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La institución escolar entre el grito y el silencio

 

“¿Cómo pensar, y cómo continuar pensando, en los tiempos que vivimos? ¿Existe aún alguna perspectiva desde la cual trazar el perfil de una humanidad en continua agitación y a la vez inmóvil, instalada en la afirmación paradójica de que ya no será posible afirmar absolutamente nada? Una humanidad en fuga, que tolera apenas el hastío de sus propias astucias, que disfraza su identidad o su vacío bajo una serie interminable de decorados, disfraces y simulacros...”

 

Nuestra sociedad, frente a la demanda de sentido y de valor, ofrece incertidumbre y desesperanza. Los objetos del capitalismo mercantil, -lejos de ofrecer cambios estructurantes, simbólicos, fuertes y diferenciados-, sólo apuntan al deseo infinito de su consumo (abarcar, tragar y comercializar todo lo real). La economía rige de manera hegemónica todos los actos de la vida humana, despojando al campo simbólico de lo viviente, de todo sentido y valor, en beneficio del dispositivo insignificante de la razón deseante, satisfecha y frustrada del animal consumidor. “EL HIPERMERCADO ES LA REGLA”.

Este es el contexto para poder leer y escuchar los acontecimientos de violencia que ocurren dentro y fuera de la institución escolar. La escuela actúa como pantalla proyectiva por excelencia de lo que sucede todo el tiempo a nivel social. Es así como en ella ocurren violaciones en los baños, o peleas a navajazos entre distintos establecimientos, o padres que esperan a la maestra “a la salida” para golpearla por la amonestación que sufrió su hijo, o chicos que disparan armas, etc., etc. ¿Por qué asombrarnos ante hechos de violencia que son el reflejo de una comunidad que ha sido quebrada, dividida y casi destruido su tejido social y sus redes de solidaridad? Cuando la escuela Nº 4 fue ocupada por los alumnos, debido a las deplorables condiciones edilicias que presentaba, los chicos pusieron un cartel que da cuenta de lo que sucede, y es un analizador privilegiado: “EL SILENCIO Y LA MENTIRA TAMBIÉN SON VIOLENCIA”.

Cuando la instancia de identificación de la adolescencia se remite a la falta de verdaderos actores de la historia, y sólo aparecen simples comparsas (efecto Cromagnon), sin duda, uno se vuelve el simulacro de su propio ideal. Triunfa la inquietud el desconcierto y el desánimo.

Muchas de las nuevas formas de convivencia son sólo prácticas secuenciales, fragmentarias, casi experimentales y de futuro incierto. La gran masa de adolescentes ha atravesado parte de su existencia en una inmensa ausencia de “ser”. Están los que pueden acceder al consumo o los que viven el desamparo y el sufrimiento. Egresados sin diploma que engrosan las filas de futuros desempleados y en el mejor de los casos emigrantes.

Despojada la institución escolar de las significaciones y valores que la fundaron, la escuela se ve cada vez más reducida a funciones de instrumentalización, selección y control para aumentar las filas del consumo o de la desocupación. Vivimos en una sociedad en la cual el extrañamiento domina la escena. Desorientados y perdidos en el tiempo y en el espacio, sin un lugar y sin una consistencia subjetiva palpable, sin la familiaridad de ciertas relaciones y contratos que hasta ayer eran válidos. Esta es la “identidad no colectiva” que nos propone la globalización. Son países que necesitan que algunos de sus integrantes estén en un “no lugar”, por lo tanto, parte de sus miembros asumen un lugar de “sobrantes”.

Es así como el trabajo y la educación se convierten en dispositivos aislados e incomunicados pero, también son condiciones de inclusión o de exclusión. Si el acceso a aquéllos determina una transformación social, su restricción promueve pauperización. Un cartonero comentaba en una reunión en una escuela para pedir talleres de alfabetización: “Estamos creando una generación de cartoneritos.”

La robustez de una sociedad reside en los espacios creados por los propios integrantes para articular colectivamente la trama social de la cooperación, integración y complementariedad de las potencialidades individuales. La red social no es algo dado, instituido y fijo, es un lugar abierto donde el poder circula y donde se anuda y desanuda de acuerdo a un futuro y en la obstinada permanencia de nuestros sueños. Somos tan sólo los sobrevivientes de una catástrofe política.

