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Luis Buñuel o el navajazo en el ojo

 
(En el centenario de su nacimiento)

“Gracias a Dios continuo siendo ateo”
L.Buñuel

El 22 de febrero se cumplieron cien años del nacimiento del director aragonés, cuya obra cinematográfica dinamitó y dinamizó cierto orden y retórica visual burguesa existente, atravesando todas las tormentas culturales del siglo XX. Hoy después de diecisiete años de su desaparición física, todavía recordamos a ese hombre inaccesible, desconcertante, irreductible, que con su habilidad artística, supo moverse con libertad casi absoluta en los márgenes de un sistema cinematográfico capitalista cada vez más cerrado y homogéneo.
Perseguida por la dictadura de Franco, que la acosó con la misma ferocidad con que acosó a toda manifestación libre, la filmografía de Luis Buñuel va colocándose en su justo sitio, comparable a la de sus amigos Salvador Dalí, en pintura y Federico García Lorca en literatura. Buñuel conforma junto a estos artistas el “triángulo vanguardista español “que más marcó el arte de su tiempo
El centenario del nacimiento de Buñuel pone el punto y seguido a esa verdade ra “summa buñuelesca”, que conforman los incontables estudios críticos sobre la obra del director, que ya en su primer película “Un perro andaluz”(1928), en colaboración con Dalí, hirió para siempre el párpado blanco de la pantalla con su navaja de luz cinematográfica. “Un chien andalou”, aparentemente tan desaliñada, corta y esquemática, resultó ser uno de los films más ricos y más indefinibles de la historia del cine. Bajo lo” irracional” de su argumento, se revela el trágico frenesí de lo erótico, que nos evoca la novela de George Bataille, titulada “Histoire de l´Oeil” , novela que concluye con un climax muy a “lo Buñuel”: en su paroxismo erótico la chica y su amante, después de seducir a un sacerdote, le arrancan uno de sus ojos. La imagen no es una metáfora inapropiada para la segunda película de Buñuel, “L´Age d´or” (la Edad de oro ,de 1930).
Sin embargo, y a pesar de la celebridad de la que gozan hoy sus películas, el reconocimiento se le negó a Buñuel más de una vez. Durante más de treinta años fue conocido tan sólo por estas dos primeras películas, amén de “Los olvidados”(1950) y “Robinson Crusoe”(1952). No fue hasta que rodó en 1958 “Nazarín”, que el éxito se asomó a su carrera. La película fue recibida con entusiasmo por la crítica y se le otorgó la Palma de oro en Cannes y el premio A.Bazin. En Nazarín( 1958), Buñuel traslada la acción de la novela realista de Benito Pérez Galdós de España a México. El propio Buñuel dijo a propósito de este film emblemático: “En mi juventud pude entrever algo que, en el plano espiritual y poético, va mucho más allá que la moral cristiana. No soy tan presuntuoso como para desear cambiar el mundo. Es posible ser relativamente cristiano, pero el hombre absolutamente inocente, está condenado al fracaso”. Y como en las películas de Vittorio de Sica, parece claro que los mansos, decididamente, nunca heredarán la tierra.
Con “Viridiana” (1961), Buñuel volvió a poner su nombre en el candelero de manera ya permanente, y los que deseaban el retorno del maestro a su espíritu revulsivo y anárquico, lo hallaron más poderoso que nunca. Viridiana es un virulento ataque a la ética cristiana, y por haber sido realizada en la España de Franco, asombró a muchos, y no menos al propio Buñuel, que durante todos los avatares de la filmación hubo de poner en juego todo su sentido del humor,
para neutralizar tanto aire siniestro que lo rodeaba, pero finalmente, y como era de esperarse, la película fue prohibida en España.
Más aún que Nazarín, Viridiana puso de manifiesto la paradoja del enfoque de Buñuel sobre el cristianismo. Cuanto más violentamente ataca a la Iglesia, más sujetos aparecen sus personajes “religiosos” a las tentaciones. En este sentido, y al decir de Carlos Fuentes, Buñuel reunía todas las contradicciones más fuertes , como lo demuestra su conocida frase: “gracias a Dios soy ateo”. En fin era un hombre apasionado por lo subversivo y revolucionario de la idea original del cristianismo y sus lamentables y posteriores desviaciones. Tanto Buñuel como Bergman están en rebelión contra su propia tradición cristiana, de ahí lo vanguardista de su obra: verdadera síntesis y superación dialéctica de sus contradicciones internas. Sin embargo, lo genial de esta forma de