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Coordinación de grupos ¿oficio de tejedores?

 

Tejer es una tarea que puede desarrollarse tanto en el centro del hogar, entre manos y agujas conocidas, esperando -por ejemplo- una nueva vida; como una tarea industrial, que produce valor de uso y de intercambio, tanto como abrigo.
En ambos casos, entrelazada entre un extremo y otro de su hebra, a los tejedores.
Quizás por ello nos nació como metáfora, para poder trasmitir en estas breves líneas, nuestro aprendizaje emergido de la práctica, de las charlas luego y antes de cada encuentro, de cada clase, taller o intervención que realizamos desde este oficio que nos ha convocado hace ya más de veinte años.

Dicen los discípulos del Dr. Enrique Pichon-Rivière, que el mismo gustaba de observar a sus pacientes y estudiantes desde su cotidianeidad, sus posturas corporales, su gestualidad y desde allí, pensar dispositivos desde donde operar (Simonetti, A.; 2014).

Muy similar fue el camino que nos acercó a estas reflexiones, atentos como estamos -también- a la ruptura de los estereotipos en quienes nos colocamos en la asimetría para acompañar procesos de producción colectiva en la actualidad.

Seguramente dependa de la lectura que hagamos de las circunstancias que nos tocan transitar; lo cierto es que nuestra tarea de coordinar grupos nos viene mostrando la necesidad de profundizar las reflexiones respecto de la persona de quien coordina. Nos referimos a su formación, sí, pero sobre todo a su autoconocimiento, su capacidad de cuestionar y cuestionarse, sus contradicciones internas, su duelos transitados o no, sus agujeros negros, su aceptación del cuerpo y su afectación en el encuentro; es decir, no solo a la pertinencia en la aplicación de las técnicas.

Coordinar requiere formación, entrenamiento para estar en ese lugar donde ser soporte y aporte para esos ir siendo que se producen en las grupalidades

Sentimos necesario en este punto, también, subrayar la no neutralidad de esta tarea respecto del contexto social en el que estemos deviniendo operador/a psicosocial, ya que este anudamiento, además de ser un ingrediente del dispositivo, implica, sobre todo, un posicionamiento o una cosmovisión ético-estética. La misma que se sostiene en una concepción de salud como un bien colectivo, determinado socialmente y cargado del componente de la participación y la transformación, más que de la ausencia de enfermedad.

Quizás este anudamiento nos coloca ante una paradoja, que es la de esta percepción que vamos construyendo desde nuestra praxis en la que se nos hace necesario poner la mirada en la persona del coordinador/a para poder potenciar el acompañamiento de grupos, equipos y organizaciones.

En especial este contexto que compartimos, donde el narcisismo es más un adjetivo calificativo que una patología y por lo mismo, donde la construcción de una estructura a la que llamamos grupo (que es -a su vez- un persistente siendo) es una tarea altamente compleja y arriesgada.

Desde ese lugar, nuestra mirada, que emerge de un mundo interno dispuesto para el sostén tanto como para la autocontención, nos va develando en cada reunión, ante cada tarea, que nos faltan nudos y nos sobran moñas en el tejido de lo grupal-social, para sostener lo que adviene siniestro en el encuentro, cuando este es vivido como ataque, dificultándose así, el poder transformarlo en lo maravilloso (Zito Lema, V.; 1976).

La habilidad -o el sentido último- de coordinar, residiría en facilitar condiciones para el movimiento, la comunicación, el tramitar los conflictos. Esta “facilitación” buscaría el despliegue de esa fuerza que puede ser instituyente: “desplegar lo plegado” al decir de Susana Evans (2001: 12).

Coordinar, entonces, nos desafía a colaborar con significar miradas, reacciones, posturas y decisiones en ese entramado que se construye y deconstruye en medio de sensaciones y sentimientos contradictorios y ambivalentes, a la vez que tensionan y dan densidad a la dinámica colectiva.

Alfredo Moffatt recuerda frecuentemente en sus clases, la imagen que a su vez usaba Pichon para ayudar a comprender la tarea del coordinador de grupos, la idea del tiempo, la palabra, la participación como una pizza dividida en porciones: cada cual puede hacer uso de la suya como quiera, y el coordinador/a tiene como tarea, asegurar que cada uno pueda hacer lo que quiera, con la que le corresponde.

Coordinar con estas coordenadas, requiere -entonces- formación, entrenamiento para estar en ese lugar donde ser soporte y aporte para esos ir siendo que se producen en las grupalidades. Cambios, devenires, sobreentendidos, malentendidos: un flujo incesante que no se detiene y que toma cuerpo bajo la forma de conflicto.

Podemos afirmar también, que coordinar grupos o equipos es una tarea política, que colabora -a su vez- con una recreación de lo político en la medida en que ayuda a entretejer polis; una polis hoy jaqueada sistemáticamente desde la subjetividad emergente de un mercado erigido como único horizonte posible para lo social.

La tarea del coordinador consistiría, en definitiva, en sostener el espacio y el tiempo para que tenga oportunidad el (un) lazo social complejizado y enriquecido.

Quizás el principal factor por el cual tenemos que proponernos un trabajo sobre y desde la persona de quien coordina, es respecto de la imagen de la pizza que encontró Pichon-Rivière por los años 60’s y 70’s, ya que el problema actual en nuestras prácticas, no es que alguien se coma dos o tres porciones, sino más bien que muy pocos participantes cuentan con la representación interna de una estructura totalizante y totalizable a ser compartida: lo que encontramos es que cada quien se encuentra habilitado para ver una porción(la que tratará que sea “suya”).

Pareciera, a veces, que el vector cooperación (Iñon, C., 1997) desde el cual la psicología social apoya su mirada para evaluar el andar de los grupos, está desinstalado y lo que cada quien puede hacer es defender la porción propia, su derecho de consumo, sin indagar el alcance de la estructura.

Casi como si no pudiera encontrarse habitación en el mundo interno (Quiroga, A., 1985)para lo vincular, un lugar para los otros en relación -ese grupo interno que nos sostiene desde dentro- ante el comienzo de cada nueva trama, entonces: ¿qué alberga el coordinador en su mundo interno, si lo dificultado está justo en la acción de tejer?, ¿quizás éste sea el principal pliegue a desplegar?

Repensar el contexto es repensar la práctica

Decíamos más arriba que nuestra práctica como operadores sociales nos encuentra actualmente con personas que llegan con intención de armar equipos o grupos, pero desde historias vinculares diezmadas en sus ofertas de entretejido.

Por ello pensamos en el vector cooperación como eje de reflexión de nuestra práctica, porque lo entendemos ligado a los efectos descritos y también porque nos pone a pensar los efectos de una trama social que ha modificado en los últimos treinta años el lugar y la estructura del trabajo, como organizador y creador de subjetividad.

El problema actual en nuestras prácticas es que muy pocos participantes cuentan con la representación interna de una estructura totalizante y totalizable a ser compartida

El sentido que le damos a trabajar es el de “hacer algo” para transformar la resistencia que nos opone el inconsciente y lo material, en un mundo que es el mundo de las relaciones sociales, el mundo externo (Quiroga, A., 1985), que se ofrece como escenario y molde de nuestro mundo interno.

Por ello, las vivencias de vertiginosidad, las largas horas de ausencia de diálogo por empleo o por la búsqueda de empleo; el estar conectados a la tecnología y/o muy lejanos de nuestros cuerpos, sin duda afectan la oportunidad de vínculo con otros. Esos encuentros concretos son los que nos permiten ir siendo, y necesitan de un tiempo y espacio compartido, transitados con los colores, los olores y las palabras para hacerse carne y en general, los escenarios de lo grupal son los que nos ofrecen estas oportunidades, organizados en torno a la tarea (Pichon-Rivière, E., 1985).

Los coordinadores necesitamos espacios donde trabajarnos desde el cuerpo y hacia la palabra

Y todo este camino es también necesaria y rigurosa tarea sobre la persona del coordinador/a, a fin de devenir en instrumento sin descuidar lo ético, o como decimos en este oficio, ofrecerse como depositario operativo (Fabris, F., 2011.).

