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Bitácora de un Psicoanalista

Oscar Sotolano
Tapa del libro: Bitácora de un Psicoanalista

El psicoanálisis como praxis odiseica

Quien empiece a leer este libro por su índice, costumbre por desgracia perdida a partir de la difusión de la lectura patchwork, en nuestra época de fotocopias o documentos por red, quizás se sorprenda al encontrar títulos tan variados como De cómo una interpretación correcta deviene fracaso terapéutico; Mi encuentro con la contratransferencia; Hacia una recuperación de la problemática del afecto; Acerca de la complacencia o solicitación somática; La identidad en la clínica psicoanalítica; ¿Es el diálogo analítico, un diálogo común?; ¿Qué quiere decir escuchar?;

Interpretación de los sueños y/o construcción de las posibilidades del soñar; La interpretación: fetiche o herramienta; Interpretación y/o intervención; Libertad y sublimación; Interpretación y catástrofe social; Psicoanálisis y prevención; La admisión en la institución hospitalaria, o, por último, El problema de la transmisión del psicoanálisis - todos ellos encabezados por, a un tris de pomposa, praxis odiseica-. Ante ese despliegue de títulos heterogéneos será legítimo que el lector tema encontrarse con un popurrí de cuestiones sin ilación, un rejunte de textos escritos para ocasiones diversas. Temor para nada descabellado. Más aún, ha sido mi propio temor a lo largo de la escritura y armado de este libro. Sin embargo, mi esperanza se dirige a que en esa lectura que abarcará una cantidad de temas variados se pueda ir dibujando una reflexión personal donde el rigor conviva con cierto eclecticismo temático - y es probable que por momentos también teórico- que considero inherente al objeto de nuestro estudio: el inconsciente (aunque no sea éste, por sus propias características, el objeto único de nuestra práctica). Si bien este texto aspira a colaborar en el acotamiento de algunas cuestiones que están lejos de ser claras entre nosotros los psicoanalistas, se plantea también hacerlo desde el recorrido de problemas, el continuo viaje, en el que se va tejiendo mi experiencia, y que sé que muchos compartimos. En ese sentido no será una investigación sistemática sobre una cuestión, sino un transitar de a saltos por un espectro de problemas que, en mi opinión, son centrales en la práctica de cualquier psicoanalista. Y ante los cuales, según la posición que se tenga ante ellos, se desprenderá también la teoría implícita, no sólo la explícita, que modula la labor de todos los días.

En este sentido, sirva esta introducción como contexto y como médula.

La práctica del psicoanálisis, con todas las cuestiones que la involucran, tanto teóricas, clínicas, técnicas y, no por última menos importante, éticas, nos ubica en un campo atravesado por distintas líneas de tensión. Una de ellas, que por su trascendencia metodológica, me parece central, es la que genera el hecho de que pretendemos ser "científicos", en este sentido descubrir regularidades que expliquen el funcionamiento mental, y al mismo tiempo nos encontramos realizando una práctica básicamente artesanal donde la regularidad aparece como una comprensión retroactiva a nuestras mejores intenciones deductivas. Es decir que, las más de las veces, escuchamos que lo que acabamos de decir ha sido entendido de un modo diferente a como pretendimos decirlo y que esa "mala" escucha nos acerca a la verdad de nuestros pacientes con más riqueza que si nos empacáramos en hacernos "entender bien".

Para un campo científico regido por reglas más o menos precisas de la deducción y la verificación, este método paradojal parece a primera vista un despropósito. Desde su perspectiva, la búsqueda de la verdad estaría siempre más cerca de la intuición, de lo inefable como criterio metodológico, de la dimensión del "yo siento", "me parece", “se me ocurre", que de las formas más sistemáticas del pensamiento racional. Esta es una paradoja inherente al campo psicoanalítico que ha generado múltiples malos entendidos, causantes a su vez de que el psicoanálisis haya sido ubicado, por desgracia a veces con cierta razón, más del lado de las prácticas irracionalistas, las paraciencias y la charlatanería que del campo en el que nació y creció, y que según, mi punto de vista, debe seguir estando, es decir: el pensamiento racionalista heredero de las mejores tradiciones de la Ilustración , las que no desechan la categoría de imaginación .

