La relectura, esa práctica imposible dado que uno nunca vuelve a un texto: uno siempre va en su búsqueda (y, para colmo, tampoco es uno mismo el que va)…
Los cien años, esa cifra que invita a la reflexión, que incita a la evaluación de una teoría que, basada en la sexualidad, se ha visto permanentemente expuesta a la castración…
La relectura de los Tres Ensayos un siglo después, legitima el interrogante: qué quedó, qué permanece vigente. Cuánto de lo allí expuesto fue superado aunque la repetición intente vanamente actualizarlo. Cuán obsoleto ha devenido aquello que por inicial, era tan precario; aquello que Freud planteó cuando todavía reconocía su “ignorancia por los procesos biológicos que constituyen la esencia de la sexualidad, no siéndonos posible (dice Freud) construir con los escasos datos que poseemos una teoría capaz de explicar suficientemente los caracteres, tanto normales como patológicos, de la actividad sexual.”
No obstante –monumental presencia- aquí están para interpelarnos. ¿Dónde reside, entonces, la condición de anticipo luminoso que encierran estos ensayos?
Tan necesario como ineludible, poner en serie los aciertos de entonces junto a los prejuicios, descartables ahora –hacer una lista para discriminar de lo que debe ser rescatado de lo que debe ser (o ya ha sido) sepultado- no debería ahorrarnos el trabajo de pensar cómo pudo ser. Cómo fue que Freud se atrevió a plantear la sexualidad infantil. Por qué en ese momento. Por qué ahí y así como lo hizo. ¿Cuánto de revelación y cuánto de encubrimiento supone la “sexualidad infantil”?
Si el mito tiene fundamento y alguna vez imaginó en lo real que cuando todo hubiera pasado, cuando todo se hubiera olvidado, el sentido inconsciente de los sueños iba a permanecer –inscripción en mármol pentélico- como testimonio de su aporte, le faltó arriesgar que cuando todo haya pasado, cuando todo quede olvidado, la sexualidad infantil estará allí para dar fe de su genialidad y de la insoslayable impronta del psicoanálisis en la ciencia y la cultura. Y, no por lo que Freud se adjudica en el límite entre la ignorancia, el olvido y la vanidad . No, por haber sido el primero en enunciarla (desde San Agustín en adelante son innumerables los autores que afirmaron la sexualidad infantil). No, por iniciador del trabajo deconstructivo que fundaron los estoicos al ligar sexo y procreación. No, por habilitar el placer al sexo, sino por que fue el único que lo hizo como piedra fundante de la construcción del sujeto normal; también del neurótico y del perverso pero, fundamentalmente, del sujeto “normal”; porque fue el único que lo hizo como teoría que, al describir los avatares de la libido (esa energía cualitativamente diferente a aquella otra, responsable de los “procesos anímicos”), sexualiza al niño y a la niña desde el inicio, lo que quiere decir que los inscribe como sujetos humanos al tiempo que libera a la sexualidad de los estrechos márgenes dentro de los que la genitalidad la mantenía constreñida. Quiero decir: de aquí en más, a partir de los Tres Ensayos, ser humano y ser sexuado pasan a ser una sola y misma cosa y, de aquí en más, la sexualidad humana desborda ampliamente lo que hasta ese momento se conocía como genitalidad.
De modo tal que no sería muy arriesgado sostener que no existe en la metapsicología freudiana un concepto más ligado a la cultura, más histórico (si pudiera decirse así), que la sexualidad infantil. La sexualidad infantil es el analizador primordial del psicoanálisis. Y Freud lo sabía. Las reiteradas citas al pie que fue agregando a lo largo de su vida ponen en evidencia que, para él, éste no era un trabajo más entre sus Obras Completas; que superaba en trascendencia, incluso, a un “Mas allá del principio de placer”, golpe de timón que cambió el destino de sus investigaciones. Éste fue, para el autor, un texto de referencia al que volvía siempre. De modo tal que las sucesivas relecturas de los Tres Ensayos los convirtieron en un texto en proceso y nos sitúa, ahora, en una encrucijada: en el cruce de un largo camino que nos desafía a continuar recorriéndolo en múltiples direcciones.
Si la intervención de Freud en el siglo XX se jugó con la publicación del libro de los sueños y los tres ensayos para una teoría sexual; si el siglo XX nació conmovido por el escándalo que provocó la sexualidad infantil, el siglo XXI vuelve a movilizarse ante el escándalo de la sexualidad infantil. Sólo que, esta vez, la sexualidad infantil acusa su presencia travestida de “abuso sexual”. Y no me refiero solamente a la literalidad del abuso (adultos que tienen relaciones sexuales con niños y con niñas, pornografía o prostitución infantil) sino al abuso perpetrado sobre el cuerpo de los niños por los medios de comunicación , las publicidades que inundan la ciudad, el Poder Judicial que para salvarlos los condena, en el mejor de los casos, al lugar de víctimas, los expertos que psicologizan el delito, el maltrato periodístico del abuso que se regodea en lo escabroso, y a otras formas subliminales de violencia que, por naturalizadas, se vuelven invisibles.
Si a principios del siglo XX Freud desnudó la hipocresía de la moral burguesa, si la cultura victoriana fue sacudida por el psicoanálisis, el cinismo de la sociedad de consumo actual se pone de manifiesto en una sexualidad “a la carta” donde parecería ser que ya no quedan límites para transgredir. Homosexualidad, travestismo, transgénero, intersexualidad, reivindican el legítimo derecho a una coexistencia light en una cultura que ha hecho de la heterosexualidad compulsiva su norma sagrada. Y es justamente ahora, justo aquí, cuando el ASI recupera el terreno perdido en décadas de oscuridad y silencio (a las que la sexualidad infantil contribuyó), para consagrarse como el gran protagonista de la escena . Nueva piedra del escándalo que articula una vez más sexualidad e infancia, aunque esta vez –otra vez- el retorno de lo reprimido y el ejercicio irrestricto del poder cubra a los niños con un manto de inocencia.
Una genealogía aleatoria nos permitiría afirmar que, si en un primer momento –culminación del poder del Estado Imperial (pero, también, de la Pax Britannica ) basado en una férrea moral familiarista y represiva de la sexualidad con sus ineludibles consecuencias: histeria, perversión y paidofilia- Freud se atrevió a internarse en la histeria a través del ASI (esto es: a partir de la desmesurada sexualidad de los adultos impresa sobre el cuerpo de los niños: teoría de la seducción), postulando al niño y a la niña como objetos de deseo, en un segundo momento Freud se atrevió a internarse en la historia a través de la sexualidad infantil (zonas erógenas, teoría de las fantasías inconscientes) para postular a la niña y al niño como sujetos de deseo aun a costa de renunciar al ASI. En un tercer momento -que es el nuestro- el “capitalismo global integrado” incluye a las nuevas formas de la histeria, al ASI –pero, también a los “normales”-, conformando una subjetividad de mercado que supone al niño y a la niña como sujetos y objetos de consumo.
Porque el caso es que Freud no hizo nacer a la sexualidad infantil de un repollo ni supuso que la trajo la cigüeña. La sexualidad infantil se instaló en la huella que dejó abierta la teoría de la seducción. Fue necesario que la teoría de la seducción caducara para poder acceder al Complejo de Edipo, al concepto de trauma como posterioridad retroactiva. En última instancia, la sexualidad infantil como concepto teórico desplegado a partir de la renuncia a la teoría de la seducción significó un salto cualitativo, un progreso enorme para aquello que comenzó, entonces, a teorizarse como el “mundo interno”. Pero, también -¡cómo ignorarlo!- pagó el precio de volver a invisibilizar el abuso sexual realmente cometido y a inocentizar a los perpetradores. Cuando Freud afirma que los relatos de abusos sexuales que poblaban su consulta eran producto de los deseos incestuosos de sus pacientes y no de acontecimientos reales, abre el camino a un campo inexplorado de investigación -la sexualidad perverso-polimorfa y la represión-, al tiempo que concede todo lo demás a los valores patriarcales dominantes.
