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Tristeza no es depresión

 

Irma: exitosa abogada de 63 años. Tres matrimonios, tres hijos, divorciada. Una mujer que si bien, no es muy bonita, conserva rasgos de haber sido una persona atractiva para los hombres (luego verificaría que mi percepción había sido acertada). Hoy parece haber abandonado su lugar en el campo de la seducción y de la búsqueda de las miradas masculinas -o las de todos- en cuanto a su descuido en la apariencia, no así en cuanto a su desempeño intelectual y la esgrima inteligente con que maneja su pensamiento.

Para que el paciente piense acerca de las causas que lo tienen triste/deprimido es necesario el investimiento narcisista de su actualidad y también del futuro, de modo que el cambio y la alteración tengan sentido

Un poco de historia: tercera hija de cuatro hermanos, todos profesionales. Ella ha “seguido los pasos de su padre”, con quien ha tenido una relación muy cercana y afectiva. “De él aprendí a trabajar como hoy lo estoy haciendo”. La madre, historiadora, fría, distante y muy exigente; “nunca le alcanzaba nada”. Aunque su paso por la Universidad fue relevante, la madre consideraba que tenía que ser la mejor. Con sus novios sucedía lo mismo, ninguno estaba a su altura, excepto su segundo marido, perteneciente a una familia reconocida en el mundo profesional e intelectual.

El aterrizaje en mi consultorio es uno más de los muchos que ha tenido en su vida; múltiples colegas muy renombrados habitan su historia como paciente del psicoanálisis. Su entorno familiar siempre estuvo atravesado por la idea de que “había que analizarse”. La tradición freudiana estaba presente en su familia y en la existencia de muchos parientes pertenecientes a la parroquia psicoanalítica. Una vez más, según ella, el motivo que la trajo a mí: “Me siento triste, sola, con dificultades para encontrarle sentido a la vida”.

Primer reto: ¿Cómo hago para ayudar a alguien que presentó, con algunos intervalos, episodios de tristeza (¿depresión?) en tantos momentos de su vida? ¿Cómo voy a quedar posicionado en mi lugar profesional si Irma es pariente de tantos colegas y ha sido derivada a mí por uno de ellos? Me viene a la memoria el concepto de contratransferencia indirecta que acuñó H. Racker. ¿Y si no la tomo? Es hora de que me aparte de lo que van a decir los colegas. He tenido tantos fracasos como los analistas anteriores de Irma, pero también he tenido buenos procesos terapéuticos.

Algunos de sus síntomas: aumento de peso, por momentos insomnio, quejas, malhumor, cierto retraimiento social, ansiedad, circunstancialmente cierta obsesión colocada en lo laboral: proyectos ideales que anhela y que constantemente siente lejanos.

Ciertos logros profesionales la “tranquilizan”; también se satisface cuando, en su casa, algunos fines de semana, hace escultura como aficionada. Asimismo, emerge a veces del estado de tristeza cuando está con algunos de sus nietos.

Tema recurrente: la soledad y la ausencia de un compañero con quien “compartir la vida, la sexualidad y entrecruzar ternuras”.

Este abanico sintomático ha persistido a través del tiempo. No pude detectar en la vida de Irma ningún duelo particularmente significativo y traumático.

En ella la tristeza (algunos podrían llamarla depresión) compromete al yo, o sea, al narcisismo y, por lo tanto, al ideal del yo y la autoestima, sin dejar de lado el consabido lugar que ocupa el superyó en estos pacientes. Podríamos afirmar que en Irma el yo ha dejado de ser amado por el superyó, y que el ideal del yo y el narcisismo están seriamente comprometidos en esta pérdida amorosa. Podríamos jugar con una secuencia de estas características: Irma siente que perdió objetos especulares (por ejemplo, miradas masculinas) que narcisicen su yo; su superyó ya no quiere ese yo devaluado y tan alejado del ideal del yo de antaño; a partir de este interjuego se desprende que la autoestima de Irma esté en baja.

Nos hallamos en el terreno del narcisismo. Podemos decir, que para que el paciente piense acerca de las causas que lo tienen triste/deprimido es necesario el investimiento narcisista de su actualidad y también del futuro, de modo que el cambio y la alteración tengan sentido. Con Piera Aulagnier, diremos que un sujeto deviene otro si va aceptando que se descubre distinto del que fue y del que “debe advenir”. ¿Podríamos llamar a esto esperanza? ¿Podré lograr que la repetición se convierta en creación, en edición, en acontecimiento (Badiou)?

