Presentación en el Centro Cultural Grissinopoli

Presentaciones de la primera edición de La alegría de lo necesario

Presentación en el Centro Cultural Grissinopoli

 

El mediodía del sábado 27 de septiembre se realizó en el Centro Cultural de Artes y Oficios de la fábrica Grissinopoli la presentación de este libro. La misma contó con la presencia de Horacio González (por medio de un texto que leyó su hija Florencia al no poder concurrir por motivos personales), Juan Carlos Volnovich y Silvia Bleichmar que analizaron desde diferentes perspectivas el texto. Al finalizar el grupo “Fina Concurrencia” deleitó al público con tangos de su última obra “Pena Maleva”. A continuación la versión completa de las exposiciones.

Horacio González

Presentaciones de la primera edición de La alegría de lo necesario

Presentación en el Centro Cultural Grissinopoli

 

 

Horacio González

“El libro de Enrique está repleto de actualidad. Sus temas son las condiciones de vida en las grandes ciudades, el desvarío de las existencias colectivas, el desigual reparto de los bienes, el estado de enfado en el vivir contemporáneo, las revueltas argentinas, el ‘que se vayan todos’ y sus interpretaciones. Esta es una de sus entradas, que compone lo que podríamos llamar el texto de urgencia, el texto social, y a la vez esperanzado. Hay de inmediato otro texto sobrepuesto al anterior, que es el de las reflexiones sobre Spinoza y Freud, en el que aparece la clara solicitación para que ofrezcan sus respuestas ante los graves momentos en que se destituye lo humano de su dignidad creadora. Aquí a proseguimiento Enrique, entraña una búsqueda decidida, de algún modo perentoria.¿Hay en las obras de Freud y Spinoza los recursos, los climas y conceptos que nos permitan saber más sobre el arancelamiento del sujeto moderno, de los hombres y mujeres de nuestras ciudades?De las varias respuestas, que podrían tener una pregunta semejante, Enrique opta por colocar a ambos autores como centinelas privilegiados de la construcción de lo que no sin temor llamaría una “ética social para actuar en tiempos de sufrimiento colectivo y subjetividad agobiada”.La lectura de Enrique no es erudita, ni desea investigar nuevos significados en la siempre sugerentes intimidades de ambas obras. Pero tampoco las hace motivos de aplicaciones descuidadas de ciertos enunciados, a eventos caracterizados por su evidente y flotante actualidad. Hay pues en el libro un gracioso y cuidadoso equilibrio entre la voz de Freud y Spinoza, y las voces contemporáneas del movimiento social que sabemos reconocer muy bien. Encuentro allí la fortuna y la fuerza del libro. Se trata entonces de un Spinoza de lectura amplia, popular, no por eso menos inquietante. Se nos invita aquí a considerar una ética que pueda alcanzar contornos más amplios que su mera lectura especializada, y que lleva a encontrar una respuesta a la impotencia y a la servidumbre postulando la libertad del auto examen de las pasiones, y a la vez un ámbito de pasiones autogobernadas que contienen una cartilla esencial. Aquella por la cual experimentamos la intuición intelectual de que el hombre es una parte de la naturaleza, y a la vez la política entendida como una deducción geométrica de las pasiones; lo que lleva también al diálogo de lo que puede ser una hermosa ficción de eternidad humana con la naturaleza animada.Todo ello nos conduce a un terreno de auto deliberación para confirmar aquellas pasiones creadoras que eleven la capacidad convivencial, democrática y vital del hombre.Freud, en El malestar en la cultura, y la Carta sobre la guerra a Einstein, también son terrenos en donde se encuentra este sujeto que surge de las pasiones, o de las pulsiones, donde lo que está en juego es también la magnífica interrogación de su naturaleza viviente y de la vida que hay en la naturaleza. Dicho esto, se hace evidente que quiere producir un diálogo como los de los viejos géneros en que habla desde un ‘Campo Eliseo’ predestinado. Los hombres antepasados que fueron capaces de dejar tales legados.La tapa del libro lo quiere decir claramente; Freud y Spinoza pueden hablar entre sí para hacernos hablar a nosotros entre ellos, por ellos y partiendo de ellos.Hasta aquí me parece magnífico el sutil acatamiento de Enrique a los deseos más pleclaros