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Andamios del siglo XXI

 

Los responsables de CIBERNAUTOPIA ha tenido una idea poco original. Finalizamos la primera mitad del siglo XXI y, devotos del sistema decimal, han puesto en la pantalla de mi computadora una pregunta, para que la respuesta sea difundida a los cibernautas de su red: "¿Que dice un psicoanalista hoy, diciembre del 2050, del momento que vivimos?". Hay que reconocerles, sin embargo, cierta osadía en desafiar la moda; habiendo tanta tecnoeficiencia, en plena era del NO, el solo propósito de consultarme le cabe a románticos postmodernistas de otrora. Saludo la juventud que los incita a no dejar costados sin explorar y el psicoanálisis es uno, por marginal que sea.
De inmediato vino a mi encuentro una frase que encontré en el apartado de glosas literarias del informe diario ciberespacial, escrita hace algo menos de dos siglos por un adolescente: "El progreso. ¡El mundo avanza! ¿Por qué no ha de dar vueltas?". Se llamaba Arthur Rimbaud.
En la actualidad, nadie parece proclive a dar vueltas, aunque la idea del fin de algo invita a la pausa que abre interrogantes, a ensayar un balance. Estamos en la inmediatez de la segunda mitad del siglo y su carácter excepcional mueve a reflexiones abarcativas. Los regímenes suelen comenzar en lunes, los ajustes económicos familiares a comienzos de mes, los intentos de renovación vital cambian con el año, cuando al descorchar el champagne o destapar la Copsi-Cola formulamos deseos, promesas para el período por venir que el correr de los días disipa...
¿Qué distingue -me pregunto- el momento presente? No puedo ensayar la respuesta sin una retrospección. Ustedes disculparán, pero si han preguntado a un psicoanalista han de estar dispuestos a escuchar algo acerca de la infancia de la época que ha madurado. Porque hubo un tiempo en que la gente se preocupaba por tomar posición en alguna ideología que cambiase la sociedad; esto no es novedad, está en todos los manuales de historia, por lo que me permito dedicarle sólo un par de renglones para pasar a la fase de transición, verdadera bisagra en el devenir hacia el NO: A fines del siglo XX, la esterilidad de los esfuerzos movió a los pensadores a preguntarse, confundidos, menos por la realidad que pretendían modificar que por el instrumento que estaban utilizando. En términos de la sociopolítica, la cuestión del qué pasa en la sociedad dejó lugar a una sospecha acerca de la validez de la teoría política. Aparecida la inquietud, la palabra "política" resultó indiferenciable de otra que estuvo en boca de todos: "corrupción". Al fin -superación dialéctica decían los antiguos- la situación quedó liquidada con la desaparición del problema. En nuestra disciplina, la pregunta acerca de lo inconsciente fue cediendo lugar a: ¿Qué pasa con el psicoanálisis? Para los buscadores de perlas, como sé que son los lectores de CIBERNAUTOPIA, diré que en el año 1996 el entonces presidente de la pobre Rusia -digo pobre por pobre-, un tal Boris Yeltsin, queriendo acercarse a occidente luego del fracaso comunista ordenó por decreto aceptar el psicoanálisis, cuya práctica estuviera proscrita. La debacle de los sistemas ideológicos era tan pronunciada que el Diccionario de Psicoanálisis se entreveró con la Coca-Cola y las grabaciones de Michael Jackson en los escaparates moscovitas de la cultura shopping.