Me interesa permitir que el paciente construya para sí una historia diferente, que deje atrás la repetición y acceda a la creación de lo nuevo, ¿a editar lo que no fue editado?, ¿o tal vez a representar lo que no ha sido nunca representado? Que genere una identificación diferente. Identificación con un modo de pensar y de pensarse, identificación con un yo distinto al que le interesa crear y no repetir. ¿Acaso Freud no nos dijo que “el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de esas relaciones de objeto”? (Freud, 1923)

La historia que interviene no es sólo la del paciente, también abarca las vivencias del analista, y esto implica que se “pone en juego” la historia de éste

Estoy planteando una relación transferencial que incluya la historia, una historia identificatoria que abarque al analista, pero que crea en la creación de lo nuevo, en la elaboración, en la posibilidad de cambio, en detener la repetición para recordar cuando se pueda, o para permitir o posibilitar el acontecimiento, lo nuevo. Como dije alguna vez, se trata de editar lo no editado, editar y no repetir. Aceptémoslo: a veces trabajamos per via di levare, otras veces per via di porre y, por qué no, per via di creare. En todo esto deberá estar presente la implicación subjetiva del terapeuta. Deberá “poner el cuerpo” (Green).

La historia que interviene no es sólo la del paciente, también abarca las vivencias del analista, y esto implica que se “pone en juego” la historia de éste. El análisis no pasa sólo por “interpretar profundamente”. Green nos alerta que esta postura puede “representar una alimentación intelectual forzada que, a mi juicio, sólo puede llevar a un hambre interpretativa mórbida o a una anorexia casi total hacia el discurso del analista”.

Dialoguemos

Si bien la OMS afirma que la depresión encabeza la lista de causas de enfermedad, creo, que es pertinente puntualizar que, si bien los psicoanalistas recibimos en consulta muchos pacientes con síntomas depresivos, es más frecuente que tratemos sujetos que atraviesan momentos de tristeza, de sufrimientos, o depresiones leves, sin llegar a completar un cuadro depresivo grave (sé que hay excepciones), no siendo el caso de los psiquiatras que tienen una casuística muy amplia acerca de esta enfermedad.

No siempre una persona que atraviesa momentos de sufrimiento, tristeza, de-silusión, debe colocársela en el “casillero” de la patología. El sufrimiento, al igual que la tristeza, está devaluado, desprestigiado, como si estos estados emocionales llevasen invariablemente a algunos colegas a la presunción de anormalidad.

Es mi deseo alertar acerca de lo que considero una tendencia muy marcada: la de psicopatologizar rápidamente y encasillar a los sujetos que consultan por estar atravesando trayectorias turbulentas en su devenir, por estar sufriendo. Al no poder etiquetarlos, se los ubica en alguna categoría diagnóstica que “aplaca” nuestro “afán clasificatorio”.

¿Qué ha sucedido? ¿Por qué tanta urgencia en catalogar, en diagnosticar? ¿Es un producto de la época, o acaso de los intereses de la industria farmacéutica?

¿Tendrá que ver con la ilusión de que para tal o cual cuadro existe el elixir que todo lo calma? Estamos invadidos por la opinión de que al sufrimiento hay que desterrarlo, anestesiarlo, negarlo.

En los sujetos que sufren, en los que están alcanzados por la tristeza o la desesperanza, lo que está convulsionado es, qué duda cabe, el narcisismo; ¿en qué devenir subjetivo que jaquea los ideales no lo está? Sabemos que en las convulsiones afectivas está comprometido el yo (o sea, el narcisismo) y, por lo tanto, el ideal del yo y la autoestima, sin olvidar el lugar que ocupa el superyó; pero también en la subjetividad convulsionada por ciertos contextos socio-históricos se ven sacudidos los ideales, la autoestima y el narcisismo.

Freud (1895) nos alertó en cuanto a que el objetivo del análisis tendría que ser transformar la miseria histérica en un infortunio corriente, o si se prefiere, en la infelicidad común.

También nos señaló tres causas principales del sufrimiento del ser humano: 1) problemas o limitaciones físicas; 2) catástrofes naturales; y 3) nuestras relaciones con otros seres humanos. “Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos” (Freud, 1930, pág. 76).

Infelicidad (en alemán Unglück), significa “infortunio”, que es la palabra que empleó Freud en Estudios sobre la histeria, mientras que felicidad es en alemán (Glück) sinónimo de fortuna o buena suerte. Se dice que somos afortunados o tenemos buena suerte cuando las cosas transcurren como nosotros aspiramos a que lo hagan.

La felicidad ¿obedece en parte a las circunstancias externas? En caso de que así fuese, siempre nos encontraremos a merced de los otros para conquistarla. Esta es una explicación que ha habitado asiduamente la literatura clásica. Incluso podemos inferir de lo citado antes, que también en Freud se vislumbra una posición por momentos semejante.

La infelicidad, el sufrimiento, ¿devendrán entonces cuando las cosas no transcurren como nosotros deseamos? ¿También en estos casos estamos sometidos a los acontecimientos externos?

En parte la respuesta puede ser afirmativa, sin que ello implique dejar de lado, al ocuparnos de su génesis, las fuerzas pulsionales, la conflictiva edípica, los traumas tempranos mal elaborados, etc.

Pero si retornamos a Freud para apoyarnos en esta línea que quiero desarrollar, volveremos a interrogarnos acerca del lugar que ocupan los otros y el contexto en general, en facilitar la posibilidad de arribar a los “mares tranquilos y mansos de la felicidad” o en caso contrario a los “océanos tormentosos del sufrimiento”.

Pareciera que sufrir, estar atravesado por cierto grado de infelicidad, es inevitable, aunque ciertos sectores de la sociedad actual pretendan imponer un modo light y feliz a ultranza de instalarse en la realidad, lo que yo llamo las “juventudes publicitariamente felices” en función de lo que muchos anuncios muestran como “ideal”: jóvenes contentos, gozosos, despreocupados, sin dificultades económicas, todos espléndidos y bellos, en lugares maravillosos disfrutando en mares azules o en fiestas fastuosas donde reina la alegría, el goce y con el placer al alcance de todos.1

Esto último no aplica para aquellos otros sujetos atravesados por la nebulosa del sustento diario. En estos, el ideal, el programa de vida, enormemente alejado de estas escenas, está más inscripto en evadir las carencias básicas y no en lo que esas difusiones pretenden exponer.

No obstante, si sigo en la trayectoria que antes emprendí, parecería que tanto en las clases sumergidas como en las “juventudes publicitariamente felices” la inevitabilidad del sufrir es una constante. Con la salvedad de que en las clases sociales empobrecidas y alejadas del mercado de consumo, el sufrir está más encarnado en la falta de satisfacción de las necesidades básicas: salud, alimentación y vivienda.

En los que, en cambio, tienen sus necesidades básicas satisfechas deberemos buscar la causa del sufrir esencialmente en la imposibilidad de lograr y de estructurar proyectos, en el impedimento de arribar al ideal del yo que cada uno haya instalado de acuerdo con su trayectoria de vida y sus ilusiones.

Si, como afirmó Freud, una de las causas de sufrimiento tiene relación con los otros, podemos pensar como referencia extrema que, en los tiempos actuales, se visualiza el profundo sufrimiento de muchas personas frente al temor a quedar excluido de una comunidad, de no ser significativo para nadie. Dejar de existir para los otros. Quedar descartado de los medios de producción y del consumo, las “vidas desperdiciadas” que señaló Bauman (2013) nos indican, que no solo por falta de medios económicos se sufre, sino también por la vivencia de inexistencia para los demás. Un abono más para el malestar en la cultura actual.

En “los otros”, debemos incluir lo histórico-social, como lo ha desarrollado con tanto acierto Castoriadis.

La herencia que Freud nos ha dejado acerca de la importancia de lo fantasmático y la realidad psíquica, sigue siendo un soporte notable para comprender los malestares, pero debemos saber que tener este anclaje teórico como modelo exclusivo, resulta empobrecedor para nuestra disciplina. Los cambios sociales que Bauman los ha unido en el concepto de modernidad líquida y los efectos que ocasiona en la mentalidad del sujeto del siglo XXI ameritan ser estudiados meticulosamente.

Si consideramos a la constitución subjetiva no sólo derivada de lo pulsional, sino también de la cultura y del contexto socio-histórico en que se deviene sujeto, resulta inevitable pensar que la política, la economía, los sucesos histórico-sociales y sus vicisitudes impactarán fuertemente

Si consideramos a la constitución subjetiva no sólo derivada de lo pulsional, sino también de la cultura y del contexto socio-histórico en que se deviene sujeto, resulta inevitable pensar que la política, la economía, los sucesos histórico-sociales y sus vicisitudes impactarán fuertemente y hasta con violencia en las personas, y que el sufrimiento y las tristezas de estas últimas se halla inexorablemente relacionado con su entorno.

Hoy las personas que solicitan tratamiento psicoanalítico están más cerca que en el pasado de la desesperación, el vacío, la angustia, la tristeza/depresión. El sufrimiento, es algo más que una amenaza: es habitualmente una presencia.

Muchas son las ocasiones en que las personas que sufren sienten que han perdido objetos especulares que narcisicen su yo; su superyó ya no quiere un yo desvalorizado y tan alejado del ideal del yo. Estoy pensando también, en los diferentes tipos de duelo por pérdida del trabajo, de las relaciones afectivas, de los bienes o de los ideales, en las mudanzas, etc. A partir de este interjuego, se desprende que la autoestima está en baja. Esto es lo que sucede cuando estamos tristes, apáticos, desesperanzados. En determinadas trayectorias y momentos del devenir subjetivo pueden estar presentes las mismas manifestaciones que en los cuadros clínicos graves y no por eso debemos pensar inexorablemente en un cuadro psicopatológico. Comencemos por pensar que el individuo está sufriendo, está triste. Esperemos para etiquetar.

Hoy las personas que solicitan tratamiento psicoanalítico están más cerca que en el pasado de la desesperación, el vacío, la angustia, la tristeza/depresión

Estamos instalados en una cultura que nos induce a la urgencia, a actuar ya mismo, a encubrir en vez de reflexionar. Esta tendencia es muy opuesta a la posición del psicoanálisis, el cual, alejado de la urgencia, ante una inquietud que se nos plantea se siente más atraído por la interrogación y no por la clausura inmediata.

Hoy muchos profesionales de la salud -y no sólo los que se dedican a la salud mental- se ven atrapados en esta modalidad de hacer que el paciente no sufra y de hacerlo “ya”. Reactualizan lo que sucedía hasta no hace tanto, cuando se prescribía al Prozac como la droga de la felicidad. ¿Quién no quiere transitar por el “mundo feliz” que describió Aldous Huxley?

Si atendemos a las enseñanzas de Freud que desplegó en El malestar en la Cultura, parecería que el sufrimiento, la ausencia de felicidad constante, es una condición del sujeto humano.

Por más Prozac -que tanta publicidad ha tenido hace años como la “droga de la felicidad- y promesas de alcanzar la felicidad plena, los sufrimientos, las tristezas, los duelos, las alteraciones de la autoestima que tanto dolor nos producen, no dejarán de tenernos en jaque. Tenemos dos caminos: o transitamos por ellos y los elaboramos, o tratamos de eludirlos con pociones mágicas.

Bibliografía

Aulagnier, P. (1977), La violencia de la interpretación, Amorrortu, Buenos Aires, 1988.

Badiou, A. (1988), El ser y el acontecimiento, Buenos Aires, Manantial, 1999.

Bauman, Z., Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002.

--- Vidas desperdiciadas. Paidós, Buenos Aires, 2013.

Castoriadis, C. (1986), El psicoanálisis, proyecto y elucidación, Buenos Aires, Nueva Visión, 1998.

Freud, S. (1914), “Introducción del narcisismo”, Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, vol. XIV.

--- (1917 [1915]), “Duelo y melancolía”, Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, vol. XIV.

--- (1930), “El malestar en la cultura”, Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, vol. XXI.

Green, A., Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo, Amorrortu, Buenos Aires, 2005.

Lerner, H., “Más allá de las Neurosis. La práctica psicoanalítica convulsionada”, Lugar, Buenos Aires, 2019.

Nota

1. Podríamos incluir también a los sujetos atravesados por la Modernidad líquida de Bauman.

 

 

Hugo Lerner
Médico psiquiatra y psicoanalista 
lernerhugo [at] gmail.com

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Articulo publicado en
Agosto / 2022

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