La memoria entendida como un hecho político no remite a la inmediatez sino que aborda todos aquellos acontecimientos no inminentes y aprovechables. Vale decir: la memoria se configura por las marcas que están y que operan como testimoniantes de que un hecho existió. Así, de una manera u otra, las personas vivimos con esas fisuras, con esas marcas, pero intentamos permanentemente volcarnos al olvido. Por ello, es de significativa importancia la construcción de una memoria colectiva como mecanismo disparador que nos indica de dónde venimos para anticipar hacia donde vamos. Ello llevaría a proponer que somos lo que somos en relación con que hemos sido lo que hemos sido.
La tendencia de los momentos que corren nos induce a pensar que todo no está saldado, y que, de alguna manera, estos mecanismos de procesamiento de nuestro pasado, más que reconciliarnos con él, nos ponen en un estado de constante tensión entre la duda y la obturación. Por lo tanto, reflexionar sobre el armado de un pasado común constituye un desafío. En ese sentido, el ensayista Héctor Schmucler habla de lograr que la memoria sea actuante.
Al hacerlo, se permite debatir sobre las posibilidades de resignificación por parte de la sociedad civil de instituciones, edificios, monumentos, nombres de calles y plazas que remiten a masacres, represiones y violaciones a los derechos humanos, buscando construir otro destino dedicado al sostén de la recuperación colectiva de la memoria. Si de ello se reflexiona, vale la pena abocarse en torno al sentido que se le está otorgando a la cárcel de Ushuaia y presidio militar, en la capital de Tierra del Fuego.
A contramano de las tendencias que surgieron desde los movimientos sociales para definir y apropiarse con nuevos contenidos de aquellos espacios identificados con la represión, tortura y exterminio, dicho presidio se erigió en museo histórico dentro del Museo Marítimo. Un detalle que no se puede soslayar.
Ahora bien, esa prisión no ha sido una más dentro del sistema carcelario argentino del siglo XX. Todo lo contrario, el escritor David Viñas considera que ingresar a ella era una sanción o castigo, pero al mismo tiempo suponía un desquite. Especializada en presos políticos o contumaces, se la conocía como "La Siberia" por la total imposibilidad de huída debido a las inclemencias de la temperatura y a su ubicación en un territorio casi olvidado.
Como algunos señalan que el mayor crimen consiste en que un evento violento carezca de testigos y eso tiende a lograr naturalizarlo e incorporarlo a la cotidianeidad de los acontecimientos Algo parecido sucede con el presidio de Ushuaia y con su historia, la cual está totalmente emparentada con la historia de dicha capital.
En el presente, la cárcel integra el itinerario del circuito turístico como un paseo más: desde el recorrido de la misma, donde entregan una folletería políticamente incorrecta - un contenido de cuño militarista y con un tufillo muy cercano que evoca las prédicas de Blumberg- hasta el tren del Fin del Mundo. Este medio de transporte se creó en 1910, con el fin de trasladar a los reclusos a 25 kilómetros de la ciudad para hachar en los bosques, y así proveer de leña a los habitantes fueguinos. Por supuesto que el tren actual en nada se parece a su antecesor ya que el mismo carecía de vagones confortables. Eran unas simples tablas al aire libre utilizadas para amontonar como bulto humano a los presos, sin ningún tipo de consideración mínima a su persona, bajo la celosa mirada del centinela apoyando un dedo en el gatillo del máuser. Es de presumir que el sistema carcelario ejercía sobre ellos un régimen de trabajo forzado que, a la vez, contribuía al mejoramiento de la calidad de vida de los lugareños.
Entonces, resulta inaudito que el turismo sea recibido por personal ferroviario disfrazado con ropas a rayas como las que usaban los antiguos presos. En tanto que en la misma estación, se muestran documentales que testimonian el horror, el sufrimiento y la explotación a la que fueron doblegados durante cuarenta años. Pero este exhibicionismo pintoresco no termina allí: muchas chocolaterías y restaurantes exponen un seriado de fotografías de la época que exhiben los pormenores cotidianos del sometimiento obligatorio de los penados para desarrollar actividades que servían a beneficio exclusivo de los fueguinos. Tal es el caso -entre ridículo y siniestro- de la creación de una orquesta de música con los propios confinados manteniendo su indumentaria clásica. Los acontecimientos mencionados llevaría a interrogarnos sobre si Ushuaia con todo esto manifiesta una disposición al olvido o a la memoria de haber tenido una cárcel tan temeraria. ¿Por qué hacerla funcionar como un shopping? ¿Qué sucedería si a la ESMA se la incorporara dentro de las visitas guiadas llevadas a cabo por los tours para extranjeros?
Sería interesante que autoridades públicas, figuras políticas, de la cultura o vecinos se encontraran con el documental uruguayo Ácratas. El mismo narra, con tono épico, las luchas sociales del movimiento anarquista. Basado en un excelente archivo fílmico y fotográfico, este documental hace foco sobre las condiciones inhumanas en las que se desarrollaba la vida en el presidio de Ushuaia. La proyección del film sería una buena oportunidad para develar la cuestión de si la comunidad fueguina intenta recordar demasiado o demasiado poco.
Mabel Bellucci
Agradezco la mirada atenta de Martín De Grazia y de July Chaneton