No había que esperar mucho tiempo para que la reconversión “virtual” de las relaciones sociales (de clases) en el campo laboral impuesto por la pandemia mundial del COVID-19, a partir del llamado teletrabajo y “home office” comenzara a manifestar secuelas y efectos en la subjetividad, las condiciones laborales (derechos, licencias, jornadas de trabajo, etc.), la salud mental y la cotidianeidad del trabajador “a distancia”. Cinco días después del establecimiento del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio en nuestro país, el diario Tiempo Argentino ya titulaba en un artículo que “el 42% de los empleados aseguran que el home office los lleva a trabajar más horas” (Tiempo Argentino, 25/3).
Distintas manifestaciones clínicas de padecimiento psíquico del docente (angustia, estrés y principalmente trastornos del sueño) están comenzando a tomar cuerpo de manera preocupante
Dos semanas después de la cuarentena obligatoria una nota de La Nación (4/4) titulada “Más Horas de Trabajo, peleas y gastos: el lado B del home office” reflejaba una serie de testimonios de trabajadores forzados a la virtualización que comenzaban a dar cuenta de su sufrimiento psíquico a partir de la sobrecarga laboral que implica la virtualización forzada e impuesta por sus empleadores y patronales. "La verdad es que sí, trabajo varias horas más por día", dice Victoria. Ella trabaja en una agencia de publicidad, pero la queja es habitual entre mucho de los recién llegados al trabajo desde casa. "Con el home office te ahorrás tiempo de viaje, pero trabajo mucho más que antes. La jornada laboral se extiende y terminás estando conectado todo el tiempo", coincide María, quien trabaja desde 2016 en un ministerio nacional” cuenta el artículo de marras.
La sintomatología y el desgaste psíquico acarreado por el teletrabajo en medio de la pandemia mundial pueden terminar siendo contraproducente para la propia productividad de las empresas e instituciones (también muchas veces del sector público). Así, el suplemento Fortuna de la editorial Perfil (dedicado a los “hombres de negocios”) se encargaría de editar un apartado especial con sus “10 Consejos para Evitar el estrés en el Home Office” (6/4).
Al igual que en el resto de los niveles educativos, una vez instalada la cuarentena, prácticamente todas las autoridades universitarias nacionales del CIN (Consejo Interuniversitario Nacional, organismo que nuclea a todos los Rectores de Universidades Nacionales) decidieron reconvertir en tiempo “express” el inicio de clases de manera virtual. En la mayoría de los casos, con “planes de contingencia” y medidas de improvisación donde repentinamente terminaron imponiendo una modalidad -de manera absolutamente inconsulta con los representantes de la comunidad universitaria- que desde el inicio comenzó a plantear muchísimos problemas para la docencia (y por supuesto, para los estudiantes).
Así, de la noche a la mañana la inmensa mayoría de los docentes universitarios se vieron obligados a integrarse a las “aulas virtuales” sin capacitaciones previas y en muchos casos sin contar con los recursos tecnológicos acordes a poder desenvolver su trabajo “virtual” (conectividad, dispositivos, etc.), teniendo en cuenta además dificultades materiales y “existenciales” (situaciones familiares, habitacionales y ambientales, etc.).
A partir de datos preliminares de un relevamiento realizado por la AGD UBA (Asociación Gremial Docente de la UBA), sumado a diversas intervenciones en asambleas virtuales en Facultades durante las primeras semanas que comenzó esta virtualización forzada, las denuncias y testimonios fueron aumentando progresivamente: amedrentamiento para garantizar la cursada virtual “a como dé lugar” (sin importar las condiciones del docente), prolongación de la jornada de trabajo, hostigamiento laboral. En limpio, la lisa y llana extensión de las obligaciones y funciones docentes en relación al tiempo de dedicación del cargo (en la mayoría de los casos, ayudantes con dedicación simple/10 hs. cátedras semanales). Los testimonios en el relevamiento de nuestro sindicato, planteados también en las asambleas virtuales que venimos llevando a cabo no se limitan al incremento cuantitativo en horas de las jornadas de trabajo.
