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Gilbert Simondon. El cuerpo como origen de la técnica y el pensamiento

 

Suele pensarse en las herramientas o utensilios como prolongaciones con las que el cuerpo adquiere dominio del mundo circundante. Con la evolución tecnocientífica, estas “prótesis” ganaron complejidad y poder, hasta el punto en que parecieran volverse contra sus propios creadores. El filme 2001: Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) sintetiza cabalmente esta visión, remarcando incluso el carácter fálico de la tecnología en ese misterioso objeto -¿técnico o sagrado?- que parece regir los saltos evolutivos de la especie.

Todo lo que se ve en una pantalla es imagen fabricada, aun cuando represente algo que realmente existe u ocurrió, a diferencia del mundo real que el cuerpo habita

La idea del objeto técnico como “prótesis” se atribuye al alemán Ernst Kapp (1808-1896), y a fines de la década de 1950 cobró rutilancia a través del canadiense Marshall McLuhan (1911-1980), quien propuso ver a los massmedia como “prolongaciones de nuestros sentidos”. Esta visión fascinada ante el poder, que invita a incorporar modos de funcionamiento preestablecidos como si nos los impusiese la misma naturaleza, pasa por alto -como mínimo- que todo lo que se ve en una pantalla es imagen fabricada, aun cuando represente algo que realmente existe u ocurrió, a diferencia del mundo real que el cuerpo habita.

Por la misma época, el francés Gilbert Simondon (1924-1989) buscaba desentrañar la lógica de la evolución técnica. Atento a los condicionantes sociales, económicos y científicos, este filósofo -experto, además, tanto en motores como en biología de sistemas- pensaba sin embargo que debía haber razones específicamente técnicas que explicasen el vertiginoso desarrollo tecnológico de Occidente en el capitalismo. Muy crítico de las visiones tecnocráticas dominantes, aunque lejos (lejísimo) de las posiciones de rechazo a la técnica derivadas de autores como Heidegger, Simondon se metió de cabeza en dos de las disciplinas que marcaban el pulso de la innovación -la Cibernética y la Teoría de la Información- y encontró algunas respuestas merecedoras de que su obra haya circulado y sea leída en nuestro idioma, aunque sea muy póstumamente, a partir de este nuevo siglo.

Para este autor, hubo sociedades no industriales con altísimo grado de conocimiento aplicado a la producción, pero la gran diferencia que marcó el salto hacia la civilización industrial fue el surgimiento de la individuación técnica: la capacidad de construir dispositivos autorregulados, que eximieron al hombre de tener que controlarlos y le permitieron, a la vez, delegar en ellos la tecnicidad, cuyo origen -explica Simondon- es el propio cuerpo humano.

El “individuo técnico”

“Individuación” es un concepto central en su pensamiento. Lo sintetizó en 1958 en su tesis doctoral publicada luego bajo el nombre La individuación a la luz de las nociones de forma e información (Cactus, 2015). La individuación existe en la naturaleza y puede verse en la conformación tanto de un cristal de sal (a partir del cloruro de sodio disuelto en el agua) como de un organismo vivo. La humanidad logró reproducirla en los objetos técnicos, en los que la materia adquiere formas y disposiciones tales que asume una lógica de funcionamiento propia, autorregulada, una causalidad recurrente por la que cierta porción de la realidad material actúa como se espera de ella, sin intervención externa, cada vez que las condiciones de funcionamiento tienen lugar. Vale como sencillo ejemplo una cisterna con obturador de boya flotante: cuando el agua contenida alcanza cierto nivel, la boya queda posicionada de modo tal que cierra la entrada para que deje de ingresar agua y no rebalse; al bajar el nivel de agua, desciende la boya y vuelve a abrirse el paso de agua hasta que ésta recupera el nivel de obturación.

“In-formación” no es un conjunto de formas dadas como hechos, sino el hecho de cobrar forma, impensable si no se tiene en cuenta el factor tiempo

En ese “individuo técnico”, toda la materia que compone al dispositivo, incluso el agua, se halla dispuesta (mediante la invención, así como en los seres vivos ha evolucionado por selección natural) según la forma necesaria para que el conjunto se autorregule según condiciones propias, como en la homeostasis de los individuos vivos.

