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EL CORTEJO: UN DECIR SIN NOSTALGIA

 
Comentarios al poema X de Estrella de la mañana, de Jacobo Fijman
 

La lectura de la obra de Jacobo Fijman comporta un verdadero desafío frente a su carácter único en nuestra poesía y puede recorrer por lo menos dos caminos: verla como expresión biográfica (sicológica, clínica, histórica) reflejándose sobre una serie de espejos mágicos que van desde el Fijman - Samuel Tesler de Adán Buenosayres al Fijman que ve acercarse a Dios ‘en pilchas de loquero’; atender fundamentalmente al continuo simbólico de sus poemas sin desligarlos de lo que en ellos subyace de la hondísima existencia del poeta, pero mirando sobre todo a su poesía considerada como lenguaje poético, es decir, ‘marginal, destructor, más o menos excluido de la utilidad social’ (Julia Kristeva’). – Antonio Pagés Larraya, cit. en Daniel Calmels, ‘El Cristo Rojo’, p.105, Topía Editorial 1996.

Las líneas que siguen constituyen un intento de aproximación a la poesía de Fijman. Elegimos trabajar cerca de la segunda de las propuestas enunciadas —que, como señala el autor del párrafo citado, no agotan las posibilidades— por afinidad compartida en la expresión poética.

Tomamos como hilo conductor de nuestro diálogo la intención de cortejo subyacente en las palabras de Fijman. El empleo aquí y allá de términos próximos a disciplinas ajenas a la literatura no debe llevar a confusión; pretendiendo en todo momento alejarnos de la poesía lo menos posible, les concedemos una libertad literaria que esperamos el lector acepte concedernos a nosotros.

La cita à propos de Julia Kristeva invita a realizar ciertas consideraciones: el lenguaje poético es marginal en la sociedad —salvo excepciones—, nunca ignorado, y en tal sentido ‘más o menos excluido de la utilidad social’ según el momento histórico. Pero ¿destructor? La obra de Fijman representa, entre otras muchas cosas, un intento de reformular así como de responder a este interrogante.

 

X

Está contigo la paloma santa.

Alma mía, somos en Dios desnudez ordenada.

Nos levantan las manos olorosas de paraíso.

Ando sobre la tierra

y en nuestra sangre muero y resucito en la sangre de Cristo.

Desnudez ordenada

en las manos cubiertas de sueños y prodigios de sueño y de prodigio.

Desnudez ordenada por la pasión y la muerte.

Desnudez ordenada que cae en la primera muerte y que levanta la primera vida.

Se pone multiplicada de misterios, y la manzana conviértese en palomas,

y los vientos se cubren por sus vuelos.

Nuestras tierras alumbran recostadas en cielos y mediodías.

 

 

 

La creación

Con la paloma el alma, y con el alma el yo. Tres en uno, en Uno, en Dios: desnudez ordenada. Principio de creación desde el que erguirse, obra de unas manos cuya propiedad es la inactividad mítica y atemporal del paraíso. Erguirse y después andar, un andar de constante muerte y resurrección, un andar que parte de la sangre compartida con el alma y se produce en la de Cristo.

El sustento del ser es una flor

El ser es levantado, no desde un momento en el tiempo, por unas manos, como se alza la ofrenda. El ser es ofrecido, y en ello consiste; pues ese ser levantados sin comienzo, sin final, es sustento de la ofrenda.

No se indica la naturaleza de las manos, sino que tienen aroma de paraíso. A qué sabe el sustento, cuál sea la substancia no precisa mención: se definen las manos por olorosas: el sustento del ser es una flor.

Las flores hacen sin hacer. Las flores huelen a paraíso.

Vacío de la voz que habla

Quien habla en el poema está vacío, y por su vacío acoge las resonancias calladas del alma y la paloma, variándose en canto la mudez: no es entidad ubicua de sí misma, consistente y cerrada, sino hueco a donde se entregan los hálitos.

Alma y paloma son, en la palabra, al ser nombrados; y en ese alborear del nombre el yo encuentra su destino de receptáculo: es, en la medida que se borra sumiéndolo en contemplación. ¿Es acaso, verdaderamente 'un yo' que habla?

