INTRODUCCIÓN
La clínica del trabajo nació en Francia al termino de la Segunda Guerra mundial, por impulso de psiquiatras como Tosquelles y Le Guillant. Estos terapeutas, preocupados esencialmente por analizar los efectos deletéreos del trabajo sobre la salud mental, fundaron un método clínico que se inscribía en el marco más amplio de la investigación en psicopatología, pero con la intención de sacar a la luz la especificidad de los procesos involucrados en las afecciones mentales relacionadas con el trabajo, para distinguirlos de los que se solían discutir en el campo de la psicopatología general. Unos cuarenta años más tarde, en 1993, un marco teórico distinto se abría paso bajo el nombre de "psicodinámica del trabajo". Con esta nueva denominación se trataba de dar cuenta de la ampliación del campo de investigación producida desde comienzos de los años 1980, con un marcado interés por el análisis de los procesos implicados en la lucha de los hombres y las mujeres por mantener su equilibrio mental -la "normalidad"- a pesar de las presiones patógenas ejercidas por la organización del trabajo.
No obstante, durante los años 1990 los terapeutas registraron indudables signos de un agravamiento de las patologías mentales relacionadas con el trabajo, hasta llegar a los primeros intentos de suicidio y los primeros suicidios perpetrados en los lugares de trabajo.
Tras un encuentro interdisciplinario cuyos trabajos se reunieron bajo el título de Plaisir et souffrance dans le travail (Placer y sufrimiento en el trabajo), se prosiguió la investigación respecto de las condiciones que permiten a veces que el trabajo dé acceso al placer y actúe como mediador en la construcción de la salud. Durante los últimos veinte años, aún cuando la degradación de la relación entre salud mental y trabajo continúa con su siniestro rumbo, se han acumulado argumentos suficientes para afirmar que esa evolución no tiene nada de ineluctable. Este libro tiene por objetivo hacer un balance acerca de los conocimientos clínicos y teóricos a nuestra disposición para pensar los principios de una política del trabajo distinta. Una política que no tenga sólo la intención de prevenir las enfermedades mentales laborales, sino que aspire a volver a tomar el control de la organización laboral para obtener de la relación con el trabajo los recursos que éste contiene en potencia tanto para la construcción de la salud y la autorrealización como para el aprendizaje de la convivencia y la recomposición de los vínculos de solidaridad.
Para pensar en forma racional una política laboral hace falta primero una teoría del "trabajo vivo". El primer tomo de este libro examina lo que la investigación que surge de la confrontación entre las ciencias del trabajo -en particular la ergonomía-, por un lado, y el psicoanálisis por el otro, ha aportado al conocimiento de la condición humana corriente y del lugar que en ella ocupan respectivamente la sexualidad y el trabajo.
Pero el trabajo vivo no concierne sólo al orden individual. Trabajar también implica lazos de cooperación. La cooperación es resultado de una construcción. Procede de la formación de una voluntad colectiva. Voluntad que, quiérase o no, está en lucha con la dominación. Porque el trabajo siempre fue y será una apuesta mayor de las relaciones de dominación.
Ahora bien, el trabajo, en tanto es producción de valor, también es una palanca extremadamente poderosa en la que se puede tomar apoyo para negociar acuerdos, algunos de los cuales se muestran favorables no solamente para conquistar la salud, sino también para buscar la emancipación. De hecho es gracias a la relación con el trabajo que las mujeres, a pesar de estar sometidas a una doble dominación -la dominación social y la dominación de género-, avanzan en su emancipación.
Así, el trabajo representa una arena esencial en la que se experimenta la lucha por la emancipación, y por eso también se puede sostener la tesis de la centralidad política del trabajo. Examinar la dimensión política del trabajo vivo será el objeto de este segundo tomo.
Las dimensiones colectivas del trabajo, analizadas a la luz de la clínica y de la psicodinámica del trabajo, permiten rescatar una argumentación crítica respecto de las teorías de la sociedad que, por regla general, no le reconocen un lugar decisivo a la organización laboral en la formación o la desestructuración de las relaciones entre los seres humanos.