Tanto en su ontogénesis como en su filogénesis, la evolución técnica deviene de lo abstracto a lo concreto, del esquema mental de funcionamiento a un dispositivo que lo materializa, asimilando en calidad de medio interno la materia, energía e información que lo hacen funcionar. El dominio de la electricidad, el calor y la combustión y su transformación en energía mecánica, de modo que la fuente de energía pasó a formar parte del propio medio interno de los aparatos, fue para Simondon el salto cualitativo que posibilitó la individuación de las máquinas, que hasta entonces habían necesitado siempre de la energía suministrada por cuerpos biológicos, animales o humanos. “Las civilizaciones no industriales se distinguen sobre todo de las nuestras por la ausencia de individuos técnicos […] materialmente de manera estable y permanente”, explicaba el francés en 1958 en su libro El modo de existencia de los objetos técnicos (Prometeo, 2007), de donde tomamos la mayoría de las ideas esbozadas aquí.

La técnica corporizada

En aquellas sociedades donde las máquinas aún no conforman individualidades relativamente autónomas y autorreguladas, con una lógica de funcionamiento obediente a su medio interno asociado y relativamente independiente del medio externo, escribía, “la función de individualización técnica es asumida por individuos humanos”.

Simondon logra desbaratar la confusión entre los dominios de la mente y los del cerebro

¿Qué quiere significar Simondon con esto? “El aprendizaje por el cual un hombre forma los hábitos, gestos y esquemas de acción que le permiten servirse de las herramientas”, explica, “impulsa a ese hombre a individualizarse técnicamente; es él quien se transforma en medio asociado de las diferentes herramientas; cuando tiene todas las herramientas bien en mano, cuando sabe el momento en el que hay que cambiar de herramienta para continuar el trabajo, o emplear dos herramientas a la vez, asegura, a través de su cuerpo, la distribución interna y la autorregulación de la tarea.”

Aquí abre una nota al pie: “De ahí proviene, en parte, la nobleza del trabajo artesanal: el hombre es depositario de la tecnicidad, y el trabajo es el único modo de expresión de esta tecnicidad”. Simondon llama “tecnicidad” al saber hacer concreto, eficaz y materializado, y establece una franca oposición entre éste y el conocimiento abstracto, el saber cómo hacer, el “know how”, la data sin correlato corporal de materialización de esa información a través del trabajo.

La individualidad humana puede ser, entonces, el soporte de una “individualidad técnica”. Y de hecho esta técnica corporizada fue el asiento de la evolución cultural hasta la invención, en la Revolución Industrial, de esas enormes máquinas de vapor en las que el cuerpo pudo delegar tanto la fuerza de sus músculos como la recursividad de su acción, la capacidad de repetirla con idéntica eficacia cada vez. El dominio de la técnica es el de la eficacia, pero fundamentalmente, el de la recursividad y la repetición.

Las herramientas de los artesanos, dice Simondon, no son propiamente objetos técnicos, porque toda la energía y la información que las hacía funcionar provienen de cuerpos humanos, que eran por ende los verdaderos objetos técnicos antes de la Revolución Industrial.

Así, nos deja dicho, es ingenuo o superficial pensar en la tecnología como “prótesis”, cuando la autorregulación del mundo artificial le permite a la mente manejar niveles de energía e información inconcebibles para un cuerpo.

Bailarines, artesanos, músicos, obreros, así como también los trabajadores intelectuales, si entendemos a ciertas capacidades cognitivas como herramientas de trabajo, desarrollan con su práctica una verdadera técnica. No una simulación ni una metáfora, sino la técnica misma. Modos de poner el cuerpo surgidos tal vez de la ancestral capacidad para dominar parte de su mundo inmediato a través de herramientas, pero también -sobre todo- para dominar su propia materialidad, su medio interno.

Con la práctica, esa tecnicidad corporal capaz de efectuar determinadas acciones en el mundo real y repetirlas, incluso mejorando con el tiempo, las naturaliza en su medio interno hasta que puede realizarlas automáticamente, prescindiendo de la artificialidad del control consciente. Su cuerpo se ha convertido en una máquina a la que la conciencia puede controlar, o no.

En tiempo y forma

La adquisición de ese saber corporizado, de ese estilo, es virtualmente intransferible a no ser que medien procesos temporales como el aprendizaje y el entrenamiento. El estilo surge de incorporar información, pero desplegada en un proceso temporal en el que técnica y sujeto se implican mutuamente, en permanente dialéctica entre el medio interno y el exterior; porque tanto en el progreso técnico externo como en el interno, dice Simondon, “es preciso haber aprendido la historicidad del devenir técnico a través de la historicidad del devenir del sujeto, para agregarle al orden de la simultaneidad el de lo sucesivo, según la forma que es el tiempo.”

Por eso define como “concretización” (proceso) a la realización técnica, a su materialización en el dominio de lo particular y al logro de un estilo, más que como “concreción” (producto).

