Juan Carlos Volnovich

Presentaciones de Las Huellas de la Memoria. Tomo II

The Cavern Club | 20/10/2005

Juan Carlos Volnovich

Ante todo una advertencia para que no tome desprevenidos a los lectores: éste libro produce insomnio. Nomás uno lo lee, y ya no puede dormir. Es un insomnio bueno, si los hay, porque ayuda a salir de la pesadilla. Es un insomnio que tiene algo de elaboración, que contribuye a procesar el hecho traumático pero -ya verán- los desafío a que, después de leerlo, puedan volver a conciliar el sueño.

 

“Siendo el propósito del presente trabajo trazar la historia del movimiento psicoanalítico, no habrá de extrañar su carácter subjetivo…”

Así comienza Freud su Historia del Movimiento Psicoanalítico , muy pronto, demasiado temprano tal vez, porque como señala Pontalis en Este tiempo que no pasa, el psicoanálisis en 1914 era aun muy joven como para ser historiado.

Entonces, siendo el propósito de Las Huellas de la Memoria trazar la historia del movimiento psicoanalítico y de la salud mental en la Argentina, no habrá de extrañar su carácter subjetivo sólo que, en este caso, no es ni demasiado temprano ni prematura la tarea emprendida. Es el momento justo y preciso.

Con la intención de registrar nuestra propia voz y de mostrar el perfil que nos identifica, Enrique Carpintero y Alejandro Vainer han apelado a las claves que nos aporta la historia. Pero no a la historia que se pretende objetiva en la cientificidad de sus afirmaciones; no al pasado que la historia como disciplina intenta restituir, sino que han apelado a la memoria colectiva; a la que hace uso del recuerdo y del olvido en el presente, cuando el pasado es transmitido a las nuevas generaciones a través de lo que ha dado en llamarse canales y receptáculos de la memoria. Flujo de los bolsones de memoria. Y es así como la memoria colectiva se convierte en garante del patrimonio heredado frente a los que violan la conciencia y deforman los datos aportados por las fuentes y los archivos. La memoria colectiva atesora el patrimonio heredado desafiando a los que construyen mitos fundacionales funcionales a los poderes de turno. La memoria colectiva pelea palmo a palmo contra los militantes del olvido, contra los traficantes de documentos, contra los conspiradores del silencio.

Queda claro, entonces, que antes que frente a un libro de historia, estamos frente a Las Huellas de la Memoria .

Con este segundo volumen (que augura su continuación) Enrique y Alejandro concluyen una obra tan fresca como rigurosa, texto con el que comenzamos a saldar una deuda, a llenar un vacío; la deuda contraída con los gigantes que nos precedieron, los que supieron inaugurar el camino que nosotros recorrimos; la deuda con los acontecimientos que le dieron al psicoanálisis y a la salud mental en la Argentina su rostro más original; la deuda que teníamos, y que aun sostenemos también, con nosotros mismos.

Lo que éste libro evoca, lo que minuciosamente describe, son los efectos de la potencia instituyente que habitó en los orígenes; es el impacto de una increíble fuerza transformadora. Es la intensidad de la ola que durante dos décadas se expandió por el universo de la cultura local intentando reemplazar a lo instituido, lo que aquí hace evidencia. Pero éste libro evoca, también, las huellas del golpe arrasador que la represión tuvo sobre todo aquello que supimos conseguir.

Decía que la aparición de Las Huellas de la Memoria como registro del movimiento psicoanalítico argentino no es ni anacrónica ni prematura. Coincide con la aparición en Francia del Libro Negro del Psicoanálisis para instalarse como su contrapartida. Es nuestro libro digno del psicoanálisis.

Siendo así, un segundo volumen, Las Huellas de la Memoria se inicia con la segunda parte. El estallido de las instituciones que ocupó el primer lustro de los 70.

Estas huellas hablan de la fuerza innovadora de los Trabajadores de Salud Mental cuando por entonces quisimos ponerle gatillo a la luna. Cuando la seguridad en nosotros mismos, la confianza que nos habitaba, descansaba en el profundo desprecio por éste mundo desgraciado y cuando con Paquito Urondo estábamos dispuestos a dar la vida para que nada siguiera como estaba.

Como no podía ser de otra manera el texto de Enrique y de Alejandro transita por la huella que dejó abierta la APA y su esplendor, Plataforma y Documento y la epopeya de los grupos lacanianos que confluyeron en la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Plataforma , como aporte significativo a la identidad del psicoanálisis argentino y su influencia en el psicoanálisis global, de la que algo diré más adelante.

Con originalidad y audacia, como un gesto de afirmación de lo propio, el capítulo dedicado al “Psicoanálisis y el poder” pone a “Freud y los límites del individualismo burgués” al lado del Antiedipo y El Psicoanalismo. Deleuze, Guattari, León Rozitchner, Robert Castel compartiendo la misma jerarquía. ¡Al fin!

El capítulo III está dedicado a la Salud Mental entre las comunidades terapéuticas, la psiquiatría social y la antipsiquiatría. Allí se ilumina a pleno lo real maravilloso americano. Lo que Diki Grimson, Miguel Vayo y Lucy Edelman hicieron en el Centro Piloto del Estévez de Loma de Zamora, lo que pasó allí, no tiene nombre. Si no fuera por que fue verdad la desmesura de esa realidad, una única exclamación cabe después de leer el relato: ¡Nahh!

Allí están, también, las huellas del Servicio de Psicopatología del Lanús con su gloria merecida y también con sus miserias, y la estela dejada por David Cooper y la Antipsiquiatría que tuvo un perfil propio en éstas pampas que no es la que Mariano Plotkin pretende dibujar.