Espacios del yo

Se disuelve allí donde pareciera autonominarse: no es el yo quien habita la frase sino a la inversa, transformándolo, convirtiéndolo en hueco.

En su interior, como en el espacio de un cuarto vacío, resuenan leves pasos del alma y la paloma, su sola compañía y en esa vibración de inconsistencia se produce la unión, el alumbramiento de un diálogo de espacios ligeros.

Alma mía, somos...yo no soy sino contigo y la paloma en Dios y Dios somos en ese estarnos fundidos y desnudos.

Diálogo de intimidad, que no precisa invocar a las virtudes temporales: fe, esperanza. Se constata la presencia, se la celebra sin apelar a la creencia. Se experimenta la presencia y la espera del arribo ya no es esperanza sino cobijo en hueco de ella, eco de su inmediatez. Sólo queda el amor que canta y se canta y circula, regenerándose sin utilidades.

El alma

Muda el alma, una con el decir, su dirección —canto de constatación, descriptivo, apenas exaltado. Está contigo la paloma santa no le muestra ni indica nada al alma, es mera virtud del canto.

Sin padecer abandono

Andar.

Modo del ser en la tierra, modalidad de la sangre y la sangre allí donde muerte y resurrección son posibles.

Por ese allí el silenciado yo y el alma y la paloma santa; muerte y resurrección sólo atañen al silencio del yo en tanto cualidad suya específica. Ya que hay un yo que madura, un nacerse del yo como Hombre, una sobreabundancia de vida, una pasión, un conducirse la muerte —Cristo: muerte y resurrección.

Andar.

La sangre no sufre alteraciones, es el yo quien, al experienciar re-nacimiento, desnuda lo particular de la sangre. Y el ser trino, sin padecer abandono, inequívoco accede a la realización.

Desnudez ordenada

Junto a la necesidad de hacer explícito: la desnudez, su cualidad: el ser ordenada.

Muerte, pasión; sueño, prodigio; una y otra vez y desde allí mismo, desde el prodigio, desde el sueño. Una y otra vez siempre primeros: primera vida lleva a primera muerte y de allí surge la vida primera para una nueva muerte. Tras el andar, así la actividad de la paloma con el alma y el yo, así la réplica del orden desnudo en las obras, en las manos, cayendo, alzándose.

La desnudez se pone: hace ocaso en depositarse sobre el mundo y ello es vuelo, un vuelo que cubre los vientos.

El orden, la orden, la ordenación

La ordenación implica un orden de generación ¿Acaso un diálogo consigo mismo (no un soliloquio sino un despliegue interno) en alternancia musical?

La desnudez, el todo preparatorio de la acción pasiva, comporta una disposición, un mandamiento y un hábito.

Dice la voz pasiva que la niebla del sueño y el prodigio conforman el orden de la desnudez. Que son muerte y sobreabundancia de vida, pasión, quienes la ordenan inexcusable. Que no es sino vestimenta destinada a ser relevada, a sufrir de muerte absoluta cuando ya ni ella es precisa, cuando es su ausencia en acto originalidad de la primera vida.

No se habla de otras muertes, otras vidas, sino tan sólo de la muerte, la vida primeras. Hay otra u otras vidas y muertes del lado de la sucesión y la temporalidad, comportando números: frente a ellas, la principalidad en que se entrega la desnudez.

Sujeto / sujetado

Al desvanecerse del yo como presencia ocluida sucede el advenimiento del sujeto: sujetado a ese decir que es el poema: no de su  propiedad, sino lenguaje del ser. El movimiento se trasluce interioridad de la palabra misma, originante y última, cuya desnudez alumbra el fruto.

Cae la manzana, su peso de olvido esencial, precipitado en el tiempo —sobre la tierra, en levedad de vuelo, de palomas.

¿Paraíso sin palabras, pues de la caída la muerte en escansiones del decir?

Paraíso donde la Palabra es Verbo, aparición fulgurante (Valente) y encarnación; en las tierras que abarcan cielos y mediodías, muerte y transfiguración son uno y el mismo latir: la voz transfigurada acoge el infinito hacer y rehacerse de la vida. Hay aquí un sentido esencial, un decir sin nostalgia. Un decirse ajeno a pasado y futuro, memoria presente de lo que está fuera del tiempo, en él.

