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Intervenciones en situaciones de catástrofe

 

En febrero de este año se realizó, en Barcelona, un Coloquio1 acerca de las transformaciones en la sociedad y el psicoanálisis. Fue este un intento logrado para analizar las relaciones y los efectos que se han desarrollado entre ambos, atendiendo a las transformaciones sociales en curso que se reflejan en las modificaciones de las condiciones de vida, en los valores, los modelos y los ideales.
Transformaciones en los lugares y roles del hombre y de la mujer, nuevos modos de organización familiar, cambios en las condiciones de trabajo, nuevas tecnologías, jóvenes con pocos ideales en su horizonte, aumento de la violencia urbana, la magnitud de las catástrofes sociales y naturales, los atentados, el terrorismo.
Cuestiones que nos atañen a todos. Para pensar en sencillo, debe ser bastante difícil que haya quienes no tengan, hoy, preocupaciones o problemas de trabajo. Observamos fenómenos de desocupación (de muchos) y a la vez sobreocupación (de tantos), sumándose la incertidumbre por el futuro y la desilusión de una vida mejor.
Cuestiones de actualidad se podrá decir, ciertamente. ¿Serán sólo de actualidad? ¿Serán los movimientos en que se despliega y repliega la historia de la humanidad?
Seguramente en la intersección hemos de observar nuevas problemáticas, que interrogan, que por momentos acosan y hasta precipitan en predicciones apocalípticas. Tomados por las incertidumbres que los difíciles tiempos actuales suscitan, pareciera que los años de plomo y de guerra de una Argentina no tan lejana pudieran deslizarse en el olvido.
Es este un debate abierto que excede los propósitos del presente escrito. Acotando las preguntas al campo de la clínica psicoanalítica surge lo más específico: ¿Cuáles son los efectos en el psiquismo de estos fenómenos? ¿Cómo se presentan en nuestras consultas?
¿Cuáles son las manifestaciones de estos padecimientos y en qué inciden en las metodologías terapéuticas?
Es difícil intentar una respuesta sucedánea cuando nos ocupa una compleja dialéctica entre cuestiones estructurales y formas nuevas de presentificarse el sufrimiento, o en otras palabras, rostros actuales del dolor que son reflejos de una sociedad cambiante.
Algunas de esas manifestaciones del padecimiento son fácilmente subsumibles en la categoría de síntomas, en los que se expresa el conflicto psíquico activado por un suceso desencadenante. Pero en otras, la causalidad es incierta y hasta en ocasiones se infiere una compleja asociación de factores combinados: somáticos, psíquicos y sociales, que concluyen en consultas en las que difícilmente se discierne una patología definida.
¿Se tratará de nuevas categorías nosográficas? ¿Seguirá siendo el método psicoanalítico el apropiado para atender a estas problemáticas? ¿Requerirá modificaciones o deberá ser sustituido por otros?
Las respuestas han surgido y seguirán surgiendo de su puesta a prueba en la clínica en tanto el lugar irreductible de la validación.
He de partir entonces de algunas consideraciones metodológicas y conceptuales para poder desarrollar reflexiones acerca del uso del método en pacientes afectados por hechos de catástrofes sociales: familiares de desaparecidos, exiliados por razones políticas y afectados por atentados terroristas2.
En un trabajo reciente, Gilberto Simoes3, volviendo a los clásicos consejos freudianos, sitúa el “núcleo duro” del método en la atención flotante. Cabe recordar que Freud pretende con ella crear para el analista el correspondiente de la regla fundamental: la asociación libre.
Este método, que cumple ya su centenario, deriva de una serie de trabajos teóricos iniciados en el postergado Proyecto de Psicología y continuados en Psicoterapia de la Histeria. En este escrito, el autor desarrolla sus ideas acerca de la organización psíquica y su funcionamiento, plasmándolas en un modelo estratificado que le permite concebir un método cuyo paradigma es de raíces indiciarias4.
Años mas tarde, en los Escritos Técnicos, afina la indicación de “volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor”, usando a continuación la conocida metáfora telefónica5.
Por esta vía el médico quedaría habilitado para restablecer “desde los retoños a él comunicados de lo inconsciente, esto inconsciente mismo que ha determinado las ocurrencias del enfermo”6.
