Oscar Sotolano

Presentaciones de la primera edición de La alegría de lo necesario

Presentación en el Segundo Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos de la Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo

 

Oscar Sotolano:

Presentar o comentar un libro, por cierto dos actividades diferentes, es siempre una tarea grata, delicada y complicada a la vez. Más grata, delicada y complicada, cuanto más le ha interesado a uno el libro a comentar o presentar. En este sentido, hoy me siento frente a una tarea muy grata y, entonces, igualmente delicada y complicada. Es que el libro de Carpintero es un libro con muchas vertientes, todas vivificantes, que plasma en su propia estructura textual la teoría que postula y las pasiones (alegres y tristes) de su autor. La alegría de lo necesario es un libro consecuente: texto, teoría y autor confluyen con el vigor de un carpintero enérgico para poner la prensa o golpear con el martillo, pero también cuidadoso y hasta refinado cuando de hacer molduras se trata. La alegría de lo necesario es un libro comprometido como su autor, que decide presentarlo en esta emblemática casa, escrito con el caótico vigor racional (impulsado por lo que él llama la razón apasionada) que postula a lo largo de sus páginas, escrito, me apropio de su manera de decirlo, " con palabras encarnadas en un cuerpo que las lleva a la acción". Ese es el primer motivo por el que el libro me gustó, por eso me siento honrado y así responsable acerca de lo que vaya a decir acerca de él. Por supuesto, es relativamente fácil explicar por qué comentarlo o presentarlo es una tarea grata: basta recordar que si un buen libro debe ser siempre bienvenido, mucho más necesario se hace esto hoy en la medida que aporta nuevas fuerzas a la lucha contra la cultura de la brutalidad y la chabacanería que el capitalismo cada día produce y fomenta con más ahínco, incluso entre aquellos que lo combaten. Carpintero nos trae la cultura de Spinoza en la época de la cultura de Barylko. Carpintero retrabaja la cultura de Freud en la época de la cultura de Bucay. Yo espero fervientemente que aunque en todas las mesas de la librerías de Buenos Aires, y por lo general del mundo, ustedes se encuentren con pilas de libros de Barylkos y Bucays siempre busquen en los anaqueles perdidos o reclamen ante los vendedores perplejos, los libros de Spinozas, Freuds y Carpinteros.

Ahora bien, por otro lado, la complicación proviene de esa diferencia que hice entre presentarlo y comentarlo (disyuntiva ante la que siempre me encuentro cuando me han invitado a momentos importantes como éste). Es que comentarlo supone, a mi parecer, anteponer demasiado sobre las líneas del autor el propio libro potencial de quien lo comenta. En este caso: que en nombre de hablar de el libro de Carpintero, Sotolano termine hablando del libro de Sotolano. De ese modo, el comentario de un libro termina, en lugar de realzándolo, opacándolo. Es que un comentario corre, a mi parecer, dos riesgos mayores: primero, sesgar demasiado la lectura que futuros lectores puedan hacer del libro original, colocando una lente, más o menos potente según esas aleatorias razones de la transferencia, que cambiará la formas hasta límites insospechados. El comentario, en la medida en que exige meterse en los intersticios del texto, corre el riesgo de transformarse en una mano que mostrando el camino no deje ver el camino sino la mano del guía. No en vano, muchas veces ocurre que algunos comentarios toman tal relieve que, por creativos y exhaustivos, terminan haciendo que nadie recuerde el libro sino el comentario. Y, en mi opinión, este libro no merece que los lectores se pierdan la oportunidad de disfrutarlo. De mantener su propia relación crítica con el texto, de discutir lo que crea que debe ser discutido, de dejarse llevar por las múltiples ofertas de diálogo y discusión que el texto de Carpintero propone. De tomar en serio el espíritu que transita el texto (independientemente de cada uno de los temas que aborda): la defensa a ultranza del pensamiento crítico como condición de un pensamiento creativo. El mejor modo de leer su texto, para respetarlo, es en mi opinión no hacer lecturas complacientes o académicas. Ese es uno de mejores reconocimientos que se le puede hacer: tomar en serio lo que en el texto, pero también en la vida, Carpintero practica, la crítica como modo de la apropiación y producción de pensamiento. Tan consecuente es Carpintero en esto que me ha honrado invitándome a esta presentación cuando sabe que no compartirmos algunas cuestiones que trabaja en su texto. Fundamentalmente el modo de entender la pulsión de muerte, con todas las consecuencias que conlleva, y mucho menos, en un momento lo discutimos expresa y apasionadamente en el Foro de los sueños de Topía, la cuestión de la utopía. Pero Carpintero no escribe para que pensemos como él sino para que pensemos, con él y contra él, pero pensemos juntos. Porque Carpintero reconoce allí un bastión de la lucha humana contra la pulsión de muerte (la entendamos como la entendamos) y allí no tenemos diferencias.Es justamente con estas cuestiones que se articula el segundo riesgo, al que antes aludía, que conlleva comentar: me refiero al comentario académico. Un comentario donde se pretende resumir de un modo ordenado las propuestas de un autor. Marcar sus ejes centrales, sus contradicciones y aportes fundamentales, y el contexto histórico de producción del texto. En mi opinión, esos comentarios suelen ser doblemente letales para los textos que comentan: o de tan prolijos, pasteurizan el texto original, o de tan minuciosos ahorran la voluntad de leerlo, terminan funcionando como pequeños Lerús que dan la sensación de saber sobre ese autor sin haberlo leído. Permiten hasta dar una clase sobre un autor, tocando todos los puntos centrales de su pensamiento, sin haberlo leído jamás. Son comentarios que en lugar de abrir a un texto, cierran definitivamente el acceso a él. Esto es particularmente complicado hoy en día cuando la lectura se ha futilizado a un ritmo vertiginoso comparable a la evanescencia misma de la circulación financiera. Hoy leemos rápido y mal, artículos breves que soporten la incomodidad de la pantalla en la P.C., y la exigencia de un mundo de revistas, diarios e imágenes. Ese proceso del pensamiento donde la pausa y el libre discurrir son su condición, son avasallados por la cultura rápida del eslógan. Hasta a los pensamientos más complejos se le pide estructura textual de marketing. Por eso este libro, en mi opinión, le hace ganar mucho a los artículos que lo nutren. La mayoría son artículos aparecidos en Topía, muchos de ellos ya los había leído en otros momentos, pero puestos en sucesión no suman aritméticamente sino que potencian de modo geométrico aquello que en su momento pudieron querer poner en cuestión. Porque el libro, ese discurrir por diversos senderos, donde a veces se va a los trancos y por momentos se produce una pausa densa o espectante, es en sí mismo una propuesta de pensamiento en acto. Propuesta de lectura que hoy no se promueve, o sí, pero con cierta buena voluntad un poco patética repartiendo cuentos en las tribunas de fútbol. Ya podemos imaginar a los frustrados hinchas de River al grito de "Pellegrini traidor, Pellegrini traidor, que nos traigan a Borge para dar esibición". Es porque la recuperación de la lectura profunda, es decir pausada, me parece hoy un desafío difícil de resolver, que me propuse que ningún comentario mío obstaculice la aproximación profunda y pausada que el texto se merece. Borges (cuando era escritor y no técnico de fútbol) solía decir que toda biblioteca guarda su libro no leído; hoy, me temo, habría que invertir la frase y decir: toda biblioteca guarda algún libro leído. Ante ese panorama, el propio libro de Carpintero se abre a la lectura de otros libros. Nos llena la biblioteca posmoderna de la circulación ligera, el mandala y el incienso, con libros que se van tejiendo en una red que se expande y que a su vez soportan el libro de Carpintero mismo. Esa es otra de las cuestiones que le debo a este libro, y por lo cual decido no comentarlo, sino presentarlo, en todo caso ponerlos frente a frente con él para que después lleguen hasta donde lleguen. Gracias a su libro, Carpintero me ha convencido de leer a Spinoza, cosa que nunca había hecho, más que una lectura muy superficial de su libro sobre la Etica. Enrique me lo recomendó varias veces, pero fue su libro el que me convenció, no él. Gracias a su texto, a la apertura que propone su texto es que ya me encuentro internado en el Tratado Político. Y este no es un mérito menor de un libro. Funciona como las mejores interpretaciones, sirven si amplían el campo asociativo, no si se cierran a una explicación omnipresente.Porque La alegría de lo necesario es un libro abierto, en el sentido de la Obra abierta de Eco. Pero una obra abierta que nada tiene que ver con la interpretación posmoderna, deconstructivista que hizo de la subjetividad del lector el amo de un texto. Sino de la obra abierta que hoy el mismo Eco trata de acotar, cuando en Interpretación y sobreinterpretación dice que si bien puede haber infinitas interpretaciones de un texto, éstas no pueden ser arbitrarias. Que hay en algún punto, intención del texto, más allá de que en el lector puedan surgir retroactivamente infinitas lecturas posibles. Haciendo una humorada de las que suele hacer Eco, que alguien podría interpretar La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, como un recetario de comida china, pero seguramente su interpretación no sería tomada demasiado en serio, salvo que ese recetario fuera una muy ingeniosa metáfora o alegoría de lo que el texto postula. Una suerte de Ars Higiénica como se llama una extraordinaria obra de teatro que se da por el Abasto y que les recomiendo con entusiasmo. Es que aunque el texto de Carpintero nos abre caminos, también nos indica claramente cuales son los temas por los que quiere que transitemos en común, centralmente cómo pensar la posibilidad de resistencia, de cambio, de lucha, de vida en la época del capitalismo mundializado más feroz y criminal. Cómo pensar los problemas de la subjetividad o mejor aún, de las subjetividades, con recursos teóricos que apelan a los clásicos pero no para repetirlos como loros desteñidos. Cómo, metidos en el vértigo caótico pero también vivificante de las ciudades que hoy nos acogen y nos oprimen, pensar la violencia siniestra pero también el deseo de la voluntad; cómo pensar ciudades de las que somos víctimas, pero también son víctimas ellas, y que eventualmente podrán también transformarse en lo que Enrique, en un sentido mucho más abarcativo, llama espacios soportes. Todo sin repetir las trampas de la utopía, que como ilusión ha llevado, nos explica Carpintero, a las encerronas mortíferas del totalitarismo. Allí es donde martilla Carpintero con más énfasis en su defensa de la esperanza como condición necesaria para construir una política de la razón apasionada. Esos son los límites a la interpretación que Carpintero le impone al lector y así es que hace interesante nuestra propia lectura.