De modo tal que un exceso de represión, la desmesura de la represión inconsciente desencadenó la epidemia de histeria que, a su vez, suscitó el psicoanálisis. Es probable que la histeria no haya sido la causa del psicoanálisis, pero nada nos impide inscribirla como su factor desencadenante. Y el psicoanálisis vino así a descubrir una sexualidad inherente al ser humano, que fue fundamental para la comprensión del sujeto más allá del individuo, al tiempo que reforzó, Edipo mediante, la condición familiarista de la sociedad responsabilizando a la mujer en su calidad de madre por la salud física y mental de los hijos , y limitando al padre-varón a la función de interdictor: agente de la castración y garante del corte.
De modo tal que un defecto de la represión, la desmesura de una falla en la represión desató una ola que más que ola parece un tsunami de abuso sexual infantil . Y el abuso sexual infantil rompió el silencio que lo ocultaba -o que lo naturalizaba como hábito y costumbre de pobres y de marginales, cuando no de enfermos mentales- para convertirse en un verdadero analizador de la cultura actual. No sólo por el horror que produce una práctica francamente reñida con la moral convencional sino, también, porque es en el abuso sexual infantil donde la preceptiva patriarcal lleva al límite los imperativos impuestos por la sociedad de consumo, y se hace evidente la condición de mercancía de los cuerpos cuyo aprovechamiento y goce tienen un costo y un rendimiento que se juega en el intento fallido de restituir el poder (¿perdido?) a los varones.
Si en la primera etapa el psicoanálisis difundió una versión edípica que reclamaba a gritos la presencia del padre y su Metáfora para salvar la cría del deseo de la madre, en esta segunda etapa parecería ser que a gritos deben las madres salvar a los niños del cuerpo a cuerpo con los padres. Justo cuando los padres, que a lo largo de los siglos consiguieron una bien ganada fama de “ausentes”, habían iniciado por razones más legítimas (el amor, ante todo) o más espurias (el desempleo que los devuelve a la retaguardia de la esfera doméstica cuando han fracasado en la esfera pública), pero habían iniciado, al fin, un movimiento tendiente a involucrarse como nunca antes en tareas de crianza (que, dicho sea de paso, son las que han convalidado durante toda la historia de la humanidad la injusta distribución de derechos entre varones y mujeres), justo ahora aparece el ASI para disuadir a las mujeres y también a los varones de la conveniente proximidad de los niños con sus padres.
Pues bien: de eso se trata. De salvar a los niños o, al menos, de no contribuir a su exterminio o a su arrasamiento físico y moral. Más que salvarlos, se trata de garantizar la vigencia de sus derechos, reconocerlos como sujetos deseantes. Porque, tal vez, antes que en el deseo de las madres, antes que en el abuso de los padres, el peligro reside en la captura que la cultura regida por los valores del mercado ejerce sobre esa madre, sobre ese padre y sobre el cuerpo y la mente del niño o de la niña. Esa imposición, ese despojo, la tiranía que la cultura regida por los valores del mercado ejerce sobre los cuerpos, vuelve necesaria la interdicción, la construcción de un espacio para que el deseo pueda desplegarse y el goce interrumpirse, tarea que difícilmente pueda llevarse a cabo a nivel individual en la privacidad de un consultorio.
De modo tal que si la intervención del psicoanálisis fue fundamental en el siglo XX para aportar a una transformación en la manera en que la moral burguesa regulaba la sexualidad, en esta etapa de la historia modulada por el ASI lo fundamental sería que el psicoanálisis se retirara -después de todo la Teoría psicoanalítica es en ultima instancia la teoría de por qué su practica clínica está condenada a fracasar - o interviniera aportando recursos novedosos para instituir formas originales que posibilitaran romper las identificaciones libidinales con un Poder que sólo busca la desaparición del otro .
Quiero decir: es imprescindible que las niñas víctimas de abuso, los niños víctimas de abuso, los abusadores, no sólo reciban atención psicoanalítica sino que los propios psicoanalistas acepten el desafío de construir instrumentos teóricos para dar cuenta del impacto traumático que el abuso supone, de las complicidades inconscientes con el Poder que ligó el deseo a las representaciones mortíferas que el mismo Poder puso a su disposición y, más aun, es fundamental construir un discurso psicoanalítico que pueda articularse con el discurso jurídico . Pero no es con el psicoanálisis tradicional, no es desde la profesión de psicoanalista que podremos articular las acciones que reclama el imaginario social para su transformación. Las iniciativas judiciales, los tratamientos psicoanalíticos, necesarios e ineludibles como son, no pueden ocupar el lugar de aquellas intervenciones que apuntan a la comprensión socioanalítica de un problema que es, en última instancia, un problema social y político .
Si el ASI es el botón de muestra, si el ASI es la expresión de un Otro fundamentalista que de manera irrestricta -a lo Bush- goza como el protopadre que Freud describió en El Malestar en la Cultura , la intervención del psicoanálisis debería hacerse justo allí, siguiendo el plano de clivaje que marca el Poder infiltrado hasta en el inconsciente individual tanto del niño víctima de abuso, como de la madre cómplice y del padre o el adulto abusador…y de los psicoanalistas, y los trabajadores sociales, y los expertos, y los jueces. La intervención del psicoanálisis debería llevarnos hasta ese Poder infiltrado que se expresa como “maldad del Ello” si con ese nombre podemos aludir a la violencia “estructurada y motivada por la más elemental desproporción en la relación entre el Yo y el goce, por la tensión entre el placer y el cuerpo extraño del goce.” La intervención psicoanalítica debería subordinarse a un dispositivo que tuviera al análisis institucional (Loureau), al esquizoanálisis (Deleuze y Guattari), y a todas aquellas disciplinas que apuntan a la formación político-económico-social y libidinal de la sociedad en que vivimos, para garantizar no ya su eficacia sino la posibilidad de no quedar atrapada por la compulsión repetitiva.
Para intentar fundamentar lo que aquí afirmo, está a disposición de las lectoras y de los lectores el texto que continúa en el sitio de Topia.
Freud no hizo nacer a la sexualidad infantil de un repollo ni supuso que la trajo la cigüeña de París. Pero de París trajo la idea. Freud supo a partir de su estancia en París de la plaga (la verdadera plaga de la histeria, antes de la que vendría después: la del psicoanálisis) y también del ASI.
París. 1885. Una epidemia de histeria. La Europa victoriana estaba arrasada por una epidemia de histeria. Y, para eso, contra eso, un cuartel general: la Salpetrière dominada por una mezcla de Supremo Pontífice, General de Ejército, Señor feudal: el “rey Charcot” . Cuando Freud arriba, a los veintinueve años, la Salpetrière, era ya, con sus ocho mil camas, el mayor hospital de Europa. Esa enorme “ciudad de los locos” albergaba a una multitud de mujeres devoradas por pasiones “morbosas”. Empapadas, aullantes, sudorosas, poseídas por impulsos obscenos, esas mujeres desafiaron a Freud. No sólo las mujeres. Antes bien, lo que fascinó a Freud fue el espectáculo proporcionado por el enfrentamiento entre dos poderes: las mujeres insubordinadas por la histeria (ese “feminismo espontáneo” ) por un lado, y el gran Charcot conquistándolas a través de la hipnosis, por el otro. Ante él, el poder psiquiátrico del médico dominando la lascivia incontenible del cuerpo femenino. Un hombre, domesticando a esas mujeres exaltadas como “fieras”. Allí, tanto el ataque histérico como la supresión del síntoma quedaban en mano del domador. Fue entonces cuando Freud pudo comenzar a vislumbrar la etiología sexual de la histeria, desvinculando la enfermedad de su base anatomofisiológica, esto es, del poder médico (Charcot), para llevar a las mujeres portadoras de la enfermedad, a su propio coto de poder. Después de todo, como bien señala Foucault, la histeria es un producto del deseo del médico . Entonces, Freud iba a escucharlas. Él iba a comprenderlas y, por lo tanto, a creer en esos relatos acerca de la seducción padecida.
