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Gabriel García De Andreis

Gabriel García De Andreis

 

Supongo que resulta de rigor decir que estamos frente a un libro de excepción, pues tanto el buen gusto como la buena educación, las reglas no escritas del buen presentador de libros llaman más a halagar que a criticar, más a resaltar valores que a señalar defectos.

Aún así, diré que estamos frente a un libro de excepción, no por obediente a las normas, ni por obsecuente, sino porque Las Huellas de la Memoria, el libro que en su volumen II presenta la historia hecha objeto, sujeto, y acción de la salud mental y el psicoanálisis en la Argentina, encara una tarea que si resulta obvia en cuanto a su necesidad derivada de las propia valoración que el campo de la salud mental y el psicoanálisis hacen de la historia, resulta única en cuanto a su realización. No conozco obra que como la de Alejandro Vainer y Enrique Carpintero se halla puesto al hombro de manera tan minuciosa, prolija y fundamentada aquella tarea que desde el mismo prólogo de Gilou García Reynoso es señalada: el recordar como empresa ética, la memoria como trabajo psíquico, elaboración y compromiso subjetivo. Y entonces, la excepcionalidad de las páginas reposa y resalta en lo necesario de su lectura, en la consecuente definición de salud mental ligada a la búsqueda de la verdad.

Alguno podrá decir: “esto no fue así; yo allí estuve y no fue así”. Y con derecho, cada quien y cada quienes escriben su historia, y las relatan con sus propias “anteojeras” (como gusta decir Bourdieu 2 al mencionar los modos en que los actores del campo periodístico observamos los hechos). Sin embargo, sus autores no eluden ni el esfuerzo de rigurosidad metodológica de una escritura profusamente documentada, abonada en entrevistas con algunos de los personajes de esta historia, que le aportan al tránsito de la narración la calidez y la pasión de la historia viva, ni tampoco su posición subjetiva, esto es, responsable frente a los hechos. Para ellos, la historia de la salud mental y el psicoanálisis en la Argentina está marcada por la huella de la vida política del país. El corte temporal que deciden realizar para dar comienzo a su volumen II es el del Cordobazo, tomado como comienzo de un tiempo en el que la disputa al interior del campo psí está signada por el estallido de las instituciones y el espíritu de cambio de la época. Es desde allí en que está señalada la acción de unos actores que se disputan el capital simbólico, político y económico en juego. No dudan en decir que el psicoanálisis resulta un patrimonio, disputable por distintos actores en juego, y como capital en pugna, muestran una historia de estrategias posicionales de cada agente social para definir y redefinir las reglas.

Si es cierto que se hace camino al andar, las huellas de la memoria muestran la historia de una delimitación arbitraria y a la fuerza de ciertos territorios. Mario Róvere 3 señala que toda territorialización es geopolítica. Y lo apunta en la marca de lenguaje de términos como territorio (que encierra en su desinencia la huella del terror), provincia (que guarda en sí los efectos del vencedor) y región (que recibe en su fonación el falo fundacional del Rey, del que rige). Pues es allí donde se instalan, al menos para mí, algunos de los rizomas que la lectura de La Huellas de la Memoria promueven. Tanto la pregunta acerca de si hacemos salud mental cuando nos introducimos en otros campos que no son los propiamentes técnicos, esto es, cuando nos volvemos actores de campos como el de la historiografía, la política, la docencia, el periodismo. ¿Es que hacemos otra cosa, o nos llevamos con nosotros de arrastre también el campo de la salud mental? Hubo un tiempo en que tal discusión era motivo de encendida polémica, revivida para el lector de los cuatro primeros capítulos en los que, bajo la forma la historia de los dispositivos antipsiquiátricos, comunidades terapéuticas, rupturas al interior de las instituciones, y otros avatares narrados allí, vivía la pasión vital de la pregunta hecha acto.

La delimitación terrorífica del campo tiene una ruptura estilística obvia, casi brutal en el inicio del capitulo cinco de este libro: la lista de apellido, nombre, profesión, lugar de trabajo lugar de desaparición, de los 110 trabajadores de salud mental secuestrados torturados y desaparecidos entre el 24 de marzo del 76 y el 10 de diciembre del ‘83 . Junto ellos desaparece la pregunta que los autores revitalizan ya no sólo en las páginas de su libro, sino en la misma factura de su obra: ¿hacemos salud mental cuando nos internamos en la historiografía, en la política o en el periodismo? O mejor aún, ¿es posible concebir la práctica de salud mental sin internarnos en campos como la historiografía, la política o el periodismo? Entre silencios, miedos y exilios (así nombran los autores al capitulo V) se demarca el territorio en el que claudican las expresiones del campo de las salud mental y el psicoanálisis, en provincias que sostienen un hábitus tecnocrático. La historia hecha cuerpo en el inconcebible silencio de las instituciones de salud mental respecto de las consecuencias que tiene para la vida anímica de la comunidad, ya no el capitalismo, ni el neoliberalismo, o ante la violencia simbólica ejercida para que migre en nuestras representaciones sociales la noción de derecho a la salud hacia la de coberturas de seguros públicos, sino silencios alrededor de qué significará en términos de enfermedad mental la ruptura brutal de nuestra cotidianeidad marplatense el vivir durante una semana en una ciudad sitiada, militarizada hasta el hartazgo, con el pretexto miserable de que el mundo deberá ver una ciudad hermosa, de vecinos educados, porque nos conviene presentarnos como derechos y humanos porque tal cosa tendrá efectos en nuestra economía de ciudad turística. ¿Qué efectos tendrá en la construcción subjetiva de la ética de nuestros jóvenes el insistir en que vale la pena recibir en nuestro barrio al mayor productor de muerte y enfermedad mental, porque “con la cumbre ganamos todos”.

Señala Roland Barthes en las Mitologías 4 que el mito está constituido por la pérdida de la cualidad histórica de las cosas: las cosas pierden en el mito el recuerdo de su construcción. Y en eso consiste la acción de derecha: hacer del habla un mito despolitizado. La gesta de Carpintero y Vainer sostiene la actividad de salud mental propia de la desmitificación, esto es, recobrar para nuestra práctica la historia de su construcción y por lo tanto, su valor de producción de cambio verdadero, esto es, político.

De manera similiar, Bourdieu 5 plantea en la Respuestas por una antropología reflexiva la tarea de explicitación de los hábitus, de la historia hecha cuerpo (que osa llamar autosocioanális), como una estrategia de cambio social. De esta manera sostenemos que “Las Huellas de la Memoria” de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer no es sólo un libro de historia, no es sólo una recopilación minuciosa y seria de los hechos, no es solamente un develador de nuestra propia leyenda. Es en sí mismo un gesto potente de salud mental. Que saludamos con alegría, e intentaremos continuar.

Mar del Plata, 21 de octubre de 2005.

Gabriel García De Andreis es psicólogo; psicoanalista de niños y adolescentes; docente de la facultad de Ciencias de la Salud y el Servicio Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata; Coordinador del Hospital de Día Casabierta; Periodista; Docente de la Carrera de Periodismo de la Escuela de Estudios Terciarios Radiofónicos ETER filial Mar del Plata.

Bourdie, Pierre; “Acerca de la Televisión”

Róvere, Mario; (2005) “Planificación Estratégica de Recursos Humanos en Salud”; O.P.S.

Barthes, Roland; “Mitologías”; Siglo XXI, Argentina.

Bordieu, P. Y Waquant, L. “Respuestas por una antropología reflexiva”; Grijalbo; México.