de lo que somos como lectores apasionados.Freud Habla un poco como Spinoza si nos dice que las pulsiones son las pasiones y por otro lado, se nos pasa por alto la declaración de Freud respecto a su simpatía personal por Spinoza.Marx también aparece como lector de Spinoza, de modo que tenemos un trípode fundamental, que nos daría el intento de construir un lenguaje común sobre las pasiones, y su fundación de lo humano subjetivo, con una fuerte traductibilidad entre el maestro de la plusvalía. el del inconsciente, y el de la alegría de lo necesario. Por mi parte podría confesar una mayor cautela en el momento de alcanzar tal grado significativo de compenetración entre estos autores, que son monumentos esenciales de nuestro lenguaje y conocimiento. Pero entiendo decididamente, y me entusiasma el partido tomado por Enrique, de situarme frente a un cuerpo de ideas fundamentales a partir de las cuales obtener un trazado coherente de ideas intervinientes en nuestro presente y nuestro futuro. Con todo quiero decir también que los textos de Enrique están señalados por un decidido interés en el relato de eventos mitológicos, tal como sobreviven desde los legados clásicos, lo que sin duda se debe a la tracción que ejercen sobre él las más bellas aulas de la humanidad, fuente inagotable de conocimientos y fundamentos éticos.En el libro, en gran asamblea de voces, encontramos a Zeus, a Apolo, a Agamenón junto a Noam Chomsky, al mito de Sísifo de Albert Camus junto al mito Prometeo y Epimeteo que cuenta Platón en El Protágoras. Más allá, el comentario de Freud sobre “El mito de las Moiras”, a propósito de un tramo de “El mercader de Venecia”, donde la bella Porcia da a elegir entre tres cofres a sus pretendientes.La textura de lo que nos ofrece Enrique está así tamizado de referencias actuales, de referencias de la cultura filosófica, a ser interrogado una vez más de mitologías propiciatorias y de doctrinas de actuación enérgica, desde la psicología del sujeto históricamente perturbado.Dice Carpintero: “De todos estos planos, se debe considerar lo humano como resultado de un itinerario irreductible del sujeto, que lo es en sí mismo; como fuente de su padecer y su goce. Y del sujeto histórico, que lo es en sí en la historia inconclusa de su tiempo.”Hablar de las pasiones implica una nueva geometría, enlace de autores y crítica de las utopías. Es en estos tramos, precisamente, que yo podría reclamar menos severidad hacia la tradición utopista, que es claro, tiene sus bemoles; pero no es fácil hacerla responsable de tantas atrocidades posteriores.Por otro lado me permito obtener el uso de fórmulas rápidas para entablar vinculaciones que en algún caso llevan a decir que el poder del capitalismo es borgeano, lo que no puede sostenerse sólo a partir de una frase ingeniosa pero torpe, de Borges. Sería sin duda adornar al capitalismo de virtudes literarias que no tiene. Digo esto para acercarme a un balance de rigor y amistad, de este libro fuerte y apasionado; un balance crítico y de confianza, pues es un libro movilizador de filosofías, y capaz de alertarnos sobre la necesidad de interrogar nuestro propio lenguaje para el gran enlace entre lo actual y el legado de las filosofía de las pasiones, legados que nos mantienen vivos y nos obligan a la vez a la cautela.Hay, en este libro de Enrique, un entrelazamiento entre artículos salidos de Topía; un intento de explicar ese nombre, y quizá no se escribe de otro modo que no sea para explicar los nombres que van apareciendo en nuestra vida.El deseo explícito de que estos nombres- autores dialoguen entre sí y presenten un frente común, es hacer hablar entre nosotros mismos los libros que tenemos en la primera fila de nuestras bibliotecas personales. Es habilitarnos, pues, para hablar.Con Enrique tenemos una amistad ya larga, que me permite hablar rápidamente de su libro, aunque no sin atención entusiasta. Y me permite también faltar a la cita, movilizando a mi hija para esta lectura. Lejos de ser un inconveniente, lo veo también como otro de los enlaces y diálogos debidos, pues a Enrique no debe disgustarle este testimonio, en un largo ciclo que en las ideas y en la vida, hemos atravesado no sin dramas que nos corresponden por ser íntegramente propios, y lo que la época nos ha legado.

Juan Carlos Volnovich

Presentaciones de la primera edición de La alegría de lo necesario
Presentación en el Centro Cultural Grissinopoli

 

Juan Carlos Volnovich

Estamos de fiesta, Grisinópolis está de fiesta, Charlone está de fiesta. Estamos de fiesta porque Enrique Carpintero nos entrega hoy La alegría de lo necesario, las pasiones y el poder en Freud y Spinoza. Para hacerle honor al título, es un libro alegre y necesario acerca de cómo la cultura de la historia se inscribe en la subjetividad, acerca de las marcas que la época va dejando en el seno de lo íntimo, y es un libro, que sólo podía ser escrito por un psicoanalista profundamente implicado, no neutral, ni comprometido, sino profundamente implicado con la realidad que le tocó vivir y protagonizar. Por sus páginas circulan entonces, interesantes reflexiones sobre la vida en las grandes ciudades, que me recordaran aquellas reflexiones que plasmó Richard Sennet, en “Life and dead in the great American cities”, el mal humor como paradigma de la vida cotidiana. Dice Enrique , “Oscilamos entre la cordura de sublevarnos y la locura de la resignación”- y continúa -; “si reconocemos nuestra condición de seres finitos, debemos también crear una esperanza sostenida en una política de las pasiones alegres que enfrente a las pasiones tristes; el odio, el miedo, la resignación y la apatía.” En ese sentido, el humor puede ser uno de los instrumentos para que el dolor se ilumine en esperanza, ya que como decía Niezstche, “el animal de la tierra que más sufre, es el que inventó la risa.” Decía que por las páginas de La alegría de lo necesario circulan interesantes reflexiones sobre la vida urbana, el humor, lo siniestro en la violencia destructiva, donde Enrique alude al matricidio de Orestes, que si bien no marcó el pasaje del matriarcado al patriarcado, como dice Enrique, - ya que jamás existió un matriarcado en el origen -, da cuenta de las mil maneras en que el poder se legitima en su crueldad. Y junto a Orestes, Zeus, Agamenón, y Apolo, aparece, como si tal cosa, Lorena Bobbit con los genitales de John Wayne en sus manos, y los moretones en el cuerpo para abrir el interrogante que hoy pone en cuestión la ética del neoliberalismo. ¿Porqué la justicia hizo justicia absolviendo a los dos, a Lorena Bobbit y a John Wayne por igual?“Si usted está nervioso -ironiza Enrique-, practique yoga. Si es agresivo, tome psicofármacos. Y si sigue siendo agresivo, tome más psicofármacos. Si insiste con la agresión, pues, al hospital psiquiátrico, chaleco de fuerza electroquímico”, lo mismo da. Y así siguen las trampas de una cultura de la representación; el cuerpo de Aris Klind que pintó Rembrandt, el deseo de la voluntad de Sísifo y la voluntad que sólo está en los otros. Con esto termina la primera parte de este libro que inaugura con las pasiones, el poder y la potencia del colectivo social, una profunda reflexión acerca de los modos en que la cultura abre y clausura también la posibilidad de rebelarnos. Dice Enrique “ya que por el momento las grandes utopías han fracasado, es urgente crear un colectivo de reconstrucción de un universo de ideales que generen una Topía, un lugar capaz de movilizar las voluntades. Es decir, que permitan desarrollar como afirmaba Spinoza, las pasiones positivas que construyan comunidades, liberen las relaciones, y tengan el poder de construir una democracia de la alegría de lo necesario basada en una distribución equitativa de los bienes simbólicos y también materiales”. Los capítulos que integran este libro fueron antes notas editoriales de la revista Topía que va desde el 95 hasta el 2002. Entonces, este es, si se quiere, un libro hecho de revistas. Puede ser ágil y flexible, porque ha quedado atrás la sórdida contundencia de “Registros de lo negativo”, el libro que Enrique escribió con anterioridad. Registros de lo negativo es el libro tesis que le sirve de base y fundamento para poder volar ahora con la liviandad de la nota de color, con la frescura de la anécdota, con la transparencia del lenguaje periodístico. Como una palma real en el paisaje habitual del psicoanálisis argentino, Enrique se planta como un referente que combina de manera nada frecuente, la dureza incorruptible de una posición ideológica y política del psicoanálisis, con la plasticidad y la flexibilidad que descarta cualquier dogmatismo esclerosante. El sostiene una línea que no hace concesión alguna al individualismo que pervierte al psicoanálisis y seguramente, no soy el único en reconocer que Topía se encarna en él y mientras exista Topía, el psicoanálisis estará a salvo de la certidumbre tecnocrática y estará a salvo también de la esterilidad con que las instituciones lo amenazan por los cuatro costados. Alguna vez imaginé que podía poner en serie esos libros que me marcaron de tal modo que todo fue diferente después de leerlos. Alguna vez imaginé mi