Horacio González | Topía

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Horacio González

Presentaciones de la primera edición de La alegría de lo necesario

Presentación en el Centro Cultural Grissinopoli

 

 

Horacio González

“El libro de Enrique está repleto de actualidad. Sus temas son las condiciones de vida en las grandes ciudades, el desvarío de las existencias colectivas, el desigual reparto de los bienes, el estado de enfado en el vivir contemporáneo, las revueltas argentinas, el ‘que se vayan todos’ y sus interpretaciones. Esta es una de sus entradas, que compone lo que podríamos llamar el texto de urgencia, el texto social, y a la vez esperanzado. Hay de inmediato otro texto sobrepuesto al anterior, que es el de las reflexiones sobre Spinoza y Freud, en el que aparece la clara solicitación para que ofrezcan sus respuestas ante los graves momentos en que se destituye lo humano de su dignidad creadora. Aquí a proseguimiento Enrique, entraña una búsqueda decidida, de algún modo perentoria.¿Hay en las obras de Freud y Spinoza los recursos, los climas y conceptos que nos permitan saber más sobre el arancelamiento del sujeto moderno, de los hombres y mujeres de nuestras ciudades?De las varias respuestas, que podrían tener una pregunta semejante, Enrique opta por colocar a ambos autores como centinelas privilegiados de la construcción de lo que no sin temor llamaría una “ética social para actuar en tiempos de sufrimiento colectivo y subjetividad agobiada”.La lectura de Enrique no es erudita, ni desea investigar nuevos significados en la siempre sugerentes intimidades de ambas obras. Pero tampoco las hace motivos de aplicaciones descuidadas de ciertos enunciados, a eventos caracterizados por su evidente y flotante actualidad. Hay pues en el libro un gracioso y cuidadoso equilibrio entre la voz de Freud y Spinoza, y las voces contemporáneas del movimiento social que sabemos reconocer muy bien. Encuentro allí la fortuna y la fuerza del libro. Se trata entonces de un Spinoza de lectura amplia, popular, no por eso menos inquietante. Se nos invita aquí a considerar una ética que pueda alcanzar contornos más amplios que su mera lectura especializada, y que lleva a encontrar una respuesta a la impotencia y a la servidumbre postulando la libertad del auto examen de las pasiones, y a la vez un ámbito de pasiones autogobernadas que contienen una cartilla esencial. Aquella por la cual experimentamos la intuición intelectual de que el hombre es una parte de la naturaleza, y a la vez la política entendida como una deducción geométrica de las pasiones; lo que lleva también al diálogo de lo que puede ser una hermosa ficción de eternidad humana con la naturaleza animada.Todo ello nos conduce a un terreno de auto deliberación para confirmar aquellas pasiones creadoras que eleven la capacidad convivencial, democrática y vital del hombre.Freud, en El malestar en la cultura, y la Carta sobre la guerra a Einstein, también son terrenos en donde se encuentra este sujeto que surge de las pasiones, o de las pulsiones, donde lo que está en juego es también la magnífica interrogación de su naturaleza viviente y de la vida que hay en la naturaleza. Dicho esto, se hace evidente que quiere producir un diálogo como los de los viejos géneros en que habla desde un ‘Campo Eliseo’ predestinado. Los hombres antepasados que fueron capaces de dejar tales legados.La tapa del libro lo quiere decir claramente; Freud y Spinoza pueden hablar entre sí para hacernos hablar a nosotros entre ellos, por ellos y partiendo de ellos.Hasta aquí me parece magnífico el sutil acatamiento de Enrique a los deseos más pleclaros de lo que somos como lectores apasionados.Freud Habla un poco como Spinoza si nos dice que las pulsiones son las pasiones y por otro lado, se nos pasa por alto la declaración de Freud respecto a su simpatía personal por Spinoza.Marx también aparece como lector de Spinoza, de modo que tenemos un trípode fundamental, que