Para que las cosas se den de este modo debe haberse respondido afirmativamente a la pregunta por la existencia de una trama psíquica inconsciente afectada por la represión. De ser así, habrá extremos del “hilo lógico”7 que en las superficies psíquicas den entrada a la producción de inconsciente. Es en esta situación que se hace posible la producción de una intervención privilegiada, pero a la vez fortuita. Una intervención con efecto de interpretación que permita que se devele algo de la verdad del inconsciente y se abra camino a nuevas asociaciones.
Pero no es esto lo que define el método. Ya se hacía evidente para Freud que la cuestión no se planteaba allí. Él mismo pasó del entusiasmo interpretativo temprano a la búsqueda de una vía que sortease las imposibilidades del recuerdo. Es así que destaca la importancia de la construcción y su carácter de verosimilitud, permitiendo reconstruir lo no recordable, así como aquellos estratos fantasmáticos inconscientes inaccesibles por la vía del recuerdo.
La interpretación y la construcción en el análisis son modos de intervención que operan en los territorios garantizados por la presencia de entramados psíquicos, aun aquellos que por su carácter estructural jamás acceden a la conciencia.
Pero adentrarse en el territorio de lo traumático es como vérselas con los agujeros negros del espacio: sólo un punto de máxima condensación de energía. Y allí… con la interpretación no alcanza.
Podríamos volver a recurrir a las semejanzas con el trabajo arqueológico, comparación ya hecha en Construcciones en Análisis. Se trata de fragmentos, los restos ruinosos que encuentra el arqueólogo y el material todavía vivo que, desde los indicios, le permite al analista colegir lo olvidado. En la vivencia traumática también se sale al encuentro de elementos indiciarios. Son los restos de un acontecimiento que, portador de una intensa carga, sorprende e irrumpe en el psiquismo rompiendo sus barreras protectivas y produciendo desorganización representacional y anegamiento libidinal. Se trata de elementos fragmentados, pedazos (amenazantes) residuales de lo visto y oído, pero también sensaciones táctiles, cenestésicas, olfativas y gustativas que no logran entramarse simbólicamente y tienen la potencialidad de romper la trama existente.
El acontecimiento ha ingresado bajo la forma de segmentos de percepciones sobreinvestidas y se sitúa como una suerte de incrustación perceptual que no obedece a las leyes del funcionamiento habitual y es capaz de desorganizar el aparato tendiendo a romper las defensas y desguazar la memoria.
Así, el sujeto queda expuesto a un posicionamiento pasivo e impotente, en el que se recrea una vivencia de desamparo, al modo de un goce (doloroso) vivido en forma pasiva y desamarrado de lo simbólico.
Esta idea ya estaba presente en la cultura preclásica griega, asimilándose el concepto de trauma a una experiencia de lo inasimilable que, hipotecando la subjetividad en el efecto de lo terrible, la deja bajo su dominio. Esta posición dificulta o impide la actividad necesaria para la tramitación simbolizante, la que toma carácter de urgencia. Y frente a lo doloroso y amenazante de la desorganización psíquica, la defensa puede volverse extrema a los fines de detener la hemorragia libidinal y recuperar un funcionamiento que acuerde con el principio de placer.
En este punto uno de los riesgos es la afluencia de contrainvestiduras masivas que, cercando las esquirlas de lo traumático, lo enquistan sin tramitación, quedando así a la espera de un nuevo acontecimiento que al activarlo desencadene la compulsión repetitiva.
Habiendo ingresado en lo psíquico y tomado carácter de tal, sin embargo lo traumático no encuentra el modo de articulación necesario “en buen orden y lógica” que, respondiendo a los modos de funcionamiento psíquicos primario o secundario, permitan su ligadura. Lo importante a destacar es que ambos procesos, cada uno a su modo, ligan y permiten las relaciones asociativas entre representaciones. No hemos de confundir la energía libre del proceso primario que circula libremente entre representaciones, de la otra, que he elegido llamar de caída libre, que se descarga en forma compulsiva y repetitiva en procesos somáticos o formaciones de objeto8 (pasajes al acto, lesiones de órgano, alucinaciones).
