EXCLUSIVO REVISTA TOPÍA
Maurizio Lazzarato es un reconocido filósofo y sociólogo italiano que vive en París. Tiene una extensa obra con propuestas originales, donde se destacan obras como La fábrica del hombre endeudado (2013); El capital odia a todo el mundo (2020); ¿Te acuerdas de la revolución? Minoría y clases (2022). En este último libro propone conjugar diversas “luchas de clases” (clase, raza y género). Para este dossier nos envió especialmente este texto que nos permite entender el neofascismo de hoy.
La nueva secuencia del ciclo estratégico, que comenzó en 2008, y que conduce a la guerra abierta, muestra una gran novedad. La macchina1 Estado-Capital ya no delega la gran violencia en los fascistas, sino que la organiza ella misma, tal vez escaldada por la autonomía que se arrogó el nazismo en la primera mitad del siglo XX. El genocidio arroja una luz inquietante sobre la naturaleza del capitalismo, obligándonos a verlo como quizás nunca antes lo habíamos visto.
El capitalismo y las democracias organizan, conjuntamente y por separado, un genocidio como si fuera lo más normal y natural del mundo.
El capitalismo y las democracias organizan, conjuntamente y por separado, un genocidio como si fuera lo más normal y natural del mundo.
Numerosas empresas (de logística, armamento, de comunicaciones, de control, etc.) participaron en la economía de ocupación de Palestina y ahora organizan, sin ningún reparo, la economía del genocidio. Tal como las empresas alemanas de los años treinta y cuarenta, ellas están garantizando enormes beneficios a partir de la limpieza étnica de los palestinos. El principal índice de la Bolsa de Valores de Tel Aviv escaló a un 200% durante el genocidio, garantizando un flujo continuo de capitales, sobre todo estadounidenses y europeos hacia Israel.
Con el genocidio las democracias liberales reconectaron con su genealogía que, alegremente reprimida, sin embargo, ahora regresa con fuerza: la americana sienta sus bases en el genocidio de los indígenas [indiens autochtones], el establecimiento de la esclavitud y del racismo, mientras que las democracias europeas hicieron lo mismo, pero en las colonias lejanas. La cuestión colonial, racial y la esclavitud están en el corazón de dos revoluciones liberales de finales del siglo XVIII.
El racismo estructural que caracteriza al capitalismo, actualmente concentrado contra los musulmanes, ha sido desatado de forma indecente por los israelíes y todos los medios de comunicación y las clases políticas occidentales. Tampoco en este caso hay necesidad de nuevos fascistas, pues son los Estados, particularmente los europeos, los que lo alimentan desde los años ’80. El racismo está profundamente arraigado en la democracia y en el capitalismo desde la conquista de América, porque allí reina la desigualdad, y una de las principales formas de legitimarla es el racismo.
El principal índice de la Bolsa de Valores de Tel Aviv escaló a un 200% durante el genocidio, garantizando un flujo continuo de capitales, sobre todo estadounidenses y europeos hacia Israel.
El debate sobre los fascismos contemporáneos va a la zaga de la realidad, pues ninguno de estos ‘nuevos fascismos’ es capaz de ejercer tanta violencia y destrucción a tal escala. No están, como sus antepasados, liderando una contrarrevolución de masas contra el socialismo, por diferentes razones. La principal: no existe un enemigo real que se parezca ni remotamente a los bolcheviques. Los movimientos políticos contemporáneos no representan ningún peligro, estos son absolutamente inofensivos. Los nuevos fascismos son marginales en comparación con los fascismos históricos, y cuando llegan al poder, se alinean inmediatamente al lado de la reproducción del capital y del Estado intensificando la legislación autoritaria y represiva.
Trump (o Milei) es la imagen adecuada del “capitalista fascista” porque representa una parte de la clase capitalista y actúa en consecuencia. La acción de Trump no guarda ninguna, o marginalmente poca, semejanza con el histórico folclore fascista, pretende salvar el capitalismo estadounidense de la implosión al tiempo que impone un devenir fascista a cada aspecto de la sociedad americana.
El capitalismo no necesita confiar el poder, como antaño a los fascismos históricos, pues la democracia ha sido vaciada desde adentro a partir de los años ‘70. Desde el interior de sus instituciones, como el capitalismo lo hace al interior de las finanzas; y el Estado al interior de su administración y su ejército, la guerra, la guerra civil, el genocidio. Lo que llamamos “nuevos fascismos” o “posfascismos” son actores con un papel de extras [de la figuration]2. No tienen ninguna capacidad de decisión sobre las decisiones que toman los centros de poderes financieros, militares, monetarios, estatales, etc.
