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Elementos de Economía para Profesionales de la Salud Mental

Ángel Rodríguez Kauth
Tapa del libro: Elementos de Economía para Profesionales de la Salud Mental

 0-PROLOGO.

Con estas páginas tengo la humilde pretensión de proporcionar, o acercar, a los profesionales del quehacer psicológico en particular y a los trabajadores de la salud mental en general, algunos elementos mínimos que hacen al conocimiento de la Economía, la cual en más de una oportunidad es presentada por sus artífices como de naturaleza críptica. La razón del propósito que me anima es sencilla, cualquier trabajador de la salud con una pequeña sensatez es capaz de observar que la conducta económica de las personas -como así también la de los colectivos sociales- merece una atención tal por parte de quienes estudian cualquier otra forma de conducta, ya sea normal o patológica. Es así que para poder conocer, comprender, interpretar y prever la conducta humana es preciso estar dotados de conocimientos básicos de economía, ya que hacerlo de otro modo hará que solamente se trabaje con la intuición, o por analogías y, de tal manera, con cualquiera de esas metodologías -al ser erróneas, para el caso que nos ocupa en tanto son de nivel equivocado- necesariamente han de conducir a equívocos en la lectura e interpretación de la conducta humana, especialmente en lo que se refiere a sus expresiones económicas.

No es necesario abundar en detalles y citas bibliográficas para reconocer la estrecha relación existente entre la composición y características de las estructuras sociales y las condiciones en que se presentan la salud y/o enfermedad mental, especialmente en los sectores más desprotegidos de la población; lo cual no significa que quienes ocupen status sociales altos no enfermen. Existen en demasía estudios que demuestran la presencia de tal asociación, pero lo que -generalmente- se ignora en los estudios sobre psiquiatría social, epidemiología psiquiátrica y psicología social es que las estructuras sociales que contienen a las personas no son sólo un conjunto de papeles, normas, derechos y deberes, sino que en ellas tienen una fuerte participación los aspectos económicos de la vida, ya sea de cuestiones macroestructurales como microestructurales. Desde Marx -y en particular con la obra de Engels (1892)- se reconoce a los hechos económicos como la base de la infraestructura social a la vez que fundamento de las superestructuras políticas, sino también del conjunto de las representaciones sociales que atraviesan a la conciencia, como son -entre otros- la religión, la ideología, el arte, etc. A fin de remarcar esto, sólo cabe indicar que en uno de los "Manuales" clásicos de Economía -Premio Nobel en ésa disciplina 1979 (Samuelson, 1968)- la que es de uso imprescindible para un estudiante de Economía, en la primera página en el quinto renglón, ya hace referencia a una "... teoría psicológica de que el cerebro es como una especie de buhardilla, donde sólo cabe un número limitado de cosas". Tres páginas más adelante Samuelson reconoce que la Economía limita con otras disciplinas académicas y cita entre ellas a "La sociología, la política, la psicología y la antropología".

El objeto de estudio de las disciplinas mencionadas por Samuelson -incluyendo a la economía- tienen por finalidad un mismo conocimiento, cual es el ser humano, tomado individualmente, en pequeños grupos, en grandes colectivos o como masa poblacional planetaria; para su estudio la dimensión numérica es algo irrelevante. Según el tamaño que se trate serán los métodos a utilizar pero, al ser el objetivo semejante, ellas no pueden manejarse aisladas unas de otras para su propósito, sino que deben hacerlo de manera asociada y la interdisciplinariedad que se impone actualmente en diversos campos del conocimiento hace imprescindible que todas ellas recurran a diferentes experiencias que aportan cada una desde sus perspectivas particulares. En esto, es interesante rescatar el aporte de T. Veblen que, sin conocer de psicología ni que se le parezca, realizó aportes sumamente valiosos para comprender la conducta no necesariamente racional de los consumidores (Rodriguez Kauth y Parra, 2003).

