Para el hombre ”sagrado”, en oposición al hombre “profano”, la Naturaleza -y sus manifestaciones- nunca es exclusivamente “natural”: está cargada de un valor religioso. Y esto tiene su explicación, puesto que el Cosmos es una creación divina: salido de las manos o el aliento de Dios, el Mundo queda impregnado de sacralidad. Este se presenta de tal manera que, al contemplarlo, el hombre “sagrado” descubre los múltiples modos del Ser. Ante todo, el mundo existe, está ahí, tiene una estructura: no es un Caos, sino un Cosmos; por tanto, se impone como creación, como una obra divina.