Pero antes Freud había pagado el “derecho de piso” en la Salpetrière pasando por el laboratorio de anatomía patológica para investigar en los preparados de cerebros infantiles. Y en la morgue de París había asistido a las autopsias forenses de Brouardel a quien había conocido en una velada en casa de Charcot. Brouardel era el autor de un texto - Atentado contra la moral - donde sostenía que los ultrajes al pudor y “las agresiones sexuales, eran crímenes que se cometían en el hogar”. Primera evidencia de cómo el cuerpo de las niñas y de los niños eran destinatarios de la violencia de los adultos con quienes convivían. De modo tal que Freud supo del incesto y del abuso sexual ejercido por los adultos a raíz de las enseñanzas de Tardieu, Lacassagne, Bernard y Brouardel. Tardieu, por entonces decano de la Facultad de Medicina de París, también era médico forense y autor de un texto emblemático: Estudio médico legal sobre atentados contra las costumbres . Había registrado entre 1858 y 1869, 11.576 casos de personas acusadas de violación e incesto. Casi todas las víctimas eran niñas menores de diez y seis años. Por su parte, Lacassagne, que era profesor de medicina legal en Lyon y fundador de los archivos de Antropología Criminal y de Ciencias Penales, había hecho de la denuncia del ataque sexual a las niñas, una verdadera cruzada. También Bernard, autor del Atentado contra el pudor de las niñas , resaltaba la enorme incidencia de incesto . Y, Jean-Ètienne Esquirol, había comunicado en 1821 el caso de una niña de diez y seis años víctima del incesto paterno-filial que a partir de ese hecho estuvo afectada por un “colapso nervioso” con repetidas tentativas de suicidio. Estos textos nos revelan que la moral victoriana no era tan eficaz en el ejercicio de la represión como se supone y que el tema no sólo no era ajeno -por lo menos, a la comunidad científica- sino que, más aun, se ufanaba en la superficie.
El poder médico, Charcot para el caso, contaba con un instrumento que resultó fatal para la permanencia de la histeria dentro del campo de la anatomía patología: la anamnesis. Ese interrogatorio acerca del origen del síntoma y de su relación con las causas que lo habían hecho posible, devino en puente privilegiado para que las histéricas lo transitaran con relatos sexuales llenos de contenidos escabrosos. Para sorpresa de Charcot, la lujuria se le había colado por el aséptico bisturí para invadirlo todo. Sexualidad e histeria habían sellado así un pacto definitivo que Charcot recusó y que Freud aceptó de buen grado. Los síntomas histéricos, esas parálisis, esos ataques contorsivos, esas cegueras, estaban directamente relacionados con episodios traumáticos que no eran físicos sino psíquicos. Eran estímulos externos los responsables de la histeria. Sólo que, si la noxa que provoca la enfermedad provenía del exterior, queda interdicta para Freud cualquier explicación que pudiera suponer un mundo íntimo capaz de generar esos padecimientos. Así, mientras dura la teoría del trauma psíquico en el origen de la histeria, el complejo de Edipo, la sexualidad infantil y las fantasías inconscientes quedaron suspendidas. Deseo y pulsión, son nociones que permanecieron postergadas.
“Lo que sorprende no es que Freud finalmente abandonara la idea (de la seducción y el abuso ejercido por los adultos), sino que en un principio la adoptara” dice Peter Gay y, sin embargo, se hacen muy comprensibles las etapas a través de las cuales Freud llegó a concluir que las neurosis eran una consecuencia inevitable para todos aquellos y todas aquellas que habían sido víctimas de abuso sexual en la infancia. “ Mais, dans des cas pareils, c ' est toujours la chose génitale, toujours...toujours..toujours... ” había escuchado de boca de Charcot, aunque éste, antes que afirmación teórica, haya sido un comentario prejuicioso y mundano. Para eso, para que adquiriera consistencia teórica, hacía falta al menos la intersección de dos conceptos: marca de carácter sexual y fecha de inscripción; la infancia.
Fueron los relatos sostenidos y coincidentes de las histéricas –las “reminiscencias”- las que lo guiaron por el camino que culminó con la Teoría de la seducción. Los relatos de Anna O, de Cäcilie, de Lucy R. de Emmy von N., de Elizabeth von R. y de otras más, le hicieron pensar que era una excitación sexual presexual excesiva la que posteriormente se transformaba en autorreproches y, por lo tanto, en síntomas neuróticos.
Lo de “presexual” merece una explicación. Sin una Teoría de la sexualidad infantil, aun con la convicción de que las niñas y los niños son sujetos inocentes, todo aquello que es previo a la pubertad debía, necesariamente, incluirse como presexual. Aun lo puramente genital. Por eso en el artículo sobre Las neuropsicosis de defensa afirma que los traumas que provocan la histeria “deben pertenecer a la primera infancia (la época anterior a la pubertad), y su contenido debe consistir en una irritación real de los genitales (procedimientos que se asemejan al coito)” . De modo tal que la causa externa, la excitación real, es ineludible para explicar todo lo que viene después.
No obstante, en su carta a Fliess de agosto de 1893, Freud relata el encuentro con Katherina, una campesina de diez y ocho años que le había servido como “posadera” durante sus vacaciones en la montaña de Rax. Los síntomas que acosaban a Katherina, ahogos, desvanecimientos, hiperventilación, estaban relacionados con el intento de seducción por parte de un tío del que había sido víctima cuando tenía catorce años. La violación se había visto frustrada en aquella ocasión pero no el impacto que le había causado descubrir al tío “abusando” de la cocinera. Fue recién treinta años después cuando Freud añadió, en Escritos sobre la histeria, una nota a pie de página donde afirmaba que el protagonista de esa escena no había sido el tío, sino el padre de Katherina.
Con la Teoría de la seducción (sexual e infantil), Freud pudo explicar los síntomas y el sufrimiento de sus histéricas. Pero fue más allá aun. Se atrevió a postular la histeria masculina. Por allí comenzaron a desfilar entonces, en clara concesión ideológica, niñeras, institutrices, personal de servicio femenino que habían manipulado el cuerpo de los varoncitos de manera obscena y excesiva, pero también abusadores varones. En 1895 le comenta a Fliess que uno de sus pacientes neuróticos le había dado, al fin, lo que esperaba: sus síntomas actuales protagonizados por el terror sexual se relacionaban directamente con el hecho de haber sido, cuando niño, objeto de abuso por el padre.
Este asunto de la histeria masculina no le ahorró disgustos. Ya en el otoño de 1886, Freud había recibido un duro golpe cuando pronunció su conferencia acerca de la histeria masculina en el ampuloso salón de la Gesellschaft der Ärzte, la Sociedad Imperial de Médicos de Viena, una de las asociaciones médicas más prestigiosas de Europa. Recién llegado de París, aún bajo el impacto de Charcot, Freud se disponía a emprender la “batalla de Viena” sosteniendo una etiología psicológica para la histeria y afirmando, contra la versión canónica, que no sólo las mujeres son histéricas: también los varones pueden caer presos de la enfermedad. La reacción de sus colegas fue el anticipo de la oposición que la comunidad científica manifestó, después, contra él. Pero aquí habría que diferenciar al menos dos de los reparos que suscitó la conferencia. El primero fue el concerniente a la existencia de la histeria masculina, diagnóstico nada original ya que el propio Meynert, representante del Establisment , lo defendía . El segundo, la génesis traumática: el abuso sexual infantil que, como antes anticipé, no era ajeno al saber de los médicos pero que sí podía ser muy irritante para los vieneses, sobre todo cuando se invocaba la palabra autorizada de un genio francés en el origen de esos descubrimientos. Quiero alertar aquí sobre algo que retomaré después. El rechazo que la posición de Freud provocó en la comunidad científica vienesa estuvo sobredeterminado por su condición de judío y por su condición de “vendido al poder francés”, más que por lo escandaloso de sus afirmaciones teóricas. Hubo algo de pequeñas pujas internas, de política institucional, de narcisismos exaltados, de rivalidades personales entre varones, de fidelidad a “la causa”, mezclado en todo esto.
¿Cuál era “la causa”?
Alternativamente “la causa” era la corporación de los médicos que la psicología desafiaba; “la causa” era la medicina vienesa de fin de siglo que por única vez en la historia había logrado desplazar a la parisina pero, por sobre todo,”la causa” era la causa del patriarcado que Freud cuestionaba, al denunciar no tanto a los varones abusadores, a los “perversos”, como a los abusadores “normales”. De manera tal que, con sus afirmaciones, toda la sociedad científica pasaba a ocupar en el banquillo de los acusados.
Ha pasado más de un siglo desde entonces y aun hoy en día, muchos profesionales que sostienen en público la incidencia del abuso sexual infantil pero, muy especialmente el abuso sexual cometido contra varones, suelen ser recibidos con la misma indiferencia cuando no con el mismo rechazo con que la Sociedad Imperial de Médicos de Viena trató a Freud. Así, Richard B. Gartner cuenta como, actualmente, hablar frente a la comunidad científica de abuso sexual infantil –sobre todo de abuso sexual contra varones- le ha causado todo tipo de inconvenientes y, más de una vez, hasta hace muy poco tiempo, fue literalmente borrado de los programas de congresos internacionales sin que hubiera cuestiones personales en juego.
Decía que con la Teoría de la seducción (sexual e infantil), Freud pudo explicar los síntomas y el sufrimiento de sus histéricas. Así, es lícito imaginar que la profusión de esos relatos en momentos en que la teoría no ofrecía aún recursos instrumentales, agobió a Freud. La fascinación ante el enigma de la historia infantil por un lado y el misterio de la sexualidad, por el otro, seguramente no han sido ajenos a la dedicación de Freud a sus pacientes. Pero esa atención supuso, también, la abrumación afectiva, la intoxicación de información que conduce a la contraidentificación, todo aquello a lo que actualmente se le ha prestado mayor atención y que se conoce como burn out, contratansferencia traumática , contagio con la víctima , trauma vicario, over-compassion fatigue. Entonces, sería pertinente tratar de entender, con los recursos teóricos de ahora, los estragos psicológicos que el relato de las víctimas de abuso sexual puede haber producido en Freud.
Es necesario destacar aquí al menos dos cuestiones. A saber:
• Freud nunca abandonó del todo la Teoría de la seducción.
• Desde el punto de vista epistemológico, el concepto de sexualidad infantil, la teoría de la fantasía inconsciente, no necesariamente supone la necesidad de renegar de la Teoría de la seducción. De modo tal que la retractación de Freud obedeció más a cuestiones ideológicas y personales que a conflictos teóricos.
El Complejo de Edipo y la sexualidad infantil acarreaban el lastre de la Teoría de la seducción porque todo el peso de las causas externas, la noxa patógena, los estímulos traumáticos que vienen de afuera y afectan al “inocente” cachorro humano al punto de producirle síntomas neuróticos, quedaba desplazado ahora al procesamiento íntimo, a las causas internas que aportaban densidad psíquica a sus afirmaciones.
Decía antes que a partir de los textos de Tardieu, Lacassagne, Bernard y Brouardel podemos suponer que la moral victoriana no era tan eficaz en el ejercicio de la represión como se creía y que el abuso sexual infantil no era ajeno, por lo menos, al saber de la comunidad científica. Los victorianos no eran tan mojigatos en cuestiones sexuales como muchas veces se piensa; sólo que esa sexualidad, esas perversiones, eran consideradas conductas patológicas. Fue mayor el escándalo que produjo Freud cuando borró los límites entre lo patológico y lo normal, que cuando amplió al universo masculino el ámbito de la histeria.
Cuando Freud abre la circulación entre lo psicopatológico y lo normal, se encuentra con que una afirmación posible para lo psicopatológico –detrás de todo síntoma neurótico existe un abuso perpetrado en la infancia por un adulto, generalmente un adulto varón y familiar- adquiere carácter de disparate si se generaliza a lo normal. Y éste fue, en realidad, el equívoco que permitió a los biógrafos de Freud alentar la teoría de que Freud fue perseguido con la indiferencia o el escarnio por parte de la comunidad científica de la época y por la sociedad en general, a raíz de las teorías sexuales que divulgaba. Esas teorías, como queda expuesto a través de los textos de la época a los que antes hice referencia -y por muchos más convertidos en best sellers - habían sido muy bien recibidas y no sería demasiado arriesgado afirmar que una “curiosidad morbosa” estaría en el fondo de su buena acogida y de una aceptación masiva por los sectores más convencionales de la sociedad. El erotismo estaba de moda. Pero una cosa es la posición del espectador ante las aberraciones sexuales de los “depravados” y otra, muy distinta, que se lo suponga a uno reflejado dentro de ese catálogo de perversiones. No era el sexo lo que provocaba indignación sino el riesgo de contaminar, con las “perversiones” sexuales, la sexualidad “normal”. Lo imperdonable, lo que podía irritar y tornarse escandaloso para los demás, pero también para el propio Freud, era suponer que esos abusos, buenos para explicar la psicopatología, trascendieran su límite e invadieran el espacio de la normalidad. No sólo “normalidad” en el sentido de una norma estadística cuantitativa, al estilo de una posición central en la Campana de Gauss ocupada por la mayoría de la población, sino “normal” en cuanto a su valor cualitativo en el seno de la explicación teórica de un psiquismo en construcción .
Amenazado con la exclusión (del universo de los médicos, del universo de los varones que defienden el patriarcado) por haber atacado los valores más sagrados del poder, por denunciar su abuso, es probable que inconscientemente Freud haya negociado su redención retractándose de lo que hasta ese momento había sostenido.
La confluencia de cuatro situaciones por las que atravesó Freud en los finales de la década del 90 nos conducirá a dilucidar la decisión de instalar el concepto de sexualidad infantil y la consecuente, ¿inevitable?, renuncia a la teoría de la seducción.
• La muerte del padre.
• El sueño erótico con Mathilde
• La conferencia en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena.
Tal vez, el punto de partida más significativo del Complejo de Edipo como complejo universal en la construcción de la subjetividad, fue la muerte del padre acaecida en octubre de 1896. Monumental era la ambivalencia de Freud hacia la figura del padre durante los años que rodearon la enfermedad, primero, y la muerte, después. Si bien en una carta a Fliess afirma: “Y yo descubrí que el que se decía noble y respetable padre, había tomado la costumbre de hacerla llegar hasta su cama para dedicarse a eyacular sobre ella” , y que éste no era un hecho aislado o poco frecuente, Freud no estaba dispuesto a incluir a Jacob Freud entre los sospechados de corrupción de menores.
La muerte del padre sucede el 26 de octubre del 97. El abandono explícito de la Teoría de la seducción es de septiembre; apenas un mes antes, cuando el fin ya era inminente. Pero en julio, casi tres meses antes, había comenzado su autoanálisis.
Pocos días después de la muerte del padre, el 8 de noviembre, relata a Fliess el sueño conocido como “Se pide que cierre los ojos” . Relato del sueño que retoma, transformándolo, en el capítulo VI de La Interpretación de los Sueños . Allí dice que la imagen onírica, aquella placa del sueño llevaba inscripta la admonición: “Se ruega cerrar los ojos”. Con respecto a la versión original asocia: “El sueño proviene de la tendencia al autorreproche que acostumbra instalarse entre los que permanecen vivos”. El autorreproche, el sentimiento de culpa hacia el padre, campea por el sueño. Ya antes le había confiado a Fliess “la sorpresa de que, en la totalidad de los casos, los padres, sin excluir el mío, debían ser acusados de perversos; el hecho de la inesperada frecuencia de la histeria, con predominio precisamente de las mismas condiciones en cada caso, nos hace pensar en lo poco probable de esas perversiones tan generalizadas contra los niños. La incidencia de la perversión debería ser inconmensurablemente más frecuente que la histeria, porque, en fin de cuentas, la enfermedad sólo ocurre cuando hay una suma de acontecimientos y un factor constitucional que debilite las defensas” .
He aquí lo impensable: que Jacob Freud fuera un perverso. Que la incidencia de la perversión fuera más frecuente que la histeria.
Y es probable que Jacob Freud haya sido sólo, apenas, un ser sexual visualizado como perverso polimorfo por un genio en posición de hijo. Es probable que Jacob Freud no haya sido más perverso que cualquier ser humano “normal”, pero no podría asegurar lo mismo de su confidente. Todo hace pensar que Wilhem Fliess abusaba de los niños y, según testimonios de Robert Fliess, su hijo, el padre lo había seducido sexualmente cuando niño .
Decía que es probable que Jacob Freud no haya abusado sexualmente más que cualquier varón burgués de la época. Es más probable aún, que Fliess haya sido un abusador con todas las letras. ¿Y, Sigmund Freud?
Los biógrafos de Freud coinciden en suponerle largos períodos de abstinencia sexual y una gran capacidad de sublimación a través del trabajo intelectual. No obstante, queda por verse Pegan a un niño , los castigos corporales a Ernst a los que Ana aludía en las sesiones de análisis con su padre y, por sobre todo, esa escabrosa historia de una hija sometida a analizarse con su padre. Tal vez, el abuso de poder de Freud con su hija no pasó por lo genital pero sí por lo incestuoso .
Entonces, la carta del 21 de septiembre bien podría considerarse como la carta de la exculpación del padre. La que borra cualquier sospecha de una paidofilia familiar. Una semana antes de escribirla, Freud, el ateo, había pedido la incorporación a la B´nai B´rith. Tal parecería ser que ese acto de filiación, ese reclamo para recuperar su identidad, la intención de instalarse dentro del judaísmo como uno más no haya sido, a la luz de estos acontecimientos, tan casual como parezca.
Todo hace pensar que Freud sentía que había ido demasiado lejos. Que había confiado demasiado en los relatos de sus histéricas. Que con sus afirmaciones teóricas estaba en camino de cuestionar la decencia de su propia familia y la integridad de su padre. Que estaba desafiando al poder médico, el mismo del cual esperaba aceptación y reconocimiento. Que necesitaba esa aceptación o, al menos, el reconocimiento social que le garantizara la confianza de sus pacientes. Pero, aun más, todo hace pensar que estaba denunciando el abuso del poder de los adultos varones sobre las niñas, los niños y las mujeres como cosa normal. Que no aludía solamente a la psicopatología reducida a perversiones o anormalidades, sino que lo que estaba en ciernes era una Teoría de la constitución subjetiva.
Entonces, exculpa al padre al tiempo que se exculpa como padre incestuoso. Pide la incorporación a la B´neth B´rith. Renuncia a la Teoría de la seducción después de la conferencia en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología. Le comunica a Fliess, el pedófilo, que él es uno más de los varones que descreen de las neuróticas. Desvía del padre hacia la madre las intenciones seductoras y la hace responsable de la seducción infantil. En última instancia, cumple con la consigna de la placa: “Se ruega cerrar los ojos.” Cierra los ojos. De aquí en más, hace “la vista gorda” frente al abuso sexual infantil realmente cometido.
El sueño con Mathilde
Mathilde tiene 9 años en 1897 cuando Freud sueña con Hella, su sobrina. Detrás de Hella, está Matilde, hacia quien “experimenta sentimientos abiertamente tiernos y sexuales”. Honesto consigo mismo, y con Fliess, no tiene reparos en reconocer los deseos eróticos que le despierta su hija. No obstante, fiel al destino sublimatorio que lo embargaba, interpreta que el sueño vehiculiza el deseo de hallar siempre un padre en la causa de la neurosis .
Este sueño “había aplacado sus permanentes dudas acerca de la Teoría de la seducción. Era una interpretación extraña, poco convincente, pues más que calmarlo, el sueño debía haber contribuido a acrecentar la incomodidad de Freud. Sabía perfectamente que no había abusado sexualmente de Mathilde ni de ninguna de sus otras hijas, y que un deseo sexual no es lo mismo que un acto sexual. Lo que es más, según su ¨credo¨ científico, el deseo de ver una teoría confirmada no es lo mismo que confirmarla. Pero por el momento consideró que aquel sueño proporcionaba una base a su idea favorita.”
Suena a formación reactiva, a capitalización de un recurso para neutralizarlo, haber asumido el carácter incestuoso del sueño como bienvenido para confirmar la Teoría de la seducción paterna que lo consagraría en el lugar del padre de la teoría de la seducción paterna. Más bien, parecería ser que este sueño no fue inocente en cuanto a la decisión que tomó poco después, de abandonar esa teoría.
La conferencia
El sueño erótico con Mathilde es de mayo del 97. Un mes antes, en abril, Freud tuvo un enorme disgusto que fue inscripto como un hecho traumático: su conferencia en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena fue mal recibida. El fantasma de aquella otra de 1886, en la Gesellschaft der Ärzte, la Sociedad Imperial de Médicos de Viena, donde, recién llegado de París había planteado la cuestión de la histeria masculina, volvía a aparecer. Esta vez no era Maynert el detractor, sino el gran Richard von Krafft-Ebing autor de la Psychopatia Sexualis y Presidente de la Sociedad. La conferencia de Freud versó sobre las causas de la histeria. Esto es, los abusos sexuales a los que las histéricas habían sido sometidas durante su infancia. Para fundamentar su convicción de que siempre había que buscar el trauma infantil provocado por el abuso sexual en la génesis de los síntomas histéricos, Freud presentó dieciocho ejemplos clínicos. Casos tratados por él; casos que lo habían llevado a esa conclusión. Como relató a Fliess, la conferencia “tuvo una recepción gélida por parte de los ¨burros¨, y un juicio singular por parte de Krafft-Ebing: suena como un cuento de hadas científico” . Freud, que había ido a brillar delante de Krafft-Ebing, que había preparado todo para lucir a “sus” histéricas delante del gran maestro, recibió como respuesta un descrédito que auguraba algo mucho peor: sus colegas no le iban a remitir nuevos pacientes. Y éste no era un tema menor. Freud estaba muy preocupado porque no podía completar el análisis de sus pacientes; sus pacientes interrumpían a mitad de camino y comenzó a responsabilizar a la Teoría de la seducción por estas deserciones. “El continuo fracaso en mis tentativas de llevar mi análisis a una conclusión real; la desbandada de personas que, por algún tiempo, habían estado aferradísimas al análisis; la falta de los éxitos absolutos con que yo había contado y las posibilidades de explicarme de otra manera los éxitos parciales...”
Peter Gay afirma que “fue una noche que Freud decidió no olvidar jamás: el residuo traumático que dejó en él se convirtió en la base de expectativas modestas, en una justificación de su pesimismo. Sintió que la atmósfera que lo rodeaba era más fría que nunca, y estaba seguro de que su conferencia lo había condenado al ostracismo.” Le escribió a Fliess diciéndole que sentía una suerte de marginación, como si todos se hubieran puesto de acuerdo para excluirlo .
Es comprensible la desazón de Freud al recibir un castigo allí donde esperaba el halago, aunque tal vez todo pueda quedar reducido a un gesto de ingenuidad: Freud podía haber previsto que una generalización de ese tipo necesariamente iba a irritar a sus adversarios. No todos los días los grandes popes de la psiquiatría vienesa recibían en pleno rostro una denuncia elíptica pero contundente que les concernía: “responsable de la histeria femenina es el abuso sexual infantil perpetrado por los varones”.
No obstante, el comentario –“suena como un cuento de hadas científico”- se las trae. La intención peyorativa es evidente: es un “cuento”, no es el relato de algo sucedido. Es un “cuento de hadas”, lo que quiere decir que Freud aparece feminizado, contando cuentos de hadas al estilo de Scheherezade o infantilizado, por haber creído y dado por ciertas las mentiras “imaginadas” por las histéricas. Pero lo más llamativo es que esa escena aberrante y siniestra del abuso sexual contra una niña suene a “cuento de hadas”. Nadie que haya tenido acceso al relato de un abuso sexual realmente cometido puede imaginar que “cuento de hadas” refleje lo que allí ocurre.
El caso es que Freud quedó francamente golpeado por el vacío con que el poder médico castigó sus descubrimientos. El temor (inconsciente) a que el relato de las histéricas le hubiera contagiado la femineidad, la percepción de una franca amenaza de exclusión por haber traicionado al colectivo médico, masculino, comenzó a crecer esa noche y ya no se detuvo hasta el 21 de septiembre.
Finalmente, en un acto de audacia intelectual o de genuflexión ideológica, vaya uno a saber, Freud asume lo que fue, tal vez, una de las decisiones más trascendentes para la Teoría psicoanalítica. El 21 de septiembre de 1897 queda perimida la Teoría de la seducción y deja lugar a la Teoría de la fantasía inconsciente. Freud escribe:
“Por fin me vi obligado a reconocer que aquellas escenas de seducción nunca habían tenido lugar y que solamente eran fantasías que mis pacientes habían inventado”.
“No hay indicaciones de realidad en el inconsciente, de modo que no se puede distinguir entre la verdad y la ficción que fueron investidos por el afecto (por consiguiente, restaría la solución de que la fantasía sexual se liga invariablemente al tema de los padres)”.
“...en la psicosis más profunda, el recuerdo inconsciente (de la seducción) no surge, de modo que el secreto de las experiencias de la infancia no se revela ni siquiera en el más profundo delirio.”
Decía antes que la caducidad de la Teoría de la seducción abrió el camino a la Teoría de la sexualidad infantil, al Complejo de Edipo, al trauma como posterioridad retroactiva. En última instancia, significó un salto cualitativo enorme para aquello que comenzó, entonces, a teorizarse como “el mundo interno”. Pero, también, pagó el precio de volver a invisibilizar el abuso sexual realmente cometido y a inocentizar a los perpetradores. Cuando Freud afirma que los relatos de abusos sexuales que poblaban su consulta eran producto de los deseos incestuosos de sus pacientes y no de acontecimientos reales, abre el camino a un campo inexplorado de investigación, la sexualidad perverso-polimorfa y la represión, al tiempo que concede todo lo demás a los valores patriarcales dominantes.
• Da la razón a sus colegas de la Sociedad Psiquiátrica de Viena y acepta sus postulados. A saber: que sus explicaciones acerca de la génesis de los síntomas histéricos son “cuentos de hadas”. Que la dolorosa reactualización de la violencia padecida es cosa “de hadas”.
• Afirma que vivimos en una cultura donde abundan las mujeres seductoras y mentirosas y son escasos los varones abusadores.
• Sostiene que él ha sido uno más entre los varones que se dejaron cautivar (engañar) por los “cantos de sirenas” de las mujeres y creyó en sus fantasías.
• Exculpa al padre y se exculpa como padre.
• Sugiere que para elucidar el origen de los síntomas es mejor pensar en una madre preedípica seductora que en un padre perverso.
Esto es: cumple con el Establishment médico y acata los prejuicios patriarcales. Acepta considerar a los varones como víctimas inocentes de las fantasías femeninas y postula a las madres como fuentes de peligros que llevan en su naturaleza la condición de seducir, lo que quiere decir, traumatizar al bebé. Ese deslizamiento desde el padre hacia la madre que la implosión de la Teoría de la seducción instala, no es un detalle menor, ya que consagra la seducción resultante de los cuidados maternos como referencia universal, desde que todos hemos sido siempre no sólo paridos por mujeres (dato que se corresponde con la biología) sino que también hemos sido siempre criados por mujeres (dato que se corresponde con la cultura). “La relación del niño con el responsable de cuidarlo le proporciona una fuente inagotable de excitación sexual y de satisfacción de sus zonas erógenas. Eso es especialmente verdadero porque la persona que lo cuida es por lo general, la madre; ella lo mira con sentimientos que se originan en su propia vida sexual: lo acaricia, lo besa, lo mece, tratándolo como sustituto de un objeto sexual completo.”
Dije antes que Freud nunca abandonó del todo la Teoría de la seducción y sostuvo siempre que la fantasía inconsciente debía tener un fundamento último en el terreno de la realidad, pero este “fundamento último” no atenúo el sesgo patriarcal de sus afirmaciones, ya que más que al padre, más que a la realidad del abuso paterno, esa “realidad” aludía a los cuidados maternos y sus consecuencias, llegando por momentos a equiparar los efectos de la penetración del pene del papá en la boca o la vagina de una niña con la introducción del pezón en una boca que se alimenta o la excitación genital del varón por los cuidados higiénicos que recibe. Así, en Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis , insiste: “Aquí la fantasía toca el terreno de la realidad efectiva, pues fue efectivamente la madre quien, en la realización de los cuidados corporales, provocó necesariamente, y tal vez incluso despertó por primera vez, sensaciones de placer en el órgano genital.”
Leyes del Patriarcado
Leyes del Mercado
Lógica Binaria.
El feminismo contemporáneo ha realizado una detenida revisión de los textos freudianos; una crítica implacable al sesgo patriarcal de sus afirmaciones y una denuncia sistemática a sus infinitas concesiones a la cultura dominante. No obstante, l as teorías sexuales de los Tres Ensayos indican una significativa comprensión de los procesos sexuales que va más allá de la mera fantasía . Así, cuando Freud sostiene que la primera teoría infantil se basa en “la hipótesis de que ambos sexos poseen el mismo aparato genital (el masculino) …” , atribuye a los niños una construcción que, en realidad, no es otra cosa que la descripción de una evidencia: la primera teoría infantil se basa en el reconocimiento de que ambos sexos convalidan el sexo masculino como dominante. Y, al descubrir que “cuando los niños son espectadores, en esa edad temprana, del comercio sexual entre adultos… no pueden por menos de considerar el acto sexual como una especie de maltrato o de abuso de poder” está poniendo en boca de los niños la descripción certera de un contrato asimétrico.
Entonces, si es al ASI a lo que apelo como primera asociación, desafiado por el interrogante acerca de qué queda de los Tres Ensayos, cómo hace síntoma la sexualidad infantil en nuestros días, no lo hago sólo, como antes anticipé, por el horror que produce una práctica francamente reñida con la moral convencional sino también porque es en el abuso sexual infantil donde los imperativos patriarcales llevan al límite los imperativos impuestos por la sociedad de consumo, y se hace evidente la condición de mercancía de los cuerpos, cuyo aprovechamiento y goce tienen un costo y un rendimiento que se juega en el intento fallido de restituir el poder (¿perdido?) a los varones.