Asimismo y ya referido a quienes trabajan en psicología, en la actualidad ha llegado la hora de abrir un nuevo campo laboral a los psicólogos en el quehacer de la Psicología Económica, o de la Psicología aplicada a los hechos económicos, ya que la incidencia de los hechos de la vida financiera y económica -esto tanto en las personas como en Estados- cada vez tienen una mayor influencia en sus atravesamientos sobre la construcción y estructuración de la subjetividad, ya sea individual o colectiva. No resulta extraño conversar con colegas psicólogos que se dedican a la práctica clínica y, entonces, oír datos acerca de la cantidad de pacientes que recurren a sus consultorios -particulares u hospitalarios- con angustia y síndromes de patologías orgánicas de fundamento psicógeno, las que si se busca con un poco de detenimiento tienen su base en las formas de presentarse y expresarse las dimensiones económicas de la contemporaneidad. Esto ha hecho que organizaciones de psicólogos -las que se pueden conocer por Internet- organicen clínicas psicoanalíticas, por ejemplo, en las que destacan el estado actual por el que transitan las sociedades y reconociendo que ellas condicionan el desarrollo de la práctica clínica. Lo cual lleva a revisar -seminarios, cursos, etc. mediante- los principios en que se han estado basando y ha reconocer la producción y aparición de nuevas entidades clínicas. Del mismo modo se ha planteado un serio cuestionamiento sobre las concepciones tradicionales de la subjetividad y de las originales articulaciones que se dan entre el psiquismo individual y la sociedad mayor.

Este fenómeno que escapa a los tradicionales ateneos clínicos, no es un episodio casual; es el resultado de una forma de vida -ya denunciada por múltiples analistas sociales- en dónde lo que impera es el consumismo y el "exitismo", a la par que día a día las condiciones sociales -especialmente las de orden laboral- se hacen más difíciles para quienes todavía poseen un trabajo estable y, más aún, esto se convierte en traumático para quienes han perdido su trabajo o los de aquellos que buscan el "primer empleo", es decir, los jóvenes que pretenden ingresar a un mercado que a diario reduce su demanda de empleos. Ni que decir acerca de los sufrimientos de las personas de más de 40 años que perdieron su fuente laboral y son considerados obsoletos por el sistema y, en más de una oportunidad, también por su familia y amistades. En consecuencia, se puede agregar que estos conocimientos económicos que intentaré aportar permitirán tener un abanico más amplio para interpretar la etiología de la enfermedad mental y de los trastornos psicológicos concurrentes en la patología, para lo cual el aporte que aquí se ofrece servirá para orientar mejor las estrategias terapéuticas a utilizar y, a la par, recomponer los parámetros teóricos sobre los que se trabaja.

Estas especiales situaciones socioeconómicas anómalas e insólitas, desconocidas hasta hace poco tiempo atrás, son condiciones que conducen fácilmente a situaciones de estrés (1) que repercuten somáticamente en los individuos, como así también en la formación de neurosis reactivas y hasta procesos psicóticos. Por eso es que entiendo que los psicólogos -como cualquier trabajador de la salud mental- debieran capacitarse en el tema en cuestión, no solamente como una posible salida laboral, sino también para su práctica profesional habitual, ya que de ésta manera podrán tener una mejor comprensión de la situación por la que atraviesan sus pacientes y tales conocimientos les permitirán salir del corsé rígido de los esquemas de interpretación tradicionales para entonces hacerlo a partir de esos conocimientos. Es decir, sobre bases más objetivas aunque con lo que se esté trabajando sea la subjetividad. No se me escapa que a esta altura de la lectura algún psicólogo ya estará pensando que estos conocimientos les serán útiles únicamente a quienes trabajan desde una línea cognitiva conductual o reflexológica. Los que así sospechan están equivocados, los mismos les pueden ser de utilidad a los psicoanalistas ya que: a) por un lado los nuevos conocimientos enriquecen la vida profesional y personal, lo cual no es algo desechable; y b) con ellos tendrán un marco mayor de observación y comprensión de lo que le ocurre al sujeto a quien tienen frente suyo en la consulta clínica. Vale decir que si se lo toma con un poco de humor y algo de seriedad no pacata, estos conocimientos pueden llegar a servir para lograr atraer a nuevos pacientes -que sobran en épocas de crisis como las que viene atravesando el país, el problema es que no tienen con qué pagar el trabajo del profesional- como así también para conservar los que todavía se tienen guardados bajos siete llaves para que no se los lleve un desaprensivo colega competidor -con lo cual se aprenderá mejor que en este texto que es aquello de la "sana competencia" de que nos hablan los economistas del capitalismo- debido a que les permitirán comprender la realidad socioeconómica que rodea tanto a pacientes como a profesionales.

