En general, dentro de las prácticas del psicoanálisis, las contradicciones teóricas son tardíamente detectadas y, cuando lo son, coexisten como si no fuera un problema. Esto es lo que ocurre con la conceptualización del Complejo de Edipo y de castración en relación a las nuevas formas de procesamiento simbólicos referidas a la diferencia sexual y de género. Algunos autores fueron aportando lecturas parciales sobre este tema1 en el cual se inscribe el artículo sobre “la crisis del mito de Edipo patriarcal”.2 Pretendemos seguir afirmando algunas de sus ideas desde otra perspectiva. Para ello vamos a comenzar transcribiendo sus conclusiones:
Si resumimos lo que venimos desarrollando, podemos decir que:
1º) Definimos la Castración edípica como una estructura que permite en el aparato psíquico una organización en la alteridad para sostener el desvalimiento originario que nos hace humanos. La misma es posible a partir de aceptar la prohibición del incesto que funda toda cultura en el reconocimiento del otro -como dice Freud: “otro humano”, (nebenmensch)- y, por lo tanto, de uno mismo.
2º) El Complejo de Edipo no normaliza al sujeto, sino que organiza su aparato psíquico a partir de las formas singulares que atraviesa la castración edípica donde encontramos las identificaciones complejas con los padres. Desde allí la diferencia de sexos no depende de la anatomía, sino de los fantasmas que configuran su sexualidad donde el erotismo da cuenta de las múltiples combinaciones entre la sexualidad infantil y la adulta. Allí el fantasma erótico se encuentra con inhibiciones y represiones de la sexualidad. Su límite es la renegación (Verleugnung) al servicio de la cosificación del otro en la perversión y el rechazo (Verwerfen) por una idea delirante en la psicosis.
3º) Su resolución no se da de una vez para siempre, sino continua a lo largo de la vida ya que no encuentra una síntesis en la genitalidad (lo pregenital forma parte del erotismo) ni en el falo (la condición fetichista es un aspecto del erotismo), sino en las características singulares de una organización psíquica que se opone a la desorganización de la pulsión de muerte cuando se desliga de la pulsión sexual o a lo no ligado propio del desvalimiento primario que llamamos la muerte-como-pulsión.
4º) El erotismo es una afirmación de la vida en el reconocimiento del otro. La perversión es su negativo al servicio de una desubjetivación radical donde el odio primario lleva a cosificar al otro desde una compulsión sostenida en lo no ligado, atravesado por un fantasma construido en una situación traumática de abuso sexual y violencia.
Para finalizar, debemos decir que en la clínica nos consultan sujetos por su padecimiento subjetivo, pretender que sus síntomas son el resultado de una falla estructural de una supuesta organización normal de su subjetividad conlleva a importantes limitaciones. La estabilidad psíquica de cada sujeto debe ser respetada a partir de la singularidad de su organización para lograr mejorar su funcionamiento en la búsqueda de un equilibrio inestable que forma parte de la salud humana.
La época victoriana fue el periodo de máximo esplendor del Reino Unido de Gran Bretaña que lo transformó en una potencia debido al desarrollo de la Revolución Industrial. Corresponde al reinado de la reina Victoria I entre los años 1837 y 1901; sus efectos políticos y culturales se trasladaron al resto de Europa, en especial a la Viena del imperio Austro Húngaro. Fue una época de grandes contradicciones donde encontramos un optimismo por el avance de la modernidad y, por otro lado, la pérdida de valores que se trataban de recuperar con una rígida moral. Las normas de la sociedad respondían a un código moral estricto en el que la sexualidad se había transformado en una obsesión, ya que sus manifestaciones debían ser evitadas no solo en público, sino también en privado. Sin embargo, esta represión de la sexualidad, basada en los principios puritanos, se alejaba de las prácticas cotidianas de las personas que en secreto sostenían otros valores: la doble moral. La fachada que sostenía el puritanismo se mantenía a partir de fuertes sanciones sociales; pero éstas no impedían los fumaderos de opio y los burdeles que proliferaban de manera llamativa. La prostitución era vista de manera reprobable si salía a la luz; aunque la extrema pobreza que generaba esta sociedad opulenta para una minoría social llevaba a que, para algunas mujeres, e incluso matrimonios, significaba un ingreso que les permitía alimentarse.3
Los límites para la vida individual y social que fijaba la burguesía eran tan estrechos que se los superaba. Todas las culturas ponen límites a las pasiones que establecen defensas contra el asesinato y el incesto, pero éstas fallaban en la sociedad decimonónica en la búsqueda de satisfacciones sensuales; el “secreto” y la “hipocresía” eran un modo de transgredir esas defensas.
Durante este siglo, en todo el mundo occidental, las mujeres eran vasallos, primero de sus padres, luego de sus maridos. Se sostenía que el hombre estaba vinculado al poder, al logos y la mujer, como un accesorio de éste, debía ser la encarnación de los sentimientos, de la pureza. Paradójicamente éste es un siglo gobernado con mano de hierro por una mujer, la reina Victoria.
Según los criterios de la época, para que funcionara la familia la mujer debía dedicarse exclusivamente a las tareas domésticas: como madres y esposas mantenían la armonía familiar. La vida femenina cobraba sentido para la mujer a partir de su identidad que correspondía al mundo privado, de la casa. Su función era educar no solo a los niños, sino también a los hombres para prepararlos para una civilización de pureza; la realidad cotidiana se encontraba muy lejos de estas ideas. El discurso social sobre la condición de la mujer y su subordinación al hombre fue creando un modo simbólico de valores, actitudes e identidades trasmitidas por la ideología dominante que configuraban identidades personales y colectivas.4
En esta perspectiva, la constelación edípica consideraba deseable convertir “a la madre en la encarnación de la pureza, y al padre en la encarnación del poder, la una, lejos para siempre del alcance amoroso de su hijo, el otro, para siempre a salvo del agresivo desafío de su hijo. Sus defensas sumamente elaboradas eran auténticas; sus anhelos regresivos de la estirpe de la de su imaginación nostálgica, eran un esfuerzo por apartarse de la castración en un mundo peligroso. La pérdida de los privilegios de los varones y del dominio del varón. Estos nervios científicos de la sociedad y sus consejeros no eran más hipócritas que otros mortales; el hecho de que la amenaza a la que se enfrentaban fuera en esencia imaginaria, no hacía que provocara menos angustia.”5
Como veremos más adelante, todos estos criterios se han puesto en crisis ya que la familia patriarcal en la actualidad convive con otras organizaciones familiares en las que el procesamiento que adquiere el Complejo de Edipo y de castración tiene otras particularidades.
En la cultura victoriana la represión de la sexualidad llevaba a que el otro no se lo reconociera en su alteridad ya que la diferencia pasaba por su condición de ser inferior (mujeres, niños, homosexuales, travestis, discapacitados, indios, negros, etc.) en relación a la hegemonía del patriarca: hombre, heterosexual y blanco. Su resultado llevaba a que los límites fueran oscuros y difusos. Esta situación adquiría formas paradigmáticas en relación a la muerte. La muerte era un hecho habitual en la vida cotidiana. De allí la fantasía que el límite entre la vida y la muerte era posible de ser atravesado. La mortalidad infantil tenía cifras tremendas. En 1875 los fallecimientos de menores de un año eran de 158 por mil. La mitad de los niños morían antes de cumplir 5 años. Si bien este hecho afectaba a todos los sectores sociales, los pobres incapaces de alimentarse y abrigarse, además tratados con mayor displicencia en las instituciones de salud, veían morir a casi el doble de sus hijos que los más prósperos. Los niños que lograban sobrevivir y llegaban a la adolescencia debían atravesar enfermedades y diferentes tipos de violencias que terminaban en su muerte.
Por otro lado, las tasas de mortalidad de las madres al parir eran altísimas. Como dice Peter Gay: “Entre 1841 y 1846, hubo 2.680 entre las 37.833 mujeres tratadas en la maternidad de Viena: un promedio de 7% (...) El número de muertes en los hospitales de maternidad, incluso el registrado en sus mejores pabellones, indica los efectos de la clase entre las mujeres embarazadas. En algunos aspectos decisivos, naturalmente, las mujeres de clase media estaban en mejor situación que las obreras o las campesinas. Escapaban de la ordalía de ir a un hospital a tener un bebé, sus alimentos eran nutritivos, sus habitaciones estaban relativamente limpias y su cuidado médico era razonablemente minucioso, al menos gran parte del tiempo. Con todo, paradójicamente, las técnicas modernas y refinadas favorecidas por médicos de moda, o instrumentos de reciente invención y poco comprendidos, exponían a las mujeres burguesas a infecciones y otros ‘accidentes’ que las mujeres de la clase obrera eran demasiado pobres para enfrentar.”6
Vivir en las grandes ciudades traía peligros mortales; en Londres el río Támesis estaba tan contaminado que los vapores tóxicos de desechos industriales y humanos envenenaban a la gente. La falta de higiene junto a la precariedad de los cuidados en la salud llevaba a que los decesos se transformaran en un lugar común; esta situación generaba particularidades propias de esa época: los vivos convivían con los muertos. Un difunto podía esperar en su casa varias semanas hasta ser enterrado. Los trabajadores solo tenían permitido ausentarse de sus puestos en el trabajo los domingos; éste era el día para celebrar el funeral. Pero era común que se diera la situación en que la familia no tenía dinero suficiente para costear la ceremonia. Por lo tanto, había que esperar varias semanas conviviendo con el cadáver hasta ahorrar lo suficiente para pagar la sepultura. Sin embargo, la costumbre más significativa era que la familia que podía permitírselo se sacaba una foto con el fallecido. Pero, no era con el cuerpo en el ataúd, sino como uno más; se lo vestía y con pinzas se le mantenían los ojos abiertos para sentarlo junto a ellos. Las imágenes que aún podemos ver son impactantes y producen la sensación de lo siniestro. Aún más, si pensamos que esa foto para imprimirse en la placa fotográfica ¡¡¡era necesario mantenerse en la misma postura durante cuatro horas!!! Esta obsesión social con la muerte llevó a un auge del ocultismo y el espiritismo disfrazado de culto cristiano anglicano.7
Para Freud el mito expresa “tendencias primitivas” y “arcaicas” muy profundas de los seres humanos. No lo puede pensar como un modo social que da cuenta de lo mítico-histórico-político cuyas variaciones enuncian las relaciones de poder de la cultura hegemónica
Este sentimiento de lo siniestro que habitaba la época contribuyó a que la imagen del doble adquiriera popularidad en mitos, novelas, narraciones populares y textos de diferente calidad científica. Uno de ellos fue un texto de Freud donde establece cómo en lo siniestro desaparece el límite entre lo animado y lo inanimado. El mito del doble surge por el miedo a la alteridad, a lo humano, a lo diferente.8 También se encontraba muy arraigado el miedo a ser enterrado vivo por una catalepsia. Las formas que adquiere la alteridad se convierten en la pesadilla de la época victoriana y de la gran ciudad. “El sueño de la razón que produce monstruos” es un axioma que forma parte de la cultura decimonónica. Desde esta perspectiva Freud mostró al conceptualizar el complejo de Edipo cómo atravesar el límite entre el deseo y la prohibición conlleva a lo siniestro de la locura y la muerte. Esto es lo que muestra la tragedia de Edipo. Con esto debemos con-vivir.
Para Freud el mito expresa “tendencias primitivas” y “arcaicas” muy profundas de los seres humanos. No lo puede pensar como un modo social que da cuenta de lo mítico-histórico-político cuyas variaciones enuncian las relaciones de poder de la cultura hegemónica.
Su punto de partida en La interpretación de los sueños es la tragedia de Sófocles y luego la de Shakespeare donde el mito, desde el horizonte antropológico de su época, adquiere características universales.9
Hoy nos encontramos con nuevas formas de relación con el pene, el clítoris y la vagina donde el falo adquiere otros contenidos y el clítoris su autonomía como objeto de placer; nuevas formas de situar la sexualidad que superan el binarismo de género
Freud saca a la mujer del lugar de subordinación al hombre cuando conceptualiza las características del proceso de subjetivación propio de lo femenino. Sin embargo, queda expuesto, en el sentido de fragilidad, a su época donde lo materno conlleva el peligro de lo fusional, de lo especular y lo paterno del “corte”, de la racionalidad. La madre es asimilada al campo amenazador de lo narcisístico mientras que lo paterno pone límites a estos excesos. La madre representa la Naturaleza, el sentimiento; el padre la Cultura, la ley, el logos. La mujer tiene su motivación arcaica en “la envidia al pene” que, no es lo mismo que decir de su deseo. Es así como se construye la diferencia de sexos pensada desde el lugar hegemónico de la cultura patriarcal donde el complejo de Edipo se piensa desde el falocentrismo y la heteronormalidad. Esta es la “novela” que reconstruye Freud escuchando a sus pacientes en la que se forman las primeras etapas de la subjetividad del sujeto que, en algunos aspectos, siguen en la actualidad. Sin embargo, hoy nos encontramos con nuevas formas de relación con el pene, el clítoris y la vagina donde el falo adquiere otros contenidos y el clítoris su autonomía como objeto de placer; nuevas formas de situar la sexualidad que supera el binarismo de género al poder pensar diferentes anudamientos corposubjetivos donde el “destino de la anatomía” se encuentra con los anudamientos entre la pulsión, el organismo y lo social; nuevas relaciones familiares que dan otros contenidos a la “novela” Edípica: familias ensambladas, de travestis, de gays, de lesbianas, de mujeres y hombres solos, de niños y niñas gestados por inseminación artificial, etc. Debemos destacar, que es importante que un terapeuta escuche las nuevas formas en que se organiza la castración edípica en la alteridad, en el encuentro con el otro.
Michel Tort sostiene que “el orden simbólico no existe” ya que solo hay simbolizaciones que se establecen en espacios sociopolíticos
Michel Tort sostiene que “el orden simbólico no existe” ya que solo hay simbolizaciones que se establecen en espacios sociopolíticos.10 Por ello afirma: “No hay ninguna necesidad de fabricar, a partir de esta pluralidad histórica, un orden, un lugar, un Dios, cuando se está allí. El orden simbólico, con las representaciones misteriosas de la diferencia sexual que le corresponden al Nuevo Testamento, es esa ficción de referencia ahistórica que ha inventado el orden sexual positivo del día, que regula las relaciones entre los sexos, los parentescos. Dicha ficción tiene la ventaja de presentar lo simbólico como natural, haciendo de los arreglos más bien inestables de los humanos la naturaleza misma de lo simbólico.”11
De esta forma, la idea sobre la familia que surge en algunos textos psicoanalíticos lleva a una confusión entre la ley antropológica de la prohibición del incesto y la estructura familiar paternalista en sus diferentes formas históricas (patriarcado antiguo, monoteísta, liberal, neoliberal) que transforma en anomalía patológica todos los desvíos de la familia llamada “normal” para la cultura hegemónica.12 Este aspecto también lo encontramos en el tema de la “perversión” en donde la Ley de la diferencia de sexos tiene un aspecto biológico y moral ya que la diferencia anatómica conlleva un valor apodíctico que significa una “desviación”. Es así como se deja de lado la compleja relación de los procesos corposubjetivos en el anudamiento entre la anatomía, la pulsión sexual y la identidad de género.
El Complejo de Edipo como organizador del psiquismo significa pensarlo como afirmación de la alteridad del sujeto
Freud en su época fue un defensor de los derechos de los homosexuales, pero quedó encorsetado en referirse a una sexualidad “normativa” donde la homosexualidad estaba ubicada del lado de la perversión. En general, los psicoanalistas posfreudianos continuaron esta posición. Nosotros consideramos que la homosexualidad no es una estructura psicopatológica y, mucho menos, una perversión.13 El sujeto que construye su identidad desde su libido homosexual encuentra en la alteridad, que le permite la castración edípica, el reconocimiento del otro y de sí mismo como sujeto. Las dificultades sintomáticas que pueden aparecer las debemos ubicar por fuera de la perversión, ya que ésta da cuenta -como decíamos al inicio- de una desorganización psíquica de las formas singulares en la que aparece la pulsión de muerte cuando se desliga de la pulsión sexual o de lo no ligado de la muerte como pulsión propia del desvalimiento primario. En esta perspectiva, los sujetos homosexuales, bisexuales, transexuales y travestis no consideramos que padezcan una forma de perversión en tanto pueden dar cuenta de la alteridad al construir formas singulares de triangulación edípica.