¿Cómo podemos entender esta situación inédita? Sus raíces se sumergen en la fase previa de acumulación primitiva que organizó la transición del fordismo al llamado “neoliberalismo”. El ciclo estratégico organizado por la administración Nixon para hacer pagar, como actualmente, al resto del mundo la crisis acumulada en los años ‘60 ha sido todavía más violento que la acción política de Trump: decisión unilateral de hacer inconvertible el dólar en oro, aranceles aduaneros del 10%, capitales japoneses a disposición de EE.UU., el “acuerdo” del Plaza3 que expolió a Japón (Japón sacrificó en ese entonces su economía para salvar al capitalismo estadounidense), el restablecimiento político de las relaciones con China que resultará decisivo para la mundialización, la decisión política de construir un “super-imperialismo” alrededor del dólar, etc.
Trump (o Milei) es la imagen adecuada del “capitalista fascista” porque representa una parte de la clase capitalista y actúa en consecuencia.
Las causas de este ciclo estratégico que duró desde los años ’70 a los ’80: las normas económicas y jurídicas establecidas por los EE.UU. para el mundo libre, en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, ya no le eran favorables como lo habían sido durante la Guerra Fría a aquel país. Cuando constataron que no les era conveniente, decidieron desencadenar el ciclo estratégico para modificarlas, una vez más, de manera absolutamente arbitraria. Las guerras civiles4 en todo América Latina han sido uno de los episodios más dramáticos de este ciclo que, al mismo tiempo, aquéllas decretaron el fin de la revolución mundial y dieron paso a los primeros experimentos llamados neoliberales. En este sentido, es interesante referirse al análisis del premio nobel Paul Samuelson acerca del neoliberalismo incipiente, pues casi nunca se recuerda.
El análisis del “Nacimiento de la biopolítica” ha sido considerado una formidable anticipación del neoliberalismo, mientras que en la misma época la interpretación de Paul Samuelson truncó el elogio del liberalismo y su gubernamentalismo, describiendo la imposición de la economía neo-liberal como un “capitalismo fascista”. Esta categoría, olvidada posteriormente, quizás nos ayuda a comprender la genealogía del genocidio democrático-capitalista.
Me refiero, por supuesto, a la solución fascista. Si las leyes del mercado van acompañadas de inestabilidad política, entonces los simpatizantes del fascismo concluirán: “¡Deshazte de la democracia, e impone a la sociedad civil un régimen de mercado! Poco importa, para lograrlo, que haya que romper los sindicatos o encarcelar a los intelectuales indeseables o, todavía, obligarlos a exiliarse”.
La lógica del mercado, en lugar de ser una alternativa a la guerra y a una gran violencia, las contiene y las alimenta y, finalmente, las practica por sí misma hasta el genocidio.
Samuelson perturba las creencias más sólidas: la economía de los Chicago Boys, de Hayek, Friedman, etc., es una forma de fascismo y constituye un paradigma para la economía en general. La experiencia neoliberal es la de una “economía impuesta”, exactamente lo que la administración Trump intenta lograr: “un capitalismo impuesto” (otra acertada definición de Samuelson), por la fuerza.
“Por así decirlo, si Chile y los ‘Chicago Boys’ no hubieran existido, habría que inventarlos para erigirlos en paradigma. Es interesante recordar aquello que dije al respecto, y esto es tanto más cierto cuanto que los conservadores, que no aprecian la forma en que evolucionan las democracias, son incapaces aun así de llevar hasta el final su razonamiento. Huyen ante la conclusión que les correspondería, en otras palabras, el fascismo, y se conforman con abogar por un límite constitucional a la tributación. Esta es su versión del capitalismo impuesto”.
La interpretación de Paul Samuelson truncó el elogio del liberalismo y su gubernamentalismo, describiendo la imposición de la economía neo-liberal como un “capitalismo fascista”.