Los coordinadores necesitamos espacios donde trabajarnos desde el cuerpo y hacia la palabra y, desde allí, descubrir la necesidad y las modalidades de albergar y sostener hoy el ir siendo grupo en este escenario en que se nos ha vuelto difusa la representación de una pizza compartida, a pesar de que sea hoy -quizás por eso mismo- más fácil el llegar a consumirla.

Por ello, para nosotros, la imagen a proponer hoy para imaginar la tarea del coordinador/a es más parecida a la de un tejedor de telar, o aún a veces, un/a tejedor de crochet con sólo una aguja como instrumento disponible.

Con este desafío nos encontramos y fuimos descubriendo como punto de urgencia también en la tarea formativa el conocernos, el mirarnos, es decir: trabajar desde la persona, su densidad, la corporalidad, los agujeros negros del mundo interno, que le permiten portar la función de coordinación y desplegar con los otros, su rol.

Contamos como rieles de ese aprendizaje, con lo recibido de quienes nos formaron en psicología social sobre el concepto de actitud psicológica (Miranda, B.,1988), no como una teoría, sino como un aprendizaje de la praxis misma de la formación, un ir siendo en el fluir de un quehacer que convierte sus rasgos constitutivos en gestos cotidianos, en una conducta más que una herramienta.

De la militancia en la resistencia contra el autoritarismo, recibimos la práctica de la crítica y autocrítica como parte esencial de la evaluación de la tarea; y de la poesía y los poetas, el valor de las asociaciones insólitas, los climas creativos, los actos transgresores que abren nuevas posibilidades, la necesidad de estar abiertos a la vida.

De lo lúdico, la capacidad de flexibilizar y generar ambientes posibles para la interacción y potentes para espacializar los conflictos.

Todas estas herencias del camino de nuestros aprendizajes, convertidas en memoria al integrarse en nuestro proyecto, también son recursos de la persona del coordinador/a, esto es: toda escena que nos coloque en el centro del tejido de un vínculo significativo, crea un nido en el mundo interno que nos entrena para alojar el tiempo necesitado para el tejido de un nuevo lazo y nos va deviniendo “depositarios operativos oportunos y situados”.

Superar esta paradoja de hoy, donde coordinar es tejer, quizás pueda darse desde aquella máxima “conócete a ti mismo”, en la particularidad de este tiempo de la cultura.

El nudo de nuestra persona, siendo coordinadores/as, es el pivote desde donde comenzar a tejer, por ello creamos espacios desde donde mirarnos y reconocer quienes somos, para que el signo de nuestro proyecto de existencia no sea cooptado por una necesidad de responder al reflejo de los espejos que ofrece el sistema capitalista globalizado.

Para ello anudamos espacios de trabajo para coordinadores/as para espacializar estos interrogantes, para reconocernos en la mirada deformante del otro, para vernos en las grietas del azogue y encontrarnos en la tarea de ir siendo quienes somos.

Re/memorando:

“sólo cuando pueden resolverse sus propias ansiedades y sus perturbaciones en la comunicación con los demás puede lograr una correcta interpretación de los conflictos ajenos. En la medida en que el sujeto dispone de un buen instrumento de trabajo resuelve incertidumbres e inseguridades, recién entonces es operador eficaz”

Pichón Rivière, E., El proceso Grupal

Bibliografía

Evans, S., “¿Qué coordina el coordinador?”, Revista Campo Grupal No 26, pp. 12-28, Bs As, 2001.

Fabris, F., “Ética en Psicología Social: el otro y su tarea”, 2011, www.espiraldialectica.com

Iñon, C., “Vectores del cono Invertido”, 1997, Material on line.

Miranda, B., Actitud psicológica, Ed. Cinco, Bs. As., 1988.

Zito Lema, V., Conversaciones con Enrique Pichon-Rivière sobre el arte y la locura, Timmerman Editores, Bs. As., 1976.

Pichon-Rivière, E., El Proceso Grupal, Nueva Visión, Bs. As., 1985.

Quiroga, A., Proceso de constitución del Mundo Interno, Ed. Cinco, Bs.As., 1985.

Simonetti, A., “Pichon, un creador de dispositivos desde lo existente” en Fabris, F. (comp.), Pichon-Rivière como autor latinoamericano, Editorial Lugar, Bs.As., 2014.

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Articulo publicado en
Abril / 2016

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