En relación con esto, ¿en qué cambia el quehacer analítico? Sin duda y acorde con mi experiencia no es a nivel de la atención flotante. Es posible ratificar su carácter nuclear siempre y cuando se tenga en claro que no ha de esperarse escuchar los clásicos productos del inconsciente, acuñados en la transferencia y merced a la asociación libre. Pero una escucha atenta puede revelar restos indiciarios de lo traumático al modo de esquirlas desarticuladas y dispersas, las que al activarse desencadenan la angustia automática carente de representación. No es entonces la escucha lo que cambia, sino lo que se escucha.
Tampoco es pensable, bajo estas condiciones, el establecimiento de la neurosis de transferencia, que por otra parte ninguna situación que esté caracterizada por la presencia de sobrecarga excesiva lo permite. Estas formaciones de objeto hacen también vínculo, pero en las proximidades de la fusión y en muchas ocasiones se manifiesta al modo del hacer, lo que también requiere un manejo diferenciado y un estado advertido en el analista, tanto de las cuestiones transferenciales como de los efectos contratransferenciales.
Continuando las comparaciones, las formaciones del inconsciente (y el síntoma es una de ellas) están formadas por una reticulación de desplazamientos y sustituciones siendo su estructura abierta y ordenada, lo que las hace asequibles a nuevas concatenaciones que posibiliten su desciframiento. En diferencia, lo traumático no forma parte de combinatoria alguna ni se origina en ella.
El objetivo de la tarea es permitir a eso ingresar en algún orden de tejido. Para ello no alcanza con la interpretación y ni siquiera con la construcción entendida al modo clásico.
En esta última, de lo que se trata es de construir aquello que no es recordable, lo inasequible, “soterrado pero presente”9, partiendo de la aseveración freudiana de que es lícito poner en duda que una formación psíquica cualquiera pueda sufrir una destrucción total.
En relación a lo traumático, su característica es precisamente que, si vale decirlo con cierta laxitud, ha ingresado destruido y destruyendo. Es por esto que prefiero un t´rrmino próximo: el de reconstrucción, con el propósito de que el uso clínico permite precisar sus alcances. Se trata de establecer ligaduras simbolizantes, permitiendo a lo fragmentario ir articulándose en redes posibles, al modo de un prolijo zurcido que logre ir cerrando los agujeros de la trama y permita a la energía reencauzarse, evitando la libre caída. No se trata sólo de enlazar lo que ya estaba sino de producir algo novedoso que permita producir una significación posible.
El trabajo con una mujer afectada por la desaparición de un familiar en la época de la dictadura militar, hizo necesaria una reconstrucción cautelosa y paciente de muchos segmentos de la historia y en particular de la noche del secuestro. Se encontraban restos de ruido de botas, imágenes de un bigote, fragmentos de palabras escuchadas, sensaciones de frío, el correr del agua en un inodoro. Fueron apareciendo en forma deshilachada y dispersa. Esos elementos eran restos de lo que se instaló como vivencia traumática y contenían fragmentos de verdades histórico-vivenciales.
El problema es el estado en que se encuentra esa verdad y los efectos que ha producido su instalación en lo psíquico. No es una verdad representada y olvidada, sino segmentos de verdad dominados por la cantidad a los que el Yo no puede cualificar. La reconstrucción permite proveer de la cualidad incorporando representaciones que se anuden a la malla ya existente y agregando otras para proveer al rellenado al modo de un zurcido. Volviendo a la referencia clínica, el rearmado pieza a pieza de esa noche de caos, sólo puede someterse a la prueba de la verosimilitud y la confirmación no ha de venir por la vía de los recuerdos recuperados sino por la disminución o detención de los efectos repetitivos y tanáticos.
Cabe agregar que, frente a estos estados disruptivos, el psiquismo tiende a una resolución espontánea, a veces con modalidades transitorias.
En una niña pequeña que había perdido a su padre en el atentado a la AMIA, se hacía necesario tolerar sus momentos de renegación, así como acompañar sus silencios protectivos frente a lo intolerable. La densidad de sus silencios producía efectos contratransferenciales aplastantes dominados por sensaciones de desvitalización y falta de ideas. Sólo luego de haberse construido un espacio de refugio y sostén en el ámbito terapéutico, ella pudo renunciar a las defensas masivas y reconstruir lo acontecido (el atentado y los sucesos colindantes) que llevó a la muerte de su papá. Se trató de ir poniendo palabras a estados de parálisis, de estupor, a sentimientos congelados, miedos y culpas, e ir entramándolos en forma historizada y simbolizante.