¿Hemos aceptado la narración liberal, en lugar de preguntarnos por qué la gobernanza liberal conduce, como ocurrió en la primera mitad del siglo XX, a la guerra, al fascismo y al genocidio? No fuimos capaces de sacar las conclusiones que eran necesarias y, sin embargo, se ha pasado de las libertades del llamado neoliberalismo al genocidio democrático-capitalista, sin un golpe de Estado, sin una “marcha sobre Roma”, sin contrarrevolución de masas, sino como si se tratara de una evolución natural. Nadie del establishment y, sobre todo, de las clases políticas y de los medios de comunicación se han sorprendido. Estos últimos se alinearon con una velocidad impresionante y una convergencia impecable en torno a una narrativa que contradice por completo la ideología profesada durante décadas en torno a los derechos del hombre, el derecho internacional, la democracia contra las dictaduras, etc. Para que todo sea desarrollado sin el mínimo problema, fue necesario que los horrores físicos y mediáticos del genocidio hayan sido inscriptos en las estructuras del sistema que, una vez que emergieron, los consideró no como una aberración, sino como una normalidad. Todo se hizo como si fuera algo evidente. El capitalismo liberal, de modo natural, se expresó y se concretó completamente en el genocidio, sin la mediación de los fascistas. La excepción devino en normalidad, el “nunca más” fue completamente borrado y su represión fue proclamada abiertamente.
Estamos como petrificados frente a las afirmaciones de los perpetradores del genocidio, incapaces de reaccionar teórica y políticamente más allá de la necesaria desaprobación moral. No vemos lo que tenemos ante nosotros porque hemos incorporado demasiados filtros “democráticos”, una idea pacifista del capitalismo que nos impide leer correctamente aquello que ha sucedido con la construcción del neoliberalismo desde América Latina. En lugar de cuestionar la subjetividad de los “neofascistas”, sería más interesante y productivo investigar la subjetividad del homo oeconomicus y del homo democraticus, ya que coexistieron pacíficamente durante el genocidio.
Leamos a Samuelson teniendo en mente todos los comentadores de pensadores críticos que siguen hablando de neoliberalismo: “Les dejo que descubran mi descripción del fascismo capitalista: ‘Los Generales y los almirantes toman el poder. Eliminan a sus predecesores de izquierda, exilian a sus oponentes, encarcelan a los disidentes intelectuales, restringen los sindicatos, controlan la prensa y toda actividad política. Sin embargo, en esta variante del fascismo de mercado, los líderes militares no intervienen en la economía (...) Los opositores al régimen chileno han llamado a este grupo, con cierta injusticia, los Chicago Boys, para reflejar el hecho de que muchos de ellos habían recibido su formación económica en la Universidad de Chicago o habían sido influenciados por ella. Estos economistas favorecen el libre mercado. Entonces, el reloj de la historia retrocede. El mercado es libre, la oferta monetaria está estrictamente controlada. Sin transferencias sociales, los trabajadores se ven obligados a trabajar o morir de hambre. Los desempleados mantienen a la baja, de ahora en adelante, el crecimiento de la tasa salarial competitiva. La inflación puede reducirse significativamente, si no eliminarse por completo”.
La lógica del mercado, en lugar de ser una alternativa a la guerra y a una gran violencia, las contiene y las alimenta y, finalmente, las practica por sí misma hasta el genocidio.
En realidad, el mercado tuvo menos una función económica que represiva, luego disciplinaria, de individualización del proletariado y de ruptura de toda acción colectiva y solidaria. El mercado contenía inherentemente a la guerra y al genocidio, exactamente como el liberalismo clásico contenía intrínsecamente a la Primera Guerra Mundial. El mercado era un inmenso constructor ideológico (otro concepto descartado por el pensamiento crítico) bajo el cual se desplegaba silenciosamente la depredación política operada por el monopolio del “dólar” y de las “finanzas” estadounidense, los verdaderos actores económicos y políticos que nunca han sido regulados ni gobernados por el mercado.
La violencia del nazismo, en lugar de ser un interludio desafortunado, fue una de las modalidades de acción de Occidente, de sus empresas y sus democracias, primero en las colonias, luego en Europa y ahora en Palestina. La autodestrucción tampoco es una especificidad del nazismo; pertenece por derecho propio a la empresa y a la democracia y eso es una de las opciones de la máquina Estado-Capital.
¿Dónde podemos verificar la pertinencia del concepto de Samuelson, que implica el oxímoron “democracia fascista”? Nos cuesta comprender la realidad porque la gran violencia, conjugada con la democracia y el capitalismo borra, con una facilidad desconcertante, los valores de Occidente, salvaguardados en sus constituciones. El joven Marx nos recuerda que el alma de las constituciones liberales no es la libertad, ni la igualdad, ni la fraternidad, sino la propiedad privada burguesa. Una verdad ineludible, hoy más que nunca.
