Juan Carlos Volnovich

Presentaciones de la primera edición de La alegría de lo necesario
Presentación en el Centro Cultural Grissinopoli

 

Juan Carlos Volnovich

Estamos de fiesta, Grisinópolis está de fiesta, Charlone está de fiesta. Estamos de fiesta porque Enrique Carpintero nos entrega hoy La alegría de lo necesario, las pasiones y el poder en Freud y Spinoza. Para hacerle honor al título, es un libro alegre y necesario acerca de cómo la cultura de la historia se inscribe en la subjetividad, acerca de las marcas que la época va dejando en el seno de lo íntimo, y es un libro, que sólo podía ser escrito por un psicoanalista profundamente implicado, no neutral, ni comprometido, sino profundamente implicado con la realidad que le tocó vivir y protagonizar. Por sus páginas circulan entonces, interesantes reflexiones sobre la vida en las grandes ciudades, que me recordaran aquellas reflexiones que plasmó Richard Sennet, en “Life and dead in the great American cities”, el mal humor como paradigma de la vida cotidiana. Dice Enrique , “Oscilamos entre la cordura de sublevarnos y la locura de la resignación”- y continúa -; “si reconocemos nuestra condición de seres finitos, debemos también crear una esperanza sostenida en una política de las pasiones alegres que enfrente a las pasiones tristes; el odio, el miedo, la resignación y la apatía.” En ese sentido, el humor puede ser uno de los instrumentos para que el dolor se ilumine en esperanza, ya que como decía Niezstche, “el animal de la tierra que más sufre, es el que inventó la risa.” Decía que por las páginas de La alegría de lo necesario circulan interesantes reflexiones sobre la vida urbana, el humor, lo siniestro en la violencia destructiva, donde Enrique alude al matricidio de Orestes, que si bien no marcó el pasaje del matriarcado al patriarcado, como dice Enrique, - ya que jamás existió un matriarcado en el origen -, da cuenta de las mil maneras en que el poder se legitima en su crueldad. Y junto a Orestes, Zeus, Agamenón, y Apolo, aparece, como si tal cosa, Lorena Bobbit con los genitales de John Wayne en sus manos, y los moretones en el cuerpo para abrir el interrogante que hoy pone en cuestión la ética del neoliberalismo. ¿Porqué la justicia hizo justicia absolviendo a los dos, a Lorena Bobbit y a John Wayne por igual?“Si usted está nervioso -ironiza Enrique-, practique yoga. Si es agresivo, tome psicofármacos. Y si sigue siendo agresivo, tome más psicofármacos. Si insiste con la agresión, pues, al hospital psiquiátrico, chaleco de fuerza electroquímico”, lo mismo da. Y así siguen las trampas de una cultura de la representación; el cuerpo de Aris Klind que pintó Rembrandt, el deseo de la voluntad de Sísifo y la voluntad que sólo está en los otros. Con esto termina la primera parte de este libro que inaugura con las pasiones, el poder y la potencia del colectivo social, una profunda reflexión acerca de los modos en que la cultura abre y clausura también la posibilidad de rebelarnos. Dice Enrique “ya que por el momento las grandes utopías han fracasado, es urgente crear un colectivo de reconstrucción de un universo de ideales que generen una Topía, un lugar capaz de movilizar las voluntades. Es decir, que permitan desarrollar como afirmaba Spinoza, las pasiones positivas que construyan comunidades, liberen las relaciones, y tengan el poder de construir una democracia de la alegría de lo necesario basada en una distribución equitativa de los bienes simbólicos y también materiales”. Los capítulos que integran este libro fueron antes notas editoriales de la revista Topía que va desde el 95 hasta el 2002. Entonces, este es, si se quiere, un libro hecho de revistas. Puede ser ágil y flexible, porque ha quedado atrás la sórdida contundencia de “Registros de lo negativo”, el libro que Enrique escribió con anterioridad. Registros de lo negativo es el libro tesis que le sirve de base y fundamento para poder volar ahora con la liviandad de la nota de color, con la frescura de la anécdota, con la transparencia del lenguaje periodístico. Como una palma real en el paisaje habitual del psicoanálisis argentino, Enrique se planta como un referente que combina de manera nada frecuente, la dureza incorruptible de una posición ideológica y política del psicoanálisis, con la plasticidad y la flexibilidad que descarta cualquier dogmatismo esclerosante. El sostiene una línea que no hace concesión alguna al individualismo que pervierte al psicoanálisis y seguramente, no soy el único en reconocer que Topía se encarna en él y mientras exista Topía, el psicoanálisis estará a salvo de la certidumbre tecnocrática y estará a salvo también de la esterilidad con que las instituciones lo amenazan por los cuatro costados. Alguna vez imaginé que podía poner en serie esos libros que me marcaron de tal modo que todo fue diferente después de leerlos. Alguna vez imaginé mi