Vivimos tiempos de cólera. El neofascismo ha generado políticas de ruptura del lazo social por varios caminos. Por un lado, mediante un individualismo recargado donde se nos propone la ilusión de ser “emprendedores” de nuestra propia vida. El resultado está a la vista: no nos hacemos solos, sino que nos “deshacemos” entre cada vez mayor aislamiento y desolación. Por otro lado, a través de la proliferación de odio contra todos los diferentes a los que se acusa del malestar vivido. Los pobres, los migrantes… los diferentes son los acusados por el deterioro de nuestra existencia.
No hace mucho tiempo atrás existía un dicho popular que llenaba de ilusión a los futuros padres: cada niño nacía con un pan debajo del brazo. Lamentablemente quedó muy lejos de cumplir esa ilusión un adolescente salteño que se suicidó luego de perder el sueldo de su madre haciendo apuestas en un casino online. Trataba de acertar resultados en espectáculos deportivos de todo el mundo, partidos y más partidos de los que en tiempo real conocía los resultados. Abrumado por las deudas entendió que le era imposible resolver la situación y terminó con su vida. El ejemplo vale para mostrar que las apuestas online han generado un problema difícil de enfrentar, uno más, para las crianzas y el desarrollo de las nuevas generaciones.
En la cultura cyborg en que vivimos la prótesis incorporada al cuerpo, -el celular- abre las puertas del casino global. No hay restricción de entrada, todo está facilitado para que nada, ni nadie puede obstaculizar el ingreso de un menor en las ligas de las apuestas
Tiempos de quiebres. Nuestras subjetividades están amenazadas. El neofascismo genera políticas de ruptura del lazo social, aumentando los efectos de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada. El sujeto se constituye en la relación con el otro en la alteridad, sino no hay sujeto posible. Sus efectos los vivimos en la calle, en los grupos, en los vínculos, en la clínica.
Freud en El malestar en la cultura señala que las prótesis tecnológicas, pese a las dificultades de su incorporación, convertían a los hombres en semidioses. Esta observación, entiendo, ha cobrado relevancia en este proceso tecnocapitalista en que vivimos. Desde este punto arrancamos, hace ya muchos años, a pensar cómo los procesos tecnológicos van modificando a los seres humanos, insistiendo en que la hibridación entre humanos y máquinas nos ha constituido en cyborgs.
Nos encontramos ante un nuevo desafío en las crianzas de niños y adolescentes: cómo lograr desenmascarar las trampas que el consumismo capitalista ha disfrazado de juego
Llegamos al número 100 de Topía en tiempos difíciles. Nunca fueron fáciles, pero desde 1991 este es uno de los momentos más crudos por varios motivos. El ascenso de la tentación fascista como solución a los problemas de amplios sectores de la comunidad. La estrepitosa caída de las ilusiones “progresistas”, que mostraron sus amplias limitaciones para poder modificar la vida de la mayoría de la población. Propuestas que mutaron en palabras huecas. Como está sucediendo en el resto del mundo, la suma de estos factores asfaltó el terreno para la llegada de las olas neofascistas.
No hace mucho la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) autorizó a la empresa Neurolink, cuyo dueño es Elon Musk, a realizar una intervención en la que se incorporó un chip en el cerebro de una persona. El objetivo de la operación era establecer una conexión directa entre el cerebro y las máquinas de comunicar sin intervención de la voz, ni de las manos. Este dispositivo fue bautizado Telepathy, el nombre lleva directamente a imaginar la transferencia de pensamientos. No es así, técnicamente es un proceso que se conoce como una interface cerebro-máquina. Lo que captura son impulsos eléctricos y no pensamientos.