nos daría el intento de construir un lenguaje común sobre las pasiones, y su fundación de lo humano subjetivo, con una fuerte traductibilidad entre el maestro de la plusvalía. el del inconsciente, y el de la alegría de lo necesario. Por mi parte podría confesar una mayor cautela en el momento de alcanzar tal grado significativo de compenetración entre estos autores, que son monumentos esenciales de nuestro lenguaje y conocimiento. Pero entiendo decididamente, y me entusiasma el partido tomado por Enrique, de situarme frente a un cuerpo de ideas fundamentales a partir de las cuales obtener un trazado coherente de ideas intervinientes en nuestro presente y nuestro futuro. Con todo quiero decir también que los textos de Enrique están señalados por un decidido interés en el relato de eventos mitológicos, tal como sobreviven desde los legados clásicos, lo que sin duda se debe a la tracción que ejercen sobre él las más bellas aulas de la humanidad, fuente inagotable de conocimientos y fundamentos éticos.En el libro, en gran asamblea de voces, encontramos a Zeus, a Apolo, a Agamenón junto a Noam Chomsky, al mito de Sísifo de Albert Camus junto al mito Prometeo y Epimeteo que cuenta Platón en El Protágoras. Más allá, el comentario de Freud sobre “El mito de las Moiras”, a propósito de un tramo de “El mercader de Venecia”, donde la bella Porcia da a elegir entre tres cofres a sus pretendientes.La textura de lo que nos ofrece Enrique está así tamizado de referencias actuales, de referencias de la cultura filosófica, a ser interrogado una vez más de mitologías propiciatorias y de doctrinas de actuación enérgica, desde la psicología del sujeto históricamente perturbado.Dice Carpintero: “De todos estos planos, se debe considerar lo humano como resultado de un itinerario irreductible del sujeto, que lo es en sí mismo; como fuente de su padecer y su goce. Y del sujeto histórico, que lo es en sí en la historia inconclusa de su tiempo.”Hablar de las pasiones implica una nueva geometría, enlace de autores y crítica de las utopías. Es en estos tramos, precisamente, que yo podría reclamar menos severidad hacia la tradición utopista, que es claro, tiene sus bemoles; pero no es fácil hacerla responsable de tantas atrocidades posteriores.Por otro lado me permito obtener el uso de fórmulas rápidas para entablar vinculaciones que en algún caso llevan a decir que el poder del capitalismo es borgeano, lo que no puede sostenerse sólo a partir de una frase ingeniosa pero torpe, de Borges. Sería sin duda adornar al capitalismo de virtudes literarias que no tiene. Digo esto para acercarme a un balance de rigor y amistad, de este libro fuerte y apasionado; un balance crítico y de confianza, pues es un libro movilizador de filosofías, y capaz de alertarnos sobre la necesidad de interrogar nuestro propio lenguaje para el gran enlace entre lo actual y el legado de las filosofía de las pasiones, legados que nos mantienen vivos y nos obligan a la vez a la cautela.Hay, en este libro de Enrique, un entrelazamiento entre artículos salidos de Topía; un intento de explicar ese nombre, y quizá no se escribe de otro modo que no sea para explicar los nombres que van apareciendo en nuestra vida.El deseo explícito de que estos nombres- autores dialoguen entre sí y presenten un frente común, es hacer hablar entre nosotros mismos los libros que tenemos en la primera fila de nuestras bibliotecas personales. Es habilitarnos, pues, para hablar.Con Enrique tenemos una amistad ya larga, que me permite hablar rápidamente de su libro, aunque no sin atención entusiasta. Y me permite también faltar a la cita, movilizando a mi hija para esta lectura. Lejos de ser un inconveniente, lo veo también como otro de los enlaces y diálogos debidos, pues a Enrique no debe disgustarle este testimonio, en un largo ciclo que en las ideas y en la vida, hemos atravesado no sin dramas que nos corresponden por ser íntegramente propios, y lo que la época nos ha legado.