No podemos dejar de llamar la atención de que al amparo de las políticas económicas puestas en vigencia por el imperiocapitalismo globalizador han surgido un aumento relativo de patologías como, por ejemplo, intentos de suicidio -o los exitosos- los cuales, sobre todo en adolescentes y jóvenes, se producen por el rechazo de éstos a los intentos de la sociedad capitalista por adaptarlos como un engranaje que funciona de modo aceitado en su mecanismo, no sólo desde la perspectiva económica, sino también desde la axiológica y de las formas de vida que rechazan de múltiples maneras pero que el sistema social dominado por los poderes hegemónicos no les permite encauzar por los carriles en que transcurre el deseo.

Asociado a los suicidios se advierte un número creciente de las estadísticas de accidentes -tanto viales como domésticos- que protagonizan jóvenes -en hechos culposos o preterintencionales- en los cuales ellos son víctimas o dejan a terceros como tales. Dichos "accidentes" pueden ser leídos como el producto del vértigo en que se vive el hoy, o bien que aquellos les sirven como "escapismo" del tipo suicida. También han aumentado de una manera considerable las adicciones a fármacos o drogas "pesadas" (2). A todo esto se añaden los altos índices de alcoholismo en los jóvenes y una propensión a la prostitución -tanto femenina como masculina, con la secuela que la actividad deja impresa de degradación social y también en la salud mental- que se dan cada vez a edades más tempranas con el objeto, muchas veces confesado, de tener así un medio de subsistencia de la miseria en que transcurren sus vidas. Agregando algo más, aunque parezca extravagante, es un deber señalar que en el último quinquenio se ha reducido la edad promedio de la "muerte súbita" de los 35 a los 25 años. A todo esto agréguense insomnio; fatiga crónica; ataques asmáticos inesperados; úlceras estomacales seguidas de colitis sangrantes; estados emocionales depresivos asociados a ciclos de "depresión" económica; aumento de hipertensión arterial y reducción de defensas inmunológicas que protegen de las infecciones y del temido y mortífero cáncer que, en la actualidad, no es extraño encontrarlo en sus fases terminales en pacientes menores de 20 años.

A todo este genocidio social deben agregársele algunas consecuencias inmediatas y otras mediatas. Entre las primeras no se puede olvidar el infanticidio organizado desde el Poder sobre un 20% de niños desnutridos, mas un aumento del doble en la mortalidad de esa franja etaria. Entre las segundas, la falta de proteínas y de fósforo en la dieta de no sólo aquel 20%, sino de una masa mayor que sin ser desnutridos están "mal" alimentados, provoca la aparición de daños cerebrales irrecuperables que generan serias dificultades de los aprendizajes mínimos y que terminará por condenar a la exclusión del mercado a más de una generación.

Este abanico de patologías -nombradas azarosamente y habiéndose quedado más de una dentro del procesador- aparecen indiferenciadas en el espectro poblacional y, sin embargo, se hace necesario remarcar que son más evidentes en los sectores que recientemente se empobrecieron bruscamente (Minujín y Kessler, 1995) merced a las nuevas reglas del juego económico que alteró de modo significativo su cotidianeidad; se trata de quienes conocieron una forma de vida mejor, más cómoda y segura, que saben que ella existe, que está ahí, pero que han sido marginados o excluidos de sus beneficios por la perversión de un sistema económico que le importa un rábano las personas y solamente se preocupa en hacer buenos negocios para sus "accionistas". Pero no son sólo ellos quienes sufren de esas patologías, también las padecen los que aún no se han empobrecido, que no descendieron escalones dentro de la pirámide de estratificación social (Barber, 1963; Pearlin, 1991), pero que temen hacerlo ante cualquier contingencia adversa y, en consecuencia, viven con la Espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas de que en algún momento puede caer sobre ellas y perderán el trabajo con que sostienen un estilo de vida al que están habituados; lo que hace que se esfuercen más y más para ser "buenos" productores de su empleador. Estamos hablando de los sobreadaptados al ámbito laboral, o al estudio. Son los que olvidan -o no quieren reconocer- que no sólo perderán el trabajo si son "malos" empleados -la cualificación es lo de menos a la hora de decidir el despido de alguno- sino que al mismo lo han de perder por factores ajenos a ellos, es decir, por manejos empresarios espurios de "vaciamiento" de las industrias, o por la perversión de un sistema financiero que ahoga con el cobro de intereses usurarios la posibilidad de continuar la marcha de la empresa, ya que ésta no puede subsistir teniendo que pagar tales tipos de interés que están muy por encima de lo esperado según las medias internacionales. La conclusión final es la misma, son los trabajadores los que se van con los bolsillos vacíos, mientras que los patrones llevan el producto de sus vaciamientos o usuras a los paraísos fiscales del exterior.