Estos modos de resolución transitorios se vuelven riesgosos cuando devienen cristalizados y se traducen en una renuncia al pasado, cancelando también el futuro. En ocasiones, esa renuncia hace coexistir un saber limitado y congelado, al modo renegatorio, con una imposibilidad de saber por la presencia de una amenaza de desintegración.
Es posible que la cancelación del acceso al conocimiento se disemine en la familia y se transmita a través de las generaciones. Un adolescente que no había nacido aún en los tiempos del proceso militar, pero que sin dudas cargaba con sombras de ese pasado, relacionadas con la desaparición de su tía, cayó preso de una angustia desbordante el día que un ex represor dio cuenta del modo aberrante en que se hacía desaparecer a los detenidos.
La importancia del trabajo reconstructivo radica en principio en poder cancelar las trabas para acceder a esos núcleos, lo que permite a los afectados comenzar un trabajo lento y nunca lineal que lleva a tornar abordable el tema. Al volverse progresivamente pensable, se abren camino las preguntas y puede iniciarse la búsqueda de respuestas, a veces en la familia, otras en la historia y muchas en la reconstrucción misma. Se va armando un montaje representacional, el que, aunque no responda exactamente a una verdad efectiva, vale por sus efectos. Esto es ir creando una historia que cobra sentido y que viene a reemplazar a aquella repetición que insistía en búsqueda de algún orden de simbolización posible. En mi opinión no caben dudas: se trata de intervenciones psicoanalíticas con uso del método, el que no se ve afectado por los los ajustes que se hacen necesarios.
En el Programa de Atención a los Afectados por el Atentado a la AMIA, el trabajo se planeó con tiempos preestablecidos, de dos a cuatro meses, con la posibilidad de ampliación acorde a la necesidad. Establecer un plazo sin excesivas rigideces no tiene que ver con aspectos metodológicos sino más bien con los alcances de lo abordable. En aquel caso se trataba de lo traumático excluyendo las neurosis francas, fueran de larga data o recientemente desencadenadas.
Quizás encarar este tipo de trabajo requiera de cierta disposición por parte de los analistas. No parece ser lo mismo estar situado en el horizonte del deseo del paciente y ser objeto de sus fantasías que estar en las proximidades de lo “muerto”, lo horroroso o el exceso de la pura cantidad.
Con estas reflexiones manifiesto la esperanza en que los psicoanalistas podamos seguir contribuyendo en medidas significativas a mudar, parafraseando a Freud, no sólo la miseria neurótica sino también el “dolor en exceso” en miseria cotidiana.

Susana Alvarez Cantoni de Tausk
Psicoanalista
sualvarez [at] sinectis.com.ar

Notas
1.  Segundo Coloquio Interdisciplinar: Transformaciones, Psicoanálisis y Sociedad. Febrero 2000, Barcelona. Organizado por IPSI: Centre de atenció docéncia i investigació en Salut Mental y Foro psicoanalítico de Buenos Aires.
2.  Ver: Investigación: “Intervenciones psicoanalíticas con fines preventivos en niños afectados por hechos de violencia social atendidos en el Programa de Asistencia a los afectados por el atentado a la AMIA”. Directora Prof. Susana Alvarez Cantoni de Tausk. Investigadores: Prof. Lic. Clara Azaretto, Lic. Gabriela Mayansky, Lic. Susana Salem, Lic. Susana Toporosi, Lic. Laura Winikor.
3.  Gilberto Simoes: “¿Una nueva clínica psicoanalítica? Consejos al médico hoy”. Exposición en el Coloquio Internacional Psicoanálisis y Sociedad. Transformaciones en la Sociedad. IPSI Barcelona Febrero 2000.
4.  Umberto Eco y Thomas Sebeok, El signo de los tres. Dupin, Holmes y Pierce. Edit. Lumen. Barcelona 1983.
5.  S. Freud. “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”. Amorrortu, 1980.
6.  Idem
7.  Sigmund Freud. Estudios sobre la histeria. Sobre la psicoterapia de la histeria. Amorrortu, Vol. II
8.  Juan D. Nasio. Los ojos de Laura. Las formaciones del objeto a. Amorrortu, 1988.
9.  S. Freud. “Construcciones en el análisis”. Tomo XXIII Amorrortu, 1980.

 
Articulo publicado en
Julio / 2000

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