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Talking cure - Hablar, cura

 

La primera vez que escuché para qué servía el psicoanálisis, la profesora habló de la cura por la palabra. El nombre con que Anna O. había bautizado lo que sucedía en esas consultas con un joven e inexperto Sigmund Freud. Me había impresionado (¿o sorprendido?) la metáfora de la limpieza de chimenea. Tal vez porque mi cabeza siempre fue un hervidero de pensares, un atolladero de palabras.

“La palabra es una flecha ardiente que llevamos clavada”, afirma Juarroz.

Encontrarme (y desencontrarme también) con Lacan y su inconsciente estructurado como un lenguaje, terminó por acercarme a esta forma de mirar, pensar y habitar el mundo que viene armándose desde el temblor literario que pulsa en mí desde niña.

Lejos de cerrarse sobre sí misma, la pregunta insiste: ¿cómo es posible una cura por la palabra?

Palabras y más palabras…

Palabras oídas, palabras dichas, palabras escritas, palabras acalladas, palabras silenciadas…

El lenguaje nos recorta un territorio en el vasto mapa del mundo; así también nos clasifica, nos cataloga, nos incluye o excluye con categorías que son construcciones sociales, consensos sostenidos y, a veces, poco cuestionados.

“La palabra es una flecha ardiente que llevamos clavada”, afirma Juarroz. Quizá otra manera de decir lo que Lacan: que los seres humanos estamos enfermos de lenguaje.

En un lúcido libro, Nancy Huston, habla de la humanidad como la especie fabuladora. Esto es, una especie que, a diferencia de los animales, se construye a partir de relatos, historias y ficciones. Refiriéndose al mundo humano dice: “Sólo nosotros fantaseamos, extrapolamos y tejemos historias para sobrevivir”. La construcción de un sentido posible, en este sinsentido de una existencia de la cual sabemos que tiene principio y fin, se hace con palabras.

Cada palabra que nos dicen, nos ubica en un lugar, nos construye un relato, arma la ficción del (¿nuestro?) yo.

El lenguaje nos filia, nos hace parte de una especie, herederxs de un linaje, contemporánexs de una época determinada, con sus avatares, revoluciones y luchas. 

El lenguaje nos recorta un territorio en el vasto mapa del mundo; así también nos clasifica, nos cataloga, nos incluye o excluye con categorías que son construcciones sociales, consensos sostenidos y, a veces, poco cuestionados. Tenemos o no existencia ante los ojos de los discursos dominantes (durante mucho tiempo mayoritariamente masculinos).

Lo que no se nombra, no tiene lugar. Por eso es tan necesario poner palabras a todo aquello que no aparece en los vetustos diccionarios que nos armaron.

Antes de hablar, somos habladxs, habitadxs por palabras, moldeadxs por ellas luego de ser tamizadas por esx otrx humanx que nos baña con su lengua, incluso antes de nacer (no siempre ni necesariamente se trata un baño apacible).

Al principio, quién soy, es un relato, una narración, un invento literario que otras personas construyeron por, para y sobre mí. Luego (en el mejor de los casos) advendrá la posibilidad sartriana de ser lo que hagamos con lo que hicieron de nosotrxs.

Todos esos relatos - dice Huston - son ficciones que “se introducen en nuestro cerebro, lo forman y lo transforman. Más que crearlas, son ellas las que nos crean a nosotros, las que componen para cada uno de nosotros, en los primeros años de vida, un yo”.

Las ficciones son necesarias, a través de ellas nos llega la identidad: nombre, apellido, fecha y lugar de nacimiento, genealogía, sexo-género, procedencia étnica, lengua, intereses, gustos, mitos familiares, elecciones… el listado es extenso. Todas, ficciones que nos construyen un mundo, que nos construyen en el mundo.

Ficciones lenguajeras que tienen por objeto la domesticación[1].

¿El lenguaje? “…apenas un edificio de mandatos, prejuicios y miedos…” – dice Claudia Masin. Un edificio que podemos habitar mansamente, o en el que podemos comportarnos como unx vecinx ruidosx y desobediente.

Ahora bien, si el lenguaje enferma y domestica… ¿cómo es posible una cura por la palabra? Claudia lo dice poéticamente: “¿cómo podrían las palabras curarnos de la peste que ellas mismas han descargado sobre nosotros?”.

Y… ¿qué tiene el psicoanálisis que ver con todo esto?

Aún, el psicoanálisis.

No hay psicoanálisis que no se entrame en y con las palabras, con los relatos, con las historias que nos narramos sobre el mundo, sobre nosotrxs.

La palabra es la urdimbre de las prácticas psicoanalíticas (la pluralidad no es un error de tipeo). ¿Cómo no hacer de ella una cura?

Curar por (a través de) la palabra, invita al movimiento.

Curar por la palabra, es muy diferente a curar con la palabra. No se trata de un con-vencimiento, sino de un atravesamiento, del que se sale distintx.

Curar por (a través de) la palabra, invita al movimiento.

El texto de lo que sucede en el encuentro entre alguien que consulta y alguien que oye desde su estar analista[2], tiene más de escritura poética que de prescripción y consejo médico. Por eso es posible y enriquecedor dialogar con lxs poetas, así sea para pelearse.

En un necesario libro, Claudia Masin nos invita a recorrer a su lado una no tan simple pregunta: “¿La poesía cura?”. Y allí se abre, para mí, la dimensión reflexiva que me lleva a escribir este texto.

El cobijo de la angustia, eterna invitada a los consultorios, a la que le hacemos lugar, abrigamos y tendemos la escucha – sólo por el tiempo necesario – para que nos oriente.

En el psicoanálisis, la palabra cura, porque tiene más de poético que de científico.

Porque lo que sucede en ese espacio destinado a la propia historia, no sólo es relato hablado; es, fundamentalmente, escritura y reescritura.

“Transmutación alquímica”, “conversación y escucha”, “refugio inmunológico”, enumera la autora en ese libro, refiriéndose a la escritura. ¿Acaso el psicoanálisis no es esa escritura?

La puesta en palabras, ante alguien disponible y dispuestx a escuchar, de todo aquello que daña. Daño recibido, daño hecho, daño autoinfringido.  

El cobijo de la angustia, eterna invitada a los consultorios, a la que le hacemos lugar, abrigamos y tendemos la escucha – sólo por el tiempo necesario – para que nos oriente.

Espacio de armado y rearmado de múltiples versiones del yo. Sí, porque el yo también tiene un lugar en las consultas. Es quien se deja decir por las palabras.

Sitio-papel donde es posible escribir acerca de los monstruos, reales e imaginarios, siempre temidos; para así reconocer (reparar en) eso que se ha construido.

Como dice Masin, la cura es reparación: no como soldadura de lo que está roto, no como entrega de una certeza inamovible. Más bien como posibilidad de detenimiento de la mirada, de reconocimiento de las esquinas que estructuran determinado relato. Una manera de reparar, abrigadxs en el reparo de otrx y no en la soledad de la intemperie.

“La certidumbre de que todo está escrito nos anula y nos afantasma” decía Borges. Piglia agrega: “Quizás la mayor enseñanza de Borges sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye sino también de quien la lee. La ficción es también una posición del intérprete. No se narra para recordar, sino para hacer ver”.

En el encuentro con un oyente psicoanalista[3] es posible compartir la escena de lo narrado, para hilvanarla diferente, para dar otro orden a los hilos existentes, para ubicar nuevas puntas del ovillo por donde entrarle. A veces, incluso, para tomar la donación que ese oyente-intérprete hace de algunos significantes que puedan devenir cimiento en nuevas construcciones posibles.

No se trata de que el dolor cese por completo. Que al menos el sufrimiento mengüe. Que algo con forma de alivio llegue de la mano de esas otras formas de nombrar el pasado, el presente y, claro que sí, también el futuro. 

En un sincero libro autobiográfico, Carrère dice: “Para vivir se necesita un relato”.

Aún con los monstruos, estocadas y dolores, creo que el psicoanálisis puede alumbrar[4] ficciones más justas, más bellas, más poéticas, más habitables. ¿Ficciones más respirables?

Valga todo lo dicho para lo singular y lo colectivo.

 

Lorena Culasso. Lic. en Psicología y docente universitaria.
lorenaculasso [at] gmail.com

 

Notas

[1] Imposible no pensar en la Tesis de Camila Sosa Villada ante esta palabra.

[2] Ulloa dixit.

[3] Tomo esta idea de Adriana Rubinstein.

[4] Dar luz y dar a luz.

 

Bibliografía

- Carrère, Emmanuel. Yoga. Anagrama. Barcelona. 2021.

- Huston, Nancy. La especie fabuladora. Galaxia Gutemberg. España. 2017.

- Juarroz, Roberto. Poesía vertical. 9na. Edición. Calambur libros. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 2021.

- Masin, Claudia. Curar y ser curados. Poesía y reparación. Las Furias. Buenos Aires. 2022.

- Piglia, Ricardo. El último lector. Anagrama. Barcelona. 2009.

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Articulo publicado en
Enero / 2024

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