Esta mañana, al abandonar los sueños nocturnos y despertar, podríamos no saber si somos portadores del coronavirus. Este “no-saber” produce efectos subjetivos. Ahora bien, la vivencia será, con certeza, muy distinta si luego de despertar he de verme obligado a salir al mundo a trabajar, o bien, puedo resguardarme en casa. En Chile, esta decisión es política y se comporta con sesgo de clase socio-económica. En otras palabras, lo político y lo económico condicionan la producción de subjetividad.
En términos generales, el fonema “Coronavirus”, identidad coloquial del COVID-19, opera cual significante vacío, susceptible de ser puesto en redes de significación múltiples: “salud”, “política”, “economía”, “ecología”, “guerra”, “psicología”, “tecnología”, etc. El sinnúmero de afectos y asociaciones mentales que este significante evoca responde en buena medida a la saturación de información del cual somos literalmente víctimas, cual acoso informacional, y a que lo que pone en jaque es un elemento primordial: la vida.
El juego que entraman las pulsiones de conservación, los discursos sociales y la biotecnología, engendra un clima mundial de incertidumbre y especulación. Este clima ha concitado la producción simbólica masiva de artículos académicos, columnas de opinión, videos atingentes, memes humorísticos, entre otros.
El coronavirus, cual contenido manifiesto del sueño, vehiculiza dando forma y figurabilidad a un malestar que tendría su fundamento radical en el sufrimiento psico-social arraigado en la estructura político-económica de Chile
Buena parte de esta producción de sentido podría agruparse en tres grandes ámbitos:
En particular este documento está trazado por el maridaje entre las reflexiones psicoanalíticas y el campo político. Dando énfasis a la realidad de Chile, se intenta iluminar el problema de la violencia política en relación a los efectos de la pandemia del coronavirus (COVID-19), en consideración al contexto de crisis social e institucional sobre el cual se desarrolla esta contingencia.
La idea fundamental será trabajada mediante una metáfora o imagen alusiva tomada de la teoría de Freud (1900) sobre el trabajo de formación de los sueños. Abordado como pensamiento onírico el coronavirus puede ser metafóricamente asignado al lugar de “resto diurno” que alimentaría los “contenidos latentes” de una verdadera pesadilla social fijada en las huellas mnémicas de los albores infantiles de la nación: la inequidad e injusticia estructural del modelo chileno. Es decir, el coronavirus, cual contenido manifiesto del sueño, vehiculiza dando forma y figurabilidad a un malestar que tendría su fundamento radical en el sufrimiento psico-social arraigado en la estructura político-económica de Chile. Esta suerte de sueño traumático se agudiza con esta contingencia, mostrando poca desfiguración, y levanta a su vez todos los discursos de desmentida y negación de la realidad por parte de las instituciones oficiales y gubernamentales. Tanto el presidente Sebastián Piñera, como el ministro de Salud Jaime Mañalich, han planteado un discurso, que como tal, puede analizarse formalmente cual estructura narrativa que opera una inversión de lógica perversa: “Estamos en guerra: enfrentando un enemigo invisible, poderoso e implacable (…)” se sostiene para leer y enfrentar el estallido social, las demandas populares y las protestas masivas de la ciudadanía (pueblo de Chile); mientras que para enfrentar como política pública la pandemia del coronavirus se plantea la desafortunada imagen de: “Quizá el virus mute benignamente (…) y se comporte como una buena persona”. Ante la hermenéutica del gobierno, el virus es indefenso y las personas en descontento popular son malignas y destructivas. La consecuencia, al virus y sus efectos se lo desmiente, a las personas se las reprime políticamente.
Lo que revela una pandemia de esta envergadura es la condición de fragilidad y vulnerabilidad estructural a la vida humana.
Lo que revela una pandemia de esta envergadura es la condición de fragilidad y vulnerabilidad estructural a la vida humana. Freud, en el emblemático texto “El malestar en la cultura”, habla de las grandes amenazas para la vida humana y su felicidad. “El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos. Frente a la magnitud de estos poderes, no nos asombra que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, o de haber sobrevivido al sufrimiento” (Freud, 1930, p.302).
Es decir, más allá de todos los esfuerzos culturales por negar la fragilidad y generar artificios triunfales de omnipotencia, subyacen el dolor y la muerte como destino del cuerpo biológico, la naturaleza y el destino como imponderables, y la hostilidad intersubjetiva propia de los avatares y conflictos de la convivencia social.
¿Cuál es la relación entre estas amenazas y la política? ¿Cuáles son las coordenadas particulares de la sociedad chilena? ¿En qué campo social e institucional se despliega este virus como amenaza?