autobiografía vertebrada por los libros que me habían hecho ser lo que soy, al estilo de lo que Cesar Fernández Moreno, con quien tuve el privilegio de compartir mi exilio cubano, plasmó en esa poema escrito con un lápiz encontrado en La Habana, donde contaba la historia de su vida, hilvanando las fechas que tenían los coches de Baldomero, su padre. Si alguna vez imaginé mi autobiografía vertebrada por los libros que me habían hecho ser lo que soy, puedo ahora pensarla organizada por las revistas que tuvieron un impacto definitivo en mi vida. Cuando “Sur”, para qué ocultarlo, la mejor revista que tuvimos si Enrique me perdona, llenaba mi mundo de palabras noticiadas, cuando “Contorno”, cuando “La rosa blindada”, cuando “El grillo de papel” se convirtió en “El escarabajo de oro”, y aún en la “Ornitorrinco”, cuando “Asomante” se volvió sin nombre, “Plural” pasó a ser “Vuelta”, quedando el nombre anterior para una revista distinta, cuando “El cielo por asalto”, cuando “Crisis” desapareció para poder después reaparecer, cuando “El porteño” era una fiesta. La lista es interminable, pero ninguna orden debería olvidar aquella ningún comienzo es posible sin incluir a la que añoro con la nostalgia de lo no vivido: la “Revista de Occidente” que desde 1923 hasta 1936, cuando desapareció en el torbellino de la guerra, supo ser la más importante en lengua castellana. Por mi parte, no recuerdo haber sido más feliz el día que publiqué mi primer libro que aquél en que por primera vez un artículo mío apareció en la revista “Casa de las Américas”, que dirigía y dirige Roberto Fernández Retamar, y cuando vi una nota que llevaba mi firma incluida en “Le temps moderns”, para siempre el universo de Sartre, o el texto mío que Quijano recogió en “Marcha”. Quiero decir, la revista Topía, es uno de mis sueños y es fuente de un inagotable orgullo saber que entre nosotros pudo aparecer y sostenerse una revista así. Topía es fundamental en el panorama cultural del psicoanálisis argentino y Topía está indefectiblemente ligada a Enrique Carpintero, como lo está “Marcha” a Quijano, aún acompañado por ese equipo fenomenal integrado por Onetti, Rodriguez Monegal, Benedetti, Angel Rama y Rufineli, como “Orígenes” es de Lezama Lima, como “Amauta” de Mariátegui, “Sur” de Victoria Ocampo, y la “Revista de Occidente” de Ortega y Gasset. Waldo Frank, que transitó como nómade por las revistas de su época, escribió en una de ellas, en “América hispana”, algo que le cabe a Enrique. “El intelectual latinoamericano es siempre hombre de acción, lo cual quiere decir que es periodista.” Leí dos veces los textos que componen La alegría de lo necesario; la primera vez cuando aparecieron como notas editoriales en la revista, la segunda vez cuando fueron agrupadas en el libro. Debo decir: no son los mismos textos aunque los textos sean idénticos, como no es lo mismo una revista y un libro. Las notas que aparecieron en la revista tienen que leerse con la fecha de aparición de la revista. Las del libro, con la fecha al pie. Esa fecha es tanto o mas elocuente que todo el desarrollo del trabajo. Esos editoriales de revista fueron en su momento intervenciones interpretativas en el espacio de lo social. Aportes a la captura simbólica del hecho traumático que íbamos atravesando a cada paso. Esas notas editoriales fueron intervenciones psicoanalíticas en acto.Los mismos textos en el libro son otra cosa; cambia su sentido. Son, si se quiere, ensayos psicoanalíticos que articulan lo social en la línea del malestar en la cultura, de psicología de la masas, y del porqué de la guerra. Hace unos años, en un encuentro dedicado a las revistas culturales latinoamericanas realizado en La Sorbona, Beatriz Sarlo presentó un trabajo, agudo, como todo lo suyo, con el título “Intelectuales y revistas, razones de una práctica”. Beatriz Sarlo sabe de que habla, como lo prueba su punto de vista. Es allí donde distingue entre la sintaxis de la revista y la del libro. Sólo que es allí también donde afirma que nada es más viejo que una revista vieja. Esta sentencia supone para las revistas el lugar común que en el imaginario tienen los diarios. Hoy, son soportes de una noticia de último momento que mañana sirve para envolver los huevos. Sin embargo, no obstante las evidentes similitudes entre un diario y una revista cultural, -por ejemplo, ambos son periódicos, viven atentos al presente, jerarquizan sus materiales mediante procedimientos de diseño tipográfico-, vale la pena esforzarse para señalar la especificidad de la revista cultural que Beatriz Sarlo no debería ignorar. Nadie duda que una revista aspira a ser leída en el momento de su aparición y a incidir sobre él. Por lo cual, marinada como está con el tiempo, al transcurrir éste se convierte en otra cosa. No se trata tanto de que se vuelva vieja, hecho inevitable, como que se vuelva otra. Pero eso no sólo le ocurre a