Pero, además, la tiranía de la lógica binaria…
Porque poco importa que el psicoanálisis, desde la diversidad de escuelas, insista en las tendencias y sentidos caóticos y discontinuos del inconsciente. Aunque esta teoría tienda a dar una visión desestabilizada del sujeto opuesta a todo tipo de organización, instituye -mal que nos pese- la coherencia del sistema sexo-género a través del metarrelato estabilizador del desarrollo infantil. Así, superar el dilema de lo interno o lo exterior en función del travestismo, como sugieren la cinta de Möebius o el mito de Tiresias que, si bien afirma una diferencia no simétrica, marca el tránsito por lo masculino o lo femenino como únicos lugares posibles para el deseo; superar el dilema de lo interno y lo exterior, decía, -aun aceptando el modelo rizomático de Deleuze o el de las múltiples inscripciones que se suceden y se superponen en la superficie de los cuerpos- ayuda poco a cambiar de paradigma. Poco contribuye a abandonar una lógica binaria que supone el futuro del infans dentro de una combinatoria que lo quiere -solo y únicamente- identificado con un sexo y deseando al otro. Siguiendo esta lógica binaria podremos ser heterosexuales, bisexuales, gays o lesbianas, podremos ser trans entre uno u otra, pero nada más. Dentro de esta prisión conceptual puede llegar a pasar que un varón sea masculino; también que un varón sea afeminado; que una mujer sea femenina o que una mujer se virilice. Todo esto, pero nada más. Podría suceder que una mujer muy femenina desee, desde su feminidad, a un varón masculino o a una mujer virilizada; que una mujer virilizada desee a una mujer femenina o a un varón afeminado; que un varón bien masculino desee a una mujer bien femenina o, si acaso, a otro varón afeminado. Podría suceder que una mujer muy femenina desee a una mujer homosexual o a una mujer heterosexual; a un varón heterosexual o a un varón homosexual. Que un varón muy masculino desee a una mujer heterosexual o a una mujer homosexual; a un varón homosexual o que desee a un varón heterosexual. Toda esta combinatoria puede darse. Todo esto, pero nada más.
Si a partir de los Tres Ensayos y hasta ahora los discursos psicoanalíticos sobre las diferencias sexuales han respetado el postulado de la bisexualidad originaria y fundaron en el interior del cuerpo, o en las ofertas identificatorias y los mandatos externos, el surgimiento de una identidad sexual pensada, siempre, en plural masculino y femenino singular, tal parecería ser que estamos llegando al límite. Si la verdad del sexo es su construcción como identidad de género -y si un género no es otra cosa que la imaginería instituida e inscripta como efecto de verdad por un discurso de identidad estable y persistente en la superficie de los cuerpos- entonces lo géneros no serían ni femeninos, ni masculinos. Serían, si acaso, multiplicidades desprovistas de consistencia. Eso que Alain Badiou llama verdades transposicionales cuando intenta acercar conceptos que aporten a la construcción de una ontología de lo múltiple. De ahí que, si tenemos suerte y con la ayuda de Badiou, tal vez logremos cerrar un período de veinticuatro siglos en que el ser -en su secreta tensión entre lo Uno y lo Múltiple- fue pensado al servicio del Uno que, claro está, es siempre masculino.
Este cierre, esta soberana trasgresión a una lógica binaria puede plantearse hoy en día gracias al decisivo aporte que Cantor hizo acerca del infinito actual. Por primera vez en la Historia del pensamiento universal, estamos en el umbral de poder pensar un infinito laico que haga efectiva la sentencia de que "Dios ha muerto". "Dios ha muerto" o estaría agonizando y con él la imposición que soportamos también los psicoanalistas de pensarlo todo subordinado a la supremacía del Falo o del Nombre del Padre; predominio que, rápidamente, se desliza hacia…la supremacía del Protopadre.
Junto a esta nueva concepción de sujeto psíquico, llega la noción de género. Llega y se instala para interpelar al psicoanálisis. Esto es, para desafiarlo a partir de una débil certeza: ni de femenino, ni de masculino se trata. No existe una tal categoría que no sea contingente, conflictiva, problemática; y, de existir, esa categoría está siendo permanentemente construida: construida por un discurso que vanamente intenta definir el ser niña, el ser niño en el nivel de lo biológico, de lo psicológico o de lo social. Misión imposible si es que aceptamos la multiplicidad infinita de sujetos que se resisten a quedar aprisionados dentro de categorías totalizadoras. Algo a lo que, tardíamente, Freud aludió en nota agregada a pie de página como intuyendo que se había aproximado al límite de la teoría .
Por otra parte, es imposible eludir la evidencia de que las nociones de la filosofía feminista sobre el sujeto contradicen las del psicoanálisis en tanto discurso que sostiene la inmutabilidad de la relación entre los sexos y la supremacía de un significante. Así, afirmar la existencia de universales en la construcción subjetiva es insostenible si aspiramos a producir nuevos paradigmas que nos habiliten para entender qué se juega en la diferencia sexual. La tendencia a una formulación dualista, esencialista y ahistórica, que caracteriza tanto a la lectura positivista lógica como a la lectura estructuralista y posestructuralista de Freud, es ajena a la filosofía feminista y ayuda poco a develar el mecanismo por el cual una asimétrica atribución de rasgos y de capacidades humanas crea dos tipos de personas que devienen categorías excluyentes: uno, varón y otra, mujer.
En otras palabras, el sexo psicoanalítico responde -por lo menos hasta ahora- al binarismo; mientras que el género feminista, es infinito.
Para el género, psicoanalíticamente entendido , no se trataría de la niña, ni del niño. No se trataría ni de feminidad, ni de masculinidad. Para el género, psicoanalíticamente entendido, no existe una tal categoría que no sea contingente, conflictiva, problemática. Pero lo que sí existe, es la desigualdad, la opresión y la discriminación en función de las diferencias de sexo. Por eso, si antes afirmé que, por lo menos frente al ASI como analizador de la cultura patriarcal y de mercado, no era con el psicoanálisis tradicional que íbamos a poder articular las acciones que reclama el imaginario social para su transformación; si antes afirmé que l a intervención psicoanalítica debería subordinarse a un dispositivo que tuviera al análisis institucional (Loureau), al esquizoanálisis (Deleuze y Guattari), y a todas aquellas disciplinas que apuntan a la formulación político-económico-social y libidinal de la sociedad en que vivimos, para garantizar no ya su eficacia sino la posibilidad de no quedar atrapada por la compulsión repetitiva, diré ahora que los psicoanalistas haríamos muy bien si revisáramos los paradigmas patriarcales que invaden nuestras prácticas y haríamos mejor aún si pudiéramos renunciar a los relatos que instituyen la falsa coherencia de la diferencia entre los sexos. Los psicoanalistas deberíamos revisar los paradigmas patriarcales que infiltran nuestras teorías para luchar contra la discriminación o, al menos, para no reforzarla en la práctica.
Freud, S: Tres Ensayos. Obras Completas. López Ballesteros y Torres. Madrid. 1967.
Freud, S: Op. Cit. “ Negligencia de lo infantil. -De la concepción popular del instinto sexual forma parte la creencia de que falta durante la niñez, no apareciendo hasta el período de la pubertad. Constituye esta creencia un error de consecuencias graves, pues a ella se debe principalmente nuestro actual desconocimiento de las circunstancias fundamentales de la vida sexual. Un penetrante estudio de las manifestaciones sexuales infantiles nos revelaría probablemente los rasgos esenciales del instinto sexual, descubriéndonos su desarrollo y su composición de elementos procedentes de diversas fuentes. No deja de ser singular el hecho de que todos los autores que se han ocupado de la investigación y explicación de las cualidades y reacciones del individuo adulto hayan dedicado mucha más atención a aquellos tiempos que caen fuera de la vida del mismo; esto es, a la vida de sus antepasados que a la época infantil del sujeto, reconociendo, por tanto, mucha más influencia a la herencia que a la niñez. Y, sin embargo, la influencia de este período de la vida sería más fácil de comprender que la de la herencia y debería ser estudiada preferentemente” (#663).
“En la literatura existente sobre esta materia hallamos, desde luego, algunas observaciones referentes a prematuras actividades sexuales infantiles, erecciones, masturbación o incluso actos análogos al coito, pero siempre como sucesos excepcionales y curiosos o como ejemplos de una temprana corrupción. No sé de ningún autor que haya reconocido claramente la existencia de un instinto sexual en la infancia, y en los numerosos trabajos sobre el desarrollo del niño falta siempre el capítulo relativo al desarrollo sexual” (#664).