Existe, también, un aspecto cualitativo en torno a la denigración de las funciones: la reconversión obligada del docente virtual en un trabajador estilo “call center” de “Atención Al Cliente/Estudiante” por fuera del horario laboral, o como un simple moderador de foros de discusión en cátedras.
Resaltamos que el maltrato laboral en la docencia universitaria no es nuevo. En todo caso, la virtualización forzosa en tiempos de pandemia lo viene a visibilizar “a cielo abierto” y a agravar. Las condiciones laborales de la docencia universitaria están cimentadas desde hace décadas en la más absoluta precarización, con un altísimo porcentaje de cargos interinos y decenas de miles de docentes ad honorem a lo largo y ancho del país, muchas veces condicionados a la lealtad al Profesor Titular integrante de la camarilla gobernante de cada Facultad). En el caso de la UBA, ante la ausencia de la carrera docente y la regularidad por antigüedad, en muchos casos el maltrato laboral al interior de muchas cátedras y la baja de designaciones docentes (despidos encubiertos) son moneda corriente. Ocurre que ninguna de las gestiones del Rectorado de la UBA ha reconocido (ni aplicado) el Convenio Colectivo de Trabajo de la Docencia Nacional Universitaria que existe desde el 2014. En este marco histórico es que la virtualidad forzada del mundo pandémico y “cuarentenado” viene a agravar y profundizar la precarización laboral y el consiguiente sufrimiento psíquico del docente en la principal Universidad del país.
El aumento de la explotación y el acoso laboral al docente potenciado por esta virtualización de cuarentena no es gratuito y ya comienza a manifestarse en su sintomatología psíquica. La presión ejercida más la denigración de sus funciones académicas y didácticas que describimos más arriba comienza a tener expresiones en su salud mental y su subjetividad. Tomando como muestra los datos preliminares el relevamiento del relevamiento de AGD UBA sumado a los testimonios de las asambleas virtuales, distintas manifestaciones clínicas de padecimiento psíquico del docente (angustia, estrés y principalmente trastornos del sueño) están comenzando a tomar cuerpo de manera preocupante. Y en muchos casos, la consiguiente automedicación. A la curva de los casos del COVID-19, se suma otra curva: la del malestar psíquico del docente virtualizado.
Las causas son obvias. La sumatoria de casos donde el docente es obligado (sin contar muchas veces con los medios y recursos óptimos) a realizar clases virtuales para una cantidad de estudiantes los suficientemente numerosa como para colapsar la conectividad, que obliga a tener que prolongar sus clases para responder las preguntas y dudas fuera del horario estipulado. La obligación a estar “hiperconectado” en grupos de whatsapp con reuniones de cátedra virtuales de carácter periódico donde permanentemente debe rendir cuentas del “éxito” o “fracaso” en el normal desarrollo de las clases virtuales. Las reprimendas por esto último (que prácticamente nunca depende exclusivamente del mismo docente), la “responsabilidad” por la conectividad convertida en “culpa”, y luego en angustia. Todo una sumatoria de situaciones de padecimiento psíquico en el ámbito docente de la Universidad devenido en sintomatología.
Frente a la predominancia del interinato del cargo (e insistimos, sin carrera docente establecida por el CCT que la UBA desconoce y en muchos casos con concursos de regularización de cargos vencidos hace años), garantizar la conectividad y el aula virtual prácticamente “24x7” es condición necesaria, en muchos casos, para no perder el cargo a la hora de la renovación.
Así, comienza a “hacerse síntoma” el malestar psíquico docente en una “psicopatología de la vida cotidiana” (y virtualizada): los clásicos “trastornos del sueño”, estrés, cuadros de ansiedad, burn out y angustia comienzan a salir del cuadro de la intimidad y la privacidad del docente padeciente para ser denunciados a viva voz en asambleas virtuales de nuestro sindicato.