las revistas y a los diarios. Todos los productos culturales comparten el mismo destino. Los poemas homéricos, el viaje isabelino que ahora leemos difieren considerablemente de lo que los coetáneos respectivamente oían. Y entre ellos y nosotros ha habido muchísimas otras recepciones. Nada muy diferente es el destino de la revista cultural. ¿Que quiere decir, en consecuencia, que una revista, pasado cierto tiempo, se ha vuelto lo mas viejo del mundo? No quiere decir nada. Así Topía, es merecedora del verso de Darío: “Se juzgó mármol y era carne viva”. Esa carne viva que se resiste a petrificarse en el espíritu mismo de la revista. Y no obstante, insisto en que hoy , aquí, no solo estamos ante una revista hecho libro; no tanto por las diferencia entre la sintaxis de la revista y la del libro, que señaló con acierto Sarlo, y del evidente diálogo con el tiempo que supone la periodicidad de la revista y la acerca más al diario que al libro, sino, porque mientras el libro supone una entidad cerrada, una estructura teórica, la revista es por definición una ópera aperta. Lo característico de sus textos, incluso de los que no son trozos de conjuntos mayores, es su invitación a que se los tome como momentos de un itinerario. Eso da a la revista con frecuencia, cierto aire de laboratorio o taller, y “Taller” fue nombrada explícitamente una memorable revista mexicana, “Cuadernos del taller San Lucas”, otra nicaragüense y “Taller renacentista” llamó una vez a “Orígenes” Lezama Lima. Ese aire de taller lo ratifica el hecho de que, reunidos en el libro, los textos aparecidos en la revista, comienzan a vivir una segunda vida. Otra diferencia apreciable es el carácter mayoritariamente individual del libro y el colectivo de la revista. El carácter colectivo de la revista no se refiere sólo ni primordialmente al hecho de que en ella aparezcan materiales de varios autores. Se refiere sobre todo, a que es la obra de un equipo. Lo que no está reñido con el papel por lo general importante que en ella desempeña quien la dirige. Es difícil imaginar una revista sin el nombre de su conductor, como es difícil imaginar una orquesta sin director. Si bien, las ha habido. Pero lo definitivamente imposible, con la venia de John Cage, es una orquesta sin orquesta. Y a una orquesta con músicos que se invitan y aumentan constantemente, se parece el equipo que se expresa a través de Topía. Por eso, no quiero dejar de mencionar, antes de concluir, algo que desborda esta presentación y que por eso mismo está lleno de futuro. Me refiero a que en este mismo momento se está preparando el próximo número de Topía, y que en lugar de estar aquí, yo debería estar cumpliendo con el acuerdo de terminar el trabajo sobre contra transferencia que Enrique me encargó; diez mil caracteres y fecha límite el lunes. En fin, que tenga cada cual los amores que quiera y pueda. Es evidente que entre los míos se encuentra en alto grado el amor a la revista con lo que ella implica. Beckett dijo que mientras exista una mujer hermosa habrá poesía, lo que me complace suscribir, si bien me gustaría escuchar el parecer de las mujeres poetas sobre este punto.Por mi parte, creo que mientras exista Enrique, mientras existan revisteros entusiasmados que en medio del mal tiempo sueñen con hacer revistas para luego hacer los libros y hagan verdad y realidad sus sueños, no hay razón para desesperar. Entonces, Enrique escribió: La escritura ,ya se sabe, está del lado de lo fijo, de lo inmutable, es, si se quiere, observadora. Por el contrario, la lectura está del lado de lo efímero, es siempre innovadora. La lectura es ese acto singular que resulta indoblegable a cualquier imposición de sentido. En principio, porque la lectura no está inscripta en el libro y a despecho de la intención que como autor fue asignarle, la interpretación que del texto hagamos nosotros, queda libre de volar por donde Enrique no lo ha previsto. Así, ya que este libro no existe a no ser por la significación que nosotros como lectores y lectoras podamos otorgarle, aceptemos el desafío de llenarlo de sentido. Michel De Certau decía que el valor de un texto está determinado por la exterioridad del lector. El valor de un texto, se encuentra en el juego de implicaciones y de astucias entre dos tipos de expectativas combinadas; la que organiza un espacio legible, una literalidad y la que da los pasos necesario para la ejecución de la obra, la lectura. Enrique escribió, nosotros somos sus lectores; viajeros que circulamos por su tierra, nómades furtivos que atravesando sus campos vamos arrebatando tesoros para disfrutarlos.Enrique escribió, ahora, léanlo. Transiten el libro, circulen por su texto, háganlo volar, pasen y repasen por su alegría necesaria, por su jubiloso desafío, por sus reflexiones y por sus pasiones, por ese desborde de sentida inteligencia. Llévenlo allí donde él no pudo imaginarlo.

Silvia Bleichmar

Presentaciones de la primera edición de La alegría de lo necesario
Presentación en el Centro Cultural Grissinopoli

 

Silvia Bleichmar

Primero un agradecimiento, poder estar acá con ustedes, y en esta presentación que tiene el sello, como lo señalaban anteriormente, de darse en un espacio muy especial. Un espacio de recuperación no de una fábrica sino de la esperanza. De manera que, la sensación de ser protagonista hoy, creo que nos cabe a todos, en la medida en que hemos elegido lugares que nos arrancan de la pasividad y nos posibilitan ocupar un lugar diferente. En ese sentido, Enrique al final del libro dice; “Cuando una cultura no puede crear un espacio soporte, donde se desarrollan los intercambios humanos, establece una comunidad destructiva cuyo resultado es el vaciamiento de las subjetividades y los procesos de desidentificación.” Esto que Enrique plantea, indudablemente no es simplemente una alerta, si no el deseo concreto de crear espacios soportes como lugar de re subjetivación , eso es lo que hacemos acá. Esto tiene que ver con la necesidad de que por nuestra producción circule por espacios de recomposición subjetivas y no simplemente se limite a lamentarse de la desubjetivación que se ha producido en todos esto años. Se trata de que nuestra acción sea al mismo tiempo una forma de concretamiento del proyecto. Pero al mismo tiempo, es un libro complejo éste, porque se lee fácil pero no se lee fácil. Porque plantea una serie de cuestiones Enrique, que son cuestiones polémicas, cuestiones nodales, que nos hacen preguntarnos o compartir las preocupaciones respecto al momento que nos ha tocado vivir.Por ejemplo, el modo por el cual está planteada, en el primer capítulo, desde el comienzo de la introducción, la función de los intelectuales. Tema que yo creo que nos preocupa mucho y voy leyendo algunas cuestiones que están planteadas. Respecto al lugar del pensamiento único, dice Enrique “Este pensamiento único ya no es una técnica sino una ideología que domina al mundo. A cualquiera que quiera cuestionar este orden establecido se lo acusa de mesiánico, de delirante, o de querer volver al pasado. Cómo alguien va a cuestionar una sociedad moderna, madura y libre en la que cualquier ciudadano puede comprar en un supermercado desde hamburguesas hasta ideas listas para usar. En este sentido la conquista de la libertad de pensar y expresarse están amenazadas en todas partes ya no por dictaduras, sino por las fuerzas del mercado.” Y dice: “es necesario que aparezcan intelectuales que se integren en un colectivo pluridisciplinario de pensamiento crítico donde dos mas dos no es cuatro.” A mi me pareció que es un hallazgo esta idea de plantear la ruptura de la sensatez con una forma de producción intelectual. Recordaba el poema que gusta decir Alejandra Boero y que lo dice maravillosamente, el poema de León Felipe que es “Ya no hay locos”. Y donde León Felipe dice “Todos se han vuelto espantosamente cuerdos. Horrorosamente cuerdos.” Esta apelación, a la derrota de la cordura que aparece en el texto respecto que la función de un intelectual, digamos su responsabilidad es la trasgresión del sentido común.Por eso cuando yo lo escuchaba a Juan Carlos hablar de las revistas que lo marcaron, pensaba, bueno, pero antes de eso estuvo el “Billiken”, y me acordaba de una amiga cubana que me decía : a mí la Argentina me importa mucho porque cuando yo era niña leía el “Bíliken”, y yo decía, qué diablos será el ‘Bíliken’, hasta que un día me enteré que era el Billiken, y que ella le había llamado así toda su infancia, porque era de una familia muy culta y muy importante, entonces ella le decía el Biliken. O que, estamos marcados también por el “Paturuzú” y el “Para ti”, vale decir, en primera instancia por Vigil, por Atlántida, y después, entonces, sobre eso construimos como pudimos, “La Rosa blindada”, “Pasado y presente”, “Sur” era el ala culta de esta historia, y bienvenida sea. Pero no importa. De todas maneras, lo que quiero decir es que no es fácil para nosotros producir una cultura distinta con marcas tan profundas. Que cuando nos quejamos hoy de que las nuevas generaciones están afectadas por modelos, que ven Chiquititas, o ven a Pan Am y esas porquerías, nos olvidamos que nosotros fuimos educados por una revista que se llamó “Mundo Infantil”, donde estaba Picho La Federal como un personaje extraordinario, mientras en el país se producía represión por parte de la Policía Federal. De manera que, creo que tenemos que ser muy honestos al reconocernos en nuestros difíciles orígenes, y trabajar en una dirección que nos permita revisar desde dónde pensamos. Porque me parece que lo extraordinario del libro de Enrique es la contradicción permanente en que juega. Y creo que está bien, porque hoy no podemos no ser contradictorios. Somos contradictorios por este juego permanente con nuestros orígenes, y porque la realidad que nos ha tocado es muy compleja. Por ejemplo; la apelación a ala ruptura de la racionalidad, del sentido común que hace Enrique, luego yo coincido con Horacio/Florencia González, respecto al lugar planteado para la utopía. Hace unos días me toco estar en una mesa redonda que decía, yo tengo una amiga de setenta años que cada tanto dice “la próxima no me caso por amor”, cuando se harta del marido. Y es una broma que tenemos siempre, y, yo creo que el enojo con la utopía es como cuando a una la plantan en el altar. Yo no vendería el vestido; buscaría otro novio, lo digo francamente. No soy de las que ponen ese triste aviso que dice ” vendo vestido de novia talla 44..”