psicoanálisis.

Plantearé algunas situaciones vinculares que he observado en mi práctica como psicoterapeuta, -ya sea a través de encuadres individuales o en entrevistas de pareja-, y que considero significativas para una mejor comprensión de las tendencias contemporáneas en las relaciones que se establecen entre mujeres y hombres. En estos análisis, el énfasis debe oscilar entre la tradicional atención a los procesos intrapsíquicos, que mantiene su vigencia, y la consideración de los desenlaces de situaciones vitales relacionadas con nuestro actual contexto social y cultural.

 

II) Ansiedad de reinserción en las “esposas corporativas”

 

He tenido ocasión de atender algunas consultas realizadas por mujeres que se han casado con jóvenes ejecutivos que se desempeñan laboralmente en las corporaciones internacionales. Como resulta esperable en personas de nivel social medio o medio alto, ellas son universitarias, pero con frecuencia encuentran obstáculos en lo que constituye un hito de su existencia como adultas: su entrada al mercado de trabajo. Desarraigadas por seguir a sus esposos, que lideran el proyecto familiar merced a una elevada calificación obtenida en postgrados realizados en el exterior, se encuentran lejos de sus redes familiares de origen, y transitan en esa situación su edad reproductiva. Para las mujeres jóvenes, la inserción laboral, que de por sí es una tarea dificultosa durante el pasaje desde la adolescencia a la adultez, se complica, porque enfrentan el doble desafío de la profesionalización y de la maternidad. Si a esto se agrega el desarraigo con respecto del hogar de origen, la resolución de este desafío evolutivo encuentra obstáculos que a veces no pueden sortear.

Con frecuencia las jóvenes necesitan recurrir a sus madres cuando a su vez, se inician en la maternidad, no sólo como auxiliares prácticas, sino como sostén simbólico e identificatorio para el desempeño de un nuevo rol y el involucramiento en un vínculo que afectará profundamente su existencia psíquica. Si a la lejanía con respecto de la madre se agrega la escasa disponibilidad de un esposo que está más abocado a su carrera laboral que a los vínculos de intimidad, el aislamiento conspira contra un inicio en la maternidad que resulte satisfactorio.

En cuanto a la inserción en el mercado de trabajo, son pocas las que logran realizarla, por la dificultad para delegar el cuidado de los niños, y porque no existe el poderoso incentivo de la necesidad. En efecto, los ingresos altos que aporta el marido, permiten sostener un nivel de vida adecuado a sus expectativas, y es así como se fragua una relación de pareja tradicional. Las relaciones tradicionales (Meler, 1994), caracterizadas por el dominio masculino sustentado en una estricta división sexual del trabajo, resultan insatisfactorias y conflictivas en un universo cultural que aspira a la paridad entre los géneros.

Luego de volcar su propia necesidad de afecto y cuidados en un vínculo madre hijo donde la solicitud se suele hipertrofiar, estas pacientes se sienten con frecuencia insatisfechas y necesitadas de involucramiento en relaciones con adultos, tanto a nivel laboral como social. Es entonces cuando aparece lo que se ha denominado como “ansiedad de reinserción”, un padecimiento frecuente entre las mujeres con un alto nivel educativo.

Vueltas al país, o establecidas de modo estable en otro contexto, con los hijos ya escolarizados, enfrentan el desafío de realizar en un momento más tardío de sus vidas lo que no han logrado en la adultez juvenil. Este paso, que nunca resulta fácil, se ve ahora complicado por el desentrenamiento y por la aparición de fobias sociales y laborales. Existe entonces el riesgo de que se instale un circuito negativo entre las inhibiciones que restringen la expansión del Yo, y los estados depresivos que estas mujeres experimentan ante la disparidad existente entre sus proyectos y sus logros. He asistido a pacientes que han padecido depresiones severas desencadenadas por esta situación vital. En los años ochenta, se ha estudiado el circuito fóbico-depresivo en las amas de casa (Burin et. al., 1987); en el nuevo milenio lo he podido observar entre las jóvenes “esposas corporativas”.

Cuando nos encontramos ante depresiones graves, surge el interrogante acerca de los factores infantiles que han intervenido en la eclosión de esta patología. Efectivamente, existen, y es necesario explorarlos en cada caso, para hacerlos accesibles al análisis. Una paciente había padecido carencias de cuidados durante su temprana infancia, a las que se adaptó de modo formal para obtener el amor y la aprobación de sus padres. Pero esta estructura defensiva, consistente en una identificación con el objeto ausente, haciendo de madre para sí misma y para sus hermanos menores, claudicó en la adolescencia, generando una primera crisis depresiva. Durante su vida adulta, la situación familiar y laboral antes descrita desencadenó el estado que la trajo a la consulta.

¿Cómo se articuló el sufrimiento de la paciente con el estilo subjetivo de su compañero? Él ha sido educado en el contexto del imperativo del éxito que preside la construcción de lo que se ha denominado como “masculinidad hegemónica” (Connell, R.; 1996). Por lo mismo, ha desarrollado considerables capacidades en el ámbito del trabajo, pero su desarrollo emocional es precario. Asediado por fuertes deseos competitivos, y por las poderosas presiones y riesgos que acompañan a las metas elevadas y ambiciosas, su conexión emocional y su capacidad de empatía han sido escasas (Burin y Meler, 2000).

