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Cuando la desinformación desborda

 

Durante la gira realizada por los Estados Unidos, a fines de 1987, el Papa Juan Pablo II emite su primer comunicado en relación a una enfermedad que ya preocupaba a los distintos sectores de la población mundial, y de la cual se tenía más miedo y desinformación que datos concretos: el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida, SIDA.

En la misma y tras reunirse con cien personas portadoras del virus, en la Basílica Misión Dolores de San Francisco, el Papa afirmaba: “…Dios los ama a todos sin distinción, ama a los enfermos, a sus familiares y amigos, y a quienes los cuidan. Nos ama a todos por igual, con un amor incondicional y duradero…”

El SIDA era considerado en esa época como la “peste rosa”, ya que se creía que era intrínseca de los homosexuales, para luego trasladarlo a los adictos como un segundo grupo de riesgo -cabe recordar que en ese mismo año, el Vaticano redactó un documento en el cual, entre otras cosas, se describía a la homosexualidad como un “mal moral intrínseco”-.

En el mismo momento, en Argentina, a un joven de 20 años, tras realizarse un chequeo médico de rutina en el Hospital Muñiz, se le detectaba que era portador del virus de inmunodeficiencia adquirida. Su nombre era Ángel Velázquez, posteriormente conocido como “Chapita”.

En ese tiempo, el Ministerio de Salud y Acción Social determinaba que las personas con serología positiva, pero sin manifestaciones clínicas, no debían estar internados en un hospital para enfermedades infecciosas. Por otra parte, los que sí presentaban sintomatología tenían que permanecer internados para recibir cuidados especiales.

En el caso de este joven no se observaban síntomas de la enfermedad, sin embargo permaneció internado en el Hospital Muñiz. Posteriormente, según las autoridades del establecimiento, debido a su característica de “psicópata de alta peligrosidad”, fue trasladado por “su seguridad y la de terceros” al Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda.

Las autoridades del hospital, con el apoyo del personal de ATE, la UPCN, y la Asociación de Médicos del Hospital Borda realizaron un paro general declarado por tiempo indeterminado, en protesta por la internación de Velázquez en el establecimiento.

Entre los argumentos esbozados, se afirmaba que su internación era “inadecuada, perjudicial, y técnicamente discutible”, ya que un “psicópata peligroso”, portador o no del virus del sida, resultaba un peligro inminente tanto para los trabajadores del Hospital, como para el resto de los pacientes.

Se argumentaba que el Borda se hallaba en estado de emergencia sanitaria, que la infraestructura edilicia era obsoleta, y que había estancamiento de aguas servidas de contaminación.

Entre otros de los miedos expresados por los trabajadores del Hospital, podemos ubicar el temor porque el mismo se convierta en un “SIDARIO”, y que el traslado de Velázquez podría generar que lleven allí a otros pacientes con similares características.

El secretario político de la UPCN de aquella época, Antonio Porcelli, consideraba que el hecho de que se traslade a un paciente portador del virus del SIDA era un agravante debido al poco conocimiento que se tenía con respecto a la enfermedad, ya que ni los propios médicos podían hacer afirmaciones acerca de los riesgos de contagio u otros problemas.

A pesar de esto, el director del Hospital Borda, el Dr. Fernández Amayo, afirmó que el paciente no tenía contactos con otros, y que no podía circular por los pasillos. “Se han tomado medidas especiales para evitar el contagio a otros pacientes” agregaba la máxima autoridad el hospital, tras autorizar su internación en el servicio a corto plazo.

En busca de alguna solución, el Ministerio de Salud y Acción Social, analizó distintas variantes, que posteriormente fueron rechazadas:

·         Trasladarlo a una finca, previamente acondicionada, ofrecida por familiares de otras personas internadas en el Borda. Esto fue descartado por que se suponía que su presencia crearía problemas en el vecindario.