El cyborg no solo tiene esa prótesis adosada a su cuerpo, el Smartphone, sino que la misma se ha convertido en la casa transportable
El año 2000 traía un nuevo tipo de terror en el mundo. Un imprevisto en la programación de las computadoras hizo que las grandes empresas de internet anticiparan un posible colapso mundial, por una cuestión insospechada y aparentemente nimia, internet podía desplomarse. En consecuencia, toda la información acumulada corría el riesgo de desaparecer en los primeros segundos del nuevo siglo. Al posible tsunami se lo caracterizó como Y2K. La causa era que los programadores no agregaron la centuria en el fechado. Para las máquinas el año 2000 no existía. Por ello el nuevo siglo venía con una bomba dentro de los sistemas de internet, nadie sabía cómo leerían los programas el pasaje del año 1999 al 2000. Un nuevo tipo de fin del mundo acechaba. Por eso, se recomendaba no prender las computadoras el 1 de enero de 2000. Finalmente, poco efecto tuvo el que parecía ser el tsunami que arrasaría toda la información mundial acumulada en la red. Con medidas urgentes y atinadas de las empresas tecnológicas, la nueva biblioteca de Alejandría sobrevivió indemne, fue un fuego fatuo.
La psicología positiva se lanza a barrer con los conocimientos psicológicos previos, entabla una cruzada contra el malestar y las enfermedades mentales pregonando que el bienestar y la felicidad son los antídotos que esta sociedad global necesita
Hace casi 100 años, el psiquiatra rosarino Gonzalo Bosch publicó un texto denunciando “el pavoroso aspecto de la psiquiatría en la República Argentina”. Bosch era director del Hospicio de las Mercedes, y fue uno de los impulsores del higienismo en la Argentina. También fue el maestro de Mauricio Goldemberg, uno de los reformadores de nuestro campo en el siglo pasado. En su texto criticaba a un Estado que fracasaba, a una crisis de legitimación en la psiquiatría y a sus deudas respecto a la resolución del problema de la psiquiatría en la Argentina.
La cultura del Planeta Cyborg nos arroja con prisa y sin pausa a que seamos cuerpos en velocidad, velocidad que nuestros tiempos subjetivos no pueden capturar y son parte central del malestar actual. El cuerpo es obligado constantemente hacia la aceleración. Esto se le hace claro al usuario cyborg cuando, por ejemplo, una computadora se lentifica, cuando su celular no se prende, cuando desaparece la conexión a internet, ni que hablar del colapso personal que sobreviene cuando le roban su prótesis comunicativa que hace una unidad con su mano. Son momentos de inquietud y frustración difíciles de soportar. El desasosiego se hace presente.
Estamos en tiempos de premuras absolutas que involucran todas las actividades humanas, las que obligan a vivir bajo las condiciones que impone la hiperconexión que vuela por la placenta mediática de ida y vuelta en nanosegundos
Padecemos una cultura que nos impone la novedad permanente como forma de vida. Todo tiene que ser o parecer nuevo. Una máscara de dominación mediante la dispersión de nuestra atención en supuestas primicias que son meras estrategias de venta. Navegando de pantalla a pantalla naufraga nuestra subjetividad en las aguas de la precarización. Encandilados por brillanteces que nos enceguecen. En ese camino, mucho de nuestra historia y memoria sólo se vuelve un mero recordatorio por algún aniversario mercantilizado.
Por muchos años se trató de ocultar el origen de los niños, es decir, se omitía que es consecuencia del coito de los padres. En el saber popular han existido múltiples cuentos o mitos que separaban la sexualidad del nacimiento de un bebé. Por ejemplo, los padres mandaban una carta a París y la cigüeña traía desde allí al niño. Lo dejaba en el patio lejos del lecho conyugal, no deja de ser gracioso que la capital francesa sea conocida como “La Ciudad Luz”. En otras versiones los padres sostenían que el niño llegó dentro de un repollo. En las épocas en que el pudor imperaba, este tipo de explicaciones eran las que se les daba a los niños ante el advenimiento de un hermano. Durante mucho tiempo fue difícil digerir culturalmente la relación entre la procreación y la sexualidad de los adultos, en dichos momentos la magia como explicación sustituyó la verdad.