Su mujer anhelaba la compañía de la madre y ya conocemos que, mientras las esposas se suelen prestar para encarnar la transferencia materna de sus maridos, los maridos son habitualmente inadecuados para aportar a la pareja contención y cuidados emocionales que se asemejen a los maternales. En este caso, esa tendencia se manifestó de modo exacerbado, lo que incrementó el sentimiento de soledad de la paciente, ya fragilizada por sus experiencias tempranas.

Corresponde realizar aquí una reflexión acerca de la estrategia cognitiva que empleamos en los estudios psicoanalíticos. Estas consultas pueden eventualmente abordarse enfocando la atención en la segunda serie complementaria (Freud, 1915-1917), o sea en las experiencias infantiles. Tal enfoque no es incorrecto en sí mismo, pero considero que conviene realizar una articulación significativa con las circunstancias actuales por las que atraviesa quien consulta. Estas circunstancias no pueden reducirse a los aspectos subjetivos. Las redobladas exigencias culturales vinculadas con el imperativo del trabajo destinado al consumo, atentan contra el establecimiento de los lazos de apego y la provisión de los cuidados que los niños necesitan. Es entonces nuestro modo de vida en el tardo capitalismo lo que debe ser puesto en entredicho, tanto en la consulta, como en otras instancias colectivas.

 

III) Los divorcios “malignos”

 

Una crisis vital que actualmente se genera con frecuencia, consiste en la disolución de las familias por causa del divorcio. Atravesamos por lo que los estudios sociales han denominado como “segunda transición demográfica” (Lesthaeghe, 1994), y una de las características de este proceso es el aumento de los divorcios. Las uniones conyugales, que se establecen con aspiraciones a perdurar, se encuentran hoy fragilizadas a tal punto, que podemos considerar que atravesamos por un período de “monogamia sucesiva”. Recodemos que Morgan, un antropólogo evolucionista del siglo XIX (citado por Engels, 1884), consideró que ésta habría sido una etapa de la historia humana, superada por el establecimiento de otro período superior, de culminación evolutiva, la monogamia indisoluble. Hoy podemos sonreír ante esta ilusión de un desarrollo progresivo y lineal; la historia se ha encargado de desmentir cualquier aspiración a un punto de llegada donde la paz y la felicidad reinarían. De modo que nos encontramos nuevamente en el auge de lo que Morgan caracterizó como “matrimonio sindiásmico”, o sea una monogamia serial.

Pero existe una falta de sincronización entre las prácticas de vida y las representaciones, valores y emociones involucrados en las mismas. Aunque muchas personas se divorcian o separan, según la unión haya sido legal o por consenso, continúan sosteniendo aspiraciones a la perdurabilidad del vínculo conyugal y por lo tanto, de la familia construida sobre esta relación. Este anhelo de continuidad no sólo se nutre de representaciones colectivas propias de períodos históricos anteriores, sino que encuentra su origen en una tendencia psíquica característica de la infancia: los niños necesitan establecer lazos de apego. En la unión conyugal que se consolida durante la adultez, se aspira a reencontrar no sólo la pasión erótica, valorizada por sobre todo en nuestra época, sino también la perdurabilidad ilusoria del ámbito familiar de la infancia. Es por eso que tanto los adultos involucrados de modo directo, como los niños y adolescentes que padecen las consecuencias de la ruptura de la pareja conyugal, atraviesan por conflictos muchas veces desgarradores.

La denominación de “divorcio maligno” evoca al cáncer, y sostiene de modo implícito, que existirían “divorcios benignos”. Debo comunicar que son muy escasas las situaciones que haya conocido donde la disolución de la unión matrimonial transcurra de modo no lesivo para los sujetos involucrados en el núcleo que en adelante, pasará a ser una “constelación”, o sea un núcleo escindido en varias partes (Meler, 2013). Dado que estamos ante una tendencia social que por el momento va en ascenso, es de esperar que la construcción colectiva de una cultura del divorcio contribuya a atenuar este sufrimiento.

Para una mejor comprensión de lo que se juega en el conflicto, recurro al modelo que nos ofrece Hugo Bleichmar (1997) a través de su Enfoque Modular Transformacional. El autor propone una estrategia que clasifica las motivaciones subjetivas en los rubros de autoconservación, apego, sexualidad y narcisismo. Encuentro que el recurso a estas categorías no se contradice con la premisa freudiana que otorga importancia central a la psicosexualidad para la comprensión del conflicto psíquico, sino que la refina y permite análisis más sistemáticos.