Aquí se abre todo un enfrentamiento que tiene al enfoque económico como protagonista. Sospechada por quedar tributario de un reduccionismo naturalista basado en el principio del placer como regulador del psiquismo, la Teoría de la libido fue reemplazada primero por la Teoría de la angustia, que incluía lo traumático y, posteriormente, por la dimensión simbólica e imaginaria que da cuenta de la constitución subjetiva para volver, en la actualidad, a reclamar un lugar propio.
O, en la banalización que denuncia el maltrato al que, supuestamente se opone. Clarín. “Los niños lindos son más cuidados que los niños feos”. De modo que la proximidad o distancia del ideal estético decide el lugar que el niño ocupa en el “amor” de los adultos que lo crían o, que la proximidad o distancia del ideal estético decide el lugar que el niño ocupa en la góndola de productos a ser consumidos.
Protagonismo que comparte junto a otras patologías, anorexia y bulimia, trastornos narcisísticos, fatiga crónica, ataques de pánico, etc. Nuevas formas de presentación de la histeria a las que no me referiré en éste texto. Remito a Alonso, S.L; Fuks, M.P: Histeria. Clínica psicoanalítica. Casa do Psicólogo. Sao Paulo. 2004. Especialmente los capítulos dedicados a “Algunas problemáticas tratadas en las últimas décadas” e “Histerias y epidemias contemporáneas”.
Showalter, Elaine: Hystories: hysterical epidemics and modern culture . New York. Columbia University Press. 1997. Citado por Alonso, Silvia Leonor; Fuks, Mario Pablo: Histeria. Clínica psicoanalítica. Casa do Psicólogo. Sao Paulo. 2004
Desde Freud, hasta nuestros días. Masud Khan, 1983, El rencor de la histérica (Berlinck, M: Histeria. Sao Paulo, 1997. Escuta.)
O, su visualización por vía del incremento de las denuncias.
Zizek, S: El objeto a en los lazos sociales. Imago . No 88. Abril de 2005.
García Reinoso, Gilou: El psicoanálisis ante lo social y lo político. Estados Generales del Psicoanálisis.
Camino emprendido hace años por Eva Giberti, Marta Gerez, y por el propio autor de este texto.
Volnovich, Jorge: Campo de intervención. Comunicación personal.
Zizek, S: El objeto a en los lazos sociales. Imago 88. Abril 2005. Fue Étienne Balibar quién instaló el término “maldad del Ello”.
Rodrigué, E: Sigmund Freud. El Siglo del Psicoanálisis . Sudamericana. Buenos Aires. 1996.
Dío Bleichmar, Emilce: El Feminismo Espontáneo de la Histeria .
Foucault, M: Historia de la Locura .
Giberti, Eva: Incesto Paterno-filial . Ed. Universidad. Bs As. 1998. Masson, Jeffrey M: El asalto a la verdad , Seix Barral, Barcelona, 1985.
Estos textos estaban en la biblioteca de Freud en Viena y, en vísperas de su viaje a Londres de 1938, se deshizo de ellos.
Charcot había relacionado los síntomas nerviosos con los trastornos en la genitalidad pero eso no lo condujo a postular una teoría acerca de la etiología psicológica de la histeria.
Gay, Peter: Freud. Una vida de nuestro tiempo . Paidós. Buenos Aires. 1989.
Carta de Freud a Fliess del 2 de noviembre de 1895. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhem Fliess.
Rodrigué, E: “¿Cuál es la novedad?”. En Sigmund Freud, El siglo del psicoanálisis . Sudamericana. Bs As. 1996.
Gartner, Richard B.: Betrayed as boys. Psychodynamic treatment of sexually abused men. The Guilford Press. New York. 1999.
Me refiero a la Psychopatia Sexualis de Krafft-Ebing. Al hecho de que por aquella época, Binet acuñó el nombre de “fetichismo” (1888), que Havelock Ellis propuso los términos “masoquismo” y “narcisismo” y, sobre todo, a Schopenhauer.
Cangilhem, George: Lo normal y lo patológico .
Carta 60 de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess .
“Yo estaba en un lugar donde leía una placa: SE PIDE QUE CIERRE LOS OJOS”. Remito a la interpretaciones que de este sueño han hecho Marthe Robert (D´edipe à Moïse) y Emilio Rodrigué, Op. Cit.
Carta 69 del 21 de septiembre de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess .
Masson, J. M: El asalto a la verdad . Seix Barral. Barcelona. 1985. Rodrigué. Op. Cit. Pág 325.
Volnovich, Juan Carlos. “Las nenas de papá”. Curso.
Carta de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess.
Carta 69 del 21 de septiembre de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess .
Fliess debería haberle interpretado el dolor por la exclusión como identificación con sus histéricas.
Carta 69 del 21 de septiembre de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess.
Freud, S: “ Con referencia a las manifestaciones sexuales autoeróticas y masturbaciones pudiera decirse que la sexualidad de las niñas tiene un absoluto carácter masculino, y si fuera posible atribuir un contenido más preciso a los conceptos ¨masculino¨y ¨femenino¨, se podría también sentar la afirmación de que la libido es regularmente de naturaleza masculina, aparezca en el hombre o la mujer, e independientemente de su objeto, sea éste el hombre o la mujer.”
Badiou, Alain: "¿Es el amor el lugar de un amor sexuado?". En El ejercicio del saber y la diferencia de los sexos . Ediciones de la Flor. Buenos Aires, 1993.
Por infinito actual o absoluto se alude a una cantidad que, por un lado, no es mutable (sino más bien fijas y determinada en todas sus partes) y, por el otro, supera por su magnitud toda magnitud finita del mismo género. Cantor (1845-1918) ponía como ejemplo al conjunto de todos los números positivos enteros.
Freud, S: “ Ha de tenerse en cuenta que los conceptos ¨masculino¨ y ¨femenino¨, cuyo contenido parece tan inequívoco a la opinión vulgar, son, desde el punto de vista científico, extraordinariamente complejos, pudiendo emplearse, por lo menos, en tres sentidos diferentes. Se usan, en efecto, unas veces como equivalentes a las ideas de actividad y pasividad , otras, en un sentido biológico , y otras, en fin, en un sentido sociológico . La primera de estas significaciones es la esencial y la única utilizable en el psicoanálisis. A ella nos referimos cuando hablamos de una libido ¨masculina¨, pues el instinto es siempre activo, aun en aquellos casos en que se propone un fin pasivo. Desde el punto vista biológico resulta más fácil establecer una clara y precisa definición de los conceptos ¨masculino¨ y ¨femenino¨, que indicarán entonces, respectivamente, la presencia de glándulas espermáticas u ovulares y de funciones a ellas correspondientes: la actividad y sus manifestaciones secundarias, tales como el mayor desarrollo muscular, la agresividad y la mayor intensidad de la libido, aparecen por lo general, enlazadas a masculinidad biológica, pero no como atributos obligados de la misma, pues existen algunas especies animales en las que tales caracteres son privativos de la hembra. El tercer sentido, sociológico, que atribuimos a los términos de referencia, se basa en la observación de los individuos masculinos y femeninos existentes en la realidad. Tal observación nos demuestra que ni desde el punto de vista psicológico, ni desde el biológico, es posible hallar entre los seres humanos la pura masculinidad o la pura feminidad. Todo ser humano, presenta en efecto, una mezcla de sus caracteres sexuales biológicos con caracteres biológicos del sexo contrario, así como de actividad y pasividad, y lo mismo en cuanto estos caracteres psíquicos dependen de lo biológico que en cuanto son independientes de ellos.”
Lamas, Marta: "Cuerpo: diferencia sexual y género". Ficha. 1994.