La procreación fue empujada históricamente por los poderes de turno hacia “una fábrica de hijos” que respondiera a sus intereses desde el momento mismo del nacimiento
Vivimos en una cultura que reniega o demoniza a los otros. La entronización de la era de Narciso tiene consecuencias sobre nuestra subjetividad. Por un lado, no ver más allá del propio ombligo reflejado en los espejos oscuros que nos circundan. La placenta mediática en la que vivimos es un laberinto donde nos perdemos entre espejos donde los otros se vuelven imágenes evanescentes. Y allí caemos en las redes donde lo familiar se vuelve siniestro. Empezamos a ver a todo y todos los que quedan “afuera” de nuestras imágenes como amenazantes de nuestra ilusión de la felicidad privada espejada.
Con el wasap tenemos un ejemplo por demás iluminador sobre cómo se acelera el tiempo, quién recibe el wasap, al estar gobernado por la impaciencia, apura la velocidad del mismo. El usuario cyborg puede escucharlo en tres velocidades distintas, una más rápida que la otra. A cada aumento de la velocidad más distorsionada sale la voz de quién nos contacta, en la última ya no reconocemos tonos, ni matices de quien nos está diciendo algo. Esto aumenta aún más la distancia afectiva entre emisor y receptor. En la misma dirección hoy se ha instalado un pequeño ritual: no es conveniente hablar directamente por teléfono, hay que mandar un wasap preguntando si el otro puede hablar. Su confirmación habilita el llamado.
El tempo propio (más cercano a los latidos del corazón) queda anulado por las prótesis que amamos. Éstas marcan un tempo que no es propio, sino que nos acelera hasta llegar a producir grandes perturbaciones en nuestra subjetividad
La Ley Nacional de Salud Mental Nº 26.657, herramienta legal para un cambio de paradigma en la atención de las problemáticas de salud mental, sancionada en el año 2010, contó en su momento de elaboración y sanción, con el ferviente apoyo de quienes integramos la Revista Topía, fijando una clara posición ante nuestros lectores.
La Facultad de Medicina estaba prohibida para los judíos en la España de los Reyes Católicos. Pese a ello existía un médico de la corte que era judío al que no se le decía médico, sino físico.
Las brujas tenían conocimientos de hierbas medicinales, muchas veces conocidas como pociones mágicas, que la ciencia médica oficial desconocía. La libertad, la autonomía de las mujeres de los bosques y sus saberes fueron las verdaderas causas de su persecución y genocidio por parte de la Inquisición. La hoguera era el cruel destino que el poder aplicaba a las mujeres libres que, de acuerdo a la época, conocían muy bien el arte de curar con hierbas.
El reino del marketing se fue expandiendo y el estudio para la manipulación de conductas y deseos es una parte central del mundo de la imagen en que vivimos
El malestar nos asfixia. Lo vemos, lo leemos, lo vivimos. Nos atraviesa, estemos donde estemos. Una pandemia que no terminó, una guerra que recién empezó. Violaciones grupales a plena luz del día. Un paciente internado en el Hospital Borda asesinado por una golpiza. La lista es interminable. En el dossier de este número abordamos las diferentes facetas del malestar de hoy. Enrique Carpintero, en su artículo editorial “El capitalismo destructivo del tejido social y ecológico”, sintetiza cómo “se velan las consecuencias socioeconómicas de un sistema que ha llevado a la máxima desigualdad de la historia”. Y las consecuencias subjetivas: el malestar. Antonio Elio Brailovsky, en “La infelicidad de nuestro tiempo” historiza las polémicas sobre la felicidad y llega a cómo la “sociedad del dinero” genera malestar, entre la ilusión de felicidad con el consumo y el cambio climático que está destruyendo nuestro planeta. Marcelo Rodríguez, en “El malestar sin sujeto” analiza cómo en la actual sociedad digital las diversas manifestaciones del malestar adquieren el carácter de fuerzas autónomas despojadas en sí de subjetividad, encubriendo su proceso de producción. Hernán Scorofitz, describe lo que está sucediendo en nuestra salud mental, sintetizado en su título: “De la Pandemia Invisible a la “Pospandemia” empastillada”, y demostrado en los datos contundentes del aumento del consumo de psicofármacos (ansiolíticos y antidepresivos).
