Vamos a reflexionar sobre la historieta de Héctor Germán Oesterheld y Solano López que nos va a permitir encontrar similitudes y diferencias con la serie que se estrenó en Netflix.
Leí la historieta El Eternauta en su versión original cuando tenía 11 años. Esperaba todas las semanas que llegaran las hojitas del suplemento Hora Cero -eran cuatro, la primera una tapa y las otras tres páginas los cuadraditos de la historieta- para saber cómo continuaba la narración. Esa aventura fascino a toda una generación; eran héroes cuyas aventuras transcurrían en la ciudad de Buenos Aires con la cual nos podíamos identificar. Los personajes representaban arquetipos de sectores sociales que atraviesan de diferentes maneras toda nuestra historia hasta el presente.
Esa aventura fascino a toda una generación; eran héroes cuyas aventuras transcurrían en la ciudad de Buenos Aires con la cual nos podíamos identificar.
Leí la historieta El Eternauta en su versión original cuando tenía 11 años. Esperaba todas las semanas que llegaran las hojitas del suplemento Hora Cero -eran cuatro, la primera una tapa y las otras tres páginas los cuadraditos de la historieta- para saber cómo continuaba la narración. Esa aventura fascino a toda una generación; eran héroes cuyas aventuras transcurrían en la ciudad de Buenos Aires con la cual nos podíamos identificar. Los personajes representaban arquetipos de sectores sociales que atraviesan de diferentes maneras toda nuestra historia hasta el presente.
A fines de los ´50 del siglo pasado las historietas, -así las denominábamos, no conocíamos el término “comic”- eran el medio de cultura más popular, por sus esquemas y contenidos: la revista Misterix editaba 200.000 revistas por semana-. Sus dibujantes y guionistas en nuestro país le otorgaban una gran calidad que frecuentemente abrevaban en la historia y literaturas de autores como Ridder Haggar, Emilio Salgari, Guy de Maupassant, Edgard Allan Poe, Herman Melville, Alexander Dumas, Robert Luis Stevenson. Así, en esos días de radio, teléfono fijo en muy pocas casas y, por supuestos, sin televisión y mucho menos Internet, los jóvenes, accedíamos a autores importantes, especialmente del género aventuras. Entre aquellos duetos de autores-dibujantes que habían asomado principalmente a través de la revista Misterix, de la Editorial Abril, se destacaban el guionista Oesterheld y el dibujante Solano López que, junto con otros destacados artistas y escritores -Hugo Pratt, Alberto Beccia, Carlos Roume, Carlos Freixas-, irrumpieron con dos revistas totalmente renovadoras: Hora Cero y Frontera. Su contenido humanista difería de aquellas traducidas de EEUU que las llamábamos “mexicanas”. En ellas la guerra era el enemigo no el soldado que estaba enfrente; los indios podían ser héroes; en definitiva, aludía a una complejidad donde se rompía con un pensamiento dicotómico sobre los “buenos” y los “malos” propia de la época de la “guerra fría”.
La influencia en toda una generación fue evidente. Cómo vamos a analizar, la primera parte de El Eternauta, remite a la lucha contra la opresión y en defensa de la condición humana. Allí están todos los mitos. El héroe anónimo que se levanta contra los opresores que son los Ellos (no se ven, no tienen nombre, son los opresores de todos los tiempos); el grupo de amigos (mito porteño por excelencia) que se ayudan y enfrentan a los invasores; amigos que representan diferentes sectores sociales cuya ligazón es el afecto; la defensa de la familia, pero no como institución sino como un espacio de amor y solidaridad; el miedo como sentimiento de dominación y, como si esto fuera poco, la búsqueda permanente de los desaparecidos a través del espacio tiempo.
Toda una propuesta, que reducirla simplemente a una lectura política, -como encontramos en algunos análisis actuales y, aún más en la escritura del propia Oesterhed en la segunda parte, -como vamos a analizar más adelante- implica limitar y banalizar los alcances de una idea universal que puede abarca diferentes épocas. Esto es tan así, que casi 70 años después la historia de Oesterheld y Solano López sigue mostrando su vigencia, con sus múltiples lecturas, para dar cuenta de este tiempo de oscuridad.
La serie filmada por Bruno Stagnaro retoma el hilo argumental de la historieta, pero hace cambios sustanciales del guion; cambios que permiten una lectura de época. La adaptación introduce personajes, tramas y subtramas que no solo dan cuenta de nuestro tiempo, sino de los parámetros comerciales para llegar a una audiencia globalizad; lo cual enriquece el relato, pero diluye la dureza política del original.
Veamos algunas características de la primera parte.
Juan tiene más edad que el personaje de la historieta; está separado y tiene una hija que no se llama Martita sino Clara. Su pasado remite a la guerra de Las Malvinas que sobrelleva con sueños y fantasías traumáticas. Esta circunstancia determina que Juan es un personaje atenazado por sus traumas. Aparecen nuevos personajes que remiten a la actualidad social y política: Omar un emigrado económico, recién llegado de EEUU; Ingra una emigrada venezolana que ayuda a su hermano en un reparto de mercaderías. Recordemos que las mujeres en la historieta cumplen un rol pasivo de la hija y la esposa de Juan; la única mujer que tiene una acción significativa es una mujer-robot que engaña al grupo de sobrevivientes para llevarlos a una trampa urdida por los invasores. En cambio, en la serie Elena es una médica que ayuda en la retaguardia con los heridos; Clara luego de su peripecia en el velero encuentra a sus padres; Favalli tiene una esposa que es mediadora en los conflictos del grupo y, finalmente, Ingra, la inmigrante venezolana, que es convocada para una expedición en los alrededores Campo de Mayo: sin embargo, aunque es significativa la presencia de las mujeres, paradójicamente estas no cumplen ningún rol destacado.
Quizás, el cambio más relevante, y que da un giro con el guion original, es el suceso donde se convoca la religión. En un momento de peligro el grupo amenazado por los invasores se refugia en el interior de una iglesia. Allí se encuentran con una comunidad Scout liderada por una monja. Cuando son atacados por los cascarudos se escapan para atravesar un túnel; en el interior de la iglesia se quedan la monja y un ex combatiente de Malvinas. Con el ruido de las campanas atraen a los cascarudos y se sacrifican incendiando todo: la escena tiene una gran fuerza dramática potenciada por la música de El Credo-Misa criolla cantada por Mercedes Sosa. En otro momento en el predio de Campo de Mayo un grupo de personas cantan alrededor de un fuego convocando la Esperanza.
¿Porqué doy importancia a estos hechos? Si uno lee la extensa trama de la historieta no hay ninguna mención a fuerzas trascendentes al ser humano, acorde con su perspectiva profundamente humanista; esta se sostiene en la importancia de la inmanencia (este término designa lo que la cosa es en sí misma. La cosa es lo que es, no hay nada que la trascienda). En todo el desarrollo de la obra la inmanencia se sustenta en el pensamiento científico de Favalli. Este aspecto, en la serie, se diluye para destacar sus características paranoicas.
Podríamos seguir con otros cambios -por ejemplo, las frases “lo viejo funciona”, “Nadie se salva solo”-, lo cual demuestra que solo un clásico puede ser leído de manera distinta según las épocas. Y, El Eternauta ya es una clásico de la literatura -de la Literatura Dibujada, como decía Oscar Masotta-; un clásico que en la serie tiene dimensiones globales. Un hecho que hubiera sido impensable hace unos años; incluso impensable, para su época, con la capacidad imaginativa de Oesterheld. Todo un homenaje.
Cómo vengo diciendo el texto permite múltiples lecturas para dar cuenta de diferentes tiempos históricos. En abril de 1997 escribí este texto editorial para hacer una lectura, a través de El Eternauta, de los efectos del capitalismo neoliberal en la Argentina de los ´90 (“El Eternauta: una metáfora actual”, editorial de la revista Topía, noviembre 1997). En abril de 2020, en el año de la pandemia, lo volví a publicar con un extenso prólogo, ya que me permitía pensar como el virus del Covid-19 podía asumir el lugar de la nevada mortal y sus efectos en el sujeto que lo pueden llevar a la solidaridad o al egoísmo.
La crisis que plantea estos tiempos oscuros del auge de una derecha neofascista pone en evidencia si seremos capaces de organizar una sociedad que se sostenga en un humanismo universal.
La serie filmada por Bruno Stagnaro me lleva a volver sobre el texto para rescatar su vigencia. La crisis que plantea estos tiempos oscuros del auge de una derecha neofascista pone en evidencia si seremos capaces de organizar una sociedad que se sostenga en un humanismo universal como plantea la obra. Es decir, una sociedad igualitaria y equitativa. Esto no se va a dar mágicamente como sueñan algunos milenaristas: depende de nosotros. Depende del héroe colectivo.
A continuación compartimos el artículo de 1997 con algunas modificaciones. Dejo a los lectores que hagan las asociaciones que crean convenientes en relación con la serie de Netflix y con la actualidad.
Este año se cumplen 68 años de El Eternauta y 48 años que su autor -Héctor Germán Oesterheld- fue detenido y desaparecido por la dictadura militar junto a sus cuatro hijas y yernos.
El presente texto es un homenaje para aquel con quién encontré el destino del placer por la lectura de los grandes relatos.
La primera versión de El Eternauta se comienza a publicar en fascículos semanales entre 1957 y 1959. Durante cien semanas H. G. Oesterheld mantiene al público en suspenso a través de esta historia dibujada por Solano López. Una segunda versión dibujada por Alberto Breccia es publicada por la revista Gente en 1969. Aquí el argumento es más trabajado conceptualmente y define posiciones más comprometidas, a tono con el cambio político de su autor. El ganar en un mayor posicionamiento con la realidad política le hace perder un sentido metafórico, presente -como analizaré más adelante- en la primera parte. Recordemos, para aquellos que quieren leer esta primera versión de la historieta en clave peronista, que el fascículo que aparece en la semana de las elecciones de esa época hay un dibujo de un paredón donde se lee “vote a Frondizi”; además, la cara de Favalli es una reproducción del ministro de economía Rogelio Frigerio.
Ahora bien, paradójicamente los dibujos de Alberto Breccia pierden esa verosimilitud, que le había dado Solano López, para iniciar una búsqueda de experimentación plástica que produce un hermético lirismo. Tanto el guion como los dibujos no conforman al editor por cuestiones ideológicas -recordemos la revista Gente- y al público lector que envían cartas para suspender su publicación. Esta debe ser terminada de apuro por H. G. Oesterheld.
En 1970 realiza el guion de una historieta denominada La guerra de los Antartes dibujada por León Napo. La misma narra la invasión extraterrestre a Sudamérica realizada desde la Antártida. Fue publicada por primera vez en la revista Dosmiluno. Luego hubo una segunda versión, dibujada por Gustavo Trillo, que apareció como tira diaria en el diario Noticias durante 1973. La mención de esta historieta es porque se la suele confundir con la segunda parte de El Eternauta, aunque en realidad es un guion diferente.
La segunda parte la realiza a pedido de ediciones Record en 1978 y, nuevamente, es dibujada por Solano López. La historieta fue terminada por otro guionista ya que Oesterheld, como dijimos anteriormente, es detenido y desaparecido con sus cuatro hijas por la dictadura militar.
Las precisiones anteriores son importantes en función de algunas conclusiones que iré desarrollando. Brevemente recordemos el guion. Una noche, a la madrugada, un guionista de historietas está trabajando en su escritorio. De pronto, delante de él, cruje una silla vacía. Sobre ella se corporiza un hombre que dice llamarse el Eternauta. En realidad, se llama Juan Salvo y ese nombre, el Eternauta, se lo han dado en un lejano mundo, durante un lejano tiempo. El aparecido ve sin sorpresa que está en la tierra y pide al guionista que lo ayude. Pero antes le cuenta su historia. La misma comienza en una casa y en un barrio parecido al del guionista que vive en los suburbios del Gran Buenos Aires. Cuatro amigos juegan al truco: Juan Salvo, el dueño de casa y de una pequeña empresa de transformadores, Favalli, el profesor de la facultad de Ingeniería, Lucas empleado bancario y Polsky jubilado y fabricante de violines. Comenta Juan que todos estaban "separados del mundo como si el chalecito fuera una isla. Una isla a la que apenas si llegaban los ruidos de la avenida cercana..."
De imprevisto se corta la luz y comienza la historia de este grupo humano. Afuera de la casa la gente se muere al ser tocada por una especie de nieve fosforescente. Si la nieve no toca, no mata. Por eso sobreviven ellos y unos pocos más. Se trata de una invasión extraterrestre. Esta es llevada a cabo por sometidos. Los amos son los Ellos que durante toda la historia nunca se ven. Para la invasión utilizan a seres de otros planetas que manejan a través de teledirectores. Estos son los Cascarudos, los Gurbos, los Hombres-robots y los Manos, seres muy inteligentes y sensibles que los Ellos dominan al colocarles cuando nacen una glándula de la muerte. Cuando tienen miedo esta glándula se activa y genera un veneno que los destruye. De esta manera los Manos no pueden traicionar a sus amos. Si lo hacen, el miedo que este hecho les produce, los mata. La nevada va matando a los porteños. Se suceden historias memorables como el combate en la General Paz, el combate en la cancha de River y el momento en que el Mano muere, añorando la belleza de su planeta, mientras canta una dulce canción. Finalmente quedan Juan, su esposa Elena, su hija Martita y un pequeño grupo de amigos. Todos tratan de llegar a una zona de seguridad, que en realidad es una trampa para eliminarlos. El Eternauta y su familia se salvan al introducirse en un extraño aparato que los proyecta al espacio-tiempo. Pero Juan Salvo pierde a su familia por un error en la máquina y así inicia su búsqueda por el tiempo y el espacio. De esta manera llega a la silla que está delante del guionista. El desenlace anuncia una historia circular, pues Juan encuentra a su familia en una casa vecina al guionista. En el camino se le cruzan sus tres amigos que van a jugar al truco a su casa. Anunciando, de esta manera, la inminente destrucción del planeta.
La multiplicidad de metáforas que plantea este relato me llevaría a un extenso desarrollo. Para comenzar nada mejor que leer lo que dice el propio Oesterheld: "Siempre me fascino la idea de un Robinson Crusoe...El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, pero, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la partida de truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de Vicente López, ajena a la invasión que le viene. Ese fue el planteo. Lo demás...lo demás creció solo, como crece solo, creemos la vida de cada día...Aparecieron situaciones y personajes que ni soñé al principio. Como el "mano" y su muerte. O como el combate en River Plate. O como Franco, el tornero, que termina siendo más héroe que ninguno de los que iniciaron la historia...Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizás por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un Héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir intimo: el único héroe válido es el héroe "en grupo", nunca el héroe individual, el héroe solo".
Oesterheld, brillantemente, rompe con esta perspectiva al transformar a los Ellos en seres irrepresentables y por lo tanto representantes del odio universal.
Es necesario recordar que Freud en su obra El Malestar en la cultura plantea que toda cultura está atravesada por un malestar que es propio de la condición pulsional del sujeto humano: la muerte como pulsión. Finaliza este texto preguntándose si el ser humano podrá dominar la humana pulsión de agresión y autoaniquilamiento. Si el Eros triunfará sobre la pulsión de muerte. Muchos años después y habiendo pasado Auschwitz, Hiroshima, Nagasaky y los gulag Stalinistas, Oesterheld, intenta dar una respuesta a los horrores cometidos por el hombre: la necesidad de una ética de la solidaridad. En la visión típica de los autores de ciencia ficción de fines de la década del cincuenta -plena época que se conoce como "la guerra fría"- la catástrofe del planeta va a venir de afuera, del otro desconocido. Los extraterrestres aparecen como los malos de una historia en una característica proyección de colocar en el otro, lo siniestro de nuestra condición pulsional. Oesterheld, brillantemente, rompe con esta perspectiva al transformar a los Ellos en seres irrepresentables y por lo tanto representantes del odio universal. El sujeto queda sometido a los Ellos -¿deberíamos decir el Ello?- en el aislamiento, el miedo, el narcisismo, en definitiva, transformándose en un Hombre-robot. En Oesterheld el Eros está representado por un sentimiento de solidaridad universal.
En el análisis de la obra se pueden observar tres momentos claramente diferenciados. El primero comienza con la nevada mortífera donde el grupo humano está rodeado de muerte y la ley que impera es el "sálvese quien pueda". La única manera de sobrevivir es afianzando los lazos de solidaridad. Las características de funcionamiento del grupo permiten dar cuenta que el yo es con los otros y la diferencia es por temperamento y capacidad. El segundo momento se inicia cuando se encuentran con los soldados sobrevivientes y se organiza la resistencia contra el invasor. La lucha contra el enemigo común posibilita unir a todos lo humanos. Esta unión con el ejército, que inicialmente es vista con alegría, rápidamente troca en una permanente desconfianza por parte de Juan, al darse cuenta que los civiles son utilizados como vanguardia para ser los primeros aniquilados. Aún más, el desastre final es debido a que el Mayor del ejército no tiene en cuenta las advertencias de Favalli -el intelectual- y conduce a los soldados a una trampa fatal donde los únicos que se salvan son algunos civiles. En esta parte de la historieta se describen las características del invasor. Los Ellos son los amos representantes del "odio cósmico", de la muerte y la esclavitud. De esta manera se transforman en una metáfora del poder y encarnación de miedos profundos del hombre. Los Ellos dominan a los Manos a través de la glándula del miedo. Estos a su vez controlan con teledirectores a los Cascarudos, los Gurbos y los Hombres-robots. Es así como se establece una brillante metáfora del sistema de dominación. Luego de la aniquilación quedan como sobrevivientes un grupo paradigmático: Juan y su familia, Favalli el profesor, Mosca el historiador, Pablo un joven de 11 años y Franco el obrero, verdadero héroe de la historia. Aquí comienza el tercer y último momento de la historieta donde el hombre se vuelve lobo del hombre. Afianzar los lazos de solidaridad es una constante que lleva al grupo a sacrificarse para que se salve Juan y su familia. El error de la máquina lo lleva a Juan a separarse de su familia y recorrer el espacio-tiempo en su búsqueda permanente. En este recorrido se encuentra con un viejo filósofo Mano que expresa la ideología de la historieta: "En el universo hay muchas especies inteligentes...algunas más, otras menos inteligentes que la especie humana. Todas tienen algo en común: el espíritu. Así como hay entre los hombres, por sobre los sentimientos de familia o patria un sentimiento de solidaridad hacia los demás seres humanos, descubrirás que existe entre todos los seres solidaridad, un apego a todo lo que sea espíritu, que une a los marcianos con los terrestres..." Esta concepción que denominaría de un humanismo universal plantea la solidaridad basada en una ética del respeto de las diferencias. Por ello -debería decir los Ellos- la circularidad de la obra plantea una búsqueda permanente -que llega hasta nuestra época- de una salida en el afianzamiento de los lazos de solidaridad; caso contrario nos invadirá la muerte, la soledad, el miedo que nos destruye, en suma, el sometimiento. De esta manera al analizar esta obra, querer reducirla a una lectura política de un período histórico -las décadas de los 60 y los 70-, sería minimizar la dimensión de un planteo más profundo. La versión de 1969 -de la revista Gente- y la segunda parte se ajustan perfectamente a una versión antiimperialista que -a mi entender- degradan y simplifican el logro de Oesterheld. En la primera parte pudo mostrar desde una dimensión propia de esta región del planeta, problemas que nos llevan a la actualidad de la metáfora de El Eternauta: la invasión del poder no está en los otros sino en nosotros, en tanto partícipes de una cultura del mal-estar que no respeta fronteras. Su universalidad -actualmente se denomina globalización- lleva a la miseria, el abandono, la discriminación, la exclusión y la muerte de millones de seres humanos poniendo en peligro la habitabilidad del planeta. El permanente retorno de El Eternauta -también en sucesivas ediciones que se agotan- nos invita a creer que es posible un futuro diferente. Para lograrlo, nada mejor que recordar una frase de Juan Salvo en un momento de la historia: "Ahora no es tiempo de odiar, es tiempo de luchar". Una consigna contraria a la de los movimientos neofascistas: odie que el líder va resolver sus problemas.
Buenos Aires, mayo de 2025