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Salir al encuentro

 

Del agua estancada espera veneno
William Blake, Proverbios del Infierno

El Estancamiento

Pensamos que tenemos todo bajo control. El acoso de la impermanencia, que se incrementa en las crisis, provoca muchas veces que nos atrincheremos en esta falacia para poder continuar con nuestras vidas y nuestros proyectos. Esto puede ser funcional y ayudarnos a salir adelante o superar un momento del entorno e incluso ayudar a una transición hacia otro punto de vista para interpretar el mundo y nuestra historia. Pero cuando se vuelve permanente o cuando intentamos volver permanente este estado de certeza, de fantaseado control voluntario sobre la realidad y las cosas, nos enfermamos de estancamiento, de egocentrismo, de egoísmo y olvidamos que dependemos de los demás para existir, que dependemos de las fuerzas de la naturaleza para vivir, que dependemos del ecosistema de la tierra y de un sinnúmero de factores del universo y del cosmos para subsistir.

El capitalismo se ha comportado como un conquistador depredador tanto de los recursos humanos como ecológicos del planeta, sin un plan racional para no agotar estos recursos

Alimentar esa omnipotencia basada en el miedo a la fragilidad humana no evita enfrentar las preguntas básicas: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, qué hacemos, cómo lo hacemos, el porqué de la vida y de la muerte. La angustia ante la complejidad inabarcable de la existencia se trata de aliviar con certezas, ficcionales pero compartidas por otras personas, que han elegido el mismo camino y necesitan socios cómplices (aunque no actúen en conjunto) para formar una masa crítica de opinión que legitime su elección. No hablamos de felicidad, ya que toda elección tiene su costo, sino que hablamos de seguridad, de garantías, de una forma de pensar y percibir el mundo estructurada para eliminar la noción del imprevisto, de la impermanencia, de la muerte como parte de la vida. Vivir es un riesgo que elegimos correr a partir de aceptar nuestra existencia. Si bien no pedimos nacer, elegimos vivir. Y esta elección es tomada en el seno de una multiplicidad innumerable de factores. Elegir vivir, estar vivos, es un ejercicio de la voluntad, del instinto de conservación transformado en una decisión vital de sostener esta vida que recibimos sin haberla pedido para tratar de hacer algo con ella. Descubrimos nuestras posibilidades de influenciar el entorno transformando los elementos que nos rodean mediante el uso de las manos, de herramientas, de nuestra capacidad intelectual y motriz, del lenguaje. El solo hecho de estar en este mundo crea una impronta que modifica las cosas. Modifica cuestiones físicas al ocupar un espacio, al respirar, emitir calor, comer y desechar… Modifica cuestiones sociales ya que quien llega al mundo, cambia la cadena relacional de la familia otorgando nuevos estatus: un hijo genera un padre y viceversa, también hermanos, primas, tíos; una nieta hace abuelos, etc. Modifica a la naturaleza hasta disimularla en la cultura. Estas modificaciones que denuncian nuestra existencia y nuestra capacidad transformadora, son parte de la fuerza de la vida que se manifiesta en estas cadenas históricas y sociales y hace trama con los demás en la humanidad, con el entorno en el planeta y sus recursos, y con el cosmos como posibilitador de las condiciones de las cuales somos punto de llegada y de partida. Esta conciencia de ser que define lo humano tampoco es unívoca y también es inconsciente. Posibilita la educación, el crecimiento, tener metas y convicciones. Posibilita muchas cosas, pero no las da per se. Depende de un trabajo de la voluntad y de lo que cada uno haga con las posibilidades que encuentra en su entorno. Y de la suerte, claro.

Atrincherarse en el estancamiento resistiendo a los cambios no puede durar mucho, además de ser imposible de sostener por el devenir de los tiempos y de la historia.

Poder y sabiduría: 2 cosas diferentes

Un chiste que circuló por las redes sociales decía: “Dios, este año 2020 tiene un virus, por favor, reiniciá el sistema.” Y debemos admitir que el chiste en realidad es una expresión del existente: el covid-19 paralizó un sinnúmero de actividades humanas: los viajes, las guerras, las economías, muchos comercios, restaurantes, bares, las escuelas y centros de enseñanza, muchas actividades sociales y culturales como cines, teatros, centros culturales, los encuentros con amigues o laborales, las reuniones familiares, las bodas, los entierros, las actividades profesionales en consultorios o gabinetes, las clases presenciales o grupales de innumerables especialidades, etc. “¿Probó de desenchufar y volver a conectar?” es lo primero que dicen los servicios técnicos cuando llamamos porque no funciona bien nuestra conexión a Internet. El mundo fue desenchufado forzosamente. Hubo un parate obligado, un stop global acatado por todo el mundo a pesar de las lógicas resistencias y de las diferentes formas de hacerle frente. La cuarentena, el aislamiento y el distanciamiento social planteados como estrategias defensivas para evitar la propagación del covid-19 han demostrado ser sumamente efectivas ante la falta de una vacuna. Al desenchufarnos de nuestras actividades cotidianas para resguardarnos del contagio y no transmitir el virus que por su replicación geométrica acelerada volvería a la cuarentena interminable, inevitablemente tomamos distancia de nuestra vida cotidiana antes de la pandemia. La explosión de la amenaza mundial recorta crudamente luces y sombras en la estructuración de las sociedades humanas y sus consecuencias.

En la globalización de esta época, lo que se pierde es la dimensión humana, la dimensión corporal humana, que es lo elemental

La fantasía de control, de que existe algún poder mayor al de una persona sola o un pequeño grupo, un poder que sabe a dónde se dirigen las sociedades y tiene capacidad de resolver una amenaza y volverse un paladín para defender a la humanidad, se destroza con este “reinicio del sistema”. Ningún país, por muy desarrollado que fuera, con todo su poder económico y científico, pudo responder con efectividad al virus que, aprovechando las grietas políticas y las fronteras permeables, se expande a toda velocidad. Ninguna organización mundial o internacional pudo dar respuestas y liderar las acciones para conjurar el peligro. Ningún conglomerado económico (varios de ellos más poderosos que muchos países) pudo ejercer su poder para resolver el conflicto. Ningún líder político, religioso o espiritual pudo reunir voluntades a partir de un discurso claro acerca del fenómeno. Todes fuimos sorprendidos, desde el más grande al más pequeño, desde el más poderoso hasta el más indigente. Todes compartimos la incertidumbre, la ignorancia, la rabia y el temor. Esta incertidumbre e ignorancia en común deberían servir para reconocernos por nuestra común humanidad, por nuestra fragilidad. Sin embargo, también agiganta brechas y antagonismos y profundiza trincheras personales, sociales y políticas. Este virus que invadió países viajando en avión se replica en poblaciones con escasez de agua y pobreza de recursos. Muchos países incumplieron sus deberes constitucionales de proteger a su población por temor a la recesión, a parecer vulnerables frente a sus “enemigos”. Resalta a la vista que “el rey está desnudo”y que dinero y poder no necesariamente implican sabiduría. ¿Tendrán la humildad de reconocerlo?

Comunidad con les otres

En Francia, ya terminada la cuarentena, acaba de completarse la segunda vuelta de las elecciones municipales donde la “gran sorpresa” ha sido el triunfo en varias ciudades importantes de “Los Verdes” ecologistas, aliados a partidos de izquierda. Partidos diferentes yendo en una misma dirección. Una forma de salir del estancamiento y crear nuevas alianzas para nuevas políticas. Deberíamos pensar cuáles son las metas de la humanidad... a partir de ahora, de haber sentido la fragilidad y el peligro en nuestros cuerpos. Hasta ahora el capitalismo se ha comportado como un conquistador depredador tanto de los recursos humanos como ecológicos del planeta, sin un plan racional para no agotar estos recursos y sin tener en claro adonde se dirige la historia, como se pudo apreciar en esta pandemia. La acumulación de riquezas cada vez en menos personas parece no implicar una mayor responsabilidad para con el resto del mundo. El dinero ya no mueve al mundo, lo ha estancado. Lo ha condenado al agotamiento de sus recursos, así como ha condenado al hambre, la ignorancia y la muerte a millones de personas. ¿Para qué entonces sostener un sistema así? Un sistema donde la alimentación es un negocio, la salud es un negocio, los servicios esenciales como la luz, el gas y el agua, ahora también internet, son un negocio. No falta mucho para que nos cobren por el aire. Ese estancamiento social ya huele a podrido y esta pandemia lo ha puesto en evidencia. No fueron los poderosos los que aportaron la solución al problema. Han sido prácticas centenarias empleadas desde tiempos inmemoriales para combatir epidemias: cuarentena, aislamiento social, higiene, restricción y cuidado. Hemos regresado a lo elemental. Y las soluciones comienzan a surgir por el trabajo conjunto de profesionales sostenidos por países que comprenden la importancia de un Estado benefactor que proteja a sus ciudadanos, y que es fundamental, incluso estratégico, tener un sistema de salud pública.

Durante la cuarentena el auge de las técnicas corporales paradojalmente “online” y la modificación de los hábitos de higiene aportó otras miradas a los cuerpos

En la globalización de esta época, lo que se pierde es la dimensión humana, la dimensión corporal humana, que es lo elemental. Al alejarnos y atrincherarnos nos volvemos extraños para los demás y para nosotros mismos. Desconfiamos. Lo sucedido en las elecciones francesas demuestra que es necesario salir del aislamiento y de la cuarentena (cuando sea el momento indicado), saliendo cada uno a su puerta y encontrándose con los demás saliendo a su vez de sus puertas. Estar todes a la misma distancia de las puertas de sus casas, de sus propias individualidades, pero yendo al encuentro de les otres. Salir fuera del portón, del individualismo, para entrar en comunidad. Esta metáfora apunta a la creación de nuevas asociaciones que aboguen por una economía ecológica, una economía que respete los recursos del planeta y respete tanto los derechos humanos como los derechos de la Tierra. Que respete los derechos del cuerpo. Es volver a la dimensión humana, lo pequeño como indicador de eficiencia. Consumir menos, producir y crecer más, como personas, como comunidad. El crecimiento económico y social no es infinito: con este modelo actual los recursos se agotan, si no se agotaron ya. De todos modos, no podemos ser ingenuos, son las luchas sociales las que generan los cambios. Todas las conquistas sociales se lograron mediante luchas sociales y no por la filantropía de los poderosos.

La dimensión humana

La medida del cambio debe ser la persona y no debemos olvidar que la humanidad está compuesta por personas, no por números o estadísticas. Una medida corporal que dé cuenta de nuestra nimiedad y nos recuerde la necesidad ineludible de asociarnos para conseguir cosas. Nos necesitamos unos a otros, pero los poderes hegemónicos usan a unos y otros en función de la acumulación y el control. Quizás debamos renunciar a muchas cosas para poder retornar a esta dimensión humana. Quizás esta idea de potencia ilimitada dada por la tecnología, por la globalización, por la inmediatez para estar conectados con todo el mundo, esté llegando a su fin. No podemos asomarnos a nuestras puertas para ir al encuentro de los demás si no lo hacemos desde nuestra fragilidad, si no hacemos de esa fragilidad la base de nuestra potencia. Necesitamos primero saber, saber cómo hacer para luego emplear la fuerza transformadora. Esta dimensión humana es ecológica y los ecologistas vienen insistiendo sobre estas cuestiones hace ya mucho tiempo. Con el aislamiento aparece la fragmentación y la desconfianza, el espionaje y las luchas por el poder, que a su vez generan más aislamiento. La idea de ecología humana implica volverse autosustentables, cada uno y cada país, cada grupo y cada comunidad. Intercambiar desde lo que se tiene y no desde lo que se debe. Para eso hay que saber producir, hay que poder producir, plantar, cosechar, fabricar. También oportunidades. Unir nuestros destinos y el de nuestros cuerpos con el destino del planeta. Tomar una posición de nativo de la Tierra y no de conquistador. Es cierto que también hay ecologistas fundamentalistas, como ecologistas de derecha o de izquierda. La flexibilidad de la vida, con su infinita complejidad y permanencia continúa en este mar de contradicciones. Durante la cuarentena el auge de las técnicas corporales paradojalmente “online” y la modificación de los hábitos de higiene aportó otras miradas a los cuerpos, apeló a la conciencia corporal, nos acercó forzosamente a nosotros mismos. No perdamos esa cercanía, esa proximidad. No perdamos el registro de cómo nos sentimos en cada circunstancia, no perdamos esa conciencia de nosotros mismos al elegir un camino, al tomar una posición. Sintamos nuestra respiración. No perdamos tampoco las ganas del encuentro y del abrazo. Tomemos estas sensaciones como una medida de la política a construir en el futuro, ahora mismo.

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Articulo publicado en
Agosto / 2020

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