Permítanme, por lo tanto, una mínima precisión para despegar nuestra disciplina del "efecto Yeltsin": Si algo confiere un rasgo distintivo a lo que nos reúne ciberespacialmente como grupo intelectual, es que hubo alguien llamado Sigmund Freud que iluminó de manera diversa la escena humana, legándonos un punto de vista y una orientación para la escucha bajo la forma de narrativa original, los casos clínicos o historias de diván, y un andamiaje teórico en torno a la noción de inconsciente. Andamiaje, sí, y no más, pues según su estima: "Tenemos derecho a dar libre curso a nuestras conjeturas con tal que en el empeño mantengamos nuestro juicio frío y no confundamos los andamios con el edificio. Puesto que para una primera aproximación a algo desconocido no necesitamos otra cosa que unas representaciones auxiliares, antepondremos a todo lo demás los supuestos más toscos y aprehensibles". Era un viejo cauto, sin dudas, pero hoy, que los edificios se erigen de otro modo, debiera explicar en qué consistía un andamio: Servía para dar vueltas en la construcción de un objeto, como pretendía el chico Rimbaud, quizá entusiasmado en los giros de la calesita... ¿Alguien leyó en algún lado acerca de las calesitas? Estaban en las plazas, lugares que las ciudades dedicaban a la intimidad pública, según se desprende de la crónica de un tal F. García, quien escribió: "La tarde se puso íntima, como una pequeña plaza".
Para dar vueltas necesitamos un centro que nos inquiete, soportar la evidencia de ser excéntricos ante "algo desconocido" que nos devana y cada disciplina quiere ver con apariencias y nombres distintos. Para nosotros se llama "inconsciente" y absurdamente lo apreciamos cuando pierde su condición al tornarse periférico, consciente, y toma la forma enrarecida de un equívoco o de un sueño (el problema para un psicoanalista, hoy día, es que dormimos pesadamente). Dado el núcleo de desconocimiento, lo que de él digamos producirá diferencias e insatisfacción, disparando el deseo. Hubo un tiempo en que las diferencias nos hacían girar y los psicoanalistas obteníamos buen rédito. ¡Oh la época en que la diferencia era sexual! Pero resultó que lo masculino y lo femenino parecían dispuestos a abandonar emblemas acartonados para manifestar "he aquí un hombre, allí una mujer"; se ganaba sutileza, se perdía impostación. No obstante, en ese modo de equiparar, que se convirtió en sino de nuestro mundo, vislumbro otra cuestión: una cosa fue, por ejemplo, la conquista de evidentes derechos para la mujer y algo diverso llevar adelante la consigna de una igualdad con el hombre que repudiaba diferencias. En el propósito de homogeneizar prevaleció crecientemente lo homo, el anhelo del sexo único. Claro que esto no hizo más que acentuar la distancia y con ello la inefable diferencia hombre-mujer. El problema es tan viejo como la especie humana, pero es actual, en nuestro 2050, el énfasis en la igualación, el propósito de lo homo elevado al rango de realidad interespacial. Al plantearlo así estoy mentando lo que a mayor escala es la evidencia de lo uniforme, la internacionalización que lograría borrar los distingos culturales hasta hacer desaparecer el entre-naciones. El inglés como lengua, hace mucho impuesto, el dólar aceptado como moneda única resultan evidencia de la comunidad mundial, haciendo de lo diverso una suerte de regionalismo perimido. Hoy nos ufanamos de la pertenencia al Mundo Unificado. Antes se hablaba de las multinacionales imponiendo de norte a sur, de este a oeste las mismas marcas, las mismas consignas. Disculpe la gente de CIBERNAUTOPIA mi insistencia, pero es preciso hacer constar que alguna vez hubo "gobiernos parlamentarios nacionales", que terminaron como resabios de la modernidad y el desuso los convirtió en nostalgia, simple curiosidad, mientras el poder asentaba en lo "transnacional". Para poner en orden cronológico las fases: relaciones inter-nacionales, convertidas luego en trans-nacionales hasta la llegada de lo a-nacional del Mundo Unificado.
En las dos últimas décadas del siglo XX se impuso un gobierno hemisférico de facto integrado por el Banco Mundial, el FMI, el GATT, la Organización de Comercio Mundial, el G7 y otros. Para entonces resultaba notoria la carencia de diferencias programáticas de los partidos políticos. Una ministro de gobierno inglesa, Margaret Tatcher, acuñó el slogan "There is no alternative", reconocido por la infaltable sigla: TINA. Fue el momento en que los caminos desembocaron en la misma avenida, denominada "neoliberalismo", y se anuló la errancia, el ejercicio de la diferencia, mientras las democracias se colapsaban en pos del culto al "experto" guiado por el monetarismo pragmático. Hubo debate, no obstante, quizá el último; se discutió la carencia de alternativas. Fue el debate postmoderno de la ausencia de debate y cuando a comienzos del siglo XXI las alternativas realmente concluyeron casi nadie lo advirtió.
Fuese la intervención de hábiles manos entre los bastidores del poder, la insospechada sutileza del inconsciente colectivo o un tramado de ambas cosas, mientras grandes de masas de ciudadanos se convertían en espectadores de una política que aceleraba sus cambios desencadenando crudos enfrentamientos se desembocaba, imperceptiblemente, en una vía de mano única. En el tiempo en que Tatcher enarbolara la consigna de la ausencia de alternativas para el postliberalismo -vestido de "neo"-, en los Estados Unidos de América fue presidente un actor cinematográfico de segunda categoría, creo que se llamaba John Wayne, cazador de indios en la ficción y de izquierdistas en la realidad, quien en cada intervención pública crispaba las manos en las cachas de sus Colt 45. Obviamente, no habría la boca sin que un guión le diese letra y cuando lo hacía recitaba mal, pero no importaba; una parte considerable del mundo seguía las vicisitudes de la realidad mundial como en una película de cow-boys llena de buenos y malos, mujeres laboriosas y prostitutas descarriadas, hombres probos y alcoholistas empedernidos, audaces colonizadores y retrógados nativos. Al mismo tiempo, ese mundo se deslizaba, aceitada y subrepticiamente, hacia la verdad del "There is no alternative".
En nuestra región del planeta, por entonces "Argentina", tuvimos una extendida versión tercermundista del fenómeno, que compensó la falta de tecnología con sobreactuación, deporte, teléfonos blancos y Ferraris rojas. Se alcanzó la apoteosis con el último mandatario elegido por el voto, ese engorroso procedimiento en el que cada persona mayor de cierta edad ponía su decisión dentro de un sobre y éste en un cajón ranurado para que luego fuesen abiertos -cajones y sobres- y clasificados uno a uno para determinar el triunfador. El paso de este presidente por el poder fue tan rotundo como fugaz. Ortega, que así se llamaba y apodaban "el Rey", había arrasado en la campaña electoral con una sencilla proclama: "La felicidá, da, da, da, da, de tener amor, or, or, or, or..." Debo este y otros datos de ese momento al artículo de un psicoanalista que encontré en la ciberteca, titulado "El ort/da de Ortega". De allí extraje lo que sigue: la flamante secretaria de cultura, Susana Plastiquévez, había prometido que en la ceremonia de asunción al gobierno encarnaría a Eva, popular protagonista de la canción "No llores por mí, Angelina" (era, en realidad, una broma del ambiente televisivo, al que ambos pertenecían, ya que la esposa de Ortega no por casualidad se llamaba Eva Angelina). Se tiñó de rubia como Eva se teñía, copió el lujoso vestido de gala que Eva lucía en las presentaciones estelares y unos amigos de Miami (negociantes en escaparates y carteles) pusieron las joyas que tanto gustaban a Eva. Luego del agasajo oficial, Susana y el Rey salieron del brazo al balcón de la casa rosada mientras el público, en Plaza de Menem, coreaba enardecido el himno de campaña: "La felicidá, da, da, da, da...". Terminada la última estrofa, ella se dirigió a la concurrencia, la emoción desatada por el rating, pero el lifting le jugó una mala pasada. "Los amo, son todos divinos..." comenzó, y en el esfuerzo por sonreír se atragantó con la oreja derecha, muriendo ante las cámaras de televisión.