.Me parece que el tema de la utopía es el lugar en que quedó emplazada. Quedó emplazada como Topía, quedó emplazada como espacio y no como proyecto, y esto es lo que ha producido el profundo malestar en que quedó. Por otra parte es verdad que hubo un error terrible en la construcción de los espacios de utopía y acá Enrique aporta algo extraordinariamente importante que es la función de las pasiones y la no reducción a la economía política de los grandes procesos históricos. En ese sentido creo que hay hallazgos importantísimos en el texto, por ejemplo el lugar que Enrique le plantea a las locuras urbanas. En este tema de las locuras urbanas, es evidente, que la famosa selva de Hobbes se ha convertido hoy en nuestra ciudad, que la ciudad es el espacio mas amenazante para los seres humanos. A tal punto que el concepto mismo, la idea freudiana de lo siniestro es la sensación que uno tiene cuando transita por la ciudad. Como un lugar de inquietante extrañeza y un lugar amenazante. Pero por otra parte, lo interesante del planteo de Enrique es que la ciudad se ha convertido como en un paradigma. Dice: ”Es la ciudad quizás, debido a la gran concentración de sus habitantes, también reúne las múltiples manifestaciones de la crisis de nuestra cultura y muy espacialmente lo que se inscribe en la subjetividad de aquellos que la habitan. Todos sabemos lo difícil que fue la confrontación electoral en la ciudad de Buenos Aires, y el modo en que estuvieron jugando estas formas de representación en la subjetividad respecto a los modos con los que se han ido procesando sistemas políticos. Y cuando dice que la reapropiación de la ciudad implica de alguna manera al otro como semejante, y después trabaja la cuestión de lo amenazante que es para el sujeto “del sentido común” -entre comillas- la presencia de los piqueteros, o la presencia de los pobres, o la presencia de los cartoneros, o la presencia de quien fuera, el deseo de “bueno, métanme a los pobres debajo de la alfombra que no puedo soportar seguir viéndolos”, esta cosa terrible que percibimos en la ciudad, de que desaparezcan aquellos que son como la amenaza que marca lo que ha quedado después de la inundación terrible que hemos padecido económicamente, Enrique por el contrario plantea la necesidad de reapropiación de la ciudad y el carácter que esto ha tenido como proceso de saneamiento, sobre todo en los acontecimientos de diciembre. Y yo pensaba que acá aparece un elemento muy interesante para pensar, que es la cuestión de la categoría de vecino. La forma en que ha sido bastardeada la categoría de vecino, en primer lugar para plantearnos que no somos ciudadanos sino vecinos, y tenemos que votar por los baches, no por los desocupados, ni contra el hambre y la desocupación sino para que nos hagan mejor la autopista y nos arreglen los baches. Esta bastardización del concepto de vecino, que nos quita, así como digo a veces que a los jubilados se les ha quitado la categoría de jubilados para llamarlos abuelos, como si fuera un problema de caridad la justicia social o la retribución económica, a nosotros se nos llama vecinos. Con lo cual perdemos la categoría de ciudadanos, de ciudadanos políticos. Pero el segundo aspecto que me impacta es el modo en el que es usado la categoría vecino en los periódicos, por ejemplo, yo no se si ustedes recuerdan, cuando se levantó el Padelai, que la televisión dijo una cosa que me asombró , decía “ahora los vecinos de la zona caminan tranquilos”, los que estaban en el Padelai no eran vecinos. Con lo cual, lo extraordinario es que la categoría de vecinos se ha convertido en una categoría de iguales y todo aquel que es pobre y circula por la ciudad no es un vecino, es alguien que molesta a los vecinos. A tal punto, que una de las cosas conmovedoras que ha ocurrido, es que se han generado unos sitios extraños en la ciudad, que son rejas en las ochavas. Que no encierran nada más que el vacío, que no cumplen una función más que de excluir. Vale decir, están puestas en las ochavas, donde un edificio sobresale para evitar que abajo se acueste alguien. Con lo cual, son suerte de celdas invertidas, que tiene que ver con múltiples signos con que la ciudad marca el nivel de paranoización en que está. Por eso yo creo, que no es ninguna frivolidad, que Enrique haya tomado esta cuestión de las locuras urbanas, para plantear las formas enloquecedoras, alienantes y excluyentes con que la ciudad, que fue siempre un espacio de inclusión, y por eso en la Edad Media se pedían las llaves de la ciudad, ahora se define por espacios de exclusión interiores. Incluidos los muros para proteger a los supermercados de la posibilidad de los saqueos.El otro punto que a mi me apasionó del texto es toda esta cuestión del mal humor y el desasosiego, donde Enrique apela a una serie de tesis sobre la cuestión de las pasiones, y por un lado juega con Spinoza, por supuesto, y por otra parte con Pessoa. El desasosiego como modo, digamos, el mal humor, es interesante; Freud escribió sobre el humor, a principios del siglo veinte. Enrique escribe sobre el mal humor, vale decir, sobre la imposibilidad de establecer formas que ayuden a la resolución del malestar. El humor con esas características parecería que no tiene lugar, lo que aparece es algo que no es exactamente el humor, es lo contrario del humor; es aquello que tapa lo que debe ser mostrado, en lugar de develarlo. Con lo cual, lo que exagera es lo que es evidente por eso es grotesco. Pero yendo a la cuestión del desasosiego, pensaba lo importante que es como plantea en su texto sobre el mal humor, la relación existente entre el sufrimiento y la risa. La importancia que tiene, yo diría, la posibilidad de sufrir y comprometerse respecto a la posibilidad de disfrutar. Porque me acordaba que me llegó el otro día, una tarjeta de año nuevo judío, me llegó una tarjeta que decía “Que tengamos una vida tranquila y feliz”. Y le mandé una respuesta que decía “Muchas gracias, pero son incompatibles.” Si es tranquila no es feliz, y si es feliz no es tranquila. Entiendo que en el siglo diecinueve se podía esperar una vida tranquila y feliz porque lo que pasaba era horrible, pero hoy una vida tranquila y feliz es un horror. Todos hemos llegado a la conclusión de que la felicidad tranquila es la paz de las tumbas, y no es realmente la felicidad en los términos en que lo entendemos, que la felicidad es siempre tensión, deseo, tendencia a . La felicidad no es lo que uno tiene sino la posibilidad de soñar con aquello que se espera tener algún día. Por eso yo creo que el tema del desasosiego va ligado, en esto que Enrique trabaja, a la necesidad de la construcción de espacios de recomposición y proyectos. Para no abundar mucho, me sorprendió el empleo del concepto de exceso de realidad porque hace tiempo que yo estoy trabajando, incluso pensaba titular un libro, como subtítulo, “Los excesos de la realidad”, me sorprendió agradablemente, quiero decir, me encantó que estemos en el espíritu de los tiempos.. Este tipo de coincidencia marca que somos muchos pensando en cierta dirección. Como para ir terminando, tal vez yo no coincidiría en el lugar que Enrique le otorga a la pulsión de muerte, pero eso es un debate psicoanalítico que no interesa acá. No interesa acá porque acá estamos precisamente para marcar puntos futuros de debate y para crear las condiciones para poder pensar en común. Coincido en la preocupación de él de incluir la subjetividad en su relación con el poder. Pero tal vez los determinantes sobre los que trabajaría serían otros. Creo que en gran medida, el malestar actual está determinado en relación con esta cuestión de la expulsión de los sueños como estigmatización de la locura. En la imposibilidad de establecer proyectos que rompan con lo real y posible, digamos. Aunque sea como meta. Y en ese sentido, la frase de Goethe que dice “Somos tal vez los últimos de una época que tardará mucho en volver”, tiene que ver con el desasosiego. Tiene que ver con el sufrimiento que nos provoca a todos a veces la sensación de estar como en un destiempo a veces con la historia del mundo. Yo quiero terminar leyendo un párrafo del desasosiego, de Pessoa que me ha conmovido mucho, y se puede traspolar a muchas cosas que muchos de nosotros podemos sentir. Dice: ‘He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios. Por la misma razón que sus mayores la habían tenido (Cada uno haga las ecuaciones que quiera) sin saber porqué. Y entonces, porque el espíritu humano tiende a criticar porque siente y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes ha elegido a la humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no ven solo la multitud de la que son sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso no he abandonado a Dios tan ampliamente como ellos ni he aceptado nunca a la humanidad. He considerado que Dios siendo improbable podría ser, pudiendo, pues, ser adorado. Pero que la humanidad siendo una mera idea biológica y no significando mas que la especie animal humana muera mas de inadoración que cualquier especie animal.’

Ustedes saben que Pessoa escribía esto y la semana que viene lo contrario con otro nombre; porque en realidad, los cuatro personajes que creó para escribir tienen la enorme virtud de pelearse entre sí, lo cual es absolutamente maravilloso. El libro del desasosiego en realidad lo escribió Bernardo Soares, y después él es Pessoa, y es Ricardo Reis, etc. Y los hacía pelearse en los diarios, y discutir entre sí, era una cosa extraordinaria y de repente se cansaba y largaba todo y desaparecían todos los personajes que hacía discutir en la cultura.

De manera que, lo que si quiero marcar es lo siguiente; la idea de Dios, que Pessoa plantea; la idea de que los jóvenes desplazaron a la humanidad, o que Bernardo Soares plantea, de que desplazaron a la humanidad el ideal de trascendencia, tiene que ver con la sociedad de la historia. Pessoa, o Bernardo Soarez, añoran en este párrafo a Dios. Yo tengo nostalgia de un proyecto histórico. No tengo nostalgia de Dios. Y creo que estamos acá porque nos negamos absolutamente a seguir resistiendo, sino que queremos construir algo distinto. Muchas gracias Enrique.