Vicente Zito Lema

VICENTE ZITO LEMA

Leí en estos días dos veces “Las Huellas de la memoria”. La primera vez, hará unos diez días en Chotmalal, que es uno de los sitios más desolados y bellos de este país en la Patagonia. Extrañamente, me había invitado un grupo de gente de teatro, de psicología, que viven allí a dar una charla, una reflexión sobre un tema en el que estoy trabajando ya hace casi cuarenta años, que es las relaciones entre el arte y la locura.

Me río de mi y del lugar, reflexionando con diez compañeros en una montaña todavía nevada, sobre dialéctica, sobre poesía, sobre arte, sobre la figura de Artaud, de Rimbaud, y por supuesto de Pichon, y terminada la conferencia me quedé cuatro días en una pequeña cabaña, muerto de frío pero bien y leí el libro desde un espacio que podríamos llamar, siguiendo a Spinoza, una “pasión triste”.

Pero me animé a penetrar el libro, o mejor, a que el libro me penetrara. Y de pronto, me vinieron a buscar a la cabaña un grupo de docentes porque querían cortar la ruta que une Chotmalal con el resto de Neuquén para un lado, y para el otro Mendoza. Se habían enterado que estaba allí, y me pasé toda la noche con ellos, cortando una ruta casi como en el medio de la soledad y el infinito, porque nadie pasó por esa ruta. Pero la cortamos. Tomé conciencia de lo absurdo de mi vida, pero también de que hay utopías y sueños de nuestra generación que no van a dejarnos de acompañar hasta que la parca nos mire con sus ojos.

La segunda lectura la hice hace pocos días en Bs As. Leí otra vez el libro y otra vez, desde varios lugares aparecio la tristeza la tristeza. No olviden que buena parte de mis amigos están muertos y no de causas naturales. Y otros, maestros como Enrique o Jacobo Fijman, por cuestiones de salud. Pero ya tengo demasiados amigos muertos, y leer este libro desde algún lugar también, otra vez, en las pasiones tristes. Hasta que me llama un grupo de alumnos de la Facultad de Psicología que acababan de sacar una revista, otra aventura de estudiantes en la Universidad sacando una revista. Y me invitan a presentarla en la carpa que los obreros de la fábrica Zannon han montado frente al Congreso en la plaza Dos Congresos. Y se fueron dando las circunstancias, hasta que casi serían las diez de la noche cuando presentamos la revista de psicología rodeados de los compañeros de Zannon y muy pocas personas que por distintas circunstancias se incorporaron a la carpa. Y otra vez, desde algún lugar sintiéndome como un personaje de Shakespeare; un imbécil al que llaman para contar tragedias que nadie escucha. Pero por otra parte, sintiendo que esa condición de imbécil me permitía reflexionar sobre tal vez lo opuesto del imbécil, que es el idiota. Es un tema al que tantas veces se refirió Fernando Ulloa. ….Aristóteles, sería mas o menos aquél que teniendo las posibilidades de la conciencia sobre la sociedad, buscando escaparse del compromiso existencial en el sentido de Sartre, se vuelve un idiota. Es decir, se mete en su interior y cierra las puertas al mundo. Y me di cuenta de que podía ser un imbécil en el sentido de que me toca contar tragedias o dramas donde nadie me escucha. Pero que mantengo de mi generación el sentido de la conciencia, el sentido de la fraternidad, el sentido de meter el cuerpo allí donde nos llamaba. Y ahí entonces, hablando de poesía y de dialéctica en una montaña, cortando una ruta acompañado de “Las Huellas de la memoria”. Y aquí presentando una revista de psicología, con los compañeros de la fábrica Zannon, en el medio de una noche en el silencio ruidoso de la ciudad de Buenos Aires. Y estos acontecimientos me permitieron, dialécticamente, que tanta tristeza o depresión se convirtieran en estímulo para dejar que el libro entrara en mi con todo lo que tiene de conmovedor, de provocador, con todo lo que tiene para exaltarnos y enojarnos. Para estar de acuerdo y para disputar. Pero para saber que otra vez, podríamos decir el drama le gana ala tragedia. ¿Adonde vamos? Ustedes saben bien que Niezstche distingue entre el drama y la tragedia. La tragedia sería aquella lucha donde el final ya está marcado, criaturas del destino ganados por el rey Eolo, nuestro barquito en la inmensa mar siempre termina estrellado. No hay manera de vencer esos obstáculos, porque están allá por encima del deseo y la voluntad humana. El drama, si leemos con cuidado a Niezstche y a Sófocles, veremos de alguna manera, aún contra el enojo de Eolo, de Zeus y de cuantos dioses mayores y menores se crucen en nuestro camino, el final está abierto. La voluntad puede vencer. La necesidad no es solo de la muerte más todavía si el deseo acompaña la necesidad. Y podrán ser dispares las circunstancias, podrán ser hostiles las relaciones de fuerza, pero todavía la historia está abierta. Y en eso pensé leyendo este libro y escuchando a los compañeros. Es cierto que el libro habla de una derrota. Yo he disputado mucho sobre el término “derrota” con mis compañeros, tanto en el exilio como otra vez en el país. Si fue una derrota o si no lo fue. Yo se que la mayor parte de mis compañeros están muertos, y que desde ese espacio mucha victoria no tuvimos. También se que este país ha salido del tiempo de los asesinos, como hablaba Raport?, pero ha entrado en el tiempo de los canallas, como lo llamo yo. Y que desde muchos lugares, y puede dar fe alguien que en el cuerpo tiene tiros, que en la casa tuvo bombas, que me cerraron las revistas, que me expulsaron de la Universidad, que tengo ocho años de exilio… Si se que esa dictadura fue atroz. Pero que nadie se confunda: este tiempo constitucional, siempre será mejor que la mejor de las dictaduras. Pero tampoco esto es el sueño por el cual peleó una generación. Y el sueño está abierto, la pelea está abierta. Eso si; no creo que la derrota sea eterna porque no hay derrota eterna mientras uno siga manteniendo ilusiones.

Por eso yo no vivo en este libro una definitiva pasión triste, lo veo desde una pasión feliz. La pasión incluso, de animarme casi a repetir lo que en la carta Vincent Van Gogh le escribe a su hermano Teo; nada mas patético que un ciego que lleva a otro ciego de la mano. ¿Ese es el espacio que les queda a nuestra generación, ciegos en el infortunio que llevaremos a otros ciegos de la mano? El tema siempre es navegar. Como dice Pessoa: “Vivir viven también los animales. Navegar es humano.” De eso se trata, de navegar sin saber que estrella te alumbra ni que fantasma te acosa.

Algo más sobre el título de la obra. “Las huellas de la memoria.”

Palabra memoria, y en el libro lo evocan , mis queridos amigos autores de esta obra, Alejandro y Enrique , como también Fernando Ulloa; la palabra memoria la podemos asociar con vida, con un espacio abierto. Pero también recuerdo una frase de mi querido amigo Rodolfo Walsh, que escribió cuando se entero que habían fusilado a su hija, poco antes de que luego lo mataran a él.. En una carta que primero nos mando a sus amigos, después hizo pública el contaba la muerte de Vicky, que precisamente fue alumna mía. Y decía ahí Rodolfo: “el verdadero cementerio es la memoria. Ahí te evoco, te cuido y te recuerdo querida hija”.

¿La memoria es la vida o es el cementerio? A esta altura de los acontecimientos a veces uno se llena de dudas. Lo que si se que también en la vida está la muerte como en la muerte está la vida. Y que no necesariamente la memoria es únicamente cementerio, como tampoco la memoria es únicamente vida. La memoria, en definitiva, es un tonel abierto que habrá que llenar con el vino que cada uno traiga, con las fuerzas que uno tenga y con el deseo de tomarlo, que nos pueda despertar. Mi memoria de aquellos años es compleja. Ahí están las pasiones, los besos, las caricias, las fraternidades, las torturas, los muertos, el deseo, el miedo, el terror. Pero me queda también casi casi la seguridad de que como bien dice Paul Leloir, “por poco tocamos el cielo con las manos.”

Por supuesto se que este es otro tiempo, que hay otro cielo, y que seguramente, así como Heráclito no se bañaba dos veces en el mismo río, nuestras manos no pueden acariciar dos veces el mismo cielo.

Pero uno puede nutrirse. Yo los desafío a nutrirse con este libro. Hay historia, hay relato, hay momentos que nos crispan, momentos que nos entusiasman, la vida corre libremente por ahí. Yo no se si mis queridos amigos tenían conciencia de lo que estaban escribiendo. Conociendo especialmente a Enrique Carpintero, lo dudo. Pero de todas formas les abrimos la posibilidad de que hayan escrito con el deseo real de provocar en nosotros toda esta pasión por la vida que se renueva.

Un recuerdo final, Yo tuve dos grandes maestros, el hecho de tener grandes maestros no implica que uno haya sido un buen discípulo, para nada. Mis maestros fueron Pichon Riviere y Jacobo Fijman. Pichon en el libro está presentado desde todos los ligares que se merece. Juan Carlos habla también de él con cariño y afecto y con la profundidad que merece quien marcó tanto. También está nombrado Jacobo Fijman. Treinta años internado en el Hospicio, y tal vez a pesar de eso y tal vez con eso, el autor de una de las obras poéticas y filosóficas más importantes de nuestro siglo en castellano. En uno de sus primeros poemas, él escribe en 1926 tras una primera int4ernación de 8 meses en el antiguo Hospicio de las Mercedes, dice: “Demencia, el camino mas alto y mas desierto. ¿Que es salud mental, el camino mas bajo y mas concurrido?”

Que quede la pregunta abierta. Lo que si se es que enfermedad y salud no pueden ir por caminos distintos. Como enseña Derridá, ya hemos pagado con demasiada muerte tanta poca vida. Espero que la demencia y la salud se encuentren, porque en definitiva, de lo mejor de ellas podremos extraer la poesía.

Y esto si que es lo último, dedicado especialmente a Alejandro y a Enrique, psicoanalistas.

En el Fedro de Platón, se plantea una polémica muy interesante. El joven Fedro viene a una de las discusiones con Sócrates munido de un libro. Sócrates comos siempre, se vale de su lenguaje y lo que se instala, es la disputa que se sintetizaría para el que olvidó el Fedro, de esta forma: “en la palabra está la vida y en el libro está la muerte”, dice Sócrates. El tema de ser psicoanalista se liga a mi criterio mucho con el silencio, pero también se liga con el condensare griego de la poesía de encontrar la palabra justa. Pero hay otra forma también de la escritura, que sería escribir sobre la escucha. Esto lo quiero rescatar desde el libro. En el libro hay silencios, hay palabras, y hay mucha escucha de los que participaron en la historia. Tal vez de esa forma Platón haría que Sócrates y Fedro no se pelearan tanto. Conseguir unidad que trascienda la pelea de la vida y de la muerte siempre es una apuesta que nos llega a conmover. El libro nos conmovió y hemos compartido esa conmovida pasión con ustedes, esta tarde en esta librería. Muchas gracias.-

[1] Yerushalmi, Y.H.: Reflexiones sobre el olvido. Coloquio de Royaumont. En Usos del Olvido. Nueva Visión. Buenos Aires. 1998.