Como la antropología del trabajo individual expuesta en el tomo I tiene un sólido sustento en el psicoanálisis, no podemos dejar de comenzar por la crítica de la teoría social freudiana. Ahora bien, Freud escribió mucho con respecto al trabajo, aún cuando en parte fuera sin saberlo. En un texto como Rememoración, repetición y elaboración (1914), que cuenta con sólo nueve páginas, utiliza catorce veces el término trabajo: Arbeit (Erinnerungsarbeit, Therapeutischearbeit [GW, X, p. 131], Durcharbeiten, Erarbeiten [p. 134], gasto de trabajo [p. 126], distribución del trabajo [p. 127], trabajo de interpretación [p. 126], perlaboración de las resistencias [p. 135][1]).
Al hacerlo, Freud despejó una dimensión laboral fundamental, menospreciada por las ciencias del trabajo: la que consiste en el trabajo sobre uno mismo, el trabajo de la subjetividad sobre sí misma o la exigencia de trabajo impuesta al psiquismo (o al yo) por las mociones que llegan desde el inconsciente. Trabajo psíquico cuyo modelo es la elaboración -Erarbeiten- y del que el trabajo del duelo, el trabajo de la melancolía, el trabajo del sueño, el trabajo de rememoración, el trabajo terapéutico, constituyen variantes, cada una con su propio destino y sus especificidades. Todas estas formas del trabajo psíquico (psychische Arbeit) tienen sin embargo en común el hecho de conducir a modificaciones, a "progresos" o a un "desarrollo" psíquico, de "tratar" la excitación o la angustia que proviene de conflictos intrapsíquicos, de producir nuevas ligazones psíquicas.
Son tantas las páginas que Freud consagró a analizar el trabajo (por ejemplo el trabajo del sueño, en el muy largo capítulo VI de La Interpretación de los sueños; o también en la décima de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis), que pareciera una gran imprudencia afirmar que lo haya hecho sin saberlo[2]. Si me permito no obstante esta expresión es porque al escribir esos textos Freud no se dio cuenta de que el trabajo psíquico -la elaboración- era a menudo un retoño del trabajo ordinario generado a través de la tensión o incluso el sufrimiento engendrado en el yo por la prueba subjetiva que el trabajo, entendido esta vez como trabajo de producción (poiesis), implica.
Freud habla poco de ese trabajo ordinario, dirigido hacia el mundo, de esa ocasión de luchar contra la resistencia de lo real ante la maestría técnica. Ese trabajo no le interesa, y cuando a pesar de todo lo evoca, tiende a concebirlo sobre todo como un castigo, como una actividad penosa o cansadora, como una imposición que exige un gasto o incluso un dolor físico, que sólo puede suscitar aversión o pereza. "La gran mayoría de los hombres no trabaja sino impulsada por la necesidad, y de esta natural aversión al trabajo que tienen los hombres resultan los problemas sociales más arduos[3]." Freud considera al trabajo ordinario de producción en el sentido del "labour", muy distinto al "work", que por su lado connota incluso la noción de obra. Se inclina, como tantos otros, a concebir al trabajo como una desgracia socialmente generada. Para Freud no hay estrictamente nada en común entre el trabajo "labor" (trabajo de fuerza) y el trabajo "opus" (la obra). Por el contrario: todo los opone. A tal punto que la obra prácticamente nunca es pensada como un trabajo. Ella es del orden de la creación y atañe a la sublimación (Sublimierung). Freud no creyó que el trabajo del artesano o del obrero calificado pudiera tener una dimensión creativa o inventiva, ni que pudiera mantener una relación cualquiera con la sublimación. Y sería bueno tomar en cuenta la distinción que hace Freud para no amalgamar -abusivamente- cualquier actividad de trabajo a una sublimación. Tener un empleo no siempre implica una puerta abierta a la sublimación. Ni mucho menos. En efecto -y eso le daría la razón a Freud-, una cantidad impresionante de empleos se caracteriza al contrario por la confrontación con imposiciones organizacionales que hacen prácticamente imposible el uso de la inteligencia y cierran todo espacio a la creatividad, a la invención y a la ingeniosidad. A tal punto que esas tareas merecen sin duda alguna la calificación de tareas "antisublimatorias". Con consecuencias dramáticas para el devenir subjetivo y la salud mental[4]. Aún así, el punto de vista de Freud era sin duda demasiado maniqueo como para que pudiera ver que el trabajo ordinario, en la medida en que exige la puesta en práctica de "habilidades", trucos o artimañas, supone a un mismo tiempo el uso de una inteligencia inventiva y una implicación a fondo de toda la subjetividad, que llega hasta el "hacer cuerpo con" la materia, la herramienta o el objeto técnico. Ese maniqueísmo de Freud, me parece, no responde tanto a la ignorancia como a la indiferencia. La esfera del trabajo ordinario no le interesaba. Su atención, su curiosidad estaban enteramente captadas por la creación artística y literaria. Sólo le interesaban los grandes hombres -Grosse Männer (GW, 4, XIV, p. 421): "Se obtiene el máximo [en la lucha contra el sufrimiento] si uno se aviene a elevar lo suficiente la ganancia de placer proveniente de las fuentes del trabajo psíquico e intelectual. El destino tiene en tal caso poca influencia sobre nosotros. Las satisfacciones de este tipo, tales como la alegría de crear del artista, de dar cuerpo a las formaciones de su fantasía, la del investigador al resolver problemas y conocer la verdad, tienen una calidad particular, que sin duda algún día podremos caracterizar metapsicológicamente. Por ahora sólo podemos decir en forma figurada que nos parecen "más delicadas y elevadas", pero ellas no afectan nuestra corporeidad; su intensidad resulta amortiguada si la comparamos a la que proviene de la satisfacción de mociones pulsionales groseras y primarias. No obstante, la debilidad de este método reside en que no es de uso generalizado, que es accesible sólo a pocos hombres. Supone predisposiciones y dones particulares que no son precisamente frecuentes en proporción eficaz[5]."
Por consiguiente, si he evocado lo no sabido en relación a la manera en la que Freud habla del trabajo, es debido a ese maniqueísmo que le ha ocultado los lazos que de todas formas unen al trabajo ordinario de producción -poiesis- con el trabajo extraordinario de creación. Si bien se puede establecer una distinción analítica y conceptual entre los dos órdenes de trabajo, no se justifica oponer sistemáticamente a los grandes hombres (Männer) con los hombres comunes (Menschen) por exclusiva referencia al "trabajar".
En nuestra indagación acerca del trabajo hemos podido darnos cuenta de que el trabajo, ordinario o extraordinario, se orienta siempre hacia una poiesis, es decir hacia una producción. La obra de arte, como la obra literaria, están en primer lugar sometidas a las exigencias de una producción. Todo trabajo exige luego el dominio de una técnica con un cierto grado de virtuosismo (tekhné). Cualquier trabajo enfrenta a fin de cuentas al trabajador con lo real, es decir con lo que se le da a conocer por su resistencia a la maestría técnica. Real del mundo material que hace aparecer la experiencia del fracaso; real que se transforma luego en enigma a descifrar y superar.
Nuestra investigación sobre el trabajo sugiere que aquello que lo caracteriza como trabajo vivo es esencialmente el aguante frente al fracaso, la capacidad de dar prueba de obstinación en la confrontación con lo real, de la que se puede demostrar que tiene una dimensión propiamente física. Porque el celo profesional no es sólo movilización de la inteligencia, sino también insistencia en mantener el enfrentamiento hasta llegar a la dimensión física de un combate cuerpo a cuerpo con eso real que resiste. Entre la experiencia de lo real y el hallazgo de la solución, se encuentra esa etapa intermedia de sufrimiento, de tolerancia al sufrimiento, de aguante del sufrimiento, de cuerpo a cuerpo con la resistencia, sin los cuales ninguna intuición de la solución podrá surgir, sin los cuales ningún progreso será posible. Lo hemos señalado y comentado ampliamente: la inteligencia en el trabajo es en primer lugar una inteligencia del cuerpo (véase tomo I, capítulo primero). Ese aguante quizá tenga relación con los conceptos aristotélicos de energeia, de orexis y de boulesis. La energeia es el ejercicio, es "la actividad por la cual una potencia se ejerce y tiende hacia su fin[6]": "Para Aristóteles, el deseo (orexis) puede ser irrazonable y absurdo; se lo llama entonces avidez (epithumia). Si el deseo escucha la voz de la razón pero la entiende mal, se lo llama arrebato (thrumos: VII, 7, a, 26-32). El deseo puede por fin ser un deseo razonado y razonable. Se lo llama entonces anhelo (boulesis). Ese deseo será luego llamado voluntad, pero el anhelo aristotélico es y sigue siendo deseo, y es él el que, para Aristóteles, está en el principio de la acción humana, no como un elemento suficiente, pero como un elemento necesario".