Pues si el psicoanálisis se ocupa de lo llamado irracional - retomando también la tradición romántica-, no lo hace desde el punto de vista de un elogio de la irracionalidad como estrategia cognocitiva sino desde la búsqueda de la racionalidad de lo irracional, de una búsqueda de su lógica alógica, del porqué de su potencia y de sus límites. Búsqueda de la razón que incluye la imaginación y la intuición como herramientas del conocimiento. Dice Popper, referente epistemológico de las ciencias duras si lo hay: " Puede expresarse mi parecer diciendo que todo descubrimiento contiene 'un elemento irracional' o 'una intuición creadora' en el sentido de Bergson. Einstein habla de un modo parecido de la 'búsqueda de aquellas leyes sumamente universales... a partir de las cuales puede obtenerse una imagen del mundo por pura deducción. No existe una senda lógica - dice- que encamine a estas...Solo pueden alcanzarse por la intuición, apoyada en algo así como una introyección (' Einfühlung ') de los objetos de la experiencia"

Un motivo principal para este malentendido puede ser buscado en la fuerza que en el campo del saber ha tenido y tiene lo que se ha dado en llamar reduccionismo. Tanto el reduccionismo fisicalista de quienes piensan que como la materia está compuesta de átomos en movimiento organizados según una lógica de la complejidad creciente, se adjudica entonces a su conformación elemental la raíz de sus dinámicas más complejas, como al reduccionismo psicologista que encuentra en las determinaciones de los supuestos "átomos sociales", las personas, la causa de nuestros destinos colectivos, como al reduccionismo que pretende desde una unidad de análisis simplificada llamada "lo social" explicar los avatares de cualquier fenómeno. La nariz de Cleopatra o una crónica enfermedad intestinal de Carlos Marx o tal o cual vicisitud de las relaciones sociales de producción se transforman en factores causales de primer orden en (siguiendo el orden anterior) los destinos del Imperio Romano o en la “sufrida “ concepción de la lucha de clases como motor de la historia o en el modo lisenkista de entender la herencia. Esto dicho en los términos de formas reduccionistas tan grotescas que hoy nadie se atrevería a formular, como, y es lo central, en las formas sutiles y camufladas que impregnan la mayoría de las discusiones que nutren lo que de un modo muy general podríamos llamar el pensamiento contemporáneo, incluso cuando pueda aparecérsenos como innovador. Recordemos si no las andanadas de reduccionismo que soportamos cuando se discute sobre clonación, sobre descubrimientos genéticos, o sobre la vigencia o no del pensamiento marxista. Por supuesto, al referirme a estas formas de reduccionismo, no olvido que cualquier disciplina puede caer bajo su influjo.

En el campo de la biología, Stephen Jay Gould, el paleontólogo norteamericano, lo plantea con precisión. "La vida exhibe una estructura que obedece a los principios físicos. No vivimos en medio de un caos de circunstancia histórica no afectada por nada accesible al 'método científico'. Sospecho que el origen de la vida en la Tierra fue prácticamente inevitable dada la composición química de los océanos y las atmósferas primitivas y los principios físicos de los sistemas autoorganizativos. [...] Pero estos fenómenos, por ricos y extensos que sean, se encuentran demasiado lejos de los detalles que nos interesan acerca de la historia de la vida. Las leyes invariables de la naturaleza fijan firmemente las formas y funciones generales de los organismos; establecen canales por los que el diseño orgánico tiene que evolucionar. ¡Pero los canales son tan amplios en relación con los detalles que nos fascinan!". Y se pregunta: "¿Por qué los mamíferos evolucionaron entre los vertebrados? ¿Por qué los primates se aficionaron a los árboles? ¿Por qué la minúscula ramita que produjo al Homo sapiens surgió y sobrevivió en Africa". Y se responde: " Cuando centramos nuestra atención en el nivel de detalle que regula la mayoría de cuestiones comunes sobre la historia de la vida, la contingencia domina y la predictibilidad de la forma general retrocede hasta un segundo término irrelevante". Pensemos lo pertinente de estas ideas cuando el objeto en cuestión es ése tan complejo llamado sujeto humano para quien la contingencia define a diario su devenir, y qué banal puede resultar pretender explicar sus padecimientos desde la óptica restringida de su composición microscópica.