Cuando se disuelve una organización familiar, la autoconservación de todos sus integrantes se pone en riesgo. Los varones pueden perder el uso de la vivienda que compartían, cuando esta no se vende para dividir el patrimonio, mientras que las mujeres, que en la mayor parte de los casos aportaban ingresos complementarios o dependían económicamente del cónyuge, sufren un desclasamiento que en ocasiones llega al desamparo. Estos no son indicadores meramente sociológicos, sino que tienen hondas repercusiones subjetivas, en tanto los afectados experimentan ansiedades de aniquilación, que pueden exceder en mucho los riesgos reales, pero que se sustentan en los mismos. Las batallas por los bienes involucran siempre otras cuestiones, pero eso no significa que no se luche también por la preservación del propio ser, al menos en los términos en que cada cual estima que la existencia es posible.

Así como los niños se apegan a quienes los asisten en su desamparo, los cónyuges que han convivido cierto tiempo, establecen fuertes lazos de apego, que en muchos casos sostienen el matrimonio pese al alejamiento comunicativo y erótico. Existe un antagonismo estructural entre el deseo, ávido de novedad, y el apego, que aspira a la estabilidad. Pero aún cuando hoy el deseo es soberano, el apego desgarrado genera un profundo dolor psíquico, aún entre quienes toman la decisión de romper el vínculo. Mucho mayor es el padecimiento del cónyuge que se siente abandonado o descartado, quien al trabajo de desapego, debe sumar el dolor de los celos y la humillación narcisista.

La sexualidad es la motivación más afectada en el aspecto manifiesto, ya que la relación de pareja es una unión sexual. La dominación social masculina promueve que el disfrute de la misma sea más accesible en principio para los varones, ya que pueden tomar la iniciativa y aspirar a unirse con mujeres menores en edad, tendencia muy marcada en las segundas nupcias. Las mujeres, si no son muy atractivas o desinhibidas, pueden tener dificultades para el ejercicio de su sexualidad en condiciones que estimen como satisfactorias.

Por último pero no menos importante, el narcisismo constituye una motivación prioritaria en nuestro tiempo, caracterizado por una elevada individuación y una intensa investidura amorosa de la imagen de sí. Para muchas mujeres, la pérdida del estatuto de esposa implica todavía una lesión a su autoestima, ya que persiste la valoración tradicional del hecho de haber sido elegida por un varón para compartir su vida. Existe una diferencia marcada en el modo en que ambos géneros experimentan la soledad. En las mujeres, la circulación social sin un compañero todavía se acompaña en muchos casos por una sensación de minusvalía que puede generar fobias sociales. Los varones, como colectivo, han logrado un grado mayor de individuación. El hábito de circular en soledad por ámbitos laborales les otorga mayor desenvoltura, y su estado solitario es percibido por los terceros como una opción libre, no como una desventaja. Pero en los casos en que la decisión del divorcio ha sido tomada por la mujer, la humillación masculina es mayúscula, en tanto se experimenta el abandono como un cuestionamiento de la virilidad, que como se sabe, es un puntal de la autoestima masculina.

Como puede advertirse, los vínculos entre los géneros atraviesan por dificultades específicas en el contexto cultural postmoderno del Occidente desarrollado. Quienes replican los modelos tradicionales bajo nuevos formatos, padecen sufrimientos psíquicos sintomáticos. Aquéllos que rompen los vínculos en una búsqueda innovadora de realización personal, sufren y hacen sufrir las consecuencias del conflicto.

Finalmente, un sector de la población juvenil femenina, afronta dificultades inéditas para construir vínculos amorosos y familiares. Pero eso será tema de otra comunicación.

 

Irene Meler

Doctora en Psicología

iremeler [at] fibertel.com.ar

Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA). Directora del Curso de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA y UK). Codirectora de la Maestría en Estudios de Género (UCES).

 

Bibliografía

 

Bleichmar, Hugo: (1997) Avances en psicoterapia psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós.

Burin, M. et al: (1987) Estudios sobre la subjetividad femenina. Mujeres y salud mental, Buenos Aires, GEL. Hay una reedición de la Librería de las Mujeres.

Burin, M. y Meler, I. (2000) Varones. Género y subjetividad masculina, Buenos Aires, Paidós. Hay una reedición de la Librería de las Mujeres.

Connell, R.: (1996) Masculinities, Cambridge, Polity Press.

Engels, F. (1884) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, México, Nuevomar, 1984.

Freud, S: Conferencias de introducción al psicoanálisis, (1915 – 1917), “23ª conferencia: “Los caminos de la formación de síntoma”. Vol. XVI.

Lesthaeghe, R. (1994). “Una interpretación sobre la Segunda Transición Demográfica en los países occidentales. Demografía y políticas públicas”. EMAKUNDE. Vitoria, Instituto Vasco de la Mujer: 9-60.

Meler, Irene: “Parejas de la Transición. Entre la Psicopatología y la Respuesta Creativa”, en Actualidad Psicológica Nº 214, “Las relaciones de pareja”, octubre de 1994.

-----------: (1998) “Amor y convivencia entre los géneros”, en Género y familia, de Burin, M. y Meler, I, Buenos Aires, Paidós.

-------: (2013) Recomenzar. Amor y poder después del divorcio, Buenos Aires, Paidós.

 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2013

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