Claro que (uno no puede con su genio) quiero terminar diciendo algo por lo que espero que Carpintero no me tire con el formón o me persiga con la cierra circular. En mi opinión el libro de Carpintero es un libro que trasmite a un pensador dominado por la fuerza de la utopía. No la utopía tal cual él la entiende de modo explícito y con la que discute con tanta pasión, sino aquella que llamativamente, en el último capítulo del libro, en su anteúltima pagina, incluye a través de una cita de Anne- Cecile Robert. Ella dice: "A diferencia del internacionalismo obrero emanado de las luchas sociales del siglo xix, la mundialización no es un proyecto democrático. Por el contrario, marca la muerte de la representación política y del sufragio universal en nombre de una concepción 'objetiva' de la realidad(...) En efecto, la devaluación del poder político y el retorno de la fatalidad social prosperan sobre la destrucción de un elemento consustancial a la democracia: la existencia de una 'otra parte' posible o utópica, que ayuda a soportar los padecimientos del presente, al tiempo que aporta la perspectiva de su superación. Es decir, que simétricamente al proceso totalitario, la victoria ideológica del liberalismo instaura una dictadura en los hechos, donde los intereses económicos y sociales inmediatos de un grupo, prevalecen sobre los intereses de la colectividad (...) La reconstrucción de la oferta política no se llevará a cabo sin una reconquista de esa 'otra parte' ( recuerden, una otra parte posible o utópica), fundada en un análisis crítico del mundo y de las relaciones de dominación que en él se ejercen". Es allí donde encuentro al autor para quien la utopía con la que polemiza se le impone de otra manera radicalmente diferente bajo la forma de aquello que atraviesa todo el texto: su preocupación psicoanalítica y spinoziana por el tema del deseo. Aquello que en su momento Eduardo Muller formuló como el problema de la topía de la utopía y yo como utopismo crítico. Hechas estas consideraciones, la presentación está hecha. Ahora queda en ustedes, perdón Alicia por los problemas que esto pueda causar, hasta donde avanza la relación