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El dilema de los tecnócratas

 

El 5 de diciembre de 2000, los medios difundieron la noticia de que el Intendente de La Matanza, municipio del conurbano bonaerense, había hecho llegar a la representante del FMI, Sra. Teresa Ter Minassian, un vídeo en el cual se trataba de testimoniar algo de la situación de miseria extrema que vive un importante sector de esa región de nuestro país, situación que se replica insistentemente a lo largo y ancho del mismo.
Ignoro si el Intendente logró hacer llegar el vídeo a su destinataria, como también ignoro si ella pudo hacer un alto en sus múltiples compromisos para verlo o, si simplemente tuvo ganas de suspender otras tareas más placenteras para saber de qué trataba.
En realidad esto no importa, porque tengo la absoluta convicción de que cualquiera haya sido la decisión de la funcionaria internacional respecto del vídeo, ésta no hubiera alterado lo más mínimo su visión de la vida y del mundo. Un mundo donde la miseria social es una propiedad más de la contemporaneidad y se acepta como se aceptan las catástrofes naturales, la enfermedad (de los otros) y todas las cosas imperfectas, características de este mundo imperfecto.
Para esa extraña especie surgida de los laboratorios del poder y que se han dado en llamar "tecnócratas", la realidad que interesa pasa solamente por ciertos dispositivos -o formas- de hacer las cosas de una manera "correcta", formas que son rígidas, precisas, exactas y deben realizarse con la misma precisión con que han sido diseñadas por otros tecnócratas sabios, que asesoran al Poder.
La ética, ese invento de los filósofos que también se dio en llamar ciencia normativa, porque se ocupa de las normas de la conducta humana, fue durante siglos el referente que desde la religión, la moral, la ley o simplemente desde los usos y costumbres, establecía, con algunas diferencias culturales más o menos significativas, lo que era bueno y aquello que no lo era. Desde esta perspectiva, los tecnócratas poseen y utilizan una ética que determina que lo que se realiza, según esos estrictos códigos de procedimientos a los que hicimos referencia, es bueno y, lo que desvía de los mismos, está mal. El simple detalle que diferencia a esta ética tecnocrática, de la de uso humano, está referida a que siempre los preceptos morales tuvieron en cuenta al otro y definieron como "mala" toda conducta que dañara o amenazara un bien social o individual.
Podrían citarse miles de ejemplos históricos por los cuales se dañó severamente a otros, tomando como justificativo normas éticas o morales: el Inquisidor Torquemada torturaba, vejaba y mataba herejes y apóstatas, pero su accionar tenía el propósito de defender a la religión católica y al poder terrenal que ella representaba, pero en esta defensa estaba incluida el alma del descarriado que, confesadas sus culpas, voluntaria o involuntariamente, podía ser ejecutado sin pecado de su parte, porque su confesión ya lo había salvado para la eternidad.
Los dictadores latinoamericanos, que persiguieron, torturaron y mataron a miles de opositores políticos, lo hacían con el "loable" propósito de limpiar a los países que gobernaban de la lacra comunista, que trataba de imponer sus perversas ideologías a una población ingenua.
Más allá de la ironía, creo que existe algo que es preciso diferenciar: por aberrante que hayan sido los hechos represivos que protagonizaron aquellos tenebrosos individuos, todos ellos se hicieron responsables de sus decisiones y "dieron la cara" por sus acciones, que para su concepción ética, política e ideológica, estaban plenamente justificadas.
Los tecnócratas, al igual que los robots, sólo obedecen órdenes, mejor dicho están programados para actuar de una determinada forma y no pueden obrar de otra manera.
Esto nos remite a la polémica que desde los años cincuenta han sostenido cognitivistas que adherían a la hipótesis de la Inteligencia Artificial (IA) y otros científicos que la han rebatido.
El argumento cognitivista afirma que la conducta inteligente supone la capacidad para representar el mundo de ciertas maneras. Por lo tanto, la conducta se puede explicar aceptando que un agente o dispositivo actúa representando rasgos relevantes de las situaciones en que se encuentra. El éxito de la conducta se basará en la manipulación de símbolos asentados en una serie de reglas claras y precisas. El sistema interactúa sólo con la forma de los símbolos (sus atributos físicos), no con su significado. Cuando los símbolos representan apropiadamente un aspecto del mundo real, el procesamiento de la información conduce a una feliz solución del problema planteado al sistema. (Varela, 1998)
Releyendo estas palabras no puedo dejar de pensar en los protagonistas que inspiraron esta nota: los tecnócratas del quehacer económico. Ellos también poseen una representación del mundo referida solamente a símbolos, manipulan estos símbolos de acuerdo a las reglas que les proveyeron y su conducta será exitosa cuando actúan en función de esa representación y de las reglas de procedimiento. La polémica que se estableció entre los cognitivistas de la IA y otros científicos se puede sintetizar así: ante el irreductible nivel simbólico que la hipótesis cognitiva utiliza para explicar la cognición, los críticos acertadamente señalan que los símbolos son ítems semánticos, pero que esta característica escapa a la capacidad de la IA. En otras palabras, una máquina, un robot, no están capacitados para acceder al nivel semántico de una significación y, en consecuencia, sólo pueden manejar símbolos. Esto fue definido por Searle de la siguiente forma: "mientras el programa se defina en términos de operaciones de cómputo sobre puros elementos definidos formalmente, lo que el ejemplo sugiere es que estos por si sólo no guardan ninguna relación interesante con la comprensión..." (Searle 1994, pág. 86).
Esta polémica, que aún continúa abierta, está referida a máquinas sofisticadas. Se puede señalar que siempre hubo "robots" de carne y hueso que ejecutaron sin pensar las ordenes recibidas, simples manipuladores de símbolos y de ordenanzas que torturaban y mataban sin tener en cuenta la significación de sus conductas. Ejemplo más que categórico es el relatado por H. Arendt cuando el juicio al genocida A. Eichman en Jerusalén. Apelando al saber popular podemos decir que no hay nada nuevo bajo el sol.
Lo que llama la atención de este fenómeno que estamos comentando se refiere al respeto y admiración que generan estas máquinas del poder en este nuevo milenio. Un ejecutor, un verdugo, siempre fue un elemento útil, aunque haya sido socialmente despreciado. Actualmente los robots que vienen a la Argentina a "monitorear", en representación del Poder, son temidos, lo cual es fácilmente explicable pero, curiosamente, también son reverenciados e incluso admirados. Los funcionarios políticos de turno no sólo ejecutan puntualmente sus órdenes, también imitan sus discursos, hacen propios sus razonamientos y -sospecho- que su posición provoca, en algunos casos, bastante envidia.
El político se encuentra presionado por sus promesas preelectorales que, obviamente, no puede cumplir, los reclamos cotidianos de la población que insiste en tener esas cosas exóticas como trabajo, comida, salud y educación; los mass media que echan leña al fuego divulgando el malestar generalizado y haciendo preguntas que no pueden o no deben ser respondidas por los funcionarios títeres. Lo más triste de esta realidad es que la mayoría de los funcionarios están comprendidos en las generales de la población argentina que, cuando trabaja, debe hacerlo con doble empleo. Ellos también cumplen con el papel de siervos de las multinacionales para defender sus intereses desde su otro conchabo de ministro, diputado, presidente, etc.

 

La rebelión de los tecnócratas:

A veces, aún dentro del panorama siniestro en que vivimos, se avizora alguna luz de esperanza. Como ha pasado frecuentemente en la historia de Occidente, la incipiente propuesta libertaria proviene de Europa: leemos en una nota del diario El País, de Madrid, del 27 de noviembre lo siguiente: "un grupo importante de estudiantes de Ciencias Económicas de universidades francesas como La Sorbona, Orleans, Grenoble, Rennes, Marsella y Clemont-Ferrand y otras como Barcelona, Hamburgo, Londres y Florencia, han publicado un documento en el cual se revelan contra "la enseñanza de una economía imaginaria, demasiado despegada de la realidad". Los principales puntos cuestionados por los estudiantes son: a) la vigencia de una enseñanza que solamente ofrece una dimensión teórica, totalmente divorciada de las "contingencias de la realidad". En el contexto universitario, los profesores adictos al "modelo econométrico no dejan que la realidad les estropee una teoría"; b) el uso abusivo de la matemática, que no es utilizada como un instrumento sino como un fin en sí mismo, lo cual contribuye a aumentar la brecha con el mundo real y c) los estudiantes proponen que se establezcan enfoques pluralistas en los análisis económicos y no verdades axiomáticas que se ofrecen como "la verdad".
El documento de los estudiantes sostiene que "las cátedras universitarias nunca responden a los grandes interrogantes económicos contemporáneos". A lo que agregan que "los mundos imaginarios de misteriosa conexión con la realidad económica" que crean sus profesores se ajustan perfectamente a la metáfora de la "economía de Robinson Crusoe, pues la modelización sistemática evita el intercambio con cualquier factor no previsto por los libros".
Este movimiento estudiantil está apoyado por relevantes figuras de la economía como las de Bernard Maris, autor de la polémica "Carta a los gurús de la economía que nos toman por imbéciles", el matemático Bernard Guerrien, que festeja la rebelión de los alumnos, sosteniendo, entre otros argumentos que: "Para llegar a profesor o a catedrático, normalmente hay que haber sido buen alumno y hoy sólo se consideran buenos aquellos que no critican. De ahí el nivel de mis colegas".
La única pregunta que cabe ante estas reflexiones es la siguiente: ¿podrán estos estudiantes de las universidades europeas y de las universidades de cualquier parte del planeta, cuando devengan egresados y traten de vivir de su profesión, mantener el espíritu de rebeldía o aceptarán ser programados para engrosar las filas de los autómatas del sistema?.

 

Mabel I. Falcón
Profesora de Psicología Educacional
Miembro del equipo de Investigación Psicologia Política
Facultad de Ciencias Humanas
Universidad Nacional de San Luis
akauth [at] unsl.edu.ar

Bibliografía

Boden, M.: La filosofía de la Inteligencia Artificial. Fondo de Cultura Económica, México, 1994.
Falcon, M.: “El cognitivismo y sus vicisitudes”. Rev. Ideacao, Bahía, N° 4, 1999.
Searle, J. : “Mentes, Cerebros y Programas”. En Boden, M., 1994.
Varela, F.: Conocer. Las ciencias cognitivas: tendencias y perspectivas. Editorial Gedisa, Barcelona, 1998.
 

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Articulo publicado en
Agosto / 2001

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