De tal suerte, la receta para ser un "buen" empleado dice de manera implícita que no se debe protestar ante los abusos de la exigencia patronal (3); estar siempre dispuestos -y con bondad angelical reflejada en el rostro- a trabajar más allá de los horarios establecidos según sean las "necesidades" de los patrones y aún en días no laborables. Vale decir, se está en presencia de lo que denomináramos el miedo a la pérdida laboral (Rodriguez Kauth, 1986), aunque en aquella oportunidad estuvo referido a otro contexto histórico y social -el de las dictaduras militares que asolaron a `nuestra' América- pero, que actualmente tiene plena vigencia ante las condiciones de oprobio laboral que se transitan con el acuerdo cómplice de los Estados vasallos de los poderes económicos transnacionales. Más aún, sospecho que la técnica que hoy se pone en práctica es similar a la que en su momento se utilizó durante el terrorismo de Estado. Así como en aquella época la tortura, la desaparición forzada de personas y hasta la muerte tenían la capacidad de operar como inoculantes para que a nadie se le ocurriese "pensar feo", especialmente en los que todavía no habían sido torturados ni desaparecidos por el régimen. Hoy el despido de un trabajador actúa sobre los compañeros como un despertador del terror de que eso mismo también "me puede pasar a mí" o a cualquiera de nosotros y no queda más remedio que permanecer callado, sumiso y sometido a la voluntad enajenante de quien tiene la "bondad" de mantenerlo empleado, aunque sea en "negro".

Al igual que en aquel entonces en que el miedo a la tortura o a morir actuaban en beneficio de los déspotas, en la actualidad el miedo a la pérdida del empleo lo hace como mecanismo coactivo en beneficio de los centros hegemónicos del poder económico, los cuales utilizan como guardia pretoriana -al mejor estilo imperial romano- a sus representantes locales. Gracias a ello se logró el objetivo que oportunamente con las políticas dictatoriales no se pudo alcanzar, es decir, conseguir la pasividad, la obediencia y el silencio aquiescente y disciplinado de grandes masas de trabajadores. Por esa razón hoy son los desocupados los que salen a las calles a expresar su disconformidad y entorpecer el tránsito y cortar las rutas, en fin, los revoltosos, los que resisten porque ya no tienen algo que perder son los definidos como "piqueteros". Son los que quieren cambiar el modelo económico que conlleva a la exclusión social, en tanto que los que todavía tienen un trabajo se quejan de tales manifestaciones de protesta que, en definitiva, se hacen también para proteger sus derechos, pero ellos argumentan que "van a llegar tarde al trabajo" y por eso podrían ser sancionados.

De manera tan simple y perversa es que se han quebrado los lazos de la solidaridad social que supuestamente debieran ser tejidos desde abajo (4), de modo que un trabajador angustiado por la posibilidad cierta de perder su fuente laboral no acompaña en sus protestan a los que luchan por aquello que también es de él. Se ha logrado convertirlos en enemigos sociales de los primeros y se ha impuesto el modelo toyotista para la producción (Rodriguez Kauth, 1998) -el "colaboracionismo"- mediante la que se ha instalado con sus efectos y consecuencias a partir de la generación de un estado de falsa conciencia. Concepto éste sobre el que insistió Marx (1847) y que hoy permanece olvidado entre el polvo de las bibliotecas, pero al que algunos obreros del músculo como del intelecto tratan de rescatar de entre las telas de araña. El miedo a que se cumpla la fantasía no deseada del desempleo propio conduce a muchos a aceptar lo que íntimamente rechazan, ya sea a través de la utilización de los remanidos mecanismos de racionalización, o de los de reducción de la disonancia cognitiva (Festinger, 1957).