Muerte del límite

El poema otea el horizonte sin memoria de la muerte, sin esperanza de un renacer futuro que sustente la continuidad; abreva en la memoria la rememoración sin suceder del instante.

Nueva humanidad que funde en sí el límite y la infinitud e ignora sus oposiciones: y canta y canta por ello, desde el lugar inubicable del ámbito.

Tierra y luz

Se habla la poesía para la intimidad con el alma, se le dirige como a la amada el amado, desde una unidad de destino: ambos poseen en común unas tierras, dice el último verso: Nuestras tierras alumbran recostadas en cielos y mediodías.

Hacia este verso discurre, mas sobre él se levanta al fin el poema. Unas tierras que alumbran, unas tierras con luz, una tierra solar: la luminosidad le es propia a la naturaleza de los cuerpos opacos. ¿Recostadas en cielos y mediodías —sintonía entre aspectos de luz? Así parece sugerirlo la distinción entre cielos y mediodías: no se está hablando de objetos, sino de aspectos del ser.

La flor cubierta

No es perceptible la flor, pues se preserva, eternamente disimulada, como tras una niebla, por laberínticos destellos indefinibles: sueños de prodigio (y los prodigios son de sueño), prodigios de sueño (y sueños son prodigio), sueños y prodigios de sueño y de prodigio.

Y esa niebla ordena la desnudez.

El ámbito

Cuando se nombra los vientos y luego la tierra y el cielo, la puesta en escena poética se vacía en favor del ámbito: núcleo irreductible del poema, su decir indecible, la dimensión generatriz.

Si alguno alguna vez te preguntase ¿desde dónde habla el poema, quién es su autor? El ámbito, responderíamos, haciendo pulcro y  desconsiderado uso de las palabras.

La acción pasiva

Cae la desnudez y es lo mismo que si vistiera. Es un ocaso que es un alba: es un ponerse, un ubicarse la ausencia en desvelo fascinante, un ofrecerse multiplicada de misterios. Misterios multiplican misterios: despierta el fruto de vida y le da alas, y lo convierte de sujeción de uno a vuelo innumerable, y son fecundados los vientos.

Vientos y palomas: ni desnudez ni manzana, transfiguración, movilidad esencial del ser.

Abierta rendición

Hágase en el alma según el canto de lo receptivo.

Alegorizando la voz de lo femenino, el poema discurre y su ser mismo alumbra en lo que poetiza: un desplegarse en movimiento.

Íntimamente afincado desde el principio en ese estar, y en la estancia ser, permanencia unitiva, comprende las individualidades por su desnudez; y abriendo paso entre versos va y da alcance a la amplitud no cegadora, que ilumina del misterio su participación en la vastedad de otros espacios.

El ser no es lo dado, por recibido entero; es lo que irrumpe como despojamiento de toda otra categoría precedente, lo que se va haciendo: habitabilidad y anunciación.

En la pasión compartida la paciencia se expande; y la caída, en el interior de una constante dialógica, es acorde unísono al primer levantarse, a la vida primera.

La desposesión prepara el advenimiento. El inicio se nos revela como fiat, sí desde siempre pronunciado, que implica a un nuevo orden ligereza y blandura.

Aquel estar en proximidad y semejanza, da ahora a las tierras habitabilidad, y movilidad a  los vientos. Al arpegio que sostiene el canto íntimo, dúctil se agrega una nota extimia.

X

Está contigo la paloma santa.

Alma mía, somos en Dios desnudez ordenada.

Nos levantan las manos olorosas de paraíso.

Ando sobre la tierra

y en nuestra sangre muero y resucito en la sangre de Cristo.

Desnudez ordenada

en las manos cubiertas de sueños y prodigios de sueño y de prodigio.

Desnudez ordenada por la pasión y la muerte.

Desnudez ordenada que cae en la primera muerte y que levanta la primera vida.

Se pone multiplicada de misterios, y la manzana conviértese en palomas,

y los vientos se cubren por sus vuelos.

Nuestras tierras alumbran recostadas en cielos y mediodías.

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Articulo publicado en
Septiembre / 2009

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