Se trata de un término usado en el slang estadounidense para referirse al sexo sin preservativo. La traducción literal es “montar a pelo” (o sin silla). Si bien Gregory R. Clark ubica su utilización por parte de los soldados estadounidenses ya durante la guerra de Vietnam,1 el empleo actual de esa jerga nos remite a las relaciones sexuales sin preservativo luego del impacto de la pandemia de vih-sida y, específicamente, a la segunda mitad de la década de los ’90 al interior de la comunidad de varones gays. Algunos autores han extendido la definición de bareback a toda relación sexual anal entre varones sin preservativo. Definirlo de ese modo pierde especificidad.
Nos referiremos al bareback como toda práctica sexual (con consentimiento) de modo intencional entre varones que suponga intercambio de fluidos sexuales
El vocablo “puto” fue una categoría discursiva popular para señalar y perseguir a sujetos varones que tenían sexo con otros varones, por así decir, un antepasado de la categoría psiquiátrica “homosexual” creada en 1869 por el periodista y activista vienés Karl-Maria Kertbeny y adoptada y popularizada por Gustav Jäger, Magnus Hirschfeld y Krafft-Ebing.
¿Qué es el Hombre? En esta obstinada pregunta Kant veía condensarse las tres cuestiones fundamentales de la filosofía: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me es permitido esperar? La metafísica, la moral y la religión, que respectivamente respondían a cada una de estas cuestiones, dibujarían en su confluencia una antropología: cada una de ellas sería al mismo tiempo una respuesta (aunque parcial) a la pregunta por el ser del “Hombre”. Y se soñó entonces que con esta antropología se había edificado su morada definitiva.
“Durante la penetración, la mujer debe mantenerse lo más rígida posible. El movimiento corporal podría ser interpretado como un signo de excitación por parte del optimista esposo.”[1] Así aleccionaba la sociedad victoriana a las esposas. Los varones eran aterrorizados desde el siglo XVII con los efectos nocivos de la masturbación: “Era considerada un derroche que enfermaba, estaba severamente perseguida. En este sentido el combate contra la masturbación fue uno de los principales esfuerzos en la guerra librada por asegurar la correcta y medida privacidad (…) ya que la vida privada debía mantener las apariencias que la burguesía capitalista, en su primera época, dictaba para la vida pública. Ambos mundos necesariamente tenían que coincidir.[2] Era consecuencia de la unión de capitalismo y calvinismo, que glorificaba el trabajo, la austeridad y el enriquecimiento personal como los caminos para ganar la eternidad. Así producción económica y salvación religiosa se combinaban para la transformación de Inglaterra.
Sigmund Freud fue construyendo el psicoanálisis en el marco de una sociedad victoriana, heteronormativa y patriarcal. Nuestros tiempos son otros. Vivimos en el marco de un capitalismo mundializado donde esta forma de subjetivación ha dejado de ser hegemónica. Han cambiado muchas cuestiones, desde las formas de organización familiar a las sexualidades. Si la cultura actual promueve la mercantilización de cada rincón de las entrañas de nuestra subjetividad, la sexualidad no está ajena a esta transformación. Y es el tema central de este número, aquello que denominamos “sexualidad de consumo”. Diferentes autores desde distintos ángulos permiten vislumbrar alcances de este fenómeno en nuestra subjetividad a partir de indagar sobre la mercantilización de la sexualidad, el erotismo y la pornografía de hoy.
Los próximos relatos corresponden a situaciones actuales de niños en relación con la sexualidad.
1) En una escuela pública de la ciudad de Buenos Aires Lucas, de 4 años, llega al jardín y saca de la mochila un consolador que apoya sobre la mesa en la ronda con sus compañeros. Al preguntarle la maestra qué es, responde: “Es un juguete de mi mamá.”
La maestra se lo pide para guardarlo y entregárselo a la madre. A la salida se lo da a la mamá y ésta expresa: “¡No sé de dónde lo sacó! ¡No entiendo!”
¿A qué nos referimos cuando hablamos de pornografía o decimos que algo es pornográfico?