Como homenaje, en un gesto que los honra, Enrique y Alejandro decidieron incluir a “los olvidados” de la Salud Mental en la Argentina: a Rodolfo Bohoslavsky, Isabel Calvo, Hebe Friedenthal y Mario Strejilevich. Yo les hubiera agregado, también, algunas vidas truncas, la potencia interrumpida de Alberto Brodesky, de Elías Libdushinsky, de Sergio Snopik.

Con las huellas que la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires y la Revista Argentina de Psicología dejaron en el campo de la Política, nada más ni nada menos que con la singular relación construida a costa de tanto esfuerzo y de tantas vidas entre psicoanálisis, universidad y política, concluye la segunda parte del libro para augura la tragedia.

La tercera parte está dedicada a la desaparición: se inicia con la lista de trabajadores de salud mental desparecidos que Laura Finkelstein y Mario Hernández confeccionaron y concluye con los efectos directos e indirectos del terrorismo de Estado que la dictadura militar impuso a nuestro país. Quiero aclarar que lo que aparece en el libro es la lista de los desaparecidos, no de los secuestrados-desaparecidos que posteriormente recuperaron la libertad. Inevitable, compulsión a la repetición, cada tanto volvemos a desaparecer a alguno. No encontré allí a Alberto Pargeament.

Dejé para el final de éste enunciado el bello prólogo con el que Gilou García Reinoso no hace otra cosa que reforzar lo que él libro plasma: la maravilla de la confrontación de ideas, ese hervidero intelectual que durante dos década supimos ser y hacer, ese inconmensurable espacio abierto, dispuesto para el despliegue de los grandes discursos emancipadores cargados de mesianismo e ingenuidad -es cierto- pero, también, cargados de críticas a las injusticias sociales, a la lógica del capitalismo y a la perpetuación de lo instituido. Porque en última instancia, lo que este libro reafirma es el carácter absolutamente singular del psicoanálisis; disciplina que fracasa cuando triunfa y se instituye. Y que cuando fracasa, es decir: cuando evita quedar capturado por el establishment, triunfa. De ahí que con Las Huellas de Memoria podamos concluir que lo mejor del psicoanálisis, lo mejor que el psicoanálisis ha producido, lo hizo contra el psicoanálisis; contra la cultura oficial del psicoanálisis; cuando logró eludir el peligro siempre presente de quedar capturado por la repetición.

También, este libro abre los interrogantes acerca de los estragos del poder en el seno de lo propio. No debemos olvidar que la destrucción del sistema de salud mental se llevó a cabo con un alto grado de consenso. Si la dictadura militar ofició de trauma social, la democracia no impidió los efectos de la dictadura del discurso político y económico a la que contribuyó el desencanto, la despolitización y el desinterés frente al despojo. Así, los que habíamos sido trabajadores de salud mental fuimos rápidamente reemplazados por profesionales uniformados en torno a una teoría tan barroca como políticamente inodora e incolora; profesionales uniformados destinados a adorar a sus maestros. De modo tal que la adhesión o la indiferencia nos transformó en sujetos borrados y tarados. Mascaras sin rostro. Eco, y no voz.

Este segundo volumen de Las Huellas de la Memoria nos interroga acerca de las claudicaciones, los consentimientos, la complacencia, las complicidades con el poder totalitario, y abre un profundo interrogante sobre la figura del colaboracionista y de la masa que acompaña.

 

Decía en un principio que c on la intención de registrar nuestra propia voz y de mostrar el perfil que nos identifica, Enrique y Alejandro apelaron a las claves que nos aporta la memoria colectiva. Sin embargo, la intención de Enrique y de Alejandro lejos está de ir al rescate de los relatos paradigmáticos de los 60 y los 70 para completar lo interrumpido ni, mucho menos, la de ponerlos nuevamente en vigencia. Sí, reelaborar las viejas utopías y garantizar la continuidad real en este presente que es otro, muy distinto de aquel en cuyo seno aparecieron, convencidos de que la tradición verdadera es la que va cambiando. No, la que permanece inalterable, ligada a la nostalgia. Así, parecería que ser consecuente con los viejos ideales -apostar a la identidad del psicoanálisis argentino (y las Huellas de la Memoria hace una contribución definitiva en ese sentido)­ supone reconocer en los titubeos y contradicciones de las nuevas generaciones de psicoanalistas informales, el lugar posible de esa producción original. Tal vez es allí donde se encuentre el germen de nuestra verdadera identidad, en la producción asistemática, desprolija, “ilegal” de los psicoanalistas informales que hoy en día protagonizan el cuadro y a quienes este libro les está destinado. También, en el proceso de apropiación masiva, en el consumo del psicoanálisis que les llega a las masas.

Si comencé diciendo que Enrique y Alejandro escribieron esta obra fenomenal con la intención de registrar nuestra propia voz y de mostrar el perfil que nos identifica, terminaré ahora con un ruego y un consejo. A los jóvenes que a través del texto se acercan a ésta gesta, a los destinatarios privilegiados del discurso que pronunció Federico Pavlovsky, les ruego que nos crean; que no tomen a Las Huella de la Memoria como un libro de psicoanálisis-ficción. Fue verdad. Todo lo que aquí esta escrito fue de verdad. Lo hicimos nosotros. En un gesto de generosidad que compromete nuestra gratitud Enrique y Alejandro han trabajado arduamente para restituir a los protagonistas, a los verdaderos dueños, a nosotros, el pequeño pedazo de historia que nos pertenece.

Y como dije en el inicio, para quienes participaron de ésta aventura, para quienes recorrieron toda o alguna parte de esas dos décadas, a los potenciales lectores les aconsejo que, junto al libro, atesoren una buena dosis de porros o de Whisky, de rohypnol, de ribotril o de ginebra como quiera o pueda cada cual, porque éste libro, aunque ineludible y necesario, produce insomnio.