Por tales motivos esta temática debiera ser de interés para los trabajadores de la salud mental que laboran en las áreas sociales, como las de la psicología social, la psicología comunitaria, la psicología política, el sanitarismo, la asistencia social, etc., ya que estos conocimientos serán imprescindibles -si es que hay algo que merezca llamarse así- para facilitarles un panorama abarcativo de un mayor espectro de definición con el cual leer la realidad cotidiana a la que se enfrentan, de manera mediata e inmediata.

Como señaláramos al principio, la conducta económica es una más de las múltiples conductas que asumen las personas a lo largo de la vida; pero si se habla de ellas como "conductas económicas", la expresión puede dejar el sabor que tratamos las conductas de la gente de negocios, de economistas o financistas que se mueven con la definición genérica de que "el tiempo es oro" como si no tuviesen otros parámetros menos metálicos para medir una longitud finita por la que transcurre su paso por el mundo. En esos individuos todas sus conductas son medidas en términos econométricos, pero también es cierto que los que no transitamos por esas veredas, también medimos al tiempo en una función semejante, aunque lo hagamos en una menor medida. Al respecto Arendt (1958) atinadamente e interpretando a las formas de vida contemporáneas señaló que todo lo que hagamos "... es para ganarnos la vida". Esto está referido a los extremos del continuum trabajo-consumo en que se nos ha inmerso y que fuera denunciado por múltiples autores eufemísticamente como a "la sociedad de consumo", la que ha regulado las pautas culturales del último siglo. De los muchos críticos al respecto, solamente citaremos unas palabras de Baudrillard (1988) que indican que el consumo -cuyo extremo psicopatológico es el "consumismo"- como actividad compulsiva impuesta por lo que oportunamente Riesman (1950) definió como al "hombre dirigido desde afuera" y que representa a "... un modo activo de relación (no sólo con los objetos, sino con la colectividad y el mundo), un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural".

Más, estos dichos no son abarcativos de todo lo que es preciso considerar en la problemática que nos convoca en este texto. Es necesario tener presente que en cualquier actividad que realice una persona -relativamente "normal" en su salud psíquica- establece una relación de costo-beneficio; es decir, de alguna manera reduce los costos de su acción a la par que maximiza los beneficios a alcanzar con su conducta (5). A lo cual cabe agregar que no por eso tales conductas serán dominadas por el imperio de la razón sino que siguiendo a M. Weber (1922) acerca de su concepción de los "tipos ideales", también están presentes en esas conductas la afectividad, las emociones, que juegan un papel tanto o más relevante en la toma de decisiones que el de la pura racionalidad. A lo sumo, lo que se puede afirmar es que en algunas conductas al leerlas con una lente económica, prima lo racional -como sucede con el inversor bursátil, aunque esto no siempre sea así- mientras que otras veces la determinante de las mismas está en su afectividad, como ocurre en la adquisición de objetos suntuarios o de aquellos que no son necesarios para algo útil de manera inmediata, pero que son igualmente adquiridos para satisfacer otras "necesidades", como es la del impuesto consumismo.

Pero en uno y otro caso está presente la otra dimensión de la conducta, la que no se tuvo en cuenta al momento de la descripción ingenua hecha por los que elevan un santuario a la racionalidad, aunque no por eso lo hagan con menor fuerza de determinación. De tal manera -por ejemplo- es que los inversores bursátiles o financieros no se mueve sólo en razón de las pautas de los balances de las empresas sobre las que va a comprar o vender acciones o de los bancos en que harán sus inversiones, sino que en esas acciones se mueven fenómenos puramente emocionales, como es la "confianza" depositada en los valores de las empresas con las que está inconscientemente vinculado desde la niñez (6), como así también lo hace en función de los rumores circulantes por los mentideros bursátiles que frecuenta y que, en general, poco tienen de ser eminentemente racionales, sino que a través de los últimos escándalos financieros ocurridos en Wall Street están más emparentados con la estafa de algunos que con la racionalidad de quienes se embarcaron en semejantes aventuras.