En esta perspectiva, para finalizar este apartado, vamos a sostener que el complejo de Edipo como organizador del psiquismo significa pensarlo como afirmación de la alteridad del sujeto.
El complejo de Edipo pone en evidencia que existe un otro humano: la subjetividad está estructurada como alteridad. La premisa fundamental del psicoanálisis es que en cada uno de nosotros hay temas y fuerzas que son otro para el yo consciente. Esta alteridad que contiene y es contenida en cada sujeto se puede decir que es una alteridad que está “dentro” nuestro ya que nos constituye como sujetos.
Quien expresa ejemplarmente esta alteridad radical es el pensador ruso Mijael Batjín, nacido en 1875, autor del libro Yo también soy (fragmentos sobre el otro).14 Uno de los temas que tiene mayor desarrollo en el pensamiento del filósofo es la alteridad. Ésta aparece en cualquier actividad que desenvuelve el ser humano permitiendo que se defina como tal: no hay humano sin alteridad. Percibimos por una óptica triple generada por los actos en presencia de otros; de allí la famosa frase de Batjín: “yo-para-mí, yo-para-otro, otro-para-mí.”
Este sistema de relaciones es la base de la construcción del mundo real; ésta se da mediante las relaciones que permiten interacciones cotidianas del sujeto con otros. Para Batjín la vida es “dialógica”; vivir significa participar en un diálogo donde este dialogismo funciona como principio de otredad radical, como principio exotópico, que refiere a “un encontrarse afuera” donde todos los demás son otros para mí y el excedente de mi visión frente a ellos está superado por el hecho de la cognición que permite la construcción de un mundo universalmente válido, independiente de las singularidades de los sujetos. En este sentido, el dialogismo se define como un punto de vista que nos permite ver y comprender como una unidad los demás puntos de vista existentes. La alteridad que plantea Batjín deja establecida la superioridad del otro humano frente a nosotros, en cuanto a su capacidad de instituirnos al tomar el rol de tercero. Esta alteridad establece la relación que se da entre un yo conmigo mismo y, a la vez, su relación con el mundo como únicos posibles: esta relación posibilita que el otro humano haga posible el yo.
Esta alteridad radical que es constitutiva del sujeto la expresa Batjín estupendamente en una frase: “al mirarnos uno al otro, dos mundos distintos se reflejan en nuestras pupilas”
Batjín dice que la lengua no lo es todo, pero está en todo. Así nos encontramos con que el lenguaje verbal se entrelaza a través de enunciados con la actividad humana. Aquí la visualización del otro permite vivenciar singularmente los límites que rodean al sujeto como un ente que vive intensamente en un mundo que considera externo. Pero esta percepción que tiene del otro le hace tomar conciencia que ese otro no es él y que el yo se forma desde una unificación en donde intervienen su mirada del mundo y la mirada que tiene el otro de él. Sitúa al otro como un objeto externo que forma parte del mundo, en cambio el yo aparece ligado intrínsecamente a una alteridad que, al parecer, estaría fuera del mundo. Esta alteridad radical que es constitutiva del sujeto la expresa Batjín estupendamente en una frase: “al mirarnos uno al otro, dos mundos distintos se reflejan en nuestras pupilas.”15
Como decimos en otro texto, el mito edípico se inicia con un abandono.16 Es decir, de entrada, tiene la marca del desvalimiento originario propio de la etapa pre-edípica en la que se ligan las pulsiones de muerte con las pulsiones de vida. Freud sostiene que la vida se da entre dos muertes para referirse a esa primera muerte que se constituye en los factores estructurantes primarios: narcisismo primario, autoerotismo, angustia primaria, odio primario y principio de displacer-placer. Estos son producto del estado de desvalimiento originario que vive el infante al nacer ya que su cuerpo lo siente fragmentado y vacío. Por ello necesita de un Primer otro que conforma lo que llamamos un espacio-soporte afectivo, libidinal, imaginario y simbólico el cual produce una encarnadura en el cuerpo que le permite soportar sus fantasías de muerte y destrucción y encontrarse con sus pulsiones vida, Eros. El lugar que ocupa el Primer otro habilita un deseo, compuesto de sentimientos, amores y palabras que crea un espacio imaginario atendiendo a las necesidades del bebé para posibilitar el proceso de catectización libidinal que liga a las pulsiones de muerte y lo inscriba en una cadena simbólica. Sus pulsiones serán habilitadas para potenciar su singularidad o, caso contrario, si las pulsiones de muerte no se ligan con las pulsiones de vida, aparecerá una falla en ese espacio que al no poder procesar lo sumirá en el desvalimiento donde va a predominar una relación fusional con el Primer otro. En esta circunstancia se diluyen los bordes del espacio-soporte, donde estos bordes van a tener características diferentes en cada etapa del desarrollo psicoevolutivo. Este espacio, en el inicio del conflicto edípico, encuentra con el lugar de un tercero, un límite -ya que no hay espacio sin límite-, en el que se va constituyendo el drama edípico. Al pasar de una relación especular de dos a la interdicción de un tercero, que opera con una doble castración (entendida como límite) al Primer otro y al infante, donde a costa del objeto perdido tanto de la niña como del niño se encuentran con su deseo. Dicho de otra manera, para delimitar un espacio hay que in-corporar una ley que lo funde.17
El mito edípico se inicia con un abandono. Es decir, de entrada, tiene la marca del desvalimiento originario propio de la etapa pre-edípica en la que se ligan las pulsiones de muerte con las pulsiones de vida
El término hildflosigkeit, usado por Freud, aparece traducido de diferentes maneras como desamparo, invalidez, indefensión, inerme, desvalimiento. Nosotros usamos el término desvalimiento para referirnos a la vivencia del estado originario que produce el trauma de nacimiento al que se regresa en toda situación de crisis del sujeto. Por ello hablamos de desvalimiento originario para dar cuenta de esa etapa pre-edípica de un sujeto cuyo trauma originario fue imposible de elaborar ya que las pulsiones de muerte nunca se ligaron con la libido y, por lo tanto, no se pudieron elaborar simbólicamente. En cambio, nos referimos al desamparo para nombrar la vivencia de abandono, falta de ayuda que una persona pide o necesita. Podemos decir que ésta es una problemática que aqueja a algunas personas en diferentes momentos de su vida, pero especialmente durante períodos en los cuales se encuentran potencialmente vulnerables y dependientes, ya sea física o psíquicamente; esto ocurre cuando la pulsión de muerte se desliga de la pulsión de vida y en un tratamiento terapéutico es posible volver a ligarla a través de un procesamiento simbólico.
Repitamos lo dicho anteriormente. En el desvalimiento aparece un sujeto con una problemática pre-edípica donde el trauma originario fue imposible de elaborar, ya que algo que no estuvo ligado no puede elaborarse simbólicamente. En cambio, en el desamparo propio del conflicto edípico la pulsión de muerte se liga con la libido y, por diferentes consecuencias, se desliga generando esa sensación de vulnerabilidad. Esta distinción conceptual la consideramos importante en el trabajo clínico ya que determina la gravedad de algunas formaciones sintomáticas que llamamos factores psicoentrópicos. En las patologías del desvalimiento el trabajo terapéutico consiste en que pueda vivir-con ese agujero en los simbólico. En cambio, los síntomas de desamparo remiten a una negatividad que implica la necesidad de procesar simbólicamente una historia que deviene de los factores estructurantes primarios.
El conflicto edípico está atravesado por las variantes socio-históricas-políticas de cada época. El arquetipo elaborado por Freud corresponde a la familia patriarcal y heteronormativa, la cual es una forma -que, en la actualidad sigue vigente- entre una diversidad de organizaciones familiares que cuestionan el modelo binario. En estas últimas, la trama tejida en el psiquismo infantil tiene otros contenidos donde debemos buscar las configuraciones singulares en las que se establecen la alteridad del sujeto. Alteridad que nos habla de la prohibición del incesto donde hay un infante que debe ser respetado como un otro para preservar la organización de su psiquismo, pero también, de un Primer otro que es inabordable: aquellos que ocupan el lugar de la madre y del padre. Hablamos de lugares y no de funciones ya que estos lugares de la madre y del padre son ocupados en la “geometría familiar” para permitir la terceridad que sostiene la alteridad.
Pensar la constitución edípica desde esta “geometría familiar” nos lleva a modos y estructuras de relaciones y posiciones que van de una ligazón especular de dos a la terceridad donde aparece la alteridad. Lo importante es que el infante con todas sus identificaciones primarias y secundarias se encuentre con cuerpos sexuados para descubrir su mundo en el interior de su familia para luego ser sujeto de la cultura.
Para profundizar en esta temática, leer en la página 24 de este número "La sexualidad plural" de Enrique Carpintero.
Notas
1. Entre otros podemos citar Volnovich, Juan Carlos, “Para releer a Freud: cien años de los Tres Ensayos para una teoría sexual”. Revista Topía, Buenos Aires, 2005 en www.topia.com.ar / Feldman Lila y Cicalese, Mercedes, “Feminismo. De castración” en https://lobosuelto.com/de-castracion-lila-feldman-y-mercedes-cicalese/
2. Carpintero, Enrique, “La crisis del mito de Edipo patriarcal”, Revista Topía Nº 70, abril de 2014. Ver www.topia.com.ar
3. Ver -entre otros- Guardia, Manuel, “La no tan esplendorosa época victoriana” en https://lapiedradesisifo.com/2022/02/17/la-no-tan-esplendorosa-epoca-vic...
4. Claudia, Marinsalta, “La imagen de la mujer en el discurso victoriano. El aporte de Frederic Harrison en su ensayo The Emancipatiosn of Women (1891)” PDF de la II segunda Jornada Hum. H. A. Bahía Blanca, Argentina.
5. Gay, Peter, La experiencia burguesa. De Victoria a Freud I, Tomo I; La educación de los sentidos, La experiencia burguesa. De Victoria a Freud II, Tiernas pasiones, Tomo II, FCE, México, 1992.
6. Gay, Peter, op. cit.
7. Guardia, Manuel, op. cit.
8. Freud, Sigmund, Lo siniestro, editorial Homo Sapiens, Buenos Aires, 1985.
9. Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños, Amorrortu, Buenos Aires, 1979.
10. Tort, Michel, El fin del dogma paterno, Paidós, Buenos Aires, 2013.
11. Tort, Michel, Las subjetividades patriarcales. Un psicoanálisis inserto en las transformaciones históricas, Topía, Buenos Aires, 2016.
12. Es paradigmático el texto de Lacan sobre la familia. Lacan, Jacques, La familia, Homo Sapiens, Buenos Aires, 1977.
13. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Topía, Buenos Aires, 2014.
14. Batjín, Mijael, Yo también soy, Godot, Buenos Aires, 2015. También Voloshinov, Valentin, El signo ideológico y la filosofía del lenguaje, Nueva Visión, Buenos Aires, 1976.
15. Textos sobre Batjín consultados Ibáñez, Agustina, “Yo/otro: un diálogo inconcluso” escrito introductorio al libro de Batjín op. cit.; Hernández, Manuel Silvestre, “Dialogismo y alteridad en Bajtín” Coatepec, Universidad Autónoma del Estado de México; Pitrón Villaroel, Andrea, “El reconocimiento del otro: un punto necesario a pensar en el espacio educativo”, Santiago de Chile 2010; Luchetti, María, Florencia, “La alteridad como configuradora de la identidad”, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 2009.
16. Carpintero, Enrique (2014), op. cit.
17. Para un desarrollo de estos temas ver Carpintero, Enrique, op. cit.