La propiedad es sin duda el medio más relevante para definir la situación de los oprimidos porque es el “derecho humano más sagrado”, el único valor verdadero, en última instancia. La acumulación primitiva implementada en la década del ‘70 por Nixon impuso una apropiación y distribución primarias, estableciendo una división de la propiedad sin precedentes desde Marx: su distribución no se da primeramente entre capitalistas, propietarios de los medios de producción, y trabajadores, desprovistos de propiedad alguna, sino entre propietarios de acciones y bonos, es decir, entre detentadores de títulos financieros y quienes no los poseen. Esta “economía” funciona como los aranceles de Trump, extrayendo riqueza de una sociedad de “siervos”, con la única diferencia de que la depredación se lleva a cabo mediante el “automatismo” instituido, continuo y mantenido políticamente, de las finanzas y la deuda.
Se ha pasado de las libertades del llamado neoliberalismo al genocidio democrático-capitalista, sin un golpe de Estado, sin una “marcha sobre Roma”, sin contrarrevolución de masas, sino como si se tratara de una evolución natural.
La sociedad está más dividida que nunca: en la cima se concentran los propietarios de títulos; en la base, los siervos, la gran mayoría de la población que en realidad ya no son sujetos políticos, sino “excluidos”. La integración del movimiento obrero, reconocido como actor político en la economía y en la democracia; en los años de posguerra se convirtió en exclusión de las clases trabajadoras de cualquier órgano de toma de decisiones políticas. La financiarización ha permitido que “los de arriba” practiquen la secesión, lo que estipula que las relaciones con los de abajo son exclusivamente de explotación y dominación.
Los “siervos” están fragmentados, dispersos, individualizados, divididos de mil maneras (en género, raza, ingresos, riqueza, etc.), pero todos participan en distintos grados en la sociedad segregada instaurada por la maquinaria del capital-Estado, que ya ni siquiera necesita legitimidad, las relaciones de fuerza le son favorables. Está decidido el genocidio, el rearme, la guerra y las políticas económicas sin tener que rendir cuentas a los subordinados. El consentimiento ya no es necesario porque los proletarios son demasiado débiles para pretender contar con algo. Está claro que, en esta situación, la democracia carece de sentido. La condición de los oprimidos se asemeja a la de los colonizados. Colonizados por el “lujo”, puesto que escribo desde el Norte, pero colonizado, al fin y al cabo.
El joven Marx nos recuerda que el alma de las constituciones liberales no es la libertad, ni la igualdad, ni la fraternidad, sino la propiedad privada burguesa.
Walter Benjamin nos advirtió: “Sorprenderse de que las cosas que vivimos sean ‘todavía’ posibles en el siglo XX no es filosófico. No es el comienzo de ningún conocimiento, excepto que la idea de la historia que lo engendró es insostenible”.
También es insostenible cierta idea del capitalismo, vislumbrada incluso por el marxismo económico. Lenin definió al capitalismo imperialista como reaccionario, a diferencia del capitalismo competitivo, en el que Marx aún veía aspectos “progresistas”. La financiarización y la economía de la deuda han creado un monstruo que conjuga capitalismo / democracia / fascismo, lo cual no supone ningún problema para las clases dominantes. Debemos cuestionar la naturaleza del ciclo estratégico del enemigo y, sobre todo, fijarnos un objetivo, transformándolo en el ciclo estratégico de la revolución. ◼
Traducido por Nathalie Goldwaser Yankelevich
(CONICET|CEHP-UNDAV)
Notas
1. Nota de la Traductora, en adelante NdT: En italiano significa tanto “máquina” como “aparato”. Su uso implica también hundirse en sus raíces griegas y latinas ya que deriva en la idea de “ingenio o dispositivo”.
2. NdT: La diferencia entre papel secundario y papel de “extras” es que el primero tiene diálogo en el escenario; mientras que el segundo es puro relleno.
3. Trump querría repetir la operación Plaza: imponer a los aliados la revalorización del dólar, sin que ello ponga en cuestión el dólar en tanto moneda de reserva. Esto sería económicamente absurdo pues los aliados tendrían que aceptar una pérdida de competitividad y una devaluación de sus reservas y títulos en dólares. Solo la fuerza podría lograrlo, pero si Japón de aquel momento cedió, la situación contemporánea es más difícil para los EE.UU.
4. NdT: En el pensamiento del autor es caro el concepto “guerra civil”. No como un evento histórico puntual, sino como un fenómeno subyacente en el neoliberalismo. Más que un reemplazo de la noción de “dictadura cívico-militar”, responde a lo que el Estado moderno, a partir de la Revolución francesa en adelante, logró hacer: difuminar y hacer porosas las fronteras entre guerra y guerra civil. (Cfr. Lazzarato, M. (2024), ¿Hacia una nueva guerra civil mundial?, Tinta Limón - Traficantes de Sueños).
Maurizio Lazzarato
Filósofo y sociólogo italiano