A muchos les parecerá impropio recurrir aquí a la Ética a Nicómaco, en la medida en que ese texto de Aristóteles es considerado una teoría de la acción. Acción en el sentido de acción ética (praxis), que Aristóteles opone precisamente al trabajo (poiesis). Volveremos sobre el tema más adelante, ya que efectivamente la consideración sistemática del trabajo vivo a la luz de la clínica sugiere revaluar la distinción aristotélica que atraviesa a la filosofía hasta Hannah Arendt y su obra La condición humana (1958). Y de hecho, en esa idea de aguante y de obstinación frente a la experiencia del fracaso hay algo que aproxima a la adquisición de las habilidades, o incluso a la ingeniosidad entera, con la hexis, la costumbre, el habitus. "La hexis significa aptitud, forma de ser, disposición permanente, y más precisamente en Aristóteles, "potencia" ya determinada a la acción, entendiendo "potencia" en el sentido que asume esta palabra en el par-oposición aristotélico de "potencia y acto". Así, al ser la virtud moral caracterizada como hexis, se comprende la importancia que asume en Aristóteles la distinción entre hexis y energeia. La hexis es la disposición que precede inmediatamente y de manera operativa a la energeia. La energeia es el ejercicio, la puesta en práctica efectiva de la hexis[7]."
La hexis es una dimensión irreductible del celo profesional, si por celo entendemos no solamente la inteligencia, sino su movilización y la tenacidad en la tarea. Con la hexis se perfila ya la dimensión propiamente ética del trabajo vivo "para las virtudes [...] su posición supone un ejercicio anterior, como también sucede con las otras artes. En efecto, las cosas que deben haber sido aprendidas para poder hacerlas, las aprendemos haciéndolas: por ejemplo, es construyendo que uno se hace constructor y tocando la cítara se hace citarista; así también, practicando las acciones justas nos hacemos justos, con acciones moderadas nos convertimos en moderados y con acciones valientes nos hacemos valientes[8]".
Es en el curso de este análisis de la relación con lo real y de ese tiempo intermedio del aguante (como habitus-hexis, y como ejercicio-energeia) que nos hemos topado con los procesos involucrados en la apropiación de las habilidades de oficio. Nuestra indagación acerca del trabajo vivo nos lleva así hasta el "trabajo psíquico", el Arbeit freudiano: la asimilación de una habilidad nueva pasa por un proceso de apropiación complejo, que impone una reorganización de toda la arquitectura subjetiva. Adquirir una habilidad exige una evolución de la personalidad, por lo que vale afirmar que el trabajo vivo no consiste solamente en producir, sino que implica también transformarse a sí mismo. Aquí se encuentra pues señalada la mutación del enigma de lo real en exigencia de trabajo para el psiquismo (Arbeitsanforderung). La poiesis, pues, apela en cierto modo a la remodelación de la subjetividad, del mismo modo en que en el juego de rugby un try convoca a su "conversión". Esa "conversión", que constituye una de las potencialidades más refinadas del trabajo vivo, linda con la sublimación. Hace del trabajo -poiesis- una promesa: la de un crecimiento de la subjetividad -Arbeit- que abre paso a la autorrealización.