rebeldía española, que atraviesa a modo de mínimo común denominador, todo el corpus de la obra de Buñuel, sólo comparable a las pinturas de Goya: revoluciona sin caer nunca en el dogmatismo o en una nueva dictadura, podríamos decir que el “surrealismo” de Buñuel está de acuerdo con el postulado trotskysta de la revolución permanente. Su inconformismo quería tener cierta cuota de clasicismo pero para violarlo, y encontrar así un detalle significativo y determinante. Este apasionado análisis sobre la naturaleza de la sociedad capitalista prosiguió en “El ángel exterminador” de 1962, realizada en el exilio mexicano, que también puede considerarse como una irónica mirada a un aspecto fatuo de la conducta y la vida humana: la cena de sociedad, donde el delirio inerte de los invitados se va inclinando gradualmente hacia la perpetración del crimen cuasi-religioso con la elección de una víctima propiciatoria.” El ángel exterminador”, es el clima espiritual del conformismo burgués llevado a su última conclusión de parálisis interior. Los prisioneros se ven atrapados dentro de sus redes sociales. Enfrentados con lo inexplicable, su racionalidad se desintegra en ideas fijas fetichistas. La violencia a la que recurren no significa ni trae consigo la liberación.
En 1965, Buñuel volvió a meter el dedo en la llaga con “Simón del desierto”, un relato acerca de un hombre que emula a San Simón, el estilita, un ridículo anacoreta del desierto que pasó treinta y siete años de su vida hasta su muerte en el año 495 D.C., sobre una columna de sesenta pies de altura cerca de Aleppo predicando a los peregrinos que llegaban de todas partes. Buñuel utiliza la figura histórica de Simón para realizar un pequeño "capricho" de cuarenta y dos minutos, con sus motivos favoritos: esos” pequeños monstruos goyescos” alienados y piadosos, depravados o colindantes con la psicopatía, perseguidores autodestruidos por una idea fija, movidos por el afán de purificación, que finalmente se verán obligados a enfrentarse al mundo real y materialista tal cual es, comprobando lo que dijo Lenin: “ todo es ilusión salvo el poder”.
Esa “emoción de la subversión”, se logra por la aplicación de la idea del cine como instrumento de poesía. ¿Pero qué es lo que Buñuel, a diferencia de otros artistas, introduce en el discurso cinematográfico para hacerlo conmovedor? Yo diría que algo del orden de los pies, la nostalgia de los “pasos perdidos” de Bretón. Los pies vistos por el ojo, el ojo visto por los pies, deseo y discurso del deseo. No es casual la insistencia de estas partes del cuerpo en la representación estética de Buñuel. Es como si de alguna manera se desplazara el centro de la gravedad del discurso cinematográfico, desde la cabeza a los pies, de una supraestructura a una real infraestructura.
Este surrealismo, no surge por generación espontánea. Aparte de las influencias poéticas, no se explica esta perspectiva sin los nombres clave de Marx y Freud, en tanto y en cuanto socavan una sociedad estancada, racionalista y burguesa, que presenta, en los años veinte, todos los síntomas de disgregación y senectud. Marx escarba en el sistema socioeconómico, Freud bucea en el inconsciente del individuo. Desde el romanticismo al surrealismo de Buñuel hay un hilo muy sutil: el descontento ante una sociedad que se estanca cada vez más. Y las mismas características románticas son aplicables a esta nueva estética: culto al yo, ansia de libertad política, sentimental, espíritu idealista, erotismo. El desprecio a la moral burguesa, el rechazo al arte oficial, la esperanza en la construcción de “otra realidad”. Estos distintos significados convergen hacia un tema central: la realización integral del hombre. Donde el humor abrirá para ello las puertas, el automatismo, las asociaciones libres y los sueños proporcionarán los materiales, el arte será su lenguaje, el psicoanálisis dará su sentido profundo y el marxismo aportará las posibilidades de efectiva realización. Tres personajes dirá Luis Buñuel que admira especialmente: Freud, Lenin y Einstein. Sin duda que su obra porta reminiscencias claras freudianas. Tanto “Un perro andaluz” en cine, como “La interpretación de los sueños” en el ámbito general de la cultura, representaron una revolución en los modos del mirar. Sus postulados se desarrollan desde el foco más vivo de nuestra naturaleza: el deseo. Después del “navajazo en el ojo” todo está dirigido a