La transición fue rápida, tanto como la comprensión de que se había llegado demasiado lejos, cuando la poderosa RIOJATRONIC tomó las riendas con amplio apoyo de los demás poderosos. Desde entonces, los datos sobre realidad social, producción y distribución de riqueza, montos de desempleo, necesidad educativa, defensa de la cultura, cultura de la defensa y otros items son cargados en la megacomputadora instalada en la sede del gobierno. Y comenzó la era post-ultra en este rincón de la geografía, obviamente luego de que la Gran Capital lo aprobase como plan piloto del NO -New Order-, posteriormente consagrado a escala planetaria una vez que a John Wayne se le acabaron los indios.
Si el imperialismo había impuesto, décadas antes, un referente y sus emblemas, se llegó a la carencia formal de amo distinguible; no era casual que las transnacionales se reconocieran por siglas de dos o tres letras o por el apelativo "Mundial". El idioma único, la moneda imperante tuvieron más de aceptación por consenso y disolución de diferencias que de tiranía. Comunismo impensado por Marx o Engels, teóricos de la diferencia social caídos en el olvido.
Percibo que llevado por la necesaria brevedad de esta comunicación, voy demasiado rápido. Debo también consignar que antes del fin de siglo se produjeron reacciones aisladas: algunos países levantaron banderas contra el ahogo internacionalista, ocurrieron fragmentaciones en unidades precarias, conflictos tribales en el Cercano Oriente, exasperación xenofóbica, resurgimientos neonazis, etc. Pero confundían la valorización de las diferencias con el fanatismo fundamentalista, obsesión narcisista hecha masa.
¿Qué lectura puedo hacer, cómodamente instalado ante la pantalla de mi computadora, luego de pasada tanta agua bajo el puente? (si la ensayo es porque, a pesar de Heráclito, seguimos bañándonos en ese río). Se me ocurre que esta tendencia nos retrotrae a los problemas que el niño se formula en el inicio de su cavilación, cuyas múltiples ilaciones mueven su devaneo. En nuestra especialidad, el psicoanálisis, entendemos el acontecer de la diferencia y su contraparte de desmentida -unificación, igualación, TINA, NO y las incontables maneras que fueron empleadas- atravesados por la cuestión sexual. Llegados a este punto se impone una hipótesis: nuestro 2050 está expuesto al soslayo de la diferencia, a la uniformación que incluye el Uno, Narciso, en la formación de mayorías silenciosas, de masas anónimas. El antropólogo Claude Lévy-Strauss lo había adelantado, hace más de 100 años, en una obra titulada Tristes trópicos: "Ya no hay nada que hacer: la civilización no es más esa flor frágil que preservábamos, que hacíamos crecer con gran cuidado en algunos rincones abigarrados de un terruño rico en especies rústicas, sin duda amenazadoras por su lozanía, pero que permitían variar y vigorizar el plantel. La humanidad se instala en la monocultura, el monocultivo; se dispone a producir la civilización en masa, como la remolacha. Su comida diaria sólo se compondrá de este plato".
Otra referencia: en un pie de página de los Tres ensayos de teoría sexual, obra aún más antigua que la antes mencionada, Freud establecía una comparación entre la práctica sexual de los fabulosos griegos anteriores a Cristo y el momento de su escritura -1905-; esos griegos eran fieles a la pulsión -una ética del entusiasmo se desprendía de ello, acoto-, mientras la cultura que a Freud le concernía entronizaba el objeto. Es una cuestión de acento, que a fuerza de cargar las tintas alcanzó caracteres exorbitantes: La otrora promocionada "sociedad de consumo" produjo discursos que de continuo referían el beneficio del "último modelo", fuese una heladera, un automóvil, la noticia de la mañana, de la tarde o de la noche. Lo que acababa de ocurrir como emblema de lo nuevo que era preciso aceptar y rápidamente cambiar por lo novísimo que al instante se imponía. Hasta que llegó la calma, sencillamente con la desaparición de la tormenta cuando las heladeras, los automóviles y los diarios llenaron los museos de la nostalgia. La "realidad real", heredera de la "realidad virtual", nos permite ahora alimentarnos, viajar, informarnos y disponer de incontables espectáculos sin salir de nuestro cubículo.
Recuerdo a los jóvenes la época de voracidad y vorágine de las modas, el imperio de la hechura de plástico, la obsesión por lo veloz cuya aceleración impedía suspender el momento, ganar el espacio de silencio que disipe el aturdimiento. Pensadores como Alvin Toffler se expidieron acerca de la entonces flamante polaridad: "De ahora en adelante, el mundo se dividirá en rápidos y lentos. Por ejemplo, la velocidad con que un producto llegue a la gente será determinante". La comunicación pasó a ser el producto por antonomasia convirtiendo el medio, luego multimedio y después ciberespacio, en fin. Se difundió un modo de operar -nadie quería hablar de ideología-, que calificándose de pragmático enfatizó su carácter no ideológico. El economista John Galbraith, por ejemplo, Profesor Emérito de Harvard y asesor de varios presidentes estadounidenses, no dudaba en aseverar, a fines del siglo pasado: "La economía y la política modernas, complejas y en cambio constante, no se prestan a ningún conjunto preestablecido de reglas". Y si alguien se inquietaba por el extraño azar al que estaría expuesto la suerte del mundo, Galbraith encontraba, en cambio, un lapidario motivo de celebración: "Esta, digámoslo otra vez y sin vueltas, es la era del pragmatismo. Dejemos que esto se reconozca a medida que avanzamos hacia el nuevo siglo. Dejemos que se lo proclame con orgullo". Ignoro si mantenemos el orgullo, pero no podemos menos que reconocer el carácter anticipatorio de la opinión de este hombre, en su momento encumbrado consejero de presidentes como Roosevelt, Stevenson, Kennedy, Johnson.
En definitiva, la aceleración del transcurrir anuló la conciencia del transcurso, el afán por lo inmediato ahogó la historia, lo masivo aplastó la singularidad, la obsesión tecnológica coloreada de pragmatismo y eficiencia marginó al sujeto. El oído y el ojo fueron sistemáticamente saturados con música de volumen potenciado y acción apabullante. Hace mucho, King-Kong pasó a la posteridad trepado alegóricamente al vidrio y al acero del Empire State de New York, defendiendo instintivamente su libertad contra el mundo moderno; con el modelo incorporado, superhombre fue el "de los músculos de acero", hasta que llegó el siniestro Robocop, mezcla de computadora y acero que utilizaba el cerebro inerte de un hombre; luego, la robótica tomó cartas definitivamente y nacieron los espectáculos actuales, con protagonistas de la "realidad real" programados electrónicamente, sin la espuria ficción con actores de carne y hueso. Toda una evolución de la especie.
La fecundación in vitro, la paternidad de probeta y los vientres maternos analógicos hicieron del niño en trance de preguntar "¿de dónde venimos, cuál es comienzo?" un ser alienado en la asepsia del material descartable, devenido símbolo del origen. Diría, lo digo, que estuvimos inmersos en una cultura perversa, con esta particularidad: cambiar a diario el fetiche, al punto de fetichizar, elevándolos como emblema, la noticia de lo diario y el diario de noticias. Hoy, esa modalidad de perversión concluyó, cuando la idea de cambio dio paso a lo descartable, diferencia sutil pero decisiva: el cambio implica movimiento, exige renovación, mientras lo descartable promueve el estatismo de lo que se usa, se descarta y se repone. Repetida al infinito, esa escena organiza nuestra "realidad real" que estipula la normalidad. Pocos advierten que no es otra cosa que un bastidor de cartón pintado; esos pocos buscan nuestra consulta.
El carácter fetichista del desvelo por lo nuevo delató el intento de desmentir su ausencia, una radical ausencia de novedad. Lo que a los ojos del espectador de esa época aparecía como distintivo era una cuestión de énfasis. Con la liquidación de ideales, el acento destacó el afán de trueque, y en tanto la sustitución no daba estabilidad alguna, se llegó al absurdo de emblematizar la sustitución misma. Quien saliera a la calle se topaba con esa urgencia, concreta en el apuro de todo lo que se moviese, elocuente en los discursos que apabullaban los sentidos órganos de los sentidos con spots, video clips, hasta que se produjo la fragmentación de las formas narrativas que incorporaron técnicas de flash en aceleración y el espacio de la narrativa tragó un alien que lo devoró por dentro. Así como el postmodernismo fue producto de la exacervación de lo moderno, la tiranía de lo visual potenció aquello de que "una imagen vale por mil palabras" hasta hacer estallar la imagen, diseminándola en la virtualidad del ciberespacio.
Si me he entregado a este ejercicio de memoria histórica es porque allí hubo un punto álgido: de haber consistido en una renovada Babel, era de saludar la confusión de lenguas que obligaba salir al mundo, a la errancia, pero se trató de una explosión. Cuando se hablaba de "estallido social" se aludía a una violencia de gente en la calle rompiendo cosas, pero se ubicaba menos el estallido social en el modo de los discursos.
Queda pendiente dilucidar el modo en que se pasó del tiempo acelerado a la quietud post-ultra del NO. Está dicho que hubo una fase de aceleración postmoderna del sujeto, en que aturdidos por la falta de ideales se idealizó la propia velocidad: los medios de traslación debían ser más rápidos, los automóviles deslizándose voraces por las autopistas, los trenes bala, los jets ultrasónicos cruzando de un continente a otro, hasta que resultó evidente que por lejos que uno fuera, en cada sitio encontraría lo mismo, esa "misma chatura" que Lévy-Strauss vaticinara, la cultura expandida del shopping que dondequiera oferta lo mismo en la misma lengua, pagado con la misma moneda, con la iteración del mismo ruido de fondo, que por extensión llaman música. Alcanzado el orden de la mismidad, logramos la identidad planetaria, el NO fue un hecho incontrastable y se nos impuso la inutilidad del desplazamiento de un lado a otro.
Para ese entonces, postrimería del siglo XX, la información había ganado la carrera. Ni siquiera para cultivar amistades se necesitó salir de la casa, la virtud del modem hizo que un grupo de íntimos tuviese a sus integrantes dispersos a lo largo de meridianos y paralelos, mientras el vecino permanecía desconocido. La falta de contacto fue compensada con creces por el SEPEVIS -Senso Perceptiv Visual System-. Los sujetos ya no tuvieron que trasladarse porque los objetos vinieron con celeridad e inmediatez a su encuentro, aún antes de que pudiesen llegar a desearlos. Hasta la sexualidad -fundamentalmente la sexualidad- se organizó de este modo gracias a los BA -Body Archives-, que permiten corporizar como objeto suprarreal la mujer de los sueños mezclando un gesto captado al pasar, una mirada furtiva, cierta cadencia en el hablar, algún timbre de voz, una comisura... la cadencia de ésta, el pelo de aquélla, manos, pechos, piernas, nalgas, curvas, espaldas, voluptuosidades donde lo intangible se materializa en un verdadero monstruo, vuelto tan apetecible por la cibernética como los abigarrados productos que apilamos en un carrito de supermarket. Si en 1905 Freud enfatizaba la condición de una cultura idealizante del objeto extraviado, para luego afirmar que el amor es función de lo que al yo falta para alcanzar el ideal, cien años después la multiplicación de la oferta canceló esa distancia -y con ella el amor-, la pérdida resultó ganancia de hecho y gracias al manipuleo de un keyboard y la fecundación in vitro alcanzamos la paz del NO.
¿Qué sucedió con nuestra consulta de psicoanalistas? La mayor parte de las veces se fue extinguiendo, pues para que alguien se interese en consultar algo debe volverse síntoma, debe haber conciencia de un trastorno, en tanto se ha impuesto, por saturación, la falta de las faltas imaginables. Permaneció, no obstante, cierto monto de angustia, sitiado por el avance farmacológico, y una tendencia al suicidio volcada en las progresiones estadísticas con elocuencia dramática. Quienes aún solicitan nuestra consulta lo hacen tomados por la prevalencia de los tiempos expeditivos, porque es consenso que no hay alternativas contra lo inmediato; la gente dice y repite "no tengo tiempo"... ¿Pero es que alguien alguna vez lo tuvo? ¿Se tiene el tiempo? Hoy, no parece que dispongamos siquiera de tiempo para preguntarnos eso, ni para acostar un paciente en un imaginario diván; nuestra clientela consulta por internet. Empezó a difundirse la no efectividad de permanecer casi una hora recostado cara al cielo -raso- diciendo cosas que no llevan a ningún lado; más aún, que de ningún lado traen algo. Se quiere que las cosas lleguen de inmediato y de todas partes.
No obstante, si en la actualidad nos fuera posible sacudir la saturación advertiríamos que las cuestiones de base no han cambiado. Lo que hoy soñamos, a mediados del siglo XXI, no difiere de aquellos sueños que impulsaran a Freud, a fines del XIX, a escribir la obra mayor del psicoanálisis, La interpretación de los sueños. La pregunta que se impone es: ¿Cómo hacer lugar, entre tanta urgencia por que las cosas pasen rápido y se llegue estáticamente a un objetivo, a la necesaria deriva a propósito de cada figuración soñada? ¿Cómo reinventar el amor, evidencia de lo que difiere y resiste?
"Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación. En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca estamos seguros de verlas con claridad" escribió Freud. Gracias a esa fabulosa indeterminación, si nos animamos a suspender por un momento la oferta del SEPEVIS que tenemos al alcance de la mano, aún se nos presenta la posibilidad de renovar en lo reiterado. Pero cuando esa iteración nos despierta, cuando algo resulta inefable, ¿en qué consiste? Si nos remitimos a los ciber-consultorios diremos de algo generado en ese ámbito singular donde uno habla y otro escucha y de tanto en tanto descifra un núcleo de insaturación, liberando lo insoportable del deseo. Insoportable porque en verdad carece de soporte, una vez desvanecido el fetiche.
Cuando el sujeto se abisma al desmantelamiento del NO y está en potencia la alternativa lisa y llana de hablar, reconociendo como propia esa forma excéntrica del discurso que llamamos inconsciente y llevó a Freud a afirmar que "allí donde Ello era, yo debo advenir", en ese instante se desdibujan los semblantes. Es el momento que Proust supo captar al interrogarse por su estilo de escritor profuso en personajes: "Podría continuar, como se suele hacer, poniendo trazos en el rostro de un transeúnte, cuando en el lugar de la nariz, de las mejillas y de la barbilla, no debiera haber más que un espacio vacío sobre el que jugaría cuando más el reflejo de nuestros deseos". Y aquí el gran desafío para el psicoanalista inmerso en el New Order: ¿Es posible prescindir del SEPEVIS?
Por esto, luego de esta mirada a vuelo de pájaro en el panorama de nuestra época, regreso a mi gabinete para encontrar el espacio de otro tiempo: la emergencia inconsciente, producida al descuido de un decir sin meta, que desacelera y retoma el enigma en suspenso del Edipo múltiple, diverso, preguntando por su origen enfrentado al sinsentido. Si la oferta cibernética no me impide escucharlo, advierto que el repertorio clásico aún tiene actualidad. ¿A quién me debo, por lo tanto, hoy, en el 2050, cuando logro afinar la escucha? Se me ocurre contestar algo que de tan paradójico hasta podría ser verdadero: a la herencia desvirtuada que se renueva, revirtúa cuando alguien toma la palabra, herencia de al menos dos personas: Sófocles y Freud.
En la actualidad post-ultra, donde el progreso se mide con un tiempo en continua saturación, resulta incitante ser subversivo, esto es: perder tiempo dándole vueltas a un asunto, como quería Rimbaud. Cuando el día se pone íntimo como una pequeña plaza.
Carlos D. Pérez
Psicoanalista

 
Articulo publicado en
Marzo / 1997

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