La política es ante todo el campo donde la alteridad cuenta; es decir, es aquella inscripción que señala que no existe un Sujeto sin el Otro. Otro con mayúscula, entendido en su sentido lacaniano como el registro simbólico del lenguaje, la cultura y su respectivo pacto o lazo social (Stavrakakis, 2010). ¿Qué sucede cuando el Otro se torna amenazante para la -integridad del yo- de la ciudadanía y sobre ese contexto adviene la amenaza de un virus mortífero? ¿Qué ocurre cuando las instituciones fundadas para proteger al colectivo se vuelven insuficientes y están severamente deslegitimadas?
el Coronavirus es un fenómeno político que circula tanto por las vías respiratorias como por las vías institucionales: legales, financieras, discursivas, gubernamentales y simbólicas
Por ello es que podemos sostener que el Coronavirus es un fenómeno político que circula tanto por las vías respiratorias como por las vías institucionales: legales, financieras, discursivas, gubernamentales y simbólicas.
“¿Existe una violencia inherente al capitalismo? Si es así, ¿Qué la distingue de otras expresiones violentas de la civilización humana? ¿Cómo se relaciona con ellas? ¿Tienen todas algún denominador común? ¿Podemos equiparar la violencia del capital con la que se opone al capital? ¿Es posible considerar que toda lucha histórica de clases comporta una lucha biológica por la vida? Si la respuesta es afirmativa, ¿Cómo servirse de la biología en la teoría de la historia? ¿Qué tan compatibles o incompatibles resultan las concepciones marxianas y marxistas con respecto a los distintos evolucionismos de Lamarck, Spencer y Darwin? ¿Estos planteamientos evolucionistas involucran orientaciones políticas diferentes?” (Pavón-Cuellar, 2016, p.35).
el eje humanitario y sanitario de una pandemia pone en jaque a la vida, tanto como la estructura político-económica de un lazo social radicalmente inequitativo
La lucha por la vida, como una lucha por llevar una vida que valga la pena ser vivida (O como versa el lema del estallido social chileno: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”), si bien pareciera ser un tema de emergencia actual, a propósito del pánico colectivo que ha generado el efecto mediático del Coronavirus, es en realidad una lucha estructural a la vida social. Retomando la metáfora onírica freudiana, diremos que el eje humanitario y sanitario de una pandemia pone en jaque a la vida, tanto como la estructura político-económica de un lazo social radicalmente inequitativo. He aquí la serie complementaria para analizar fenoménicamente la respuesta chilena ante el Coronavirus.
El neoliberalismo chileno ha de ser examinado en su potencia mortífera con la misma acuciosidad que requiere un virus en su estructura. Consideremos que las sociedades inspiradas en la filosofía de Karl Marx, se han sostenido con gran dificultad y han perdido hegemonía por múltiples y complejas razones. Con la caída de la URSS se generó, no el fin de la historia, pero sí una hegemonía del capitalismo global. Spencer y Smith como contraparte liberal, promotores de la defensa del capital y la propiedad privada, parecen haber triunfado. O como más precisamente plantea Gary Cross: “Más que el capitalismo como forma de producción es el consumismo, que a pesar de toda la oposición que ha despertado, es el –ismo- que ganó” (Cross, 2000, p.1). El consumismo como base de la economía y del lazo social globalizado va de la mano con un sofisticado régimen de explotación y de especulación de cúpulas de poder en torno al capital financiero.
En el neoliberalismo funcionaría una suerte de alienación o “muerte en vida” del explotado que alimenta al explotador
La dialéctica de la Vida y la Muerte (conflicto pulsional) está, en todo tejido social, confrontada a sus propias tensiones. En el neoliberalismo funcionaría una suerte de alienación o “muerte en vida” del explotado que alimenta al explotador. Lamentablemente esta no es sólo una metáfora marxista, sino un dato fáctico de la abismal desigualdad en la distribución de la riqueza, los bienes simbólicos y la esperanza de vida en la sociedad chilena. Este factor económico que instala la figura sociológica del “explotado-explotador” es insuficiente para comprender el estallido social chileno, puesto que esta realidad es transversal a toda la historia de Chile. Como plantea Laclau (2008) es preciso construir discursivamente al pueblo y sus demandas han de ser articuladas mediante tramas contingentes, puesto que la mera diferencia en la distribución de la riqueza no constituye identidad socio-política per se. Este trabajo de construcción política territorial y de basamento en movimientos sociales es precisamente lo que ha estado ocurriendo en Chile en forma manifiesta desde octubre del 2019.
Al someter al neoliberalismo a examen, es pertinente también señalar que en dicho sistema la alienación estructural no es sólo una condición de la clase trabajadora o explotada, pues funciona más bien como un sistema introyectado de auto-explotación, transversal a todas las clases sociales (Chul Han, 2017). El exitismo individual y el consumismo son las verdaderas ideologías triunfantes de la posmodernidad. El legado de Herbert Spencer y Adam Smith trabaja en nuestro cotidiano: el modelo neoliberal que reina en Chile, vía importación implementada por los Chicago-Boys en el marco del régimen dictatorial de Augusto Pinochet, persiste intacto en sus elementos fundamentales: modelo económico, segregación social, sistema político y base legal constitucional.
¿Logrará absorber el capitalismo las interpelaciones que desnudan su ineficiencia para abordar problemas transnacionales de salud pública, inequidad económica y severa crisis ecológica?
A nivel ideológico, Žižek (2014) plantea que la ideología neoliberal hegemónica se empeña en extender la lógica de la competencia de mercado a todas las áreas de la vida social, de manera que, por ejemplo, la salud y la educación –o incluso las propias decisiones políticas como el sufragio- se perciben como inversiones realizadas por el individuo en su capital individual. Por ello la tipología contemporánea del individuo neoliberal es la de un emprendedor de su propia vida y gestor de sus recursos. Esa es la verdadera potencia ideológica del neoliberalismo como sistema cultural que determina la vida psíquica. La plasticidad del capitalismo para reinventarse aun cuando parece más en jaque o agonía, se ve acrecentada por su capacidad de absorber en su interior los elementos que parecen atacarla (consumismo ecológico, bares guys, turismo étnico, banca ética, souvenirs estampadas con figuras del Che, Simone De Beauvoir, etc.). La pregunta es ¿Logrará absorber el capitalismo las interpelaciones que desnudan su ineficiencia para abordar problemas transnacionales de salud pública, inequidad económica y severa crisis ecológica? Muchas veces estas preguntas siquiera alcanzan a formularse de un modo sistemático, puesto que la propia dinámica temporal de inmediatez a la que conduce el capital produce desmemoria y cortes simbólicos. La imperiosa vorágine de la producción impide que los individuos puedan congelar sus actividades y reflexionar. Pues bien, ¿Y el detenimiento productivo al que induce el coronavirus no es acaso una posibilidad de transformación del modelo? Quizá lo sea, no obstante, en lo inmediato para la gran mayoría de la población “parar y detenerse” es sinónimo de morir de hambre; salir a la calle a trabajar significa exponerse a contagiarse con un virus. Por ello es que la supuesta libertad como emblema central del binomio -capitalismo y democracia representativa- es una mascarada. Žižek plantea: “Uno puede, desde luego, mantener que la situación occidental es incluso peor porque en ella la opresión es borrada y enmascarada como libre elección. (¿De qué te quejas? Tú elegiste hacer eso). En efecto, nuestra libertad de elección funciona a menudo como un mero gesto formal de consentimiento respecto a nuestra propia opresión y explotación” (Žižek, 2009, p.178).
La llegada del coronavirus a tierra chilena radicaliza y revela con aún mayor magnitud el sistema de explotación y la realidad social inequitativa que viene poniéndose en cuestión por las múltiples voces del estallido social
La llegada del coronavirus a tierra chilena radicaliza y revela con aún mayor magnitud el sistema de explotación y la realidad social inequitativa que viene poniéndose en cuestión por las múltiples voces del estallido social. A los pocos días de la declaración oficial del estado de catástrofe por el Coronavirus, cuestión que prohíbe las reuniones masivas de personas (pone en paréntesis las marchas y protestas), se dispuso desde las autoridades, borrar los emblemas y huellas de manifestación política en la “zona cero de la protesta popular”: Plaza Baquedano/Italia, re-bautizada por la revuelta como “Plaza de la Dignidad”. Hoy esa dignidad es una plaza vacía, sin huellas y literalmente enrejada. No obstante, la memoria de los pueblos, una vez articulado en un movimiento político-social, no se borra con pintura blanca, pues habita en las cadenas de significantes que se reproducen creativamente en toda forma de lazo social: el gran mural para escribir las demandas ciudadanas es, hoy por hoy, internet y las redes sociales. En estos murales virtuales se ha viralizado la idea de que el virus, no sólo ha sacado a flote la ineficacia de los “líderes” y el gran vacío de poder y conducción política, sino que más bien, ha ayudado a esclarecer los pilares ideológicos que sostienen al país. Como ha sostenido el historiador chileno Gabriel Salazar (2012), lo que importa en Chile, hoy no son las vidas, es la economía. ¿Es esto algo nuevo? ¿No es acaso el mismo mal sueño que adquiere una nueva figurabilidad contingente?
El virus se expande en organismos y en subjetividades, de allí que es simultáneamente una amenaza biológica y psíquica. Bajo la forma de la amenaza de muerte del soma proliferan fantasías persecutorias y angustias de contaminación. Por estos días, es menester de la atención clínica de pacientes escuchar el despliegue de múltiples relatos que intentan dar sentido a la experiencia. Se produce una suerte de espontáneo análisis politológico en el marco de una sesión psicoterapéutica. Demos algunos ejemplos: “Estos son los costos de las manipulaciones biogenéticas y tecnológicas como el 5G”, “Esto debe haber sido obra de Estados Unidos para frenar el crecimiento económico Chino”, “Estos deben ser los Chinos y los Rusos que con sus alianzas terroristas están tramando algo”, “En Europa están sobre-reaccionando para justificar los neofascismos nacionalistas anti-inmigrantes”, “El gobierno no nos puede vigilar, decir lo que tenemos que hacer y atacar nuestras libertades”, “El gobierno debiera restringir las libertades de desplazamiento y reunión, ahora-ya”, “Este es un mensaje moral de la naturaleza, donde la fábula es cuidar la Pachamama y volver al equilibrio ecológico perdido”, “La gente se asusta, pero a mí esto no me va a tocar”, “La gente no se lo está tomando suficientemente en serio y niegan la gravedad del asunto”, “¿Qué va a pasar si estamos encerrados tantos días?”, ¿Se irán a morir masivamente los más pobres y los ancianos? ¿Será que tendremos vida, trabajo, dinero, plebiscito por el cambio constitucional?, etc. Como verán, la gama de fantasías y discursos que surgen de la libre asociación son múltiples, pero sin duda representan esfuerzos por simbolizar una experiencia que deviene más traumática en la medida que no se la logra inscribir en alguna red de sentido.
El neoliberalismo y el capitalismo cultural operan como un mandato inconsciente a desplegar cuerpos omnipotentes: fálicos, productivos, rendidores, independientes y non-stop way of life
Justamente en los universos de sentido donde cada persona intenta inscribir la experiencia, es donde nuevamente se hace presente lo político. Considerando a Foucault (1975) en su abordaje del problema Bio-Político, podemos sostener que la relación que los sujetos particulares tienen con su cuerpo está atravesada por las tramas de poder y los discursos hegemónicos epocales. El neoliberalismo y el capitalismo cultural operan como un mandato inconsciente a desplegar cuerpos omnipotentes: fálicos, productivos, rendidores, independientes y non-stop way of life. Pues bien, el Coronavirus operaría con la topología lacaniana del Sujeto estructurado en inmixión de Otredad. En otras palabras, si el virus hablase nos susurraría al oído: “Eres frágil, no hay corona que valga, estás abierto al mundo, tu piel es un límite puramente imaginario respecto de la alteridad que te atraviesa, lo quieras o no”. Este no es un hecho puramente micro-biológico, sino ante todo discursivo e inconsciente. De hecho, proliferan los resfríos histéricos (de etiología psíquica) y la tos nerviosa, que satisfacen sumisamente la demanda transitoria del Otro de la cultura en el registro de la fantasía.
El psicoanalista inglés Donald Winnicott (1967) hablando de pediatría y desarrollo psíquico infantil sostuvo que los seres humanos nacemos en estado de prematurez biológica y psíquica, lo que nos deja en total dependencia e indefensión respecto de los cuidados del ambiente primario. Ante la pandemia y las angustias primarias de contagio y aniquilación que ello despierta, se produciría un fenómeno de -regresión a la dependencia- revelando la fragilidad biológica y psíquica humana, que sin duda pone en cuestión al proyecto de autonomía individualista de occidente liberal. Por ello quizá, hoy somos más conscientes de que estamos vinculados tanto en los cuidados como en los descuidos respecto de la comunidad. Ello es condición de posibilidad para revitalizar nuestra posición de Sujeto político.
Si la alteridad, las instituciones, el discurso y el Coronavirus están entramados, ¿Qué factor ocupa la violencia política?
Seamos directos y puramente descriptivos. En Chile las clases altas con trabajos profesionales, independientes y gerenciales pueden trabajar desde casa, el teletrabajo es una opción bastante llevadera. Por su parte, las clases medias y bajas suelen trabajar en oficios que requieren de la presencia del cuerpo tridimensional. En un contexto de catástrofe declarada e inclusive bajo estado de excepción constitucional dada la gravedad de la emergencia, podemos preguntarnos: ¿Qué la cuarentena sea una opción y no una prescripción universal, no es acaso un modo de violencia, bajo la forma de la discriminación económica de clases sociales? De todos modos, estamos ante una paradoja compleja ya que, si la resolución fuere decretar cuarentena obligatoria universal, esto sumiría a sectores de la población que salen a la calle a encontrar los recursos para vivir en el -día a día- ante un gran peligro. Hacia los últimos días de marzo del 2020 tenemos que existe cuarentena obligatoria sólo en siete comunas de Santiago: precisamente aquellas que concentran no sólo el mayor número de contagios, sino también la riqueza y los privilegios de clase. De ahí el problema de la violencia estructural del modelo económico segregativo: o se expone a la clase trabajadora al riesgo del virus o al riesgo del hambre y la pobreza extremada. En ambos casos está en juego lo primario: la sobrevivencia. Constatamos la ética anti-vida de la obscena desigualdad y concentración de la riqueza. En este punto se añaden todas las vulneraciones económicas propias de la precarización laboral: desempleos masivos, reducción de salarios, incertidumbre y exposición a climas laborales inadecuados, falta de protección y garantías mínimas de salubridad en los puestos de trabajo, amenazas de penalización por ausentismo laboral, etc. Una escena ilustrativa de estos indeseables fenómenos del modelo económico puede graficarse en: “estaban los colegios y universidades cerradas por prevención, pero el mall seguía hasta hace poco abierto”. ¿Será que el mall, es el rostro metafórico del mal? De mala gestión, de deshumanización y de predilección por el capital, la productividad y la rentabilidad por sobre la vida humana.
Por su parte, el escenario de crisis financiera internacional y de recesión económica genera las condiciones para el aumento de las brechas de inequidad en la distribución de la riqueza, puesto que en la bolsa de valores y en la compra de acciones, quienes poseen capitales e información privilegiada pueden invertir para luego obtener ganancias en el efecto pivote de la recesión o en su defecto poseen fondos de reserva cuantiosa para sortear la crisis. Distinta suerte corren las pensiones, los salarios, el costo de la vida y los pequeños ahorros del grueso de la población que sufren una depreciación sin efecto pivote posible.
¿Dónde está el Estado? pareciera ser la pregunta tácita. El Estado está eclipsado por el Mercado, y ello decretado constitucionalmente bajo la figura del Estado subsidiario. Ante el Otro neoliberal no hay ciudadanos, hay consumidores y productores. No obstante, el estallido social chileno emergente en el despertar del 18 de octubre del 2019 ha puesto en tensión estas dinámicas y axiomas del capital. Se ha vuelto a hablar de pueblo, de participación política, de educación y salud públicas, se ha puesto en jaque la democracia representativa, se han revelado todas las formas de violencia económica, simbólica, étnica y de género que hacen parte del escenario cotidiano de nuestro pacto social y que son el contenido latente y sustancioso de esta crisis. Por ello es que no es infrecuente leer por estos días comunicados de movimientos sociales que revelan el sentimiento de desamparo respecto del Estado – “Estamos solxs, debemos cuidarnos entre nosotrxs”-. Esto atestigua la falla política y la fractura radical entre el campo social y el institucional, que es precisamente el contexto en el que el Coronavirus visita nuestras tierras. A nivel subjetivo, la vivencia es de un Estado -encarnado en el gobierno y en las desafortunadas intervenciones de Piñera y Mañalich- que opera cual madre/padre negligente ante la vulnerabilidad acrecentada de su pueblo. Tomando la metáfora winnicottiana diremos que el pueblo de Chile experimenta su vulnerabilidad -cual estado de regresión a la dependencia- sin encontrar amparo a la demanda de las necesidades básicas ni en el Estado ni en el Mercado. La consecuencia de aquello no es otra que la experiencia de intensas y primitivas angustias que ponen en jaque la continuidad de la existencia.
Es justo señalar que desde la oposición política parlamentaria y extraparlamentaria han surgido propuestas y proyectos de ley que apuntan al resguardo de garantías mínimas para la población con miramientos a evitar despidos durante la crisis, condonar deudas, flexibilizar las jornadas laborales, fijar precios de insumos básicos y servicios para evitar someterlos a la ley de oferta y demanda, entre otros puntos sensibles. No obstante, por lo pronto estas iniciativas y demandas populares no han encontrado eco en la institucionalidad. O quizá más bien han encontrado un rebote sonoro que grita: “No, en Chile lo que se protege es la empresa”. Las calles se militarizan en lugar de invertir en insumos médicos, reproduciendo la confusión neoliberal entre orden público y paz social.
Las políticas públicas que los gobiernos pueden adoptar frente a la crisis son cruciales para la construcción de un vector de futuro. En oriente (China como emblema) vemos que ha sido otorgar más control y poder a los gobiernos centrales que estarían operando cual panóptico sofisticado con nuevas tecnologías de vigilancia. En Chile y su alicaído Estado el horizonte es bastante más improvisado, amateur y errático. Por una parte, se induce al pánico mediante la saturación informativa sin contrastación racional de datos (tasas de mortandad de ésta y otras enfermedades, efectos positivos sobre la salud debido a la mejoría en la calidad del aire, explicación de que el problema de salubridad por el COVID-19 es fundamentalmente debido a la alta tasa de contagio del virus, lo cual lleva al colapso de los sistemas de atención, etc.). Por otra parte, las medidas tomadas revelan no sólo responder a una agenda pro empresa e ideológicamente neoliberal (caso paradigmático es el arriendo de Espacio Riesco –centro de eventos privado- para instalar camas de hospitalización provisoria), sino que además se han implementado decisiones a destiempo, con nefastos errores y con ningún sentido estratégico de planificación y anticipación logística. Dos ejemplos: 1) Las aglomeraciones multitudinarias de personas en el Metro de Santiago en las horas punta acrecentadas por la medida del “toque de queda” anunciado sin antelación suficiente y coordinación. 2) Las largas filas de personas en las oficinas del Registro Civil para conseguir la “clave única” que permitiría realizar el trámite de solicitud de “salvo conducto” para salir a la calle en las zonas declaradas en cuarentena obligatoria implementadas con un día de aviso previo. Ambas medidas mal implementadas expusieron a la población a aquello que justamente se busca evitar: “el contacto proximal”. Sin duda estos errores eran evitables con mínimos estándares de inteligencia aplicada y tal vez de empatía afectiva por las personas.
Por su parte, el Proyecto de Ley “COVID-19” es un semblante engañoso en pro de las y los trabajadores, pero en realidad ofrece más garantías y apoyo a las empresas y los empleadores. El proyecto versa garantizar el pago de ingresos a trabajadores que no puedan hacer teletrabajo y que por motivos de la emergencia deban permanecer en su hogar, pero estos ingresos y esta permanencia en casa se podría hacer siempre y cuando exista “acuerdo mutuo” con el empleador y un mandato acreditado de la autoridad sanitaria. Estos dos requisitos se imponen en un contexto donde los expertos en salud sugieren que, a todas luces, la cuarentena debiere ser sino general, al menos extendida a gran parte de la población. La experiencia laboral chilena muestra que el mutuo acuerdo es una farsa puesto que existe un desequilibrio de poderes en dicha decisión. Los trabajadores, a su vez desprovistos de sindicalismos con capacidad negociadora, quedan expuestos al arbitrio de sus empleadores. Existen casos aislados y destacables de buenas negociaciones y de empleadores con cultura colaborativa y justa, pero algo así de sensible a nivel nacional, no puede quedar en manos de la buena o mala voluntad de los contratistas. En el caso de que se garantiza el permiso, se recibirán dineros extraídos del seguro de cesantía, que son fondos que aporta el mismo trabajador (0,6% de su remuneración) y el monto iría en disminución mes a mes: sería un 70% del sueldo el primer mes, un 55% el segundo mes y el tercero un 45% y así sucesivamente. Así mismo el proyecto no asegura que los trabajadores no puedan ser despedidos en cualquier momento durante la crisis. Sin duda que la realidad de las distintas empresas (Grandes o PYMES - con mayor o menor bonanza económica en sus flujos financieros) implicará manejos distintos de la crisis, y quizá efectivamente para algunas de ellas mantener todos los puestos de trabajo y sueldos totales sea imposible sin ir a quiebra; pero justamente una buena política pública consiste en dirigir los recursos de modo segmentado y acorde a las necesidades específicas del campo laboral.
La Dirección del Trabajo (DT) emitió el jueves 26 de marzo un dictamen ratificando que se exime a los empleadores del pago de sueldo de sus trabajadores en caso de que éstos no puedan cumplir sus funciones debido a la emergencia sanitaria por la que atraviesa Chile. En el documento firmado por la jefa (s) del organismo, Camila Jordán Lapostol, se explica que las medidas restrictivas ejercidas por las autoridades (cuarentena, cordón sanitario o toque de queda) configuran un motivo de fuerza de mayor lo que exonera a ambas partes de las obligaciones reciprocas que les impone el contrato de trabajo. Este tipo de política general implica un gran desvalimiento e incertidumbre para un porcentaje amplio de la población que ya vive con lo mínimo para subsistir y pagar sus deudas.
los gestos de solidaridad y colaboración que son imprescindibles ante una crisis humanitaria, al menos en Chile, no vendrán del Estado ni de iniciativas de grandes empresas, sino del propio tejido social territorial
Todo parece indicar que los gestos de solidaridad y colaboración que son imprescindibles ante una crisis humanitaria, al menos en Chile, no vendrán del Estado ni de iniciativas de grandes empresas, sino del propio tejido social territorial.
En otras palabras, lo que ocurre en la macro política internacional ocurre en pequeña escala a nivel local. Se instalan los dilemas: “aislamiento nacionalista o solidaridad transnacional, política de intervención Estatal o regulación de la crisis por el mercado”.
Cuando algunos intelectuales (Žižek, Morin, Chomsky, etc.) sugieren que esta contingencia puede darle un golpe al capitalismo global llevando a un despertar de mayor conciencia ecológica y valoración de los vínculos humanos, por sobre la producción y el consumo, nos encontramos con declaraciones de múltiples líderes neoliberales señalando que el mundo no puede parar su actividad y que si es necesario pagar un sacrificio (de vidas) por salvar la economía global, tendrá que hacerse. Ello sugiere que quizás como han sugerido muchos analistas (Harari, Chul Han, Harvey, etc.), quizá pos cuarentena la máquina productiva vuelva con más fuerza que nunca y la polución rápidamente retorne a su “normalidad”. Así mismo, el individualismo como ideología se recrudezca con el lema neoliberal introyectado de “progresar y salir adelante con mis propios medios”. Probablemente estas tensiones políticas vuelvan a la palestra mundial con una fuerza que no veíamos hace décadas. De hecho, muchos de los debates actuales de la sociedad chilena están atravesados por significantes propios del agonismo político que se pretendía enterrado para siempre: competencia v/s colaboración, consumismo v/s ilustración, privatización v/s espacio público, privilegio económico v/s derecho social, crecimiento v/s sustentabilidad, etc.
Considerando los postulados de Mouffe (2007) sostendremos que se torna imprescindible repensar la función sociocultural de las ideologías y de los agonismos políticos como un ejercicio saludable en aras de construir democracias radicales modernas y participativas. No muchas semanas antes de la instalación del Coronavirus en la agenda política, las calles de Chile estuvieron masivamente ocupadas por los movimientos feministas y de diversidad sexual dando muestras de creatividad artística y sensibilidad política. Uno de las articulaciones más interesantes que de allí surge es proponer que un cambio en la humanidad significativo tendrá que necesariamente articular lo económico (modificación del capitalismo a ultranza), lo social y cultural (inclusión, igualdad de derechos, diversidad, afectividad, respeto) y lo ecológico (sustentabilidad y protección de la naturaleza).
Aún en Chile no estamos ante un escenario pandémico lamentable en términos de muertes masivas, no obstante, el panorama es incierto. La reacción individual va desde el polo de la negación (meditar, comer sano, vibrar espiritualmente alto, amarnos y no pasará nada ya que esta es una exageración mediática para controlarnos, someternos y asustarnos) hasta el polo de la paranoia (hagamos lo que hagamos vamos a contagiarnos y probablemente morir). ¿Y qué hay de las reacciones políticas, sociales y económicas? Parecen estar marcadas por la psicopatología de la vida cotidiana: ¿acaso no presenciamos una bolsa de valores paranoica, un Estado depresivamente débil, una prensa sádica y morbosa, un sistema de salud en colapso psicótico, un mercado perverso y voraz, unos consumidores ansiosos y narcisos, un sentido del humor maniaco, etc.)?
Este campo discursivo tiene efectos domésticos: sin duda la convivencia con las familias y con la soledad son una posibilidad potencial para darle profundidad y densidad a los afectos, la espiritualidad, los vínculos y las reflexiones; no obstante, también es caldo de cultivo de ambivalencias en al menos dos cuestiones. La soledad y el -no hacer- pueden despertar núcleos depresivos de la personalidad (u otras conflictivas psíquicas: claustrofobias, delirios persecutorios, obsesiones, etc.) que pueden estar latentes y tapados por el fulgor del hacer cotidiano. Por otra parte, la convivencia familiar, puede llevar a la expresión más radical de las violencias políticas patriarcales y machistas, que van desde la distribución desigual de roles en labores domésticas y de crianza, hasta el abuso y el maltrato intrafamiliar. Se suman las realidades complejas de cárceles, centros de menores, hospitalización psiquiátrica, fundaciones de acogida, servicios de neonatología, indigentes, etc. todas realidades que no pueden ser abordadas con homogenización de criterios, ya que son poblaciones muy diversas, no obstante en todas ellas la interrupción de los vínculos de apoyo familiar y profesional causa estragos psíquicos. Todos estos son temas políticos y de salud mental pública tan potentes y peligrosos como el COVID-19. Siguiendo el mismo patrón que en otros ámbitos, lo que se ha observado es que han sido los mismos particulares (profesionales de psicología, psiquiatría, enfermería, etc.) más que las autoridades centrales, los que han intentado dar respuesta: extremando sus recursos para asistir a los pacientes en sus territorios o instituciones, o bien, ofreciendo sesiones remotas u online - muchas veces en forma gratuita o con costo diferencial-.
el Coronavirus ha destapado la realidad insostenible de otro virus que infecta a la sociedad: el capitalismo y sus ideologías concomitantes
Es de esperar que los estados de excepción constitucional no se vuelvan recurrentes y se naturalicen en nuestra vida democrática, no obstante, las coordenadas del mundo social y natural apuntan a tiempos difíciles de permanente excepcionalidad. En el debate de ideas políticas el filósofo esloveno Slavoj Žižek apunta a que el Coronavirus ha destapado la realidad insostenible de otro virus que infecta a la sociedad: el capitalismo y sus ideologías concomitantes. El dilema es que mientras muchas personas mueren y sufren, la gran preocupación de los estadistas y empresarios es el golpe a la economía. Esto revela una inconciliabilidad o al menos una tensión difícil de resolver entre la salud mental ciudadana y la salud ecológica planetaria respecto de la salud del sistema capitalista financiero neoliberal. ¿Podemos superar el consumismo, el individualismo, la explotación inescrupulosa de recursos naturales, etc. sin atravesar por recesiones económicas y crisis institucionales profundas?
quizá podremos viralizar el pensamiento acerca de una sociedad alternativa que se actualice con valores comunes como la inclusión, la solidaridad global y la cooperación
En este sentido, quizá podremos viralizar el pensamiento acerca de una sociedad alternativa que se actualice con valores comunes como la inclusión, la solidaridad global y la cooperación. Este desafío supone además de rediseñar las instituciones y la economía, una suerte de alquimia cultural. Léase, desde la atomización social –transitoriamente radicalizada por cuarentenas- hacia el tejido de lazos sociales que den lugar a la fragilidad, la mutua dependencia y la intimidad.
Teniendo presente que en Chile se evidencia una fractura/disociación entre la institucionalidad por un lado y el movimiento social por otro, es que la crisis seguramente abrirá con mayor convicción la necesaria rearticulación del sistema instituido. Es decir, se abre la posibilidad a un momento instituyente en términos de Castoriadis (1975). ¿No es acaso el cambio a la Constitución una oportunidad de re-escribir en forma legítima y vinculante un nuevo pacto social que otorgue a los bienes comunes un lugar central?
Finalicemos puntualizando que el actual escenario social conlleva a pensar acerca del futuro político de nuestra nación ¿Seguiremos desarrollando una pospolítica liberal tecnocrática que favorece la inequidad estructural y la concentración del poder? ¿Derivaremos en un populismo nacionalista de derecha extrema? ¿Ganarán fuerza los nostálgicos por un retorno utópico a la izquierda del siglo XX? ¿O se dará una refundación de un proyecto político emancipatorio, participativo y progresista de democracia radical, como nunca lo hemos visto antes?
Los escenarios imaginativos son radicales: o se producen catástrofes por la explosión de mega asteroides, depredación ecológica, calentamiento global, sequía, política de apartheid y guerras civiles por la sobrevivencia o dicho freudianamente: ¿Hemos de comenzar a amar para no enfermar y así hacer triunfar la obra de Eros? ¿Existirá un lazo social que haga primar las fuerzas de vida por sobre las de muerte y que las diferencias humanas no se tramiten mediante abusos de poder instituidos? Por lo pronto hemos de trabajar en conjunto para que la cura al coronavirus sea socializada y no vendida en forma elitizada, así como hemos de generar protocolos para que los costos de la recesión económica sean absorbidos por pactos nacionales justos y no por reproducciones de la explotación. ¿Podremos soñar despiertos con ello o hemos de seguir repitiendo la pesadilla?
Rodrigo Aguilera Hunt
Psicoanalista de ICHPA. Magister en psicología. Docente en USACH.
Nicol A. Barria-Asenjo
Revista Cuadernos de Neuropsicología-Asociación Chilena de Revistas Científicas de Psicología. Correo: nicolbarria05 [at] gmail.com
Referencias bibliográficas:
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