Es menester señalar que el agotamiento psíquico del docente univesitario en su actividad virtualizada se inscribe en que -pandemia mediante- hoy prácticamente todo lazo social de cualquier sujeto se encuentra prácticamente encerrado en la virtualidad: el docente debe dar sus clases virtuales en las condiciones insalubres descriptas, antes y después de asistir a sus reuniones de cátedras, realizar su teletrabajo, asistir a sus hijos para las tareas escolares, realizar sus encuentros recreativos con familiares y amigos, siempre dependiendo de la conectividad y frente a la pantalla del celular o su computadora.
¿Cómo hacer frente a lo psíquicamente insoportable y al inevitable malestar de una reconversión laboral (y psíquica) tan abrupta y disruptiva en el marco de una pandemia mundial?
Christophe Dejours en la Banalización de la Injusticia Social dice: “…la investigación clínica demostró que, en el campo de la clínica del trabajo, juntos a los mecanismos de defensa descriptos por el psicoanálisis, están las defensas construidas y sostenidas colectivamente por los trabajadores.”
Elegimos tomar algunos planteos del psiquiatra y psicoanalista Christophe Dejours en su Banalización de la Injusticia Social: “…la investigación clínica demostró que, en el campo de la clínica del trabajo, juntos a los mecanismos de defensa descriptos por el psicoanálisis, están las defensas construidas y sostenidas colectivamente por los trabajadores. Se trata de las estrategias colectivas de defensa, huella específica de las restricciones reales del trabajo (…) Las investigaciones se desarrollaron a partir de la inversión de la pregunta inicial: ¿cómo hacen estos trabajadores para no volverse locos, a pesar de los requerimientos del trabajo a que se ven confrontados?”
Avanzando un poco más en el planteamiento de Dejours: “…las estrategias defensivas pueden contribuir a hacer aceptable lo que no debería serlo. Por eso, juegan un papel paradójico, pero capital, en el orden de los resortes subjetivos de la dominación. Las estrategias defensivas, necesarias para la protección de la salud mental contra los efectos deletéreos del sufrimiento, pueden funcionar también como una trampa que desensibiliza ante aquello que produce sufrimiento. Y a veces permiten que resulte tolerable no sólo el sufrimiento psíquico, sino también el sufrimiento ético; entendemos por tal sufrimiento que resulta, no de un mal sufrido por el sujeto, sino del que éste puede causar al cometer, por su trabajo, actos que reprueba moralmente (…) Entonces, el sufrimiento en el trabajo y la lucha defensiva contra este sufrimiento, ¿no tienen incidencia sobre las posturas morales singulares y sobre las conductas colectivas en el campo político?”
Bajo esta modalidad de virtualización improvisada, flexiblizadora y coercitiva, no han sido pocos los docentes que se describen a sí mismos de modo grotesco, dando clases virtuales por plataformas virtuales (zoom, google classroom) haciendo “semblante” con una sonrisa de “vendedor de Mc Donalds”, a veces como si fuera un show de “stand up” (para recibir buenas críticas de sus alumnos en los foros y páginas virtuales y evitar los retos de los Titulares de Cátedra porque “los alumnos se quejan de tus clases”) o performances, en la mayoría de los casos desprovistos de capacitación previa alguna o directamente de las herramientas y dispositivos básicos y necesarios.
A veces los malabares y esfuerzos que comentan (y denuncian) en las asambleas para garantizar la clase virtual, teniendo en cuenta la carencia de un buen ancho de banda, una conectividad óptima (cuyo gasto por supuesto debe correr por cuenta del docente) son tragicómicos o directamente desopilantes. Tomando lo que referenciamos en Dejours en los párrafos anteriores, su “actuación” en la escena virtual como defensa frente al sufrimiento.
En este cuadro, hoy el docente universitario virtualizado se ha reconvertido en múltiples oficios “no docentes”: soporte técnico (de plataformas), asistencia al cliente de un “0600”, standupero, moderador de foros, vigilante virtual de colegas de cátedra. Y muchas veces sin remuneración alguna y bajo la rúbrica del “ad honorem”. Vaya honor.
Una polifuncionalidad de roles que todos aseguran no estar dispuestos a hacer de no ser un período “excepcional” (pandemia mundial) ni mucho menos estando presionados por las autoridades universitarias y de sus propias Cátedras donde hay que demostrar que, aún bajo una pandemia mundial, “la Universidad sigue funcionando”. Claro está, como cuentan varios mitos sobre destacados “capocómicos” de la historia, cuando la cámara del zoom se apaga y la clase virtual se termina, aparece la angustia, el síntoma, el agotamiento mental, el malestar psíquico. Frente a esta vertiginosidad de lo virtual, donde hay que demostrar que “aquí no pasa nada”, no hay posibilidades de inhibiciones freudianas para llevar adelante la clase virtual.
En las antípodas de la campaña de nuestro gremio frente al avasallamiento de derechos docentes y las consecuencias de esta virtualización forzada en su subjetividad, salud mental y cotidianeidad, otros sindicatos han decidido desarrollar el rol de “Departamento de Recursos Humanos” de la patronal universitaria.
Al igual que lo mencionamos al comienzo del presente artículo con el caso del Suplemento Fortuna, durante las primeras semanas de clases virtuales, la Federación Nacional CONADU (cuya asociación de base en la UBA es el sindicato FEDUBA) se encargó de difundir en las redes sociales un video con “consejos de ergonometría para los docentes que se encuentran dando clases virtuales para corregir y saber cómo evitar dolores corporales” (sic). Toda una confesión de parte. Casi como un área organizacional empresaria de recursos humanos, la CONADU ofrece sus valiosos “tips” para hacer soportable lo insoportable. ¿Denunciar todas las secuelas psicofísicas que está trayendo esta virtualización en la docencia? Para nada, al contrario.
¿Torpeza? De ninguna manera. Simplemente las consecuencias de la falta de independencia de los sindicatos en relación a gobiernos universitarios y/o nacionales. Ocurre que CONADU/FEDUBA se encuentra en el bloque de Universidades y Decanos de Facultades referenciados con la fuerza oficialista gobernante (Frente de Todos). Y sucede también que los Decanos y Rectores de dicho espacio también están aplicando esta virtualización forzosa “a paso redoblado”. De esta manera, CONADU pretende “alivianar” la psicopatología de la vida docente cotidiana en tiempos de pandemia para que el sufrimiento y malestar psíquico no se transforme en denuncia política, organización y movilización de la docencia. Claro está, nadie muerde la mano de su amo.
Podemos poner como ejemplo el caso de la Facultad de Psicología de la UBA, donde la gestión privatista y reaccionaria del radicalismo (shuberoffismo histórico/Franja Morada) alineada con el Rectorado por supuesto ha bombardeado de esta insalubre e improvisada virtualidad la vida académica en cuarentena. Sin embargo, ninguna de las Cátedras cuyos Profesores Titulares podrían tomar cuenta del impacto negativo en la salud mental de su cuerpo docente a partir -por la especificidad de sus contenidos curriculares- se ha sumado a la campaña de AGD UBA. Se me ocurren ahora los aportes que se podrían haber hecho a partir del propio trabajo de campo con los docentes padecientes desde, por ejemplo, las dos cátedras de las asignaturas Psicología del Trabajo o Salud Pública/Salud Mental. Cabe mencionarse, inclusive, que, de acuerdo a los alineamientos políticos institucionales de sus Profesores y Profesoras Titulares, nos encontramos en ambos lados de “la grieta” en la Facultad (ya que sus Titulares son tanto “oficialistas” como “opositores” en relación a la gestión radical del Decano).
El desinterés y la nula implicancia subjetiva y académica en la denuncia por el fenómeno del (sobre) trabajo virtual insalubre no es casual. Ocurre que a la hora de adaptarse e integrarse a los proyectos privatistas de virtualización y educación “a distancia” –que en las Universidades Nacionales vienen avanzando a paso redoblado en el área de posgrado desde hace años-, la virtualidad instalada obligadamente por la pandemia en las carreras de grado pareciera acelerar los tiempos y las ansias de las camarillas universitarias para ofertar sus actividades aranceladas y kioscos académicos, sin importar de qué lado de la grieta se encuentre uno o el otro.
Si bien al momento de terminar de escribir el presente artículo todavía no contamos con el procesamiento terminado de los datos relevados durante las últimas tres semanas por la AGD UBA, a modo de muestra vamos a tomar la encuesta realizada por los integrantes de la Comisión Interna de la AGD UBA de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales entre sus propios docentes.
Sobre una muestra de 198 docentes de la Facultad (casi el 10% del total), de acuerdo al informe de la Comisión Interna de AGD UBA de Ciencias Exactas, “Los resultados son elocuentes y reafirman la advertencia inicial: la virtualización forzosa implica una sobrecarga sobre las tareas de los docentes, sin instancias de capacitación, les docentes no cuentan con recursos, tiempo, ni espacio físico para generar sus clases. La sobrecarga se ve profundizada en el sector de ayudantes de primera y JTPS…” El informe (que se puede ver completo en el link https://drive.google.com/open?id=1fio-6sJRkFk841zcRQAg3PjLAyUkGGpg) agrega testimonios de docentes que han proliferado en las asambleas virtuales que realizamos en la AGD UBA de la Facultad de Psicología:
“Une docente que cuenta con un cargo de dedicación exclusiva, manifestó que tiene dos hijos de 8 meses y 4 años a cargo, junto con su pareja que también tiene dedicación exclusiva, por lo cual se le hace imposible trabajar sin perder tiempo de sueño, pues además las clases deben ser en el mismo horario que las presenciales (18 a 21), lo cual es muy dificultoso para su familia.
Otre docente señala como limitaciones para las clases virtuales la falta de espacio para armarlas, el hacinamiento familiar, tener que hacer tareas que antes no hacía, como enseñar las clases de la escuela a sus hijos, mantener la casa limpia, hacer las compras y cocinar las 4 comidas. Según este docente esto le quita muchísimo tiempo sumado a que su pareja se encuentra convaleciente, por lo cual todas esas tareas recaen sobre él…”
Les docentes señalan que la capacitación es indispensable para llevar adelante las clases virtuales y que la enseñanza bajo esta modalidad no es suficiente para garantizar el aprendizaje de contenidos
El comunicado informativo del relevamiento de la Comisión Interna de AGD UBA de Ciencias Exactas concluye que “…asimismo, les docentes manifestaron que no tuvieron capacitación adecuada, aunque creen que es muy relevante recibirla (pregunta 15 en la página 11 del relevamiento), para la transición de la presencialidad a la virtualidad, y que solo contaron con materiales complementarios como videos, tutoriales o manuales (pregunta 12 en la página 12 del relevamiento). Eso implica que cada docente debió aprender por su cuenta el uso de las herramientas virtuales y las formas de presentar los contenidos en el formato virtual. A pesar de no haber recibido capacitación, les docentes señalan que la misma es indispensable para llevar adelante las clases virtuales y que la enseñanza bajo esta modalidad no es suficiente para garantizar el aprendizaje de contenidos (pregunta 16 en la página 13 del relevamiento).
Destacando que, si bien cada Facultad cuenta con sus propias particularidades y especificidades, los datos relevados sobre las secuelas de la virtualidad forzosa entre la docencia de Ciencias Exactas no resultan tan ajenos al resto de la docencia de la UBA. Dificultades por situaciones familiares o habitacionales, falta de capacitación y de dispositivos, sobrecarga laboral. Todo un cocktail de efectos donde el malestar y sufrimiento psíquico resulta un destino inevitable en la subjetividad del docente universitario y su nueva psicopatología de la vida cotidiana.
Virtualización educativa universitaria ¿El Futuro llegó hace rato?
Defendemos la integración de la virtualidad en el campo educativo como dispositivo complementario didáctico a la presencialidad en la relación docente–estudiante como forma general de construcción colectiva del pensamiento crítico y experiencia de ampliación del saber científico
Solo un necio, un melancólico o los hoy denominados “terraplanistas” podrían oponerse al avance tecnológico (contrariamente a algunos disparates vomitados por algunas sectas universitarias que acusaron a la AGD UBA de “luditas” (sic) porque denunciamos esta la virtualización forzosa). Defendemos la integración de la virtualidad en el campo educativo como dispositivo complementario didáctico a la presencialidad en la relación docente–estudiante como forma general de construcción colectiva del pensamiento crítico y experiencia de ampliación del saber científico, del cual el campo empírico educativo es uno de sus principales fuentes.
Para el caso, se intenta alertar además que la “virtualización forzosa” impuesta por las camarillas universitarias en el marco de la cuarentena y la pandemia mundial puede terminar transformándose no en una “excepción” sino en una norma y prueba piloto para avanzar en la virtualización educativa de la “educación a distancia” privatista, fogoneada desde hace años por el Banco Mundial y el propio Consejo Interuniversitario Nacional, quien viene observando esta “contingencia virtual” como una “tierra de oportunidades” (y negocios).
En el marco de la pandemia mundial, aparece “picando en punta” Microsoft de Bill Gates ofertando sus plataformas virtuales o el mismo Banco Santander (que desde hace años mantiene un acuerdo con la UBA para el pago de los salarios en la mayoría de sus empleados docentes y no docentes) promocionando sus “créditos blandos” para acceder al equipamiento y poder sostener la reconversión virtual de la vida académica universitaria.
Hacemos propios algunos pasajes de un artículo de reciente publicación del Secretario de Organización de la CONADU Histórica, Antonio Roselló, titulado “UNESCO ofrece su salida educativa: que las multinacionales tomen el control”. El mismo da cuenta de manera clarificada la orientación social de los “planes de contingencia” de virtualización en el cuadro de la pandemia mundial, y que como intento detallar en el presente artículo, comienza a provocar estragos en la subjetividad y la salud mental del docente virtualizado.
“la mitad del total de los alumnos –unos 826 millones de estudiantes– que no pueden asistir a la escuela debido a la pandemia de Covid-19, no tiene acceso a una computadora en el hogar y el 43% (706 millones) no tiene Internet en sus casas”
Describe Roselló un informe de UNESCO del 17 de abril titulado “Surgen alarmantes brechas digitales en el aprendizaje a distancia” donde según el organismo “la mitad del total de los alumnos –unos 826 millones de estudiantes– que no pueden asistir a la escuela debido a la pandemia de Covid-19, no tiene acceso a una computadora en el hogar y el 43% (706 millones) no tiene Internet en sus casas, en un momento en que se utiliza la educación a distancia por medios digitales para garantizar la continuidad de la enseñanza en la inmensa mayoría de los países”
La conclusión inicial de UNESCO habla a las claras sobre las determinaciones materiales y de clase en el fracaso de la virtualización mundial educativa por la pandemia. Agrega el documento del organismo que “incluso para los maestros de países que poseen una infraestructura fiable de tecnología de la información y la comunicación (TIC) y conectividad en los hogares, la rápida transición al aprendizaje en línea ha sido complicada”.
Como nada es casual y ante los “problemas” aparecen las “soluciones”, el artículo de Roselló destaca que “…estas cifras fueron recopiladas por el Equipo de Trabajo sobre Docentes, una alianza internacional coordinada por la Unesco, sobre la base de los datos procedentes de su Instituto de Estadística y la Unión Internacional de Telecomunicaciones que es la entidad multilateral donde se representan los intereses de las grandes operadoras de telecomunicaciones como ATT, Vodafone, Hyawei, Telefónica, entre otras.” Párrafo seguido, la nota de marras informa –siempre en base al documento de la UNESCO- sobre la conformación de la Coalición Mundial para la Educación COVID-19 “que agrupa a más de 90 asociados de los sectores público y privado, a fin de concebir soluciones universales y equitativas y lograr que la revolución digital sea inclusiva” destaca el documento de UNESCO.
¿Quiénes integrarían entre otros esta Coalición? Desde la Unión Internacional de Telecomunicaciones y los grandes pulpos del mercado mundial de las telecomunicaciones y la informática como Microsoft, Google, Amazon, Facebook y Zoom hasta la llamada “Internacional de la Educación” integrada por la CONADU y CTERA.
Si hasta aquí el lector tenía dudas sobre el carácter “contingente” (en un cuadro de pandemia mundial y de imposibilidad de dictado presencial de clases) en esta virtualización educativa, Roselló detalla en su artículo que “…el carácter estratégico y no solo coyuntural de esta Coalición se demuestra al sumar a la misma el Equipo Internacional de Trabajo sobre Docentes para Educación 2030 que agrupa a más de 90 gobiernos, así como a unas cincuenta organizaciones internacionales y regionales, organismos de las Naciones Unidas, organizaciones de la sociedad civil, asociaciones de docentes y fundaciones que son los promotores de los planes como la “escuela 2030” o la escuela del futuro, promoviendo en todo el mundo las legislaciones antieducativas que desvalorizan no solo la educación sino la fuerza de trabajo de los docentes y de los niños y jóvenes que egresarán (o serán expulsados) de esa formación de bajo nivel.”
No quedan dudas que la pandemia mundial ha derribado una importante cantidad de velos y puesto en evidencia de manera por demás elocuente un colapso social, económico y sanitario, marca inevitable de la crisis mundial capitalista que se viene desarrollando hace años. El COVID-19 no ha originado este desastre, en todo caso ha acelerado y profundizado el carácter barbárico inherente al régimen capitalista mundial y demostrado su agotamiento histórico para el progreso de la humanidad.
El desastre pandémico global que obligó a que vastos sectores del mundo del trabajo se virtualicen (entre ellos el mundo universitario) viene a demostrar que detrás de las apologías sobre los avances tecnológicos y virtuales se esconde la precarización y sobreexplotación laboral junto a la inevitable destrucción de fuerzas productivas (la fuerza de trabajo humana, física y presencial) que ya se ha convertido en un genocidio: al momento de concluir este artículo los muertos en el mundo sobrepasan la friolera cifra de 300 mil.
Desde luego que el debate no es a favor o en contra de los avances tecnológicos. Podemos decir “con el diario del lunes” que el movimiento ludita -surgido a la luz del nacimiento del movimiento obrero europeo en las primeras décadas del siglo XIX- confundió su perspectiva histórica intentando destruir telares y máquinas de cordones, no así denunciando empíricamente las consecuencias del avance tecnológico e industrial bajo las nacientes relaciones sociales de producción capitalistas (desocupación, rebaja salarial, etc.)
El avance de la virtualidad en la cotidianeidad del docente universitario, bajo la orientación capitalista que rigió hasta en nuestra actualidad la Universidad Pública, se transforma en precarización, sintomatología, malestar y sufrimiento psíquico y un terreno provechoso de “pruebas piloto” para futuros negociados en el campo educativo.
El avance de la virtualidad en la cotidianeidad del docente universitario, bajo la orientación capitalista que rigió hasta en nuestra actualidad la Universidad Pública, se transforma en precarización, sintomatología, malestar y sufrimiento psíquico y un terreno provechoso de “pruebas piloto” para futuros negociados en el campo educativo. El avance tecnológico devendrá en liberación y expansión de fuerzas humanas y productivas (y también en bienestar psíquico y subjetivo) cuando se encuentre divorciados de las actuales relaciones sociales de explotación vigentes en el mundo. La actual catástrofe social, económica y sanitaria que estamos padeciendo se traduce de manera inmediata al sufrimiento y la angustia por la incertidumbre, pero además a la oportunidad de emanciparnos de un régimen histórico completamente agotado.
Hernán Scorofitz
Psicoanalista
Secretario General AGD UBA Psicología
hernyescoro [at] hotmail.com ()