Pero la promesa de un incremento de la vida subjetiva que contiene el trabajo vivo no puede materializarse sin que se reúnan ciertas condiciones sociales y políticas precisas.
En el primer tomo de este libro hemos expuesto los procesos involucrados en esa "conversión" propia de cada individuo, cuando ésta es posible. En este segundo tomo debemos dar cuenta de las condiciones que permiten la realización del trabajo como promesa. Esas condiciones tienen que ver con el "mundo", en el sentido que Hannah Arendt le da a ese término en su comentario de Platón. El mundo en el sentido de mundo habitable y habitado por los humanos, en el que a éstos les es posible vivir juntos; el mundo donde a todos, en la pluralidad, les es dado poder elaborar (o "perlaborar") la experiencia de lo real y eventualmente compartir su sentido.
Iremos más allá de esa indagación. La continuación del análisis del trabajo vivo, pasando por el estudio sistemático de los requisitos de la cooperación, nos mostrará que la relación con el trabajo bien podría desempeñar un papel clave en la formación y la transformación de la comunidad política, de la polis.
Abordar esta investigación supone una vez más empezar por los textos metapsicológicos. Freud no sentía inclinación, hemos dicho, hacia la clínica del trabajo. Por eso no estudió lo que la relación con el trabajo podía aportar a la formación o incluso a la perpetuación del "mundo". Sin embargo, él quería construir una teoría social. Para dar cuenta de la formación de las sociedades, Freud recurre, como fuerza de ligazón y de asociación de los seres humanos, no al trabajo sino a la libido. De hecho la tesis acerca de la centralidad del trabajo respecto de la polis, que intentaré desarrollar en este segundo tomo, hará aparecer ciertas contradicciones respecto de la teoría social de Freud.
En vista de permitirle al lector que acometiera el presente volumen sin haber tomado conocimiento del tomo I, daré primero una visión de conjunto de lo que es el objeto de estos dos volúmenes (capítulo primero).
Para evaluar los pormenores de las discordancias entre la teoría social de Freud y lo que implica la tesis de la centralidad del trabajo respecto de la polis, propondré un análisis de uno de los "textos sociológicos" más importantes y más comentados de Freud: "Psicología de las masas y análisis del yo" (capítulo II).
Proseguiré con un capítulo acerca del "trabajar juntos", y más precisamente acerca de lo que le aporta la clínica a la descripción del colectivo de trabajo y de la cooperación (capítulo III).
El capítulo siguiente estará consagrado al análisis de la psicodinámica del reconocimiento y a los límites axiológicos del reconocimiento en el trabajo (capítulo IV).
El capítulo V tratará del problema específico de la cooperación vertical y la controvertida cuestión de la autoridad.
El capítulo VI abordará las relaciones entre el "trabajar", lo político y la vida.
El capítulo VII estará referido al lugar de la deliberación colectiva en el trabajo.
Y terminaremos este recorrido con la problemática referida a lo que el conocimiento del trabajo puede aportarle al análisis de la noción de emancipación (capítulo VIII).
[1] Sigmund Freud, "Erinnern, Wielderholen und Durcharbeiten" (1914), GW, X; trad. francesa "Remémoration, répétition et perlaboration"", Oeuvres complètes, XII, Paris, PUF, 2005
[2] À son insu (N. del T.)
[3] Sigmund Freud, Malaise dans la culture, en Oeuvres complètes, XVIII, Paris, PUF, 2002, p. 267, nota 1.
[4] Christophe Dejours, Travail: usure mentale, Paris,Bayard, 2008, p. 72-83.
[5] Sigmund Freud, Malaise dans la culture, Op. cit, p. 266-267.
[6] Paul Ladrière, "La sagesse pratique. Les implications de la notion aristotelicienne de phronèsis pour la théorie de l'action", en Patrick Pharo, Louis Quéré (dir.), Les formes de l'action, Paris, Éditions de l' EHESS, col. "Raisons Pratiques, 1990.
[7] Ibid.
[8] Aristóteles, Éthique a Nicomaque, trad. de J. Tricot, Paris, Vrin, 1994, II, 1103a, 15-103b, 3.