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Varias razones, de las mil y una, para leer el libro De aceptación amorosa

Por Luz Barassi

Título:

“Varias  razones, de las mil y una, para leer el libro De aceptación amorosa”

O “Sobre el encanto de un libro clínico”

O “De la alegría de hablar a través de una obra, de un amigo”

O “De la institución de la ternura, a la aceptación amorosa”

Introducción:

En la cátedra Teoría y Técnica de Grupos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, de donde nos conocemos hace más de quince años, hay una insistencia  intelectual que propone obviar al escritor y enfocar en la escritura. La escritura como autora, el lector como el que escribe, al tiempo que lee, una obra por ende siempre abierta.

Hoy aquí frente a ustedes y al lado de Ricardo, me pregunto si esta opción (desistir del autor) tiene validez. Y lo digo porque no he tenido otra forma de leer este libro que el de imaginarme cada una de sus palabras desde la cadencia de la voz de quien se presenta como autor. Claro, cuando la obra nos llega sin el cuerpo del escribiente, tenemos la opción de imaginar, documentar o directamente olvidar a su autor y quedarnos con la obra para hacer de ella refugio, invitación al pensar, motivo de plagio. Pero… muy distinto es, y muy difícil es, y tal vez un sinsentido, una intelectualización, un despojar o cronificar una emoción, quitarle al autor el cuerpo de su obra o a la obra, las manos y la voz de su escribiente.

Este libro es Ricardo, mi querido compañero Ricardo Klein. Enseñante todoterreno todo momento,  relator de historias,  docente comprometido, siempre dispuesto al diálogo,  conector  del saber-hacer clínico con el enorme caudal de lectura que lo posee. Alguien de los que podemos decir, habita un “estar terapeuta” y lo digo recordando la propuesta clínica del “estar psicoanalista” de nuestro maestro Fernando Ulloa.  Ricardo cultivador de soledades, misterioso caminante, esas personas habitadas por silencios ricos en poesía. Ricardo un hombre de fe, también me atrevo a decir. Fe en la palabra, en la ley, en el pacto entre hermanos, en la posibilidad de la cura, en la amistad.

Ricardo es un gran docente: su libro exuda ese saber hacer de la docencia, enseñanza. Escucho en estas páginas a un docente que habla, que se hace preguntas que conducen a ideas, que expresa con claridad lo difuso, con argucias lo complejo, con profundidad las honduras. En su escritura parece que nada se pierde y que todo puede ser vuelto a leer y que en todo puede encontrase una pista para transitar  este difícil y maravilloso camino de la clínica.

 Voy a remitirme a una idea, a una enseñanza de él que no está en este libro, al menos no aparece de la manera como la voy a contar, y que me permitió significar algunos de los indicios que nos ofrece en uno de sus ensayos, sobre el posicionamiento clínico que felizmente llama “aceptación amorosa”.

Se sabe que en la coordinación de grupos, históricamente han sido siempre dos, a veces tres los que asumen la tarea. Distintas son las argumentaciones que sostienen por qué motivos convendría que sean dos los que asumen ese lugar de dirección, porque uno solo es poco para la complejidad de los grupos, porque uno permitiría habitar la imago la madre y otro habilitaría las proyecciones padre, porque un coordinador podría simplemente escuchar las palabras que se dicen  y el otro escuchar los gestos y el lenguaje no verbal, porque uno podría acoger determinadas transferencias y el otro,  otras. Pero… cuando se enseña en una clase… se puede enseñar de a dos? Dar clase teórica, al frente de un auditorio, de a dos? No es común. Ricardo fue uno de los pocos compañeros en la cátedra que se permitió pensar esa posibilidad: ofrecer un teórico entre dos. Esto sucedió en una universidad en la que me invitó a trabajar y lo recuerdo muy bien.

El asunto, la regla a sostener a ultranza que yo había aprendido en cuestiones en donde hay dos en un lugar transferencial, era que nunca,  pero jamás de los jamases, la pareja de coordinadores debía discutir frente a los demás del grupo. Esto podría generar desconcierto, confusión en los estudiantes, podría ser catalíptico, apocalíptico, apoteótico y todas las imágenes de la catástrofe que se desnudaría frente a todos, sin vuelta atrás. (“si hay discusión, problemas, dudas, o malestares, se trabajan afuera en un café, un rato antes o un rato después” indicación que yo obedecía como esas otras cuestiones metodológicas que son imperativos indiscutibles en la clínica de diván (abstinencia, asociación libre, etc)

 Pero  Ricardo… siempre está dispuesto a ofrecerse en la clase, siempre expone algo más, como en su libro, que es una escritura de sí, como terapeuta, como enseñante. Ricardo me iba a enseñar en acto, lo que luego fundamentaría como “aceptación amorosa”:  una noche, frente a una clase compartida dispositivo inventado por él (no recuerdo ni imagino cómo lo bautizaría), empezó a buscarme –y me encontró- en una discusión que se tornó fuerte, en torno a determinadas ideas sobre Bion, un escritor difícil de una clínica difícil pero que los dos hemos estudiado mucho. Recuerdo,  la sorpresa, la conmoción, la desorientacion, ya que noté casi desencajada, que Ricardo quería conversar conmigo y sacudir ideas, verter nuestros distintos modos de entender la cosa, y yo percibía que esa conversación, cuando llegaba a discusión, era también bienvenida alegremente por él y malvenida panicosamente por mí. Imposible detenernos porque NOS ENCANTA DISCUTIR, la conversación se hace tensa, intensa, y luego comienza a desagotarse hasta disolverse, mientras los alumnos sueltan las lapiceras y escuchan.

 Termina la hora de clase y yo lo increpo, ya que me había sorprendido su atrevimiento: ¡Ricardo: en el libro II de la Biblia de los Coordinadores dice que No está bueno mostrar fracturas en la coordinación!!! El, tranquilo, divertido, dispuesto a seguirla, me dijo y me enseñó que no había nada que temer. Y que no era ni más ni menos que una discusión teórica entre dos colegas, aún de la misma materia, aún uno mucho más experimentado que el otro, aún uno titular y otra adjunta, aún uno varón y otra, mujer, todos esos aúnes pueden hacer lugar a otra cosa más interesante: el martillazo que rompe paredes:  los esquemas de dogmatismo,  los efectos sacros de ciertas corrientes teóricas, los espejos planos de las imágenes imperturbables y enteras de las figuras enseñantes. Fue una gran noche universitaria. ¡No hay que temer a la discusión! ¡No hay nada que ocultar cuando el deseo es el saber, cuando el deseo es el pensar, cuando el deseo puede llegar a vestirse de disentimiento pero está sostenido en –diría hoy- la aceptación amorosa!

Estos quince años de conocernos me permiten hoy, y lo expreso en este código Gestalt al que nos invita por momentos,  el libro Ricardo a poder afirmar, -afirmarte- que “no hay emociones cronificadas entre nosotros”. Hay aceptación amorosa, se vive, se está en ella como acontecimiento cada vez que nos sentamos a tomar un café, cada vez que leo sus libros o lo escucho dar una clase, o cuando compartimos una reunión de equipo, o cuando recuerdo alguna de sus enseñanzas. La aceptación amorosa acontece por aquí y por allá y siempre es sanadora, canaliza (da cause) a emociones y sentires que llenan de vida a la vida. Aceptación amorosa que habilita ente nosotros, Ricardo, motivos para jugar a veces, al esgrima  con argumentos.

Vayamos a algunas razones por las cuales es tan atractivo leer el libro “De aceptación-amorosa”

  1. Primera razón: No es fácil hallar un libro que transmita el recorrido de un terapeuta que no rechaza nada de lo transitado y que integra conceptos y vivencias de un modo respetuoso de las teorías y los referentes, pero al mismo tiempo artesanal y cuando digo artesanal, digo, singular, digo único. El libro nos enseña entre otras cosas, que cada cual puede construir su bagaje conceptual, emocional y experiencial para llevar adelante una vida clínica.
  2. Segunda razón: No hay demasiados libros de psicoanalistas que hagan lugar a otras teorías que abrevan en el mismo río de la clínica no masificante, artesanal, delicada. El libro es la resultante de un largo camino de estudio y puesta en práctica de ideas psicoanalíticas freudianas, pichonianas y gestálticas que danzan expresivas. Si las ideas vida más allá de las vidas que las habitan, podríamos decir que hay “aceptación amorosa” entre las ideas psicoanalíticas, pichonianas y gestálticas que fluyen amigas, en la obra de Ricardo
  3. Tercera razón: Este libro hace bien. Ni más ni menos, ni mucho ni poco. Es un libro que hace clínica al andar, sana al ser leído, permite levantar la cabeza y pensar, habilita el tránsito de emociones, despierta recuerdos escondidos, descronifica, descontractura, hace pensar, hace circular energías nuevas. Es un libro con diferentes niveles de complejidad, lo que lo hace amigable y honesto. Es una obra abierta, al decir de Ecco.
  4. Cuarta razón: Hay pocos libros en los que el escritor se la juegue entero. Este es uno de ellos: El ensayo “crónicas de un trabajo artesanal” es un trabajo valiente. Ricardo hace un relato de un transitar por una terapia de pareja de dos personas de mediana edad que atraviesan un momento singular en el que todo puede venirse abajo. Ellos llevan consigo la triste muerte de una hija de 16 años, suicidada diez años atrás. La lectura del libro llega al pico de la intensidad conceptual y vivencial, cuando Ricardo se nos muestra en acciones clínicas ante esta pareja. Ricardo esta vez con Mónica, la co-terapeuta, son de una extrema generosidad al relatar detalladamente la historia de este proceso terapéutico. Aparece la crudeza de lo trágico, la orientación de la supervisora, la planificación de acciones, la teorización de las ofertas clínicas. De un modo acompasado y casi musical, merodean pensadores como Freud y algunos conceptos psicoanalíticos, Desoille y la técnica del ensueño dirigido, Pichon y la idea de emergente, Zinker que parece ser el enseñante privilegiado que acompañó a la pareja terapéutica como co-pensador, Perls y el mismo Klein aportando potentes ideas gestálticas.  Creo que nadie que lea este escrito, volverá a ser el mismo ni a pensar la clínica de pareja como antes de haberlo hecho. En este escrito se resume entre otras cosas, la feliz idea de la clínica como hecho estético (con dramatizaciones, metáforas y demás propuestas) y enseña también, no sólo que un terapeuta puede equivocarse, sino que se equivoca y puede, si, si, puede, reparar el error porque a menos en el intento de reparar, se repara.  
  5. Quinta razón: Ricardo escribe sobre  cosas de las que los clínicos suelen no hablar. En el ensayo “De cierres, cortes, despedidas y retiradas” el libro vuelve a insistir sobre temas difíciles. En este caso, navega por los distintos modos no solo de interrupción de un tratamiento sino justa y necesariamente navega, con buen timón sobre los modos de pensar esos finales. Texto que enseña de finales al tiempo que abre el maravilloso universo de la gestalt. Señala que el corte es una manera de irse evitando el final (gestalt inconclusa) mientras que el cierre es el final de un proceso que incluye tareas y afectos. Leyendo este texto, recordé, que no sólo Ricardo Klein se embebe en el psicoanálisis y en la gestalt para pensar las prácticas: Pichon Riviere vió influido su pensamiento por Lewin, psicólogo que comienza su formación y práctica también desde esa corriente. Ricardo, cuando dice corte, dice desgarro, o deshilachamiento, o despegue, o desaparición. Cierre como proceso en el que entraman varios infinitivos: asumir (el final), dar (agradecimiento), reasumir (roles delegados) transitar (emociones y sentimientos) y analiza bellamente el infinitivo Des-pedir: como un dejar de pedir, una renuncia a una espera, a una demanda, a una esperanza también.
  6. Sexta razón: Ricardo habla con tanta delicadeza de temas tan delicados, que su lectura permite navegar en mares peligrosos, temidos, rechazados, abandonados. El ensayo “En torno a la prevención”, propone una vuelta de tuerca a ideas de Bleger (psicología de la conducta), de Freud sobre angustia y desde ahí pensar lo que motoriza a la prevención y fundamenta el motor de la misma del lado de lo plástico, lo móvil y el sostén. Klein conecta la angustia “señal” freudiana a la idea de las técnicas del yo o instrumentales de Pichon Riviere y a la fuerte y sólida idea de la prevención como invención de modos de hospedaje de sufrimientos posiblemente desencadenantes de otros.
  7. Séptima razón: Ricardo enseña en acto que “todo” puede ser pensado de nuevo y que cada lector puede ser escritor, si se permite disponerse para ello. Ricardo alivia el peso de la lectura por leer, infinita, que nos agobia cuando queremos darnos a otro sobre un tema en particular. Cómo decía Eco, hay tanto escrito sobre determinados tópicos, que no nos alcanzaría la vida para leer lo que los otros escribieron y así poder después, aportar lo propio. El ensayo llamado “De cómo el padre de la horda se comió al grupo de hermanos” es una invitación auspiciosa a re pensar ideas de culpa y responsabilidad, haciéndonos recordar el mito creado por Freud para pensar el origen de la cultura (origen que se basa en un asesinato). Quien no se hace responsable, se hace culpable y aún más se lee en el escrito: la irresponsabilidad o culpa freudiana, en código gestalt es el trabajo no cerrado, no concluido. La lectura de estas ideas, motoriza otras. Obra abierta.
  8. Octava razón: Creo que Ricardo integra (esa posición clínica de integrar que tanto le gusta) aquella idea maravillosa, tan simple y tan vasta, de nuestro querido Ulloa: Fernando hablaba de la institución de la ternura, como herramienta clínica basada en el amor. Ricardo Klein nos ofrece la “aceptación amorosa” y creo que mi capítulo, capítulo de la lectora escribiente, comenzaría por amistar estas dos propuestas. Escucho al estar psicoanalista de Ulloa en el estar a la espera del advenimiento de la aceptación amorosa como posicionamiento de la clínica: abierto a un sentir, abismado a un dejar fluir, limitado en la miseria del “entender”, generoso en el dar, un dar sin pedir, un dar que es un por-ir… a la espera de un por venir.

Gracias Ricardo.