A su vez, el comprador de productos suntuarios -o que no son necesarios para satisfacer necesidades primarias, sino que hacen al consumo conspicuo- no lo hace sólo movilizado por sus emociones que lo compelen a tal acción, sino que también interviene de algún modo la racionalidad. Nadie se compra un avión privado por que esto le ofrece la posibilidad de exhibir un alto status social, cuando en su presupuesto no tiene más que para la subsistencia elemental. Si no fuera así, el mundo estaría inundado de aviones que descansarían en hangares abarrotados. Del mismo modo, tampoco el psicólogo "regala" sus horarios de atención, sino que en el "contrato" que establece con aquél deja pautado el monto, la forma de pago y la duración de las sesiones -a veces en forma aproximada- pero teniendo en cuenta la relación costo-beneficio que más le conviene según sean las circunstancias que rodean a sus intereses. Las condiciones impuestas por el capitalismo condujeron a que no a todos los pacientes se les cobra lo mismo y hasta se llega a atender gratis, ya que el "caso" que se tiene por delante puede enriquecer profesionalmente al actor social, o bien se lo hace por razones de solidaridad para con el sufrimiento de aquel que no tiene ni un cobre para abonar (7).

S. Freud (1939) -desde el psicoanálisis- ayudará a comprender que lo que él llamó "el malestar en la cultura" hoy se transformó en un malestar social, de "gente" que se mueve malhumorada en los espacios que actúa por la falta de espectativas creíbles, ya no solamente respecto al futuro sino con relación al aquí y ahora de un presente aciago que más se parece a un tembladeral que a la tierra firme que debiéramos pisar. Este malestar cultural, que se trasunta -entre otras formas- en malhumor, disconfort psicológico y pérdida de los lazos de solidaridad social -en una suerte de "sálvese quien pueda"- conduce a sus portadores a una suerte de constante estado traumático para las personas que transcurren sus días en la incertidumbre de un caos que se anticipa que prontamente arribará a sus puertas. Se vive con un clima de desasosiego perpetuo que reconoce -entre múltiples causas- un sentimiento extraño de que la cultura, la sociedad en general y los otros en particular se han convertido en elementos ajenos a la necesidad de convivencia, es eso a lo que Marx (1847) llamaba alienación y que más tarde aparece con el nombre de extrañamiento en la obra de Lukács (1923).

A los cambios que inexorablemente se producen en las culturas y sociedades por el devenir histórico sostenido en las acciones de las personas, le sobrevienen las necesarias modificaciones concomitantes en la estructuración del psiquismo individual, las que pueden llegar a ser estructurales, lo cual apremia al terapeuta a producir también cambios en los dispositivos usados durante el tratamiento. Por eso, el malestar en la cultura no es idéntico actualmente a como lo fuera cuando lo describió Freud en un momento histórico en el que intervenían otras variables correspondientes con su época y, por eso, tal malestar sufrirá variaciones que son la resultante de los cambios culturales y sociales en los que esté inserto el sujeto que se tiene en la consulta. De tal manera, las neurosis clásicas descriptas por Freud y durante años respetadas con devoción cuasi religiosa por sus seguidores, en la contemporaneidad se transformaron en un sufrir subjetivo que la nueva expresión de la cultura -siempre cambiante desde una lectura dialéctica que es la única que puede hacerse al respecto- la trasladó a actuaciones irreflexivas, impulsivas y compulsivas.

Resulta indiscutible -en el conocimiento alcanzado hasta la fecha por las ciencias sociales- que tanto el psiquismo como la sociedad son entidades inseparables entre sí, se mueven mancomunadamente a veces satisfaciendo las demandas de una, otras veces la de la otra. La primera se estructura a través de los procesos de socialización y, entre estos, el que aquí interesa desarrollar es el de la economía como parte integrante de un todo mayor: la sociedad. La relación entre psiquismo y sociedad es dialéctica, ya que ésta última no podría existir sin la presencia del psiquismo de sus miembros y el psiquismo se construye y constituye en la cultura, en un contacto permanente con los otros.