En esta hibridación entre tecnología y magia de la cultura actual se promueve la creencia de que los límites no existen, que Silicon Valley tiene la capacidad de llevarnos a soluciones que parecen dispuestas por los dioses. Después de todo, nuestra manera de pensar, de imaginar, de amar, de comunicarnos ha sido modificada por sus arrolladoras invenciones. No quedan afuera de las mismas ni el espacio exterior, ni la guerra. Esta última, estamos viendo, se vuelve más y más cibernética. Algo así como: “con drones y ejércitos de hackers hábiles le complicamos la vida a cualquiera”.
La innovación tecnológica aparece como un criterio de verdad absoluta, nada es imposible y los desarrolladores tienen esa aura de inefabilidad que los protege como a una casta sacerdotal
Más de la mitad de la población de la Argentina es pobre. El 60% de los niños son pobres. Los datos son terribles. Lo más grave es que se han naturalizado. No se puede acusar a la pandemia de esta realidad. “Esta pandemia no es como un gran trueno en un cielo límpido”, afirmaba Christophe Dejours en una conferencia el año pasado. Simplemente empeoró y visibilizó una situación ya de por sí pésima. Aquellos que dirigieron nuestro país desde la salida de la última dictadura militar son responsables de esta situación, entre neoliberales y nacionales populares.
Isaac Asimov sostenía que la más extraña industria humana es la elaboración de robots a imagen y semejanza del hombre, estos son ya más una realidad presente que asuntos de la ciencia ficción imaginados para un futuro lejano. Uno de los nichos económicos donde se han afincado muy bien los androides, son en los servicios de salud, sector donde la demanda aumentó un setenta y dos por ciento en el año 2020.
La crisis producida por el virus y las cuarentenas han terminado de consolidar un Planeta Cyborg en el que es imposible la vida sin que todos los usuarios tengan prótesis comunicacionales adosadas al cuerpo y que vivan 24/7 en y por ellas
En una zona rica de la pampa húmeda los vecinos de la ciudad de Chivilcoy observan y comentan las actitudes de un adolescente del que desconfían y rechazan. En los años del menemismo la novela cruza el desbarajuste de las políticas públicas del gobierno nacional con la vida cotidiana de esos vecinos.
El protagonista deambula en moto o en auto por las calles y caminos de Chivilcoy y pueblos aledaños, en todas partes recibe silencios, rechazos o indiferencia. El autor ha elegido una particular manera de relatar la vida de El Flaco, la elección fue que el protagonista nunca hablase. Es hablado por los otros. Así de manera calidoscópica se construye tanto la dramática que atraviesa al joven, familiares y vecinos, como los efectos del gobierno de Carlos Menem.
EDITORIAL: La cólera neofascista y la trama corposubjetiva en la que se desarrolla el miedo. Enrique Carpintero
DOSSIER: LA POTENCIA DE LA ALEGRÍA EN TIEMPOS DE CÓLERA Cristián Sucksdorf, Tom Máscolo y César Hazaki Además escriben:Ariadna Eckerdt, Juan Duarte, Mabel Bellucci
Trotsky y el psicoanálisis. Helmut Dahmer
ÁREA CORPORAL: Signos de identidad. Tatuajes, piercings y otras marcas corporales. David Le Breton
TOPÍA EN LA CLÍNICA: EL PSICOANÁLISIS A DISTANCIA TRAS LA PANDEMIA. Eduardo Müller, Marina Calvo, Lucía Plans y Agostina García Serrano
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra