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MATAR A LOS JÓVENES, MATAR LOS SUEÑOS...

 

La llamada Masacre de Once, que dejó como saldo cientos de muertos a consecuencia del  incendio perpetrado en la discoteca “República de Cromañon” durante el recital que la banda de rock “Callejeros” dió el 30 de Diciembre de 2004, ha provocado un profundísimo dolor. Asimismo, ha abierto otra oportunidad para que se expresen distintas posiciones para una antigua polémica, acerca de si en los conflictos humanos existen culpables e inocentes, o si por el contrario todos somos responsables.

El propósito de este análisis intenta desenmascarar los mecanismos que el sistema económico- social en que vivimos emplea para ocultar las causas que  originan este tipo de tragedias, poder pensar en como detener el siniestro ciclo de repeticiones que pareciera no tener fin, y discriminar algunos conceptos que se presentan como confusos en medio de la perversa vorágine informativa en relación al tema.

EL ARTE DE “CALLEJEROS”.

Nos decía Enrique Pichon Riviére[1] que, como cualquiera de sus semejantes, el artista tiene que abordar los problemas que se le presentan. La diferencia radica en que suele anticiparse. Por tanto, se le adjudican características de  agente de cambio. Lo cual favorece el desplazamiento sobre sí de todos los resentimientos, fracasos, miedos, sentimientos de soledad e incertidumbre de los demás; como si fuera el portavoz de todo lo subyacente aún no emergido. Inmediatamente es elegido como perturbador de una tranquilidad anterior. Tanto el plástico como el poeta serían seres de anticipación, y por esto, víctimas de verdaderas conspiraciones organizadas contra el cambio, contra lo nuevo, contra lo inédito.

 Considero posible extrapolar estas apreciaciones sobre otros artistas como el actor o el músico. Incluso el de rock. Movimiento artístico surgido a fines de los años 50’, que alcanzó repercusión mundial a partir de Los Beatles en los años 60’. Expresión fundamentalmente contestataria de una generación nacida durante la Segunda Guerra Mundial, que se oponía a la hipocresía y rigidez de una sociedad antropófaga productora de sujetos con serias dificultades para desafiar lo establecido, para disfrutar apasionadamente de la vida,  que ignoraba la creatividad y poder transformador de la juventud[2].

El rock argentino nace justamente en ese período y ha proliferado exponencialmente a partir de los 80’. Desde Moris, Litto Nebbia y Spinetta, pasando por Vox Dei y el genial Charly García, hasta la aparición de Fito Paéz y los Redonditos de Ricota, es impresionante el nivel de desarrollo que este movimiento adquirió. En la actualidad bandas como Divididos, La Bersuit o Los Piojos acaso sean las más representativas, aunque es preciso aclarar que han tenido su origen a principios de años 90’.

A mediados de esta década, y en medio de la inmensa fragmentación social generada por el menemismo, resurgen una serie de bandas ligadas a los suburbios, que resisten estoicamente los avances de la cumbia y del rock hipercomercial. En ese contexto aparece  “Callejeros”. Esta banda formada en Villa Celina en 1995, que alcanzó en 2004 su consagración como banda revelación, que llevó 10.000 personas a Obras (cifra única para una banda debutante en ese estadio), que no se valió de más difusión que del boca a boca, negándose a dar notas y a aparecer en medios masivos; de alguna manera reivindicó cierto idealismo, promoviendo el retorno del rock con mensaje (desbaratado y vulgarizado por los traficantes de ritmos entre los años 80’ y 90’).

Acaso sirva de testimonio, el impacto que tuvo para quien escribe el haber escuchado por vez primera una canción de esta banda en la radio. Habiendo demorado varios días en averiguar el nombre de la banda y la canción en cuestión, debí reconocer que hacía muchos años que desde el rock no me era transmitida una emoción tan intensa, de tanta energía vital, exorcizando tanto dolor. Con una impecable poesía identificada con la incertidumbre que en pleno tercer milenio (y en pleno tercer mundo), enfrenta cada día el hombre de la calle, que a pesar de todo no se resigna a “vegetar”. Un dolor inmenso, que al ser expresado con  “discepoleana” pasión por el  “Pato” Fontanet, nos devolvía , sin embargo, el placer y el deseo de luchar por el derecho a vivir.

En esos días, en que buscaba saber quienes eran esos muchachos que tanto “conmovieron” de mi interiorioridad, traté de capturar la sensación despertada. Y releí al Dr. Alfredo Grande[3], cuando nos decía que el arte es una descarga de afectividad que incluye tres dimensiones: la belleza, la intensidad y la armonía, que si bien pueden ser transformados en su contrario: lo siniestro, lo tenue y lo extravagante; cuando es arte verdadero conmueve. Que esta conmoción puede ser el llanto, la risa, el temblor o la “piel de gallina”, pero nunca la indiferencia. Que el arte verdadero se apoya en el nivel fundante de la realidad. Que toda experiencia estética es para el sujeto atravesar una situación límite. Que el arte verdadero “nos parte la cabeza”, como el amor. Que el arte crea otra realidad que podemos mirar, tocar, oír, cantar, oler, escribir, pintar...pero que no es artista el que quiere, sino el que puede.

Estimo que los muchachos de “Callejeros” han podido hacerlo. Y muchísimos jóvenes captaron eso mismo que también pude captar. Tal vez no sea casual, que algo de esa depositación masiva o conspiración colocada sobre la figura del artista de la que hablaba Pichon Riviére, haya tenido algo que ver con la masacre de República Cromañon.

EL MONO DEL AÑO 2000...

“... porque el hombre de hoy es el padre del mono del año 2000...” (Joaquín Sabina, 1990).

Una nota de José Pablo Feinman, titulada “Crueldad y cinismo”, aparecida en Página Doce cuenta acerca de cómo Chabán y los suyos eligieron el nombre de la disco en cuestión. La idea era armar un boliche para pobres. Ensayar un suerte de descenso a las cavernas, a lo primitivo, una especie de planeta de los simios. Un boliche no para ciudadanos, sino para simios. En consecuencia, se explica porque había techos con material inflamable en un lugar donde era moneda corriente lanzar bengalas. O porque no se garantizaba la seguridad básica. Al fin y al cabo, había motivos para cuidar la vida de esos simios pre-históricos???

Obvio que no. Pero sí para lucrar con ellos. Contribuir a que aparezcan. Reprimirlos cuando traen problemas. O incluso facilitar su eliminación.

En este contexto podemos ya intuir quien es la verdadera bestia.

UNA NUEVA NOCHE...FRÍA ???

“Voces solo voces, como ecos; como atroces chistes sin gracia. Hace tiempo escucho voces... y ni una palabra...// Y mis ojos maltratados se refugian en la nada y se cansan...de ver un montón de caras y ni una mirada...”

En estos primeros días del año en que desfilan opiniones sin análisis, como así diferentes análisis más y menos lúcidos de renombrados especialistas. En que se lucra desde los medios de comunicación con impúdicos registros del dolor. En que diversos sectores tratan de sacar rédito político, exigiendo la renuncia de tal o cual autoridad, funcionario o inspector. Como así también culpando a los empresarios, o a los encargados de seguridad del grupo, o a quien arrojó la bengala que hizo arder la  disco, al rock atrapado por la maquinaria del consumo, o a la totalidad de los argentinos. Acompañado por el canto desesperado[4], y acaso profético, de  “Callejeros”, me permito compartir algunas reflexiones.

En una interesante intervención radial, Alfredo Grande[5] diferenciaba tres niveles de análisis: el dispositivo, la organización y la institución. El primero atribuye al instrumento propiamente dicho (la bengala), o a quien la lanzó (el inadaptado de turno), el factor causal del desastre. El segundo profundiza en la forma que toma el contexto o materialidad circundante, las instalaciones del boliche que dio lugar a la trampa mortal (con elementos inflamables, sin salidas de emergencia, o habilitaciones inexplicables). El tercero va más allá, se dirige a la lógica de fondo. Aquella que persigue solo la relación costo-beneficio, que no le interesa invertir en seguridad, que va tras la máxima ganancia posible. Y, por ende, permite la superpoblación del recinto. Y que en esa patológica sed de dinero, no escatima en coimear a los funcionarios que sean necesarios. Esa lógica del lucro, propia de las “empresas fantasma” del capitalismo mundial integrado, que gana a costa de que otros pierdan. Incluso la vida. Lógica empresarial de un modelo que una vez más nos muestra que no cierra sin muerte.

“Una nueva noche fría en el barrio, los tranzas se llenan los bolsillos. Las calles son nuestras aunque el tiempo diga lo contrario// Y los sueños no soñados ya se amargan la garganta y se callan...y eso casi siempre (o siempre), les encanta....”

La escritora Aída Bortnik[6] enumeraba como a través de los miles de desaparecidos, de los pibes de Malvinas, de la represión policial, o del incendio de una disco, parece reiterarse una especie de conjuro macabro, por el cual a cada nueva generación de jóvenes le inventamos cada diez años una nueva forma de muerte. En este contexto de terrorismo económico “matar a los jóvenes” se vuelve una consigna y un símbolo, que más que a los jóvenes en sí elimina hijos, nietos, esposas o novias, padres, abuelos, tíos, primos, amigos y hermanos. Seres amados. Gente sensible que sueña. Matar a los jóvenes tiene que ver en realidad con matar los sueños de gente que se resiste a morir en vida.

El ordenamiento económico-social genocida viene empleando desde hace tiempo variados instrumentos  para eliminar a esa gente[7]. Sus cabezas visibles jamás reconocerán públicamente que es gente que sobra, pero contribuirán a su exterminio. Ya sea directamente con armas, con planes económicos donde se multiplica el número de excluidos (que abarca la eliminación de sus proles con la desnutrición resultante). Creando condiciones para que los sobrevivientes, sino aceptan el modelo, sean nuevamente eliminados por los agentes de seguridad, o se suiciden. Eso es lo que quieren. Que la gente que les sobra se mate entre sí. Y que nadie lo vea.