De lo dicho se desprende que las conductas económicas no se producen de manera azarosa, dependiendo de múltiples causas que a su vez producen múltiples efectos (MacIver, 1942), los cuales no se pueden prever con precisión matemática, por lo cual son un objeto de estudio interesante para los trabajadores de la salud mental, cualquiera sea su práctica profesional habitual. Se trata de un campo relativamente virgen por dónde "deben" (8) transitar los colegas para comprender mejor la dinámica del costo-beneficio implícita en las relaciones interpersonales. ¿O es que acaso nos casamos con la primera persona que atrae nuestra sexualidad o que nos seduce con sus habilidades culinarias, intelectuales o de cualquier otra naturaleza?. Evidentemente que no, por más "enamorados" que estemos de aquella, siempre hemos de dejar un rincón para la especulación intelectual acerca de la conveniencia o inconveniencia de emprender la aventura matrimonial con esa persona. ¿Acaso compramos todo lo que vemos en los escaparates de los negocios?. Tampoco, por más compulsivos que seamos como compradores, normalmente dejamos un espacio para la especulación acerca de las diferencias de precios y calidad de la mercadería ofertada, salvo que estemos rematadamente locos, en cuyo caso tendremos en nuestros domicilios todos los productos que se venden por la TV.

Todo esto muestra que la conducta económica cabalga -como lo hacen las ecuyéres de los circos- con una pierna en cada caballo. Se apoya intelectual y emocionalmente sobre uno y otro de ellos simultáneamente, pero según sean las circunstancias hace más presión con una pierna que con la otra para dirigir al animal y equilibrarse; obvio es que la metáfora aludida refiere a los "tipos ideales" de Weber (op. cit). Los hechos sociales y psicológicos no se ofrecen al "ojo clínico" con pureza absoluta, aparecen como instrumentos para su lectura y análisis. Pero no se puede dejar de considerar que por más "puros" que aparezcan a una lectura ingenua, siempre estarán contaminados por otros elementos que participan en su constitución. Valga esto para el caso que ni el consumismo es tan exclusivamente emocional -o irracional- como lo han intentado presentar algunos economistas que responden al establishment, ni las grandes inversiones de capital son puramente el resultado de una serena y absoluta reflexión intelectiva donde ha primado la racionalidad que exigen los intereses que están en juego.

El consumismo -que puede ser considerado compulsivo- de la sociedad contemporánea y que aparece hasta en las regiones más empobrecidas del mundo, como es el que vivimos en Argentina según las estadísticas oficiales y lo que cualquier persona con dos dedos de frente puede observar, no es otra cosa que un espejismo para los sectores marginados, que si no fuera por la penetración que ejercen los medios de comunicación, estarían alejados del hedonismo que obsesiona a los postmodernistas que se han adueñado del Primer Mundo. Esto no es así para la clase dominante que, en la actualidad como nunca lo había hecho anteriormente, ha logrado concentrar a su alrededor la riqueza y el poderío en un solo conjunto homogéneo. Bell (1975) señala que "Las contradicciones que veo en el capitalismo contemporáneo derivan del aflojamiento de los hilos que antaño mantenían unidas la cultura y la economía, y de la influencia del hedonismo, que se ha convertido en el valor predominante de nuestra sociedad".

El eje vertebral teórico de la economía clásica es el de la razón que surge de la "teoría de los juegos", para la cual los resultados esperables para cada jugador se ubican en una relación dependiente de la conducta de los otros jugadores. La teoría de los juegos tiene un origen matemático y su aplicación en economía surge en 1944 con la obra de Von Neumann y Morgensterny que se encuentra muy bien sistematizada en Schelling (1971). La teoría está basada en la generación de incertidumbre acerca de los movimientos que harán los otros jugadores, por la que se la puede considerar una consecuencia de las observaciones realizadas sobre los movimientos que se hagan con las piezas en un tablero de ajedrez; aunque bien sería preferible compararla con el póquer, en el cual intervienen elementos de estrategia como también variables incontrolables como las del azar. Esta teoría parte de la premisa de que uno o más jugadores intervinientes tienen intereses opuestos y disponen de una libertad de elección limitada en base a las condiciones establecidas por los vínculos que los unen. La elección que cada uno de ellos realice solamente determinará consecuencias parciales, ya que cada jugador posee un conocimiento incompleto de la situación global en que están inmersos, tal como nos ocurre en la vida cotidiana. Si se quiere, aquí entran en escena los conceptos ofrecidos por la teoría de la "percepción interpersonal" (Tagiuri, 1969) en que cada uno de los percibientes atribuye al otro determinadas intenciones y opera según esos supuestos, aunque estos no tengan porqué corresponderse necesariamente con los del otro, de manera tal que cada uno "sabe" que el otro "sabe" que él "sabe" y así se anticipa en función de tales "saberes", los cuales pueden llegar a ser infinitos en las especulaciones que se hagan. Se trata de una estructura intersubjetiva que supera la racionalidad que se supone debiera llevar implícita y que en la teoría de los juegos es lo que se denomina como el azar, que no son más que la presencia de factores emocionales que distorsionarán las previsiones posibles.