Escepticismo, prostitución adolescente, violencia cotidiana en aumento. Muchos de los símbolos actuales de identidad, como ya fue dicho, tienen su origen en el mercado y en el consumo. La reestructuración de las identidades en torno a consumos globales traza líneas de pertenencia que rebasan los límites locales e instalan otros límites, donde el vínculo se establece por el acceso a la tecnología y esto es lo que define la posibilidad de ocupar un lugar. La violencia denuncia en cierto sentido esta mutación, este estado actual de las cosas.

Los jóvenes terminan coexistiendo con dos alternativas contrapuestas: “el no lugar” por la falta de identidad ciudadana, y una “sobreasignación desde una identidad estigmatizante”. La adolescencia se instituye como campo de batalla de fenómenos y conflictos sociales que reproduce y reformula. “Esta etapa de la vida como tal debe ser sostenida en tanto nos posibilita a la comunidad toda algún tipo de orden y responsabilidad dentro de lo incomprensible cotidiano”.
“…Una comunidad para merecer tal nombre, debe apoyarse en la idea de que sus miembros asumen una responsabilidad compartida por cada uno de los que la integran. No puede haber una sociedad sin un sentido y una práctica de la responsabilidad. Y si la capacidad de carga de los puentes se mide por la fuerza de sus pilares mas débiles, la solidaridad de una comuna se mide por el bienestar y la dignidad de sus miembros más débiles…” (Extractado del libro Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos de Zygmunt Bauman, Editorial Fondo de Cultura Económica).

Lo que sucede casi a diario en nuestras escuelas y en algunos casos es tapa de diarios o noticia televisiva como la violencia escolar, el maltrato de alumnos a docentes y viceversa o de padres a docentes y alumnos, armas en la escuela, etc., etc., son analizadores de las condiciones en que se desarrolla el proceso educativo en el aquí y ahora de los educadores y educandos, en la Argentina. Hay continuos y pequeños maltratos diarios. Hace mucho que los docentes vienen reclamando una mayor formación y otra mirada sobre lo que ocurre puertas adentro de los colegios; réplica deformada de la violencia del afuera. Trabajo y educación han sido prácticas privilegiadas para dar sentido a la identidad en la modernidad; sin embargo, el proceso histórico pone de manifiesto la crisis de estos modos de socialización.

Muchos de los símbolos actuales de la identidad posmoderna tienen su origen en el mercado, en el puro presente del consumo (CONSUMIR Y SER CONSUMIDO), y no en el rescate de un pasado histórico. Y es en los espacios de la vida cotidiana donde se dirime la lucha por la construcción de sentido. Pero si en estos espacios (familia, colegios, clubes, plazas, calles, etc.) se instala un clima de peligrosidad en los vínculos, predominará la desconfianza, el desamparo y la inseguridad.

Nuestra sociedad instaura un vínculo con sus jóvenes, que recrea en muchos puntos al de un inmigrante. El joven al des-ciudadanizarse, pasa a ser un extraño, un sujeto que ya no tiene derechos ni reglas establecidas a priori. Su lugar de alojamiento ha sido vulnerado.

La escuela como agente privilegiado de socialización se ha debilitado y, no obstante, sigue siendo para nuestros chicos el lugar donde expresar aquello que les sucede. Los docentes deben estar preparados a escuchar y a participar de un proceso social de recuperación de la historia. Quien se apropia de su historia recupera su palabra. El desafío -una vez más-, es no retroceder frente al conflicto, para soportarlo y desplegarlo; pero en forma colectiva y grupal. Nada de lo que acontece en las escuelas puede ser resuelto individualmente. Se correría el peligro de reinstalar una vez mas la escena entre una víctima y un victimario. Nuestro país tiene una crónica que da cuenta una y otra vez de este imaginario. Nosotros en tanto intelectuales debemos ser militantes de la verdad e incorporarnos al devenir paradójico y violento de las verdades y no retroceder frente a ellas.
Monika Arredondo
Psicoanalista –Analista institucional
monikaarredondo [at] uolsinectis.com.ar

 

 
Articulo publicado en
Marzo / 2006

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