autobiografía vertebrada por los libros que me habían hecho ser lo que soy, al estilo de lo que Cesar Fernández Moreno, con quien tuve el privilegio de compartir mi exilio cubano, plasmó en esa poema escrito con un lápiz encontrado en La Habana, donde contaba la historia de su vida, hilvanando las fechas que tenían los coches de Baldomero, su padre. Si alguna vez imaginé mi autobiografía vertebrada por los libros que me habían hecho ser lo que soy, puedo ahora pensarla organizada por las revistas que tuvieron un impacto definitivo en mi vida. Cuando “Sur”, para qué ocultarlo, la mejor revista que tuvimos si Enrique me perdona, llenaba mi mundo de palabras noticiadas, cuando “Contorno”, cuando “La rosa blindada”, cuando “El grillo de papel” se convirtió en “El escarabajo de oro”, y aún en la “Ornitorrinco”, cuando “Asomante” se volvió sin nombre, “Plural” pasó a ser “Vuelta”, quedando el nombre anterior para una revista distinta, cuando “El cielo por asalto”, cuando “Crisis” desapareció para poder después reaparecer, cuando “El porteño” era una fiesta. La lista es interminable, pero ninguna orden debería olvidar aquella ningún comienzo es posible sin incluir a la que añoro con la nostalgia de lo no vivido: la “Revista de Occidente” que desde 1923 hasta 1936, cuando desapareció en el torbellino de la guerra, supo ser la más importante en lengua castellana. Por mi parte, no recuerdo haber sido más feliz el día que publiqué mi primer libro que aquél en que por primera vez un artículo mío apareció en la revista “Casa de las Américas”, que dirigía y dirige Roberto Fernández Retamar, y cuando vi una nota que llevaba mi firma incluida en “Le temps moderns”, para siempre el universo de Sartre, o el texto mío que Quijano recogió en “Marcha”. Quiero decir, la revista Topía, es uno de mis sueños y es fuente de un inagotable orgullo saber que entre nosotros pudo aparecer y sostenerse una revista así. Topía es fundamental en el panorama cultural del psicoanálisis argentino y Topía está indefectiblemente ligada a Enrique Carpintero, como lo está “Marcha” a Quijano, aún acompañado por ese equipo fenomenal integrado por Onetti, Rodriguez Monegal, Benedetti, Angel Rama y Rufineli, como “Orígenes” es de Lezama Lima, como “Amauta” de Mariátegui, “Sur” de Victoria Ocampo, y la “Revista de Occidente” de Ortega y Gasset. Waldo Frank, que transitó como nómade por las revistas de su época, escribió en una de ellas, en “América hispana”, algo que le cabe a Enrique. “El intelectual latinoamericano es siempre hombre de acción, lo cual quiere decir que es periodista.” Leí dos veces los textos que componen La alegría de lo necesario; la primera vez cuando aparecieron como notas editoriales en la revista, la segunda vez cuando fueron agrupadas en el libro. Debo decir: no son los mismos textos aunque los textos sean idénticos, como no es lo mismo una revista y un libro. Las notas que aparecieron en la revista tienen que leerse con la fecha de aparición de la revista. Las del libro, con la fecha al pie. Esa fecha es tanto o mas elocuente que todo el desarrollo del trabajo. Esos editoriales de revista fueron en su momento intervenciones interpretativas en el espacio de lo social. Aportes a la captura simbólica del hecho traumático que íbamos atravesando a cada paso. Esas notas editoriales fueron intervenciones psicoanalíticas en acto.Los mismos textos en el libro son otra cosa; cambia su sentido. Son, si se quiere, ensayos psicoanalíticos que articulan lo social en la línea del malestar en la cultura, de psicología de la masas, y del porqué de la guerra. Hace unos años, en un encuentro dedicado a las revistas culturales latinoamericanas realizado en La Sorbona, Beatriz Sarlo presentó un trabajo, agudo, como todo lo suyo, con el título “Intelectuales y revistas, razones de una práctica”. Beatriz Sarlo sabe de que habla, como lo prueba su punto de vista. Es allí donde distingue entre la sintaxis de la revista y la del libro. Sólo que es allí también donde afirma que nada es más viejo que una revista vieja. Esta sentencia supone para las revistas el lugar común que en el imaginario tienen los diarios. Hoy, son soportes de una noticia de último momento que mañana sirve para envolver los huevos. Sin embargo, no obstante las evidentes similitudes entre un diario y una revista cultural, -por ejemplo, ambos son periódicos, viven atentos al presente, jerarquizan sus materiales mediante procedimientos de diseño tipográfico-, vale la pena esforzarse para señalar la especificidad de la revista cultural que Beatriz Sarlo no debería ignorar. Nadie duda que una revista aspira a ser leída en el momento de su aparición y a incidir sobre él. Por lo cual, marinada como está con el tiempo, al transcurrir éste se convierte en otra cosa. No se trata tanto de que se vuelva vieja, hecho inevitable, como que se vuelva otra. Pero eso no sólo le ocurre a las revistas y a los diarios. Todos los productos culturales comparten el mismo destino. Los poemas homéricos, el viaje isabelino que ahora leemos difieren considerablemente de lo que los coetáneos respectivamente oían. Y entre ellos y nosotros ha habido muchísimas otras recepciones. Nada muy diferente es el destino de la revista cultural. ¿Que quiere decir, en consecuencia, que una revista, pasado cierto tiempo, se ha vuelto lo mas viejo del mundo? No quiere decir nada. Así Topía, es merecedora del verso de Darío: “Se juzgó mármol y era carne viva”. Esa carne viva que se resiste a petrificarse en el espíritu mismo de la revista. Y no obstante, insisto en que hoy , aquí, no solo estamos ante una revista hecho libro; no tanto por las diferencia entre la sintaxis de la revista y la del libro, que señaló con acierto Sarlo, y del evidente diálogo con el tiempo que supone la periodicidad de la revista y la acerca más al diario que al libro, sino, porque mientras el libro supone una entidad cerrada, una estructura teórica, la revista es por definición una ópera aperta. Lo característico de sus textos, incluso de los que no son trozos de conjuntos mayores, es su invitación a que se los tome como momentos de un itinerario. Eso da a la revista con frecuencia, cierto aire de laboratorio o taller, y “Taller” fue nombrada explícitamente una memorable revista mexicana, “Cuadernos del taller San Lucas”, otra nicaragüense y “Taller renacentista” llamó una vez a “Orígenes” Lezama Lima. Ese aire de taller lo ratifica el hecho de que, reunidos en el libro, los textos aparecidos en la revista, comienzan a vivir una segunda vida. Otra diferencia apreciable es el carácter mayoritariamente individual del libro y el colectivo de la revista. El carácter colectivo de la revista no se refiere sólo ni primordialmente al hecho de que en ella aparezcan materiales de varios autores. Se refiere sobre todo, a que es la obra de un equipo. Lo que no está reñido con el papel por lo general importante que en ella desempeña quien la dirige. Es difícil imaginar una revista sin el nombre de su conductor, como es difícil imaginar una orquesta sin director. Si bien, las ha habido. Pero lo definitivamente imposible, con la venia de John Cage, es una orquesta sin orquesta. Y a una orquesta con músicos que se invitan y aumentan constantemente, se parece el equipo que se expresa a través de Topía. Por eso, no quiero dejar de mencionar, antes de concluir, algo que desborda esta presentación y que por eso mismo está lleno de futuro. Me refiero a que en este mismo momento se está preparando el próximo número de Topía, y que en lugar de estar aquí, yo debería estar cumpliendo con el acuerdo de terminar el trabajo sobre contra transferencia que Enrique me encargó; diez mil caracteres y fecha límite el lunes. En fin, que tenga cada cual los amores que quiera y pueda. Es evidente que entre los míos se encuentra en alto grado el amor a la revista con lo que ella implica. Beckett dijo que mientras exista una mujer hermosa habrá poesía, lo que me complace suscribir, si bien me gustaría escuchar el parecer de las mujeres poetas sobre este punto.Por mi parte, creo que mientras exista Enrique, mientras existan revisteros entusiasmados que en medio del mal tiempo sueñen con hacer revistas para luego hacer los libros y hagan verdad y realidad sus sueños, no hay razón para desesperar. Entonces, Enrique escribió: La escritura ,ya se sabe, está del lado de lo fijo, de lo inmutable, es, si se quiere, observadora. Por el contrario, la lectura está del lado de lo efímero, es siempre innovadora. La lectura es ese acto singular que resulta indoblegable a cualquier imposición de sentido. En principio, porque la lectura no está inscripta en el libro y a despecho de la intención que como autor fue asignarle, la interpretación que del texto hagamos nosotros, queda libre de volar por donde Enrique no lo ha previsto. Así, ya que este libro no existe a no ser por la significación que nosotros como lectores y lectoras podamos otorgarle, aceptemos el desafío de llenarlo de sentido. Michel De Certau decía que el valor de un texto está determinado por la exterioridad del lector. El valor de un texto, se encuentra en el juego de implicaciones y de astucias entre dos tipos de expectativas combinadas; la que organiza un espacio legible, una literalidad y la que da los pasos necesario para la ejecución de la obra, la lectura. Enrique escribió, nosotros somos sus lectores; viajeros que circulamos por su tierra, nómades furtivos que atravesando sus campos vamos arrebatando tesoros para disfrutarlos.Enrique escribió, ahora, léanlo. Transiten el libro, circulen por su texto, háganlo volar, pasen y repasen por su alegría necesaria, por su jubiloso desafío, por sus reflexiones y por sus pasiones, por ese desborde de sentida inteligencia. Llévenlo allí donde él no pudo imaginarlo.