El concepto simondoniano de información se despega bastante del sentido común dominante en esta llamada “Era de la Información”. No se refiere a la disponibilidad de datos, a la acumulación de conocimientos que, por lo contrario, pertenecen para él al dominio de lo “abstracto”, o a ciertas habilidades lingüísticas asociadas al uso de las nuevas tecnologías de la información.

Tampoco la noción de programa (como cuando se dice el ADN “contiene la información necesaria para generar un ser vivo”) ayuda a entender ese concepto de “información” que Simondon toma de la Cibernética y ésta, a su vez, de la Termodinámica del Siglo XIX. Esta in-formación es la reducción de ese estado de indeterminación e incertidumbre que posee la materia y se produce a partir de la internalización de señales del exterior. Así, un sistema “en estado salvaje”, caótico, desorganizado, se “in-forma”, se organiza de algún modo particular. Un organismo vivo asimila esas señales externas y las transforma en algo consistente con su medio interno autorregulado.

“In-formación” no es entonces un conjunto de formas dadas como hechos, sino el hecho de cobrar forma, impensable si no se tiene en cuenta el factor tiempo, ausente, por lo general, en las concepciones filosóficas mecanicistas y basadas en una lógica de formas sin tiempo.

Simondon advertía ya en 1958 sobre la confusión entre las nociones de “forma” e “información” que notaba entre sus contemporáneos: “[…] Lo viviente tiene necesidad de información, mientras que la maquina se sirve esencialmente de formas y está, por así decirlo, constituida por formas. […] Lo viviente transforma lo a posteriori en a priori; pero este a priori está siempre orientado hacia la información a interpretar. La máquina, por el contrario, fue construida según un cierto número de esquemas y funciona de manera determinada”.

Neuronas e ideas

Esa forma de entender “información” como devenir rompe con el pensamiento logicista (basado, justamente, en las formas lógicas) pero sobre todo con la creencia de que el propio pensamiento puede reducirse a un programa que opera en virtud de formas lógicas predeterminadas. En los años ’50, con la revolución intelectual que significó la Cibernética y con la computación en sus inicios, probablemente no sonase tan rupturista pensar así; hoy, en el marco de la fantasía tecnocrática actuar que sueña con simular lo viviente hasta el punto de sustituirlo mediante la tecnología, la filosofía de Simondon viene a decir, de forma muy concreta y con sustento empírico, que no es sólo la función lo que determina el ser, sino también su historia.

La plasticidad de la memoria de las máquinas es la del soporte, mientras que la de la memoria humana es la del contenido mismo

Es interesante ver cómo aún con su concepción tan profundamente materialista como base -o gracias a ella-, Gilbert Simondon logra desbaratar además la confusión entre los dominios de la mente y los del cerebro, error categorial habitual en la psiquiatría biológica y en otras corrientes de la psicología que, tanto en ese entonces como ahora, predican su vocación “materialista” basada en la investigación empírica, pero mantienen una concepción filosófica lineal.

En una de las tantas analogías entre máquinas y seres vivos que abundan en sus textos -donde, como detalle de color, hasta menciona las marcas de los artefactos-, nuestro autor explica el principio de funcionamiento de la grabación en cinta magnética. Una cinta puede ser regrabada porque al ser remagnetizados sus granos de óxido con una nueva señal, pierde el registro de su grabación anterior. Cada nuevo registro está completamente separado del precedente; “si el primero fue mal borrado, perturba el registro del segundo, lo complica en vez de facilitarlo”.

Pero lo que ocurre en la memoria humana, decía, es completamente diferente, porque toda la realidad presente, tanto exterior como interna, sólo adquiere forma en ella sobre la base de la experiencia y de lo ya existente. “La plasticidad de la memoria de las máquinas”, como muestra el ejemplo de la cinta grabada, “es la del soporte, mientras que la de la memoria humana es la del contenido mismo. […] La función de la conservación de los recuerdos existe en la memoria, en el hombre, porque la memoria, concebida como conjunto de formas, de esquemas, recibe el recuerdo que registra porque lo vincula con sus formas”. En el hombre, y más generalmente en lo viviente, el contenido se convierte en codificación, y el pasado es el marco de interpretación del presente y del futuro. Podemos pensar no porque tengamos neuronas (que son condición necesaria pero no suficiente), sino porque a través del lenguaje, la percepción y la memoria, nuestra mente es un conjunto autorregulado capaz de transformar el mundo exterior en medio interno, donde todo lo que nos preexiste -lo social, lo cultural y lo biológico- toma una forma concreta y particular en permanente cambio que dura lo que dura una vida.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2019

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