Van quedando pocas sonrisas, prisioneros de esta cárcel de tiza. Se apagó el sentido, se encendió un silencio de misa...// Menos horas en la vida, más respuestas a una causa perdida...de porque los sentimientos mueren con el día...”

Se dice que muchos seguidores de “Callejeros”, desoyeron con un cántico de repudio la advertencia de Fontanet, que no arrojasen bengalas. Algunos periodistas, hablan de delirios suicidas. Si la masacre de Cromañon tuvo algo que ver con algo del orden del “acting suicida”, quisiera recordar una investigación sobre el tema, realizada por el psiquiatra inglés Erwin Stengel. En la misma había concluido: 1) Que nadie se mata a no ser que haya renunciado a la posibilidad de ser amado, 2) Que nadie se mata a no ser que haya querido matar a alguien. Y, he aquí, el punto más escalofriante: 3) Que nadie se mata a no ser que su muerte haya sido deseada por alguien.

Cuando meses atrás ocurrió la Masacre de Carmen de Patagones, poco fue lo que se dijo que en esa ciudad había un altísimo porcentaje de suicidios de jóvenes. La lógica genocida sigue haciendo efecto. Y es importante que veamos, que ante este “status quo” promovido por una sociedad que no cuida la vida en ninguna de sus formas, cada suicidio oculta un homicida prófugo, altamente peligroso. Que seguramente tiene buena presencia, se expresa bien y  huele mejor. Pero por sobre todo no es una sola persona, ni un dispositivo, ni una organización. Se trata de una institución, que atraviesa sin embargo, en todos y cada uno de nosotros. Una institución que desea la muerte joven, pero se vale de organizaciones y dispositivos para que otros le den el gusto.

“Solo como un pájaro que vuela en la noche, libre de vos...pero no de mí // Vacío como el sueño de una gorra, lleno de nada...sin saber donde ir // Duro como un muerto en su tumba que murió de miedo...por el valor de vivir...”

El riesgo mayor sigue siendo caer, como nos dice la psicoanalista Silvia Bleichmar[8], en la “dilución de responsabilidades”, que llevará una vez más al: “acá no pasó nada”. Y luego a una nueva masacre. Es absolutamente necesario repartir entre los inocentes, la inocencia. Entre los responsables, los grados de responsabilidad que correspondan. Y entre los culpables, la culpa. Pero, por sobre todo, es fundamental que no permitamos que se vuelva a decir que todos somos culpables. Porque de ser así ese asesino serial, que ya se ha erigido en  institución, seguirá robándonos los sueños, seguirá vaciándonos por dentro y por fuera, seguirá conspirando contra nuestros artistas más auténticos, seguirá generando confusión, y seguirá matando a nuestros jóvenes...también a los de ayer.

Las nubes no son de algodones, y las depresiones son maldiciones. Te van distrayendo, te enrosca, te lleva y te come// Te lastima y no perdona... y en algún lugar te roba la cara, la sonrisa, la esperanza, la fe en las personas...”

No somos todos culpables, pero la mayoría somos damnificados por la lógica homicida que matando a los jóvenes, pretende matar nuestros sueños, y nuestra esperanza de vivir dignamente. Para evitar darles la razón a los profetas del eterno retorno resulta clave –por honor a nuestros muertos de ayer y de hoy- que haya una reparación simbólica. Solo será posible si se castiga a los verdaderos culpables de las hasta ahora impunes e interminables masacres cotidianas. Y acaso así, vayamos recuperando la fe en las personas.

· Psicólogo Clínico, Centro Cooperativo de Salud Mental ALETHIA (Mar del Plata).

[1] “El proceso creador”, Texto del catálogo de la exposición de Oscar Capristo, Galería Riobó, Buenos Aires, Octubre de 1966.

[2] Cabe acotar que este movimiento aparece en un momento donde el psicoanálisis, el surrealismo, el existencialismo, los poetas de la generación beat, y los diferentes movimientos políticos de esa época, cuestionaban abiertamente los principios de un orden social capitalista, incipientemente globalizado y opresor.

[3] “Encontré una lapicera”, texto publicado en el suplemento de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo del diario Página Doce (Febrero de 2001).

[4] “UNA NUEVA NOCHE FRÍA”, Callejeros, 2003.

[5] “Marca de radio”, conducido por Eduardo Aliverti (8 de Enero de 2005).

[6] Revista Veintitrés,  N° 339, 6 de Enero de 2005.

[7] “Y experimentan nuevos métodos nuevos métodos de masacrar...sofisticados y a la vez convincentes...” (“ALGO PERSONAL”, Joan Manuel Serratt, 1982)

[8] “Cromañon, culpas no; responsabilidades”, Diario Clarín, 5 de Enero de 2005.

 

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Articulo publicado en
Abril / 2005

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