En el final del siglo, lo corporal irrumpe en la ciencia, en el arte, en las disciplinas humanísticas a partir de un acercamiento, de una búsqueda y quizás de un retorno a las ideas de subjetividad, no como obstáculo para la necesidades de objetividad del pensamiento científico, sino como potencial para su desarrollo. Esta subjetividad que emerge empuja la aparición de algunas orientaciones que se están desarrollando en diversas disciplinas y que hacen trepidar marcos teóricos organizados alrededor de pensamientos tradicionales. Pero, ¿qué significa lo corporal en un contexto de proliferación de técnicas corporales que superponen cuerpo y corporal como si se tratase de un solo concepto? ¿No es acaso lo corporal materia de interés y de necesidad en múltiples campos disciplinarios? ¿Por qué entonces lo corporal ha quedado reducido a los límites de las técnicas corporales y escindida su conexión con la subjetividad, con lo mental, con los distintos modos de la inteligencia?
La cultura del fin del siglo intenta desprenderse, no siempre con éxito, de algunas oposiciones binarias para pensarlas como distintos grados de complejidad y no como opuestos, tal es el caso de las oposiciones orden/desorden, sujeto/objeto, corporal/mental, intelectual/emocional, central/periférico, individual/grupal. Las nuevas tendencias se construyen alrededor de conceptos de complejidad, discontinuidad, verdades temporarias y efímeras, azar, singularidad, producción de subjetividad y de polifonía, ecología de las ideas y de otros, que se relacionan con lo que en la actualidad se nombra como “nuevos paradigmas”. Estos conceptos van cambiando los contornos reconocidos de los campos disciplinarios y despiertan intentos integradores, interdisciplinarios (más de sumatoria de disciplinas que de verdaderas rupturas transdisciplinarias), que buscan juntar, en un mismo campo, materias relacionadas. Las palabras inmuno, neuro, psico, eco, senso, se adhieren a otras dando a entender una voluntad de reunión que es bueno valorar, ya que el camino de las mutuas interpenetraciones es largo y requiere rupturas de esquemas conceptuales que dan identidad. Cada uno de los conceptos enunciados desgarran los modelos tradicionales organizados alrededor de un objeto de estudio independiente del observador, de una materia de expresión que se descuelga de quien la va experimentando o de contenidos alejados de los contextos productores.
El concepto de producción de subjetividad plantea la cuestión de un estado de afectación permanente que se va dando entre sujeto y objeto y del que derivan observaciones y abordajes centrados más en el mutuo afectarse que en el producto en sí. Esta concepción hace entrar en crisis el modelo de una ciencia positiva alrededor de un observador neutral y de los resultados “objetivos” y eternos de sus observaciones. Es también válido para la psicología o la medicina que se especializó en la desimplicación como afirmación de neutralidad valorativa, poniendo la atención únicamente sobre el padecer ajeno o para una pedagogía organizada sólo sobre los problemas de aprendizaje de los educandos o una concepción artística que atiende sólo a la creación de una obra y se desentiende de la producción del “espectador como obra de arte”.
Las oposiciones orden/desorden también alentaron pedagogías “ordenadas” y juzgaron “desordenado” o “desordenador” muchas manifestaciones de vida que expresaban otros órdenes no clasificables y que se alejaban de los modelos vigentes (órdenes más por conexiones que por articulaciones). En las terapias corporales estos criterios tienen mucha fuerza y en nombre de la armonía frecuentemente quedan marginados algunos desequilibrios productivos, necesarios para un proceso creador. De esta manera, se podría decir que no sólo han cambiado las patologías, las enfermedades, las disfunciones, los problemas de aprendizaje que se observan en el final del siglo, sino que lo que se ha puesto en crisis es el intento clasificador en sí mismo.
Estas cuestiones que involucran de tal modo la subjetividad llevan a poner énfasis en lo singular, en la capacidad para inventar, observar, experimentar, en los desarrollos de la sensibilidad, en las potencialidad de albergar voces discontinuas como polifonías o en la creación de cuerpos vibrátiles y afectados. Es desde allí que las técnicas corporales pueden aportar su granito de arena, sin pretender dar un juicio de valor sobre qué emociones sí o qué emociones no son dignas de expresar. (Los criterios modernos de la inteligencia emocional consideran que es válido sentirlas pero necesario aplacar algunas que desentonan. Me pregunto ¿qué criterios priorizan unas sobre otras?)
Semillas de estos conceptos enunciados se albergan en la Teoría del Apego de Bowlby (nutrida en la etología), en muchas de las conclusiones de las teorías de la Neuropsicopedagogía del desarrollo inspiradas en Wallon y que siguen los principios del respeto de los ritmos de crecimiento, de la propiocepción, del esquema corporal como bases pedagógicas. En la Ecopsicología de la Niñez Temprana, producción transdisciplinaria entre la biología de Maturana y la psicología de Gerda Verden Zoller. En la teoría de la Neurología o Neuroantropología del Encuentro de Oliver Sack que considera que el conocimiento no preexiste al encuentro sino que se produce en el contacto entre los instrumentos operativos del médico y los recursos creativos del paciente. En el Psicodrama Analítico Operativo de Kesselman/Pavlovsky, que se vigoriza en las corrientes del arte, de la ciencia, de la filosofía, de la literatura y también de la psicología dispuestas a abrir sus límites disciplinarios. Así los conceptos de operatividad de Pichón Rivière, de micropolítica del deseo y producción de subjetividad de Deleuze y Guattari, de microfísica del poder de Foucault, de Obra Abierta de Ecco, de las expresiones artísticas contemporáneas (el paradigma estético): minimalismo, deconstructivismo (Francis Bacon con la pintura de lo que se desecha en el arte; John Cage y la experimentación con los límites de lo que es y no es música; Phillip Glass y la repetición que sobresalta; Peter Brook, en una experimentación teatral que rebalsa los límites temporales; Tadeusz Kantor, explorando el borde resbaladizo entre el público y los actores; George Perec, en los puzzles de la “literatura potencial”; Paul Auster en el “entre” literatura y cine, animándose a la experimentación desprolija “trans” antes que a la perfección disciplinaria; Raymond Carver, en la explosión de una literatura menor, hecha de tartamudeos, de pequeñas percepciones; Al Pacino y los entrecruzamientos entre teatro, cine, Shakespeare en nosotros; el devenir japonés de Greenaway, entre otros). En las teorías de Las Nuevas Alianzas de Prigogine y Stengers -la ciencia avanza con aportes de la literatura o de la filosofía- y del Pensamiento Complejo de Edgar Morin, que desde la sociología, cae en la psicología, la historia, la filosofía.
Susana Kesselman