Éste es uno de esos términos o “conceptos” que hablan más del sujeto clasificador que de los objetos o sujetos que son clasificados. En este sentido la socióloga Raquel Osborne señala que existen tantas definiciones de pornografía como personas deseen proponer una, de este modo “se habla de obscenidad, erotismo, pornografía o indecencia para referirse a las mismas cosas, dependiendo de quién use estos términos." Algunas definiciones apuntan al contenido del material: toda representación - texto, imagen- de sexo explícito no simulado, destinada a ser consumida por el público. Otras más en términos funcionales: el material que apunta a estimular la fantasía con el fin de provocar reacciones corporales y emocionales de placer sexual. Hasta llegar a afirmaciones que develan el carácter polisémico y moralizante del término como la del escritor francés Alain Robbe-Grillet: “la pornografía es el erotismo de los otros”. El intento de distinguir entre “erotismo” y “pornografía” ha sido una tarea controvertida a lo largo de la historia del cine. Dependiendo del censor o el ente calificador, determinado film ha sido permitido, prohibido, censurado o calificado como “X” o “condicionado”. ¿Las películas “El imperio de los sentidos” (Nagisa Oshima), “Calígula” (Tinto Bras) y “Emanuelle” (Just Jaeckin) son eróticas o pornográficas? Hacerse esta pregunta en la actualidad puede llevarnos a una respuesta obvia; pero ¿qué habrían respondido distintos sectores sociales en la década del 70, cuando fueron estrenadas? Sin dudas, la respuesta nos lleva a darle crédito a la irónica frase que postula que la pornografía de hoy no es más que el erotismo de mañana.
Como vimos anteriormente Freud fue el primero que saco la sexualidad de los determinantes biológicos para señalar la contingencia del objeto sexual. La sexualidad es una construcción histórica.
Pero a mediados del Siglo XX aparece un nuevo concepto que complementa esta perspectiva freudiana: el concepto de género. Este surgió en la década de los sesenta. Se empleó para destacar un acontecimiento hasta entonces no valorado: existía algo fuera del sexo biológico que determinaba la identidad y el comportamiento de lo masculino y femenino
El gran mensaje de Foucault en el primer tomo de Historia de la sexualidad radica en el rechazo de la “hipótesis represiva” de Reich, Marcuse y Reiche: según Foucault la sexualidad no es algo que “en el capitalismo” sea reprimido, sino algo que en esa época principalmente es producido. “En realidad, se trata más bien de la producción misma de la sexualidad, a la que no hay que concebir como una especie dada de naturaleza a la que el poder intentaría reducir… [sexualidad] es el nombre que se puede dar a un dispositivo histórico: no una realidad por debajo... sino una gran red superficial, donde la estimulación de los cuerpos, la intensificación de los placeres, la incitación al discurso, la formación de conocimientos, el refuerzo de los controles (…) se encadenan unos con otros. Las cuatro figuras principales de este dispositivo, creadas en el siglo XIX, son la mujer histérica, el niño que se masturba, la pareja que planifica la familia y el adulto perverso. A esta constelación histórica -y sólo a esta- la señala Foucault como el dispositivo de la sexualidad, y lo coloca entonces, algo vagamente y con un préstamo de Levi-Strauss que no menciona, frente del “dispositivo de alianza" de las formaciones sociales anteriores.
El nanosegundo es la última manera de medir y producir el tiempo -se trata de la millonésima parte de un segundo y es la medida de tiempo en que trabajan las máquinas de comunicar- los humanos estamos afectados por la misma en nuestra manera de ser, pensar y sentir, impone pautas a nuestras vidas. En ese ritmo que el capitalismo impuso para sus propios fines, como ocurrió antes con la línea fordista, se establece la hiperconectividad permanente por vía de celulares, Iphone, etc., y la cultura de la imagen nos satura con sus propuestas consumistas.
