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Sexo, muerte y secreto

 

“Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca  que nadie vaya a  morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros” (1)

El viaje: El colectivo  lento, sin apuro, iba atravesar la ciudad, quizás por eso arrancó en San Isidro como sin ganas. A las pocas cuadras una señora  ocupa un lugar en un asiento doble. A su lado un señor viaja enrollando y desenrollando su boleto entre sus dedos. El viaje es largo y las peripecias del tránsito los invita al dialogo. Ya llegando a la mitad del mismo el señor dice que es viudo, la señora afirma que ella también, a partir de allí la charla se anima por el tema y los sentimientos en común que, ambos, suponen en el otro. El hombre abandonó definitivamente el boleto, lo dejó caer. La señora, que observa la acción, se acomoda mejor en el asiento. El hombre comenta que no olvida a su mujer, que estaba muy enamorado de ella y que murió, ¡quién iba a pensarlo!, mientras hacían el amor, “en el mejor momento, en el mejor momento, Ud. me entiende”. La señora se pone tensa, trata de recomponerse mientras piensa en la coincidencia de haber pasado la misma situación, también su marido murió mientras hacían el amor. Observa la notable coincidencia entre ambos y la diferencia con que  han tomado la misma situación vivida, el señor contando su dolor y dentro del la escena que ella ha ocultado durante tantos años y que aún hoy la mantiene como secreta.

Esta conversación, dentro de un transporte público de pasajeros, narrada en el curso de un análisis hace bastante tiempo, nos permite comentar un tema que parece bastante silenciado: la relación sexual, la muerte de uno de los participantes durante la misma y la situación del sobreviviente.  Tema que salió a la luz hace poco más de un año con los hombres que tomaron Viagra sin las correspondientes indicaciones médicas y a consecuencia de ello fallecieron.

Pero la cuestión va más allá y recorre no pocos lugares de la imaginación popular: “morir haciendo el amor” para muchos es sinónimo de una buena y bella muerte, ciertas frases: “con fulana nos matamos”, “nos reventamos en la cama”, “en el último orgasmo, creí que me moría”,  comentarios, en suma, sobre el éxtasis orgásmico y su relación con la muerte.  Expresiones, además, que muestran a la fusión sexual como un modo de perder los límites, de escapar a ellos y a la muerte. Es allí donde cobra dramatismo que la vida sexual, el erotismo,  vía regia del morir y renacer en la fusión sexual con otro, se encuentre con aquello que intenta evitar: las ansiedades de muerte, lo que nunca debería haber pasado. Lo siniestro se hace presente.

El que se va: parece que es una muerte anhelada, dentro del grupo de las muertes súbitas, que son sin duda las que tienen  mayor raiting, dado que escapan del dolor, del envejecimiento, del deterioro que produce la enfermedad, así se escucha: “quedarse en un suspiro”, “acostarse a dormir y no despertar”, “apoyar la cabeza en el sillón”. Aquí la dupla orgasmo y muerte tiene, en los comentarios, el efecto de una bella muerte, si la muerte se pudiera elegir esta  súbita y vinculada con el placer sería “ver Nápoles y después morir”  como dice el refrán.

El que queda: es el que nos ocupa, aquel o aquella que debe remontar esta experiencia traumática, elaborarla, seguir su vida y, consecuentemente, poder restablecer vínculos afectivos. Para él nada de esto es bello, sino que se conecta con lo terrorífico, aquello que se inicia en la esfera de la intimidad y por lo tanto agrega condimentos o complicaciones que son poco frecuentes. Quienes deben sobrellevarlo se pueden ver tentados a reforzar el secreto al que la vergüenza y la culpa parecen invitarlos. Esta última, sin duda, fuertemente persecutoria.

Sexo y muerte súbita: Si el oficio de vivir requiere, necesita,  negar que vamos a morir, ¿cómo entender la muerte súbita ese terremoto repentino? ¿Cómo pensarla, además, vinculada a la sexualidad, es decir, esa muerte que se presenta en un instante reconocido como expresión del máximo placer que un ser humano puede darse? ¿Cómo, asimismo, comprenderla como parte de una escena donde los familiares están cerca pero, necesariamente, excluidos por pertenecer la sexualidad al orden íntimo de la pareja? Es decir que entre el esposo/a y los demás familiares se produce una primera diferencia que puede invitar a la restricción de las necesarias apoyaturas psicológicas para enfrentar la situación y la tentación, riesgosa y posible, de replegarse, volverse sobre sí, ensimismarse, inundarse, en suma, de culpa.

En el caso que estamos planteando la esfera íntima se transforma en el lugar y escenario de la tragedia, por lo tanto se le plantean al deudo varios interrogantes sobre lo que se habla y cómo. Como situación silenciada socialmente quien la atraviesa  le es difícil encontrar información, gente con la que compartir su secreto, con lo que refuerza los contenidos superyoicos de la opinión de los demás, cuanto más dure su silencio más se convencerá de que solo encontrará reproche, acusación, es decir ni apoyo, ni sostén sino castigo, reprobación, así la muerte del partenaire se deslizará hacia un: ¡qué hice!

Recordemos que en la muerte súbita: “El individuo es tomado por sorpresa sin rituales de despedida y sin agonía previa. Es una muerte totalmente imprevista que impregna de estupor a los deudos. Trátase, para los sobrevivientes, de una experiencia de brusca y sorpresiva máxima ruptura” (2, negritas nuestras Alizade). Al estupor del primer momento suele seguir la obligación de saltar etapas, de “crecer de golpe”, para poder sostenerse. Hijos, por ejemplo,  que se transforman en padres de sus hermanos, tiempos madurativos que la urgente  presencia de la muerte obliga a acortar.  

Duelo: El duelo tiene un lugar que se va modificando por la cultura y las condiciones sociales. Hasta no hace muchos años el tiempo que se daba a una persona que lo cursaba para reponerse era mucho mayor que el actual. La juventud propuesta  como ideal narcicístico y la velocidad y fugacidad  que la sociedad actual, no por nada denominada de capitalismo salvaje, propone va escamoteando los procesos de luto, acorta los tiempos del duelo con las consiguientes dificultades para quien debe atravesarlo. Si ya la muerte se ha convertido en sí misma en algo vergonzoso, según P. Aries, es de comprender que esta muerte en pleno devaneo sexual pueda aumentar la vergüenza y la culpa persecutoria del deudo.   

En el tema que nos ocupa  el duelo aparece bruscamente y queda vinculado a la intimidad y es sentido como un pesado secreto, aquel secreto de la esfera íntima, que une a la vida, se transforma  y ubica a la sexualidad como un arma letal. Si quien debe atravesarlo es una mujer se encuentra con mitos y leyendas que colaboran en reforzar las dificultades de elaboración y comunicación. Así se puede mencionar a “la viuda negra” que mata a su partenaire sexual, o aquél otro de la reina de las abejas y su zángano, recordemos el inicio de la película Matador de P. Almodovar donde la mujer mata a su partenaire sexual en pleno orgasmo, otro más vinculado a la castración pero con contenidos parecidos: Sansón dormido y Dalila cortándole el pelo, fuente de su potencia, mientras duerme (¿después de hacer el amor?) para debilitarlo y entregarlo a sus enemigos.  Entonces la mujer ya sabe algo de este estereotipo de la mujer fatal con poderes aniquilantes para los varones, sabe de las brujas apasionadas quemadas por la Inquisición, por ello puede verse más tentada a callar.

Dificultades en la catarsis y en la elaboración: recordemos que  la mayoría de las personas pregunta una y otra vez sobre quién murió, cómo, qué enfermedad padecía, etc. Es difícil imaginar a la persona que sobrevive a tal experiencia comentar que todo se inició y consumó mientras hacían el amor.  Primer asunto, entonces, ¿qué se comunica? ¿a quién? ¿cuándo? Es evidente que el primer momento catártico de hablar de cómo fue la muerte del esposo o esposa se dificulta.

Más allá de la catarsis estarán las características personales del deudo que permitirán o dificultarán la elaboración de la situación traumática. Las libertades y prejuicios personales; la manera de vivir que la pareja haya tenido son el marco histórico desde donde pensar y vivir la situación. Es decir que se debe prestar particular atención a los modos en que esa pareja constituyó su mundo y organización familiar.

De esta historia surgirá cómo la persona transita este duelo para poder recuperar la capacidad amorosa y volcarla a otros objetos. Si el duelo queda obstaculizado, si no hay renuncia al objeto perdido, será muy difícil restablecer la capacidad amorosa sobre lo nuevo que tenemos que enfrentar, para así repoblar un mundo que se ha vuelto vacío.

Es de destacar que “la muerte ajena, con su carácter inquietante, también puede operar como pantalla de otras zonas de conflicto” (3 Rasia, pag. 109), por lo tanto es conveniente diferenciar el duelo y el “uso defensivo del mismo” para no adentrarse en aquellas áreas y cuestiones que el paciente encubre con su situación traumática.  

Secreto e intimidad: lo íntimo y privado cobra dentro de la pareja especial relevancia dado que: “El logro de la intimidad en una pareja es tarea difícil. Configura un código, producto de la mutualidad, con claves entendibles y descifrables por ella. Por esto, toma la forma de un secreto. El secreto alude algo que se despliega en la trastienda (...)El espacio “secreto de la pareja” se empieza armar a partir del momento mismo del encuentro y la conjunción de dos historias. Pertenece sólo a ella y constituye la piedra fundamental de una historia familiar nueva, que más tarde los hijos tratarán de conocer y reconstruir a través de ciertas preguntas “casi” universales: ¿Cómo se conocieron? ¿Dónde y en qué circunstancia? ¿A qué edad? ¿Qué habían ido a hacer a ese lugar? Las respuestas “blanquean” algunas situaciones pero ocultan otras. Es condición que los otros – hijos, hermanos, padres, amigos- permanezcan excluidos; de lo contrario pierde su cualidad de propio y valioso” (4).  Es evidente que lo oculto, lo que no se dice tiene relación directa con los secretos de alcoba, la construcción y despliegue del erotismo de la pareja. Todos estos elementos deben ser tenidos en cuenta con el sobreviviente de la escena traumática y sexual. Ese secreto, entonces, fundante, integrador que es de dos, de pronto se hace involuntariamente posesión de uno solo y cargado de efectos traumáticos inquietantes,  se puebla de autoreproches.  Rompe la alianza básica de incluidos y excluidos,  no establece fácilmente quienes pueden incluirse y refuerza algunos excluidos: por ejemplo los hijos, más si estos son pequeños, también la familia política puede ser depositaria de hostilidades proyectadas por la culpa (el deudo puede sentirse acusado de haber “matado” al hijo o hija de sus suegros). Por lo tanto en el curso del tratamiento es importante observar si el paciente puede hablar del tema, o por el contrario si lo encapsula y lo deja largo tiempo fuera del mismo. Indicios de esto puede ser un excesivo control sobre lo que se cuenta y lo que no, en especial referencia a la sexualidad, las insistente idealización del muerto y sus bondades, las dificultades actuales en las relaciones con el sexo opuesto y la relación con los hijos. Recordemos que: “Los secretos en algunas circunstancias son secretos no revelables que se oponen a la natural tendencia a la divulgación. Tienden a invadir al Yo o al vínculo que los contiene y por ende los empobrece. Se pueden transformar en un núcleo traumático cargado de sadomasoquismo que alimenta síntomas (...) cuando un secreto se hace intolerable, surge un intento ilusorio de excretarlo totalmente mediante su divulgación inoportuna.  Cuando esto sucede la desorganización vincular y redistribución del malestar-bienestar se contamina con este elemento.” (5)

Final del viaje: El colectivo se llenó y se vació varias veces, posiblemente el hombre y la señora no lo percibieron en ningún momento. Tan  intenso fue su contacto, su efímero compartir que el insólito encuadre del  mismo  quedo como lejano fondo. El hombre se despide sin ganas, con timidez, lamentando este final que el arribo a su destino lo obliga. La señora, cortésmente lo despide y queda envuelta en sus propios pensamientos. La primer pregunta hace tiempo la perturba ¿por qué guarda silencio sobre la experiencia vivida? La segunda reflexión esta vinculada a los  recuerdos de  sus noches de insomnio luego de la muerte de su marido, las permanentes charlas sobre la muerte del mismo y el cerrado mutismo sobre las circunstancias vividas. Otras reflexiones la llevan a sus síntomas corporales, insidiosos, que se establecieron, casi, desde la muerte de su marido. La siguiente pregunta es ¿por qué el hombre pudo contar su experiencia?  Comprende que pese al tiempo transcurrido, ambos, no han terminado de  elaborar la situación vivida. Emprendió su descenso con energía, notó una enorme cantidad de boletos enrollados que corrían por el piso del ómnibus, pensó que alguno sería capicúa.

Bibliografia: (1) Marías, J.; Mañana en la batalla piensa en mí. Editorial Alfaguara Bolsillo, Madrid, 1996.

                    (2) Alizade, A. M.: Clínica con la muerte. Amorrortu  editores, Buenos Aires, 1995.

                    (3) Friedler, R.: Sobre la dimensión familiar del duelo, en Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, número 1 XXII, 1999.

                   (4) Beer, S.  Y otras: Intimidad y secreto: una dimensión de lo vincular, en Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, número 1-2 XVI, 1993.

                  (5) Puget, J. y otro: La vida secreta de los secretos, en Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, número 1-2 XVI, 1993.

 
Articulo publicado en
Marzo / 2000