liberar las imágenes que el deseo despliega. En este sentido el cine de Buñuel no trata de un simple interés estético por los contenidos del inconsciente, sino de la integración de todos los estados mentales en un mismo nivel de valor expresivo para contribuir a la creación. El arte fue para Freud una vía de acceso al inconsciente, como lo eran el niño y el hombre primitivo. En Buñuel, el inconsciente es, también, una forma de apertura hacia el arte. El cine de Buñuel es a la realidad lo que el símbolo al inconsciente. Y su arte cinematográfico es el símbolo de nuestro tiempo: romper la relación del objeto y el mundo de lo “cotidiano”, es decir, de eliminar aquellos nexos lingüísticos que vinculaban el objeto a una tradición cultural. El nuevo objeto, el objeto onírico, el objeto de funcionamiento simbólico, el objeto móvil, no tiene que sacrificar , a diferencia de la estética racionalista-cartesiana, la eficacia expresiva o evocativa del objeto naturalista. La confluencia entre la técnica cinematográfica de Buñuel y el método de interpretación de los sueños de Freud, permitió crear “el simulacro surrealista”, definido por Artaud como la realización técnica de lo fantástico, una realidad tendente a la supresión y sustitución de lo real. El film “Un perro andaluz”, cuyo guión fue escrito por Dalí en una caja de zapatos, y realizado por Buñuel, suplanta la secuencia narrativa por una sucesión de asociaciones libres metonímicas no reflexivas. La boca de uno de los protagonistas se transforma en axila, la mujer vestida aparece alternativamente desnuda, la habitación en la que discurre el acoso sexual a la muchacha se convierte en una playa. La fragmentación de imágenes genera asociaciones emocionalmente más intensas: la angustia del ojo atravesado por la navaja, el rapto sexual, la repugnancia de los asnos en estado de putrefacción, las hormigas en la mano, etc., todo ello posee un impactante efecto de violencia emocional nunca antes visto en cine: la creación de una nueva realidad sintética, como “plusvalía” complementaria al mundo “real” de signo meramente racionalista, a favor de un proyecto dialéctico que ponga en la cúspide a una “razón apasionada”. De este modo lo que llamamos “realidad” implica el excedente de un espacio fantasmático que llena el “agujero negro” de lo real.
Luego vendrán películas como “La vía láctea”( 1968),sobre las herejías de la religión cristiana. El objetivo de Buñuel se centra tanto en el análisis de la sociedad, como en el ataque a una fe obsoleta. Las inolvidables actuaciones de Cathérine Deneuve en “Belle de Jour”(1966) y “Tristana” (1969) cerrarían el puente tendido desde aquel “perro andaluz”, pues sus películas posteriores: “El discreto encanto de la burguesía” (1972), “El fantasma de la libertad” (1974) y “Ese oscuro objeto del deseo” (1977), están de alguna manera, presentes en éste. Con más sentido del humor que del amor, Buñuel pudo, sin embargo, ayudar a “surrealizar” el cine. Su efectismo antiburgués, las provocaciones inmorales, o el pathos anticristiano y anticlerical son otros rasgos que pueden señalarse en este sentido.
Hay artistas que bailan al ritmo de su tiempo; algunos evolucionan según su lógica personal; otros evolucionan muy poco, llegan a la madurez muy pronto y continúan trabajando siempre en la misma dirección. Buñuel pertenece a una cuarta categoría. Durante más de 36 años, desde el invernadero del surrealismo parisino hasta su gran época de celebridad internacional, pasando por la etapa mexicana, sus películas han buceado en una amplia gama de experiencias muy notables por su consistencia. Su obra se caracteriza más por un despliegue en abanico que por una serie de repeticiones. Su vasta obra (más de 30 películas), a pesar de sus defectos, es un conjunto orgánico que contiene innumerables ecos y referencias cruzadas que a su vez generan las más amplias tensiones. Cada película fascinante en sí misma, añade un nuevo problema a las antiguas lealtades de Buñuel. Este es el director que, en palabras del gran historiador y pensador Román Gubern, atravesó todas las tormentas culturales del siglo XX. De pocos cineastas se puede decir que la historia del cine no sería la misma sin su obra.

Héctor J. Freire
Crítico de Arte
hector.freire [at] topia.com.ar
 

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Articulo publicado en
Octubre / 2000

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