En esta combinación de velocidad y saturación de imágenes se vienen acortando las etapas evolutivas de la infancia y se generan nuevas condiciones culturales y subjetivas para el pasaje a la adolescencia, lo que produce hechos relevantes:
La Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aprobó por unanimidad declarar de interés la Campaña Internacional: “Curas que Matan” del Comité IDAHO (International Day Against Homophobia and Transphobia). A través de un manifiesto suma adhesiones en todo el mundo contra las llamadas “terapias reparadoras” que promueven la “curación” de personas gays, lesbianas y trans en abierta violación de los Derechos Humanos y Derechos Civiles.
En las estadísticas de la Coordinación de Vigilancia Epidemiológica de VIH-SIDA de la región zuliana se evidencia el aumento progresivo del VIH en el estado. Desde el segundo semestre del año 1992 la categoría “bisexuales” se convirtió en el grupo con mayor conducta de riesgo del Zulia, y según esta institución perteneciente al Ministerio de Salud y Desarrollo Social, los individuos dentro de la categoría de conductas sexuales desconocidas son probablemente “bisexuales no declarados”: es decir, mantienen una conducta bisexual pero no se identifican como tales.
Cuando la luz comienza a desteñir las sombras que rodean los mandatos se pueden vislumbrar como relámpagos las prácticas, a veces espurias, que los sostienen. Al iluminar nuestros orígenes -donde el mito se entreteje con la historia- surgen vestigios de las llamas que forjaron los inicios y ante nuestros ojos asombrados desfilan, como en una linterna mágica, asesinatos, estupros, traiciones, incestos, parricidios y fratricidios. Figuras y conceptos que se podrían expresar en pocas palabras: hablemos de transgresión.
Desde hace casi treinta años trabajo en Imposibilidad de coito en vagina con técnicas propias.
Este cuadro consiste en un impedimento coital repetitivo e imposible de modificar por voluntad de la pareja heterosexual. Son “parejas que se desean, excitan y orgasman, sin penetración”. *1
Freud en 1905, en su obra “Tres Ensayos sobre una Teoría sexual”, señaló cómo las primeras impresiones sexuales de nuestro desarrollo, dejan las más profundas huellas en nuestra vida anímica y pasan a ser determinantes de nuestro desarrollo sexual posterior, y que la desaparición real de tales impresiones infantiles obedece a un mero apartamiento de la conciencia (represión). Esta suerte de amnesia de vivencias sexuales infantiles, conduce al hombre a esforzarse por dilucidar el misterio de su sexualidad, recurriendo a intuiciones y conocimientos preconceptuales para intentar darle sentido a su experiencia sexual subjetiva (Jaida, 2001).
Es invierno, de noche tarde y hace mucho frío. Es nuestra segunda entrevista, llegan tarde y crispados. El saludo es una formalidad sin sonrisas, un paradojal “buenas noches” que no trasmite ningún desear. Se sientan, no se miran ni me miran y el silencio va dibujando estrellitas de hielo. Hago un ruidito (una suerte de carraspeo bajo, con la boca cerrada).
Agradezco la invitación[2] porque me interesa compartir con Uds. algunos debates que considero de actualidad en torno a la subjetividad sexuada y la clínica psicoanalítica.
En ese sentido, agradezco que me permitan acercarles los aportes en los que puede colaborar la articulación entre los Psicoanálisis y los Estudios de género a varios de los desafíos que se nos presenta en la clínica psicoanalítica en la actualidad.
“Lo que más perturba a quienes no son gays es la forma de vida gay, y no los actos sexuales mismos (…) es el temor general a que desarrollen relaciones intensas y satisfactorias (…), y nuevas formas de vida que no se asemejen a aquellas que han sido institucionalizadas.” (Foucault, 1985: 34-35).
Para comenzar, tres pequeños relatos de la clínica actual con niños y adolescentes vinculados a la sexualidad, que me han impactado y que me han provocado dudas acerca de cómo posicionarme y cómo intervenir como analista.
Claudio de 12 años es sorprendido en casa de sus tíos, con sus primos Mariano de 10 y Gabriel de 12, mientras le chupaba el pito a éste.
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra