Estás llamando a un gato con silbidos…el futuro ya llegó
Llegó como vos no lo esperabas…
Todo un palo, ya lo ves.
Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, 1988
La palabra JOVEN deriva del latín “iuvenis”, de poca edad. Juventud proviene de “iuventus”, siendo la etapa de la vida humana ubicada entre la adolescencia y la madurez. Coincidimos con aquellos autores que refieren a la polisemia que supone intentar definir con precisión este concepto. Hay criterios biológicos, donde ser joven depende de la edad; criterios sociológicos, donde está determinado por costumbres propias de determinada clase social1; y criterios de índole psicológico y/ó cultural, relacionados al grado de conciencia de sí y del mundo.
A los fines de compartir algunas sospechas, resulta indispensable diferenciar adolescencia de juventud, dado que vamos a establecer un criterio arbitrario y más que general, para intentar responder a la pregunta: ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de juventud? Si la adolescencia tiene un límite que llega hasta los dieciocho años, la juventud podría abarcar desde esa misma edad hasta más o menos los treinta y cinco años. Si nos atenemos a esta hipótesis, podemos pensar que hoy es joven, quien nació entre 1973 y 1990.
Hace tiempo se escucha hablar de la prolongación de la adolescencia en ciertos sectores a partir del advenimiento de la posmodernidad; no se habla tanto de aquellos niños que, en ámbitos marginales, abruptamente se “adulteran”... a la vez que le quitan la vida a alguien. Se escuchan frases acerca de los desvíos juveniles, o de los imperativos mediáticos para mantenernos siempre jóvenes... ya sea a través de la imagen, o por lo menos “espiritualmente” (en caso que el cuerpo no brinde el espacio soporte necesario). El capitalismo ha convertido a la juventud en algo más que una etapa vital o condición social... se ha vuelto una mercancía más para vender y comprar.
No descartamos a Erikson y su sentimiento integrador de identidad, aunque resulta complejo pensar este fenómeno de cohesión en una época donde todo lo sólido parece desvanecerse en la fluidez2; pero creemos que la juventud se define por una actitud particularmente apasionada hacia la vida. La maquinaria capitalista restaurada3 en 1973, ha gestado un reordenamiento económico simultáneo a un genocidio social sin precedentes. En ese contexto, todo intento de vivir apasionadamente fue limitado y reprimido. La cadena sincrónica de golpes militares, el dominio de los medios masivos de comunicación, las políticas económicas implementadas, han destruido las instituciones nucleares del tejido social. El trabajo, la salud, la educación y la justicia se han degradado a tal punto, que el efecto ocasionado sobre la subjetividad tiene como factor común una sensación de fragmentación, desasosiego y pérdida de referentes. Si los adultos sienten que no tienen presente, que el pasado no les sirve y no pueden vislumbrar un futuro... ¿qué se puede esperar que le ocurra a los jóvenes al ver ese grado de desesperanza en la generación de sus propios padres?
Los dueños del mundo han decidido eliminar a la población para ellos “sobrante”, creando las condiciones para que se maten entre sí, o a sí mismos... valiendo esto para todas las franjas etarias. Los jóvenes de hoy emergen del mundo que se gestó precisamente entre 1973 y 1990. Un mundo donde se ha impuesto el llamado fundamentalismo de mercado, los derechos sociales se han visto cercenados, y se multiplicó la pobreza; ha producido una juventud lógicamente afectada e identificada con este modelo de muerte. Víctimas de este genocidio, aquellos sobrevivientes al hambre y al abandono, van creciendo y parecen preguntarnos: ¿y ahora qué? ¿A qué mundo nos han traído? A la manera de náufragos, se encuentran extraviados en un mundo donde todo parece volátil (desde el trabajo hasta los vínculos), o se reduce a ser consumidor o contribuyente. La falta de proyectos a futuro, o la posibilidad de construirlo desde el más feroz individualismo, los lleva a un profundo desconcierto que se evidencia en la gran indiferencia y pesimismo para con la actividad política. Más allá de los artificios tecnológicos, los jóvenes comprueban diariamente como se les roba la vida... y muchos no desean seguir. Depresiones profundas conducen a senderos que van desde el suicidio hasta comportamientos altamente violentos, pasando por impulsiones consumistas donde el abuso de drogas u otros tantos objetos, les abre paso a otra forma gradual de morir: el universo de las adicciones. Algunos se refugian en tribus urbanas4 donde puedan “pertenecer”. Los que pueden, intentan adaptarse ingresando en el supremo mandato del “sálvese quien pueda” (con variantes que incluyen el éxodo a países con mejores condiciones), cayendo en otras tantas salidas fallidas como la sobreadaptación. También están los jóvenes que insisten en la intención de independizarse, estudiar, trabajar e incluso militar social y/o culturalmente tomando como propias las necesidades de su pueblo.
Desde esta panorámica, podemos deducir la íntima relación entre la producción de salud y enfermedad en los jóvenes, y los procesos sociales gestados entre 1973 y 1990. Siguiendo a Pichon Rivière, si pensamos que la salud pasa por la capacidad de adaptación activa a la realidad, traducida en potenciar aprendizajes y desarrollar conciencia crítica; se desprende que al igual que los adultos, los jóvenes atraviesan una instancia compleja, pero que también supone un desafío, ante los caminos que le presenta un orden económico-social en sí mismo destructor de la vida5. Acaso lo mejor que podamos hacer por ellos es tratar de ser coherentes. Dejar de reproducir con actos del más vergonzante egocentrismo lo que condenamos con impecables discursos solidarios. Seguir apostando a la integración del sentir, el pensar y el hacer. Más allá de la era de la fluidez... no desconfiar de la solidez de procesos grupales habilitantes de liderazgos auténticamente democráticos. Identificar el consumo de teorizaciones enajenantes. Luchar por revertir las ficciones institucionales. Insistir en la unidad de los colectivos, superando sectarismos y analizando los errores del pasado para intentar modificar los rumbos de lo que vendrá. La salud social pasa por jóvenes -tanto de ayer como de hoy- que apuesten a la pasión de vivir, desde colectivos autogestionarios productores de comunidad. Multiplicando a Camus y Carpintero6, nos atrevemos a decir que Sísifo seguirá insistiendo en levantar la roca para vencer el destino trágico del trabajo inútil, mientras sigan existiendo espacios de resistencia al mandato de parecer joven y seguir muriendo en vida. Quizá la mayor escena temida de un joven no sea la muerte... sino vivir como los adultos de hoy. Una lamentable sentencia que lleva a dejar de creer en el poder de hacer realidad los mejores sueños. En la medida que los jóvenes puedan ver, vivir y nutrirse de este tipo de realizaciones se irá haciendo posible que salgan (y salgamos) de ese (este) estado de muerte... que tanto nos asusta, a través del espejo que nos devuelven.
Ricardo Silva
Psicólogo Clínico - Psicodramatista - Docente Universitario
rfsilva66 [at] hotmail.com
Notas
1 En “La juventud es más que una palabra”, Mario Margulis explica que la juventud depende de cierta moratoria que algunos sectores sociales logran ofrecer a sus hijos, para que durante algunos años éstos posterguen exigencias familiares o laborales, con el fin de perfeccionarse en sus estudios y se capaciten para el futuro.
2 Al decir de Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea.
3 En “Los silencios y las voces en América Latina” (Edit Colihue, Bs. As., 2000), Alcira Argumedo describe en detalle cómo a partir de la derrota norteamericana en Vietnam y de la crisis del petróleo de 1973, se da desde los centros de poder una restauración neo-conservadora que va a sentar las bases de la futura globalización de los años 90.
4 Tomamos el concepto planteado por Maffesoli y lo aplicamos a grupos tales como floggers, emos, cumbieros, etc.
5 Grande, Alfredo, El Edipo después del Edipo: del Psicoanálisis Aplicado al Psicoanálisis Implicado, Topía Editorial. Buenos Aires, 1996.
6 Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario: las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, Topía Editorial, Buenos Aires, 2003.