·         Trasladarlo a una clínica privada. Esta opción también fue descartada, por motivos económicos, ya que se creía que si Velázquez era trasladado allí, se irían muchos otros pacientes de ese mismo establecimiento por motivos de seguridad.

·         Otras de las opciones manejadas por las autoridades era la de acondicionar la unidad 20 del Hospital Borda, habitualmente destinada a los pacientes procesados judicialmente, aunque el paciente no tenía antecedentes penales.

En medio del conflicto, un empleado del hospital, preso del pánico, trepó hasta la cima del tanque de agua, y amenazó con suicidarse tirándose al vacío si las autoridades no accedían a los reclamos de los trabajadores.

Mientras tanto Velázquez seguía internado en el Borda, en un servicio especial(mente) adaptado de forma de no tener contacto con otros. Se hallaba en un servicio aislado, cercado por rejas, con puertas con varias cerraduras, y con un cuarto en el que hacía guardia personal de penitenciaría. Las visitas que podía recibir necesitaban de una autorización judicial previa. Como forma de protesta, y consciente de todo lo que se había generado, Velázquez realizó un cartel con una sábana, pidiendo por sus compañeros, con una leyenda que decía: “laburen o callen, 1600 personas no comen por culpa de la huelga”.

Se habían juntado algunos de los grandes temores de una sociedad en una misma persona: LOCURA, MUERTE y ADICCIÓN. Esto, sumado al desconocimiento con respecto al HIV, produjo una reacción fóbica en cadena, que amenazaba no sólo la vida de Velázquez, sino también la de los demás pacientes.

 

La medida de fuerza adoptada en “pos” de preservar la salud, tanto de los trabajadores, como del resto de los pacientes, producía un efecto paradojal al interior del hospital, ya que sin mantenimiento, y prácticamente sin atención por casi un mes (tiempo que duró la huelga) produjo, entre otras cuestiones, que vuelvan a proliferar enfermedades como la sarna, que luego de varios años había podido ser erradicada de la institución, y que ponía en peligro la salud del resto de los pacientes.

 

Los Psicólogos que atendieron a Angel Velázquez: Roberto Cappiello y Eduardo Valenzuela fueron los que se animaron a tratarlo, a pesar de todas las negativas de los especialistas por el miedo al contagio, y las presiones recibidas para no hacerlo. Lo describen como un pibe simpático, flaquito y de altura media, parecido a “Fido Dido”.

Distingue Cappiello algunas conductas psicopáticas que el paciente podía llegar a mostrar en ciertos casos, en respuesta a la violencia institucional sufrida. El diagnóstico de Psicópata le sirvió a las autoridades para señalar a Ángel Velázquez como peligroso. Es preciso recordar algunas ideas de Giovanni Jervis, uno de los ideólogos de la Reforma Psiquiátrica Italiana. Plantea que cuando la violencia institucional desaparece, la violencia de la persona internada también desaparece, y éste cambia su apariencia:pierde los rasgos psicopáticos descritos en los viejos tratados de psiquiatría, desaparece como “catatónico”, “desgarrado” y “peligroso”, para mostrarse en su aspecto de persona psicológicamente violentada antes y después de la internación.

A pesar del paro, los mencionados licenciados seguían trabajando con sus pacientes y especialmente con Velázquez, quien debido al buen plan de tratamiento efectuado, llegó a pasar seis meses sin necesidad de medicación psiquiátrica dentro del hospital. Dos años después del conflicto, cuando los medios de comunicación ya ni recordaban quién era “Chapita”, obtuvo el alta.

Antonín Artaud en Carta a los poderes, nos preguntaba a los "profesionales de la salud" ¿Cuántas nobles tentativas nos hacemos para acercarnos al mundo mental en el que viven todos aquellos a quienes hemos encerrado? Sin intentar ubicar responsabilidades, ni culpables, cabe cuestionarse en este punto, entre conflictos, miedos, y desconocimiento, quién se acordaba de Ángel Velázquez, cuyos derechos a la libertad, a recibir un tratamiento digno, a no ser excluido y segregado estaban siendo violentados.

Al recibir un diagnóstico de SIDA, aún hoy después de veinte años de campañas de prevención, muchos portadores todavía se sienten aislados dentro de su familia y en el medio sociocultural. Aplastados por el peso de prejuicios, mitos y del imaginario social que se tiene con respecto a esta enfermedad, los pacientes se hallan en una situación de vulnerabilidad bio-psico-social, ya que además de los padecimientos de salud física y psíquica, deben afrontar el temor a ser discriminados, rechazados o aislados socialmente por determinaciones negativas.

El licenciado Cappiello recuerda a Velázquez con una sonrisa cuando habla de los primeros días en los que considerado como el “loco peligroso” que decidió atender mientras los demás miraban a los costados. En el servicio 14-22, lo encontramos trabajando con el mismo ímpetu con la que tomó “el caso Chapita” hace más de veinte años. Los pacientes del servicio tienen problemáticas de diversa índole como adicciones, trastornos de la personalidad y HIV, un “combo” que todavía hoy nadie quiere afrontar... Tal vez porque no saben cómo.

Todavía por estos días, aquellos pacientes con estas tres singularidadessiguen siendo derivados a Cappiello en busca de algún alivio. Y allí se continúa el mismo camino que empezó en 1986 con Velázquez: Acompañar al paciente en la subsistencia por la vida desde el momento en que ingresa al hospital, trabajar en proyectos autogestivos hasta poder lograr en algunos casos, como el de “Chapita” entre otros tantos, una reinserción social completa supervisada por los especialistas.

Nos preguntamos entonces, ¿qué no permitió ver a los empleados del hospital, en aquellos años, el abandono de persona que realizaban mediante el paro en la institución? ¿Qué hizo pensar a los profesionales de la salud que Velázquez era un tipo tan peligroso? ¿Cuántas “nobles tentativas” se han hecho y se realizan hoy para conocer al paciente fuera del diagnóstico que encabeza una historia clínica? ¿Cómo respondemos nosotros, que estamos fuera de un hospital psiquiátrico, ante los casos de violencia institucional que presenciamos todos los días?

Hoy los pacientes con HIV se encuentran por todo el hospital, en las calles, en cualquier trabajo y en cualquier familia. Deberíamos preguntarnos cuánto hemos avanzado en estos veinte años, y si hoy sabemos acercarnos a la persona y ayudarlo en su problemática particular, o todavía el miedo a la muerte y a la locura nos sigue cubriendo los ojos y los oídos convirtiéndonos en meros carceleros, cómplices de la violencia ejercida.

Cientos de personas viven, comen, duermen en el Borda y pueden encontrar allí algunos profesionales de la salud y voluntarios no profesionales comprometidos, que resisten todavía a los falsos intentos de transformación del sistema de salud propuestos por gobernantes de turno; y se ocupan de los pacientes, defendiendo la vida, las oportunidades y la libertad como derecho por sobre todas las cosas.

Daniela Valladares                                              

Lic. en Psicología - UBA

 

Darío Cavacini

Lic. En Psicología - UBA

darioec [at] hotmail.com

 

Bibliografía

 

Artaud, Antonin: “Carta a los poderes". Ed. Insurrexit. Octubre 1974. Bs. As.

Archivo Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, Diario La Nación, Agosto-septiembre 1987

Basaglia, F.: “La criminalización de las necesidades”, en Los crímenes de la Paz. Bs.As.

Basaglia F. La Institución Negada. Ed. Corregidor. Bs. As. 1972 Apéndice “El Problema del Accidente”.

Foucault, M.: Vigilar y Castigar, México, Ed. Siglo XXI, 1987.

Freud, S.: El Malestar en la Cultura, en Obras Completas, Bs. As. Ed. Amorrortu. Vol. XXI.

 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2010

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