No es casual que se haya utilizado para la descripción anterior la palabra "juego", es que la economía contemporánea transforma a la "... sociedad capitalista en una vasta casa de juego internacional donde los burgueses ganan y pierden capitales a causa de acontecimientos que ignoran y que escapan a toda previsión, a todo cálculo, y que les parecen debidos a la suerte, al azar. El incognoscible reina en la sociedad burguesa, como en una casa de juego" (Lafargue, 1985). Estas palabras de quien fuera yerno de Marx, no son más que la síntesis elocuente de lo que su famoso pariente político escribiera en 1844 sobre la alienación, cuando señalaba que: "¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?. Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí". Y, estas consideraciones será preciso tenerlas en cuenta cuando dediquemos algún espacio al tema de la desocupación y sus consecuencias psicológicas y sociales.

Por eso es que los "Elementos" de conocimientos de economía para los trabajadores de la salud mental que propongo en este texto espero que les resulten de alguna utilidad a los que estén interesados en los temas y problemas la realidad contemporánea como una forma de ampliar sus horizontes de vida, en especial para aquellos que han hecho de su vivir un compromiso con los más desposeidos. Y, quizás, les resulten de interés a los que pretenden incursionar por los caminos de la Psicología Económica, si es que no se aburrieron antes de llegar al final de éste Prólogo.

Por ello es que trataremos de no caer en la tentación de recitar un rosario de plegarias anticapitalistas bajo la forma de consignas que ya nada dicen a los que viven explotados, sino que el abanico de interesados debe ser lo suficientemente amplio como para dar cabida a todos aquellos que aún guardan algo de sensibilidad social para con sus semejantes.

Una última advertencia al lector que, como ya habrá observado, aquí no encontrará un marco de lectura aséptico, químicamente puro, sino que se parte de la idea de un compromiso previo. Aunque esto no suponga que quien escribe se sienta dueño de la verdad revelada, pero tampoco escamotea que lucha por propuestas que deben ser alentadas e impulsadas por los trabajadores del campo de la salud, ya que ellas no brotan por generación espontánea.

Para terminar, solamente reproducir unas palabras de Z. Bauman que fueran pronunciadas en un Congreso realizado en Milán en el 2003: "La neutralidad moral en sociología es imposible, quien la sostiene se miente a sí mismo". Esta aseveración, bien vale transpolarla a cualquier ámbito del conocimiento.

(1) Sánchez Moreno (2001) hace una crítica atinada al concepto de estrés, por su falta de univocidad y lo define como una suerte de "cajón de sastre", aunque con anterioridad (2000) lo considerara un concepto útil para comprender la etiología de la enfermedad mental. Lo cual es una buena demostración de cómo se puede aprender a leer un mismo fenómeno desde otra perspectiva.

(2) Aproximadamente el 40% del consumo en las adicciones a drogas por parte de los jóvenes de entre 15 y 25 años, son el resultado de la búsqueda desesperada en soluciones mágicas -o evasivas- a los problemas que se les presentan en la cotidianeidad oprimente.

(3) Que hace que la "bronca" se descargue por otros canales, como por ejemplo, en la familia con un recrudecimiento de la violencia manifiesta, o "hacer" un síntoma orgánico como defensa al silencio que se impusieron a sí mismos. Es el cuerpo el que dice su protesta que ellos silencian en sus expresiones verbales, ya que a través de él se testimonia la conflictividad de una manera simbólica.

(4) No se puede pretender que la solidaridad sea tejida desde arriba, sería algo así como escupir al cielo.

(5) Se pretende ser eficiente antes que eficaz.

(6) La marca del automóvil que usaba el padre, la tienda dónde compraba la madre, la heladería donde hacía sus deleites infantiles.

(7) Valga hacer notar que estos son los casos menos frecuentes en la práctica psicológica de la clínica privada.

(8) Si es que vale el uso del "deber" como obligación.
 

Fecha de Edicion: 
Septiembre / 2003