En otro artículo Gould dice: "Los físicos, siguiendo el estereotipo de la ciencia como empresa previsible y determinista, a menudo han planteado que si los humanos surgieron sobre la tierra, debemos inferir (dado que las causas llevan inevitablemente a los efectos), que en cualquier planeta que iniciara su historia con unas condiciones físicas y químicas similares a aquellas que se dieron en la Tierra primigenia deberían surgir criaturas inteligentes de forma humanoide [...] Pero los estilos de la ciencia son tan diversos como sus temas. El determinismo clásico y la predecibilidad completa pueden prevalecer en el caso de objetos macroscópicos simples sometidos a unas pocas leyes de movimiento (las bolas que ruedan por planos inclinados en los experimentos de física de la escuela superior) pero los objetos históricos complejos no se prestan a tan fácil tratamiento" .

En estas citas se condensa uno de los conflictos centrales que tiene que enfrentar un psicoanalista en su praxis - en su doble perspectiva, en tanto acción teórica y en tanto teoría hecha acción -: la relación (tantas veces mencionada en los últimos años pero ya presente en Freud) entre determinismo y azar ( “Disposición y azar determinan el destino de un ser humano, rara vez, quizás nunca, lo hace uno solo de esos poderes”, dice Freud en 1912 en Dinámica de la transferencia , al tiempo que hacia el final de su vida, en Análisis terminable e interminable, nos recuerda que no desconoce "La idea moderna del reconocimiento del azar"). Problemática que en su tensa y fructífera red de relaciones, que un modo a mi entender fundamentalista de interpretar las teorías de la complejidad ubica en campos antinómicos, nos llevará a preguntarnos sobre cuestiones que hacen a la diferencia entre determinismo y causalidad. Es decir, ¿a un paciente le pasa esto o aquello por tal o cual razón? o ¿a tal paciente le pasa esto o aquello otro por que hay condiciones que hacen, a lo sumo, estadísticamente probable que así sea? Una exigirá certezas, otra se moverá en territorios donde rigen tendencias, no certidumbres.

La tensión relacionada con las posibilidades de pensar como científicas ciertas categorías, se hace aquí cruda. En efecto, por lo que sabemos de un paciente ¿podremos predecir con un grado de certeza relativamente alto que su destino se orientará en tal cual dirección? ¿O nos apoyaremos en los impredecibles caminos de la singularidad, de lo complejo de los órdenes de determinación, para nunca arriesgar una tendencia? Este es un desafío constante que los psicoanalistas, cuando somos demandados por otras prácticas, tendemos a eludir. Nada seguro podemos decir frente a un pedido de opinión "experta" en un peritaje, ni ante el reclamo escolar, ni ante la angustia de los padres. Y si bien es cierto que nada podemos garantizar -la complejidad de los encuentros entre lo inconsciente y lo consciente, y el carácter inasible de lo inconsciente, entre otros factores, así lo determinan -, sin embargo son muchas, demasiadas, las veces que algunas cosas podemos y tenemos que decir. Algunas tendencias altamente probables podrán ser enunciadas.

Cuántas veces, consultados por niños inquietos, en edad preescolar, podremos detectar problemas en la estructuración psíquica que nos permitirán pronosticar que, de no mediar un tratamiento, es casi seguro que ese niño tendrá inhabilitantes dificultades escolares. Cuántas veces hemos comprobado lo cierto de nuestros pronósticos cuando la escolaridad primaria ha comenzado. Cuánto sufrimiento psíquico podremos haber ayudado a ahorrar de tomar en serio nuestras "intuiciones" -o nuestras "culposas deducciones", según como se lo mire- y de haber actuado en consonancia, qué importancia podrá tener en la posibilidad de que los padres reconsulten rápidamente el que, en el momento de enunciar nuestras predicciones, hayamos sido claros. Si en aquel momento no nos han terminado de dar crédito, cuando más adelante se encuentren con los primeros indicios de esas dificultades podrán reconsultar (con nosotros o con otros analistas, no importa) antes de que los problemas lleguen a mayores. Son infinidad los ejemplos que en esa línea podremos pensar. Mi preocupación, y en este sentido será la de este libro, es ir planteando las líneas de tensión, de clivaje y de fusión que existe entre un campo determinista que hace de la predicción unos de sus elementos insoslayables, y otro que halla en la singularidad aleatoria del sujeto humano toda la potencia de un destino siempre preso de una temporalidad retroactiva, en ese punto – valga la paradoja- un destino no predestinado .

Aún así, si bien creo que nuestra búsqueda de regularidades es legítima y necesaria, al mismo tiempo nos demuestra, momento a momento, su insuficiencia. La singularidad humana es reacia a dejarse capturar por pronósticos demasiado estrechos, pero no por ello será benéfico para el psicoanálisis desestimar los inevitables intentos que la teoría y el método exigen que hagamos para que nuestra práctica sea un instrumento idóneo para entender los padecimientos que esos tan humanos conflictos o catástrofes del espíritu que llamamos neurosis, psicosis, perversión o estados límites, suscitan.

A mi entender, y al de muchos antes que yo, el psicoanálisis como ciencia es una disciplina que se funde con las artes. La creación, lo inesperado, lo sorprendente, lo conmovedor son su leitmotiv, pero ninguno de esos adjetivos está exento de regularidades, que aunque parciales, explican o buscan explicar la irrupción liberadora de lo inédito. Arte con legítimas pretensiones de cientificidad lo he definido en el capítulo sobre prevención.

Es que nuestra práctica es paradójica, busca evitar la restricción saturante de los preconceptos morales o pedagógicos, pero al mismo tiempo necesita de conceptos que modulen nuestras intervenciones sin que ellos mismos se transformen en un corsé. Entre el preconcepto entendido como prejuicio y el concepto entendido como abstracción simplificadora (lo que no querrá decir reduccionista) y ordenadora, se extiende una línea divisoria de contornos frágiles. ¿Cuántas veces un concepto simple, en este sentido capaz de servir para operar en múltiples situaciones, funciona de obstáculo para comprender lo inédito? ¿Cuántas veces la reivindicación amorfa de la singularidad sirve para escamotear ejes que pueden dar cuenta de una singularidad densa?

Entre los preconceptos resulta imprescindible diferenciar aquellos que podrían ser equiparados con prejuicios, de aquellos otros que deben ser entendidos como conceptos fundantes, instituyentes o axiomáticos. Aunque en ambos casos nos estemos refiriendo a preconceptos, un abismo semántico los separa. Esta palabra encierra dos sentidos antinómicos.

Hallé en el libro El quark y el jaguar , escrito por el premio Nobel de física del año l969, Murray Gel Mann, el adjetivo "odiseico". Él lo introduce en oposición a los dos términos ya clásicos acuñados por Nietzche en El origen de la tragedia : apolíneos y dionisíacos. Nietzche pretende explicar el origen de la tragedia en el arte griego utilizando para ello las figuras paradigmáticas de Apolo y Dionisio, el primero, encarnado en las líneas mesuradas (hoy podríamos decir racionales) de la escultura, el segundo en el tumulto exultante (sería legítimo llamarlo romántico) de la música. Ubica la creación artística como el fruto de la lucha entre esas dos fuerzas, cuyo resultado más logrado se podría hallar, según él, en los textos de Homero.

El libro de Nietzche es un libro pasional, imposible de resumir en cuatro palabras empobrecedoras por alguien incompetente como yo en temas filosóficos, mi intención aquí es tan sólo mencionarlo para introducir el uso que para ubicar el pensamiento científico, Gell Mann les ha dado a los dos términos nietcheanos: “'apolíneos', aquellos que dan preferencia a la lógica, la aproximación analítica y el peso desapasionado de la evidencia, y 'dionisíacos', aquellos más inclinados a la intuición, la síntesis y la pasión". Murray Gel Mann acuña "odiseico" para dar cuenta de la postura espistemológica que reivindica como inherente al trabajo científico, aquella que invariablemente combina ambos modos de aproximación al conocimiento. Aquella a la que la anterior cita de Popper, y dentro de ella la de Einstein, nos remiten.

Si bien en su libro Gell Mann no ahonda en el porqué de la elección de esa palabra, su uso me pareció desde un primer momento expresivo pues, además de ser congruente con la reivindicación de la literatura de Homero que Nietzche pretende, además de sintetizar la postura epistemológica que en mi opinión el psicoanálisis transita, lo hace con la elocuencia evocativa que produce pensar la práctica psicoanalítica como viaje, es decir como proceso, y como sucesión de aventuras, es decir, recuperando la dimensión del acontecimiento. Como destino que se hace y como destino que se cuenta, más aún, como destino que se hace al contarlo. De allí que este primer cuaderno de bitácora prometa (o amenace, según las opiniones que provoque) con otros cuadernos que den cuenta de otros tramos de un viaje en curso.

Es porque esta expresión tuvo en mí ese efecto condensador, que decidí darle un lugar en el encabezamiento de esta introducción. Sobre todo cuando, desde el momento que la leí, me ha resultado un modo fecundo de ubicarse frente a las muchas dificultades teóricas y clínicas que diariamente nos jaquean.

Razón versus intuición, racionalismo vs. romanticismo, son dos polos de la aproximación al saber que en más de una oportunidad han sido planteados como los elementos polares de una contradicción radical. ¿Cómo reivindicar la intuición sin terminar guiñando un ojo cómplice a la arbitrariedad omnipotente de gurúes y nigromantes? ¿cómo reivindicar la pura razón sin mutilar en un lecho de Procusto con rostro positivista todo aquello que no coincide con la lógica del razonamiento autodefinido como objetivo? Este libro se encuentra, creo, marcado por esa tensión, que en mis años de experiencia como analista se me ha impuesto como el punto de referencia e interrogación constante cuando me enfrento al sufrimiento, al goce, o al modesto transitar, humanos.

En este sentido este libro intenta dar cuenta de los problemas que me genera el trabajo, no desde un empirismo vulgar, sino de lo que en la tradición marxista se ha dado llamar "el salto a lo concreto". En ese sentido involucrará, de modo inevitable, el modo en que he pensado y pienso diversos problemas, en cada circunstancia. Es esta la razón por la que se agrupan aquí tanto algunos textos con varios años encima, como otros escritos para la ocasión. Aunque de distintas épocas, todos responden a modos de pensar precisos en los momentos que fueron escritos, más o menos vigentes según los casos. Sin embargo, aún cuando el tiempo hace que siempre haya consideraciones nuevas para hacer, he preferido no hacer más que algunas pequeñas precisiones de estilo y algunas aclaraciones muy específicas cuando me sentía forzado a hacerlo, para tratar de trasmitir un modo de pensar con el que me he encontrado: el mío, con sus contradicciones, sus ritornellos, sus perplejidades, sus convicciones, sus pasiones y, será inevitable, también sus lagunas e impases. De hecho fui dándome cuenta de que la preocupación acerca de la relación entre el psicoanálisis y el psicoanalista que lo ejerce, lo que ocupa ese espacio que va de lo que en la teoría lacananiana se ha dado en llamar "la posición del analista" y en ciertas corrientes de la teoría kleiniana "contratransferencia", está en casi todos los artículos que han motorizado este libro, al igual que el lugar en que se plasma: el de la interpretación. Por ese motivo, éste intenta ser un libro personal. Sobre todo porque el psicoanálisis es en tanto ciencia -conjetural, o como se la llame- aquella que -a diferencia de las otras que pueden seguir abrazando el ideal de objetividad- se caracteriza, en sus propios fundamentos, por plantearse toda investigación desde la perspectiva del propio involucramiento subjetivo. El principio de indeterminación de Heisemberg está para el psicoanálisis en la médula de su reflexión.

En efecto, el psicoanalista comprueba a diario aquella paradoja del físico que cuando trata de "ver" la trayectoria de un electrón, lo ilumina con rayos gamma, momento en el que comprueba que para "verlo" lo ha desviado de su trayectoria. Conoce la posición, pero en el acto de observarlo le ha cambiado el impulso. Si para reducir el efecto baja la intensidad del impacto, vuelve al problema de origen: no puede "verlo".

El experimento microscópico de Heisemberg era un ejemplo físico de lo que él había descubierto en las matemáticas de su propia mecánica cuántica : cuando se miden los valores de ciertos observables, otros se vuelven inciertos . Cuanto más tratamos de medir la posición de un objeto cuántico, más incierto se vuelve su impulso. El acto de medición u observación parece alterar el sistema.

El principio de indeterminación de Heisemberg mostraba que las propiedades reales de los objetos ya no se podían separar del acto de medición y por ende del observador mismo. El físico John Wheler diría años más tarde que el científico hizo añicos la ventana imaginaria que lo separaba de la naturaleza.

En los fragmentos de esa ventana rota estaba el mapa casi concluido del paradigma newtoniano. El principio de Heisemberg indicaba las etapas finales del cambio de paradigma. Los físicos miraban el mundo con un mapa totalmente nuevo. Este mapa cuántico desplegaba los contornos de una comarca paradojal.

Es justamente en esta comarca paradojal donde mora, junto con otras ciencias sociales, el psicoanálisis. No en vano ha sido en la cuestión de la transferencia y del lugar del analista que han girado todos sus desarrollos más o menos fructíferos. No en vano Lacan plantea que el analista, en la situación de análisis, no es sujeto, sino objeto (aunque se llame a ) , y Freud adjudica al análisis del propio analista la única forma relativamente confiable para que alguien adquiera la convicción de la existencia del inconsciente.

¿Cómo ser objetivo cuando somos nosotros la misma fuente de objetividad? ¿Cómo tener una subjetividad objetiva? Esta es la paradoja en la que el psicoanálisis se mueve y que nos obliga a que cualquier reflexión sobre sus luces y sombras inevitablemente nos involucre. El anhelo de objetividad es siempre asintótico, se aspira a él pero es imposible asirlo. La única objetividad posible es siempre subjetiva, y en este sentido también social, en tanto inseparable de las luchas que lo atraviesan. Es por ello, que he intentado transitar esta experiencia textual sin desnudarme hasta la obscenidad ni cubrirme hasta los límites de un pudor esterilizante. He tratado de describir a un psicoanalista trabajando, sólo eso. Creo que es lo mejor que puedo hacer.

Por último, la elección en esta introducción de citas correspondientes al campo de las ciencias llamadas duras responde a un objetivo estratégico. En efecto, nuestro diálogo con las ciencias duras ha sido siempre complejo. Por un lado, el temor a que el buscar referencias externas a nuestro campo pudiera hacerle perder especificidad ha generado que el psicoanálisis, muchas veces, transite por el mundo como un paciente parafrénico: con un discurso inexpugnable a cualquier dato de la realidad, siempre un poco omnipotente, siempre un poco perseguido, con un nivel de convicción a prueba de todo, y con una facie un poco bizarra, podría decir L. Hornstein. Por otro, el temor a que las prestigiosas ciencias duras lo excomulguen ha hecho que otras tantas veces se intentaran hacer injertos carentes de todo sustento metodológico, y de última, hacer concesiones como las haría un joven asustado ante un mayor tirano: “Claro, estoy de acuerdo con usted, le dirá rogando clemencia, nunca quise decir lo que dije, fue un error de interpretación, no quise decir sexualidad en el sentido que usted piensa, no me entienda mal, yo me refiero al apego, al amor, a las desviaciones que crean la patología, nada estructural de los sujetos, sólo avatares de la desadaptación. Sepa – seguirá diciendo – que yo no olvido que Freud mencionó que había que encontrar el quimismo de la sexualidad. Así que usted siga investigando, que allí está el verdadero futuro, lo mío es un placebo que podrá calmar a las gentes dominadas por la ansiedad de la espera hasta que usted termine sus estudios verdaderamente serios”. Así podrá terminar el discurso del psicoanalista vergonzante.

En esa encrucijada, los grandes maestros del psicoanálisis, desde Freud en adelante, nos han enseñado a movernos con la mayor libertad pero también con la mayor precisión. A veces usando las ciencias como ficciones, otras como referencias posibles, otras como simples analogías, pero siempre en diálogo. Si el psicoanálisis es, como lo considero, una práctica social, las ciencias llamadas duras (y éstas son cuestiones que me interesa recalcar y que obligan a otro cuaderno) también lo son, y muchos de sus problemas son los nuestros. En este sentido, he buscado en su campo algunos problemas que se aproximan a los nuestros, para que desidealicemos sus certezas, y tratemos de acceder a las dimensiones también conjeturales de la realidad a la que pretenden cercar. Para ninguno científico serio la ciencia es otra cosa que un universo de bien fundamentadas, enfrentadas a la refutación y eficaces, certezas efímeras. Mañana tal vez, nuevos descubrimientos puedan cambiar los cimientos del edificio sobre los que, hasta ahora, todo luce tan sólido, y nos terminemos sintiendo como monjes medievales que asisten estuporosos a cómo grupos de herejes demuelen sus convicciones cosmológicas. No me gustaría que en este punto los psicoanalistas nos convirtamos en fanáticos inquisidores que blanden la Standard Edition o el último tomo establecido de Los seminarios de Lacan, para ahuyentar al demonio, ni en pragmáticos neoliberales, capaces de hacer negocios con quien sea, con tal de seguir figurando entre los personajes VIP de la moral financiero-mediática. A mi entender el diálogo con las ciencias en el interior de las prácticas sociales que les dan consistencia a nuestra existencia es una condición para construir la especificidad de nuestro propio objeto: ese inconsciente impensable por fuera de lo social pero que está lejos de ser su reflejo.

La convicción en el inconsciente adquirida en el psicoanálisis personal no debiera ser una convicción de índole religiosa, sino una convicción racional y emocional, en este sentido, siempre incierta.

 

 

 

Karl R. Popper La lógica de la investigación científica. Ed. Tecnos. Madrid 1985. Págs. 31-32. Popper remite la cita de A. Einstein a una comunicación con motivo del sesenta cumpleaños de Max Planck mencionada en The World as I see it, de Albert Einstein.

Stephen Jay Gould, "La visión de Walcott y la naturaleza de la historia", en La vida maravillosa . Ed. Drakontos. Barcelona. 1995. [ Las bastardillas son mías]

 

Stephen Jay Gould "El SETI y la sabiduría de Casey Stengel", en La sonrisa del flamenco . Ed. Hermann Blume. Madrid. 1987. pag.432.

Murray Gell-Mann, El quark y el jaguar. Aventuras en lo simple y lo complejo. Ed. Tusquets. Colección Metatemas. Barcelona. 1995.

John P. Briggs, F.David Peat; A través del maravilloso espejo del universo . Gedisa, Barcelona, 1989, págs 52-55.

 

Me ocuparé en particular de esta cuestión en el capítulo titulado “Mi encuentro con la contratransferencia”

Fecha de Edicion: 
Julio / 2005