De los afectos a su estructura generadora: tópica dinámica y económica. | Topía

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De los afectos a su estructura generadora: tópica dinámica y económica.

 

Recibí a Marcela, de 39 años, derivada por su último psicoanalista quien decidió emigrar, por lo tanto, se despidió de sus pacientes.
Llegó a mi consultorio en un estado lamentable de dolor y angustia, me contó entrecortadamente algo de su historia y comenzaron luego las sesiones; en realidad empezó un largo proceso para contenerla, sin que yo recuerde ninguna interpretación y sólo quizás uno que otro señalamiento, porque lo único que ocupaba la escena era el dolor por el analista perdido y los sentimientos de angustia, abandono e indefensión por esa pérdida... más el llanto continuo que no la dejaba hablar a ella...ni a mí.

La mandé a consulta con el psiquiatra que acompaña a algunos de mis casos, y le indicó antidepresivos y ansiolíticos.
A lo largo de ése mes poco a poco pudimos comenzar a hablar y a armar entrecortadamente algo de su historia junto a la elaboración del duelo por el último analista perdido y la constitución de una transferencia positiva sublimada conmigo. Hacia los 20 años había abandonado el catolicismo y adhirió, en contra de su familia, a una iglesia protestante. “Tuve un delirio místico” me dijo y no dio mas detalles; rememora de muy mala gana y con fragmentos telegramáticos, de su infancia se logran retazos más oscuros todavía. Me pregunté a mí misma ¿de qué huyó de lo cual el catolicismo no la pudo preservar?
Marcela es una mujer virgen, hoy de 44 años y en algún momento le pregunté si alguna vez salió con un muchacho.
-“Sí, pero todo mal, me gustaba pero el no definía las cosas, yo lo encaré diciéndole que me gustaba y me dijo que él no sentía lo mismo. Fue...¡no me acuerdo! Bueno...entre los 19 y 20 años”.
En contra de lo que me dice: que el joven no la aceptó, me pasa flotante la idea: “huyó del hombre”, lo que por supuesto no digo, pero la dejo sujeta a revisión en mi preconciente. Lo que puedo armar más o menos bien es su historia de “analistas”: dos “psicólogos” anteriores al que me la deriva, -“Ah! También una psicóloga entre los dos, la que me echó porque yo no pensaba.“ Es cierto que no piensa, del mar de lágrimas hemos pasado al monótono pero ansiosímo relato de lo que le pasa día por día. Hipotetizo que tiene el enlentecimiento de ideas de la depresión. A lo largo del tiempo de ése relato emergen memorias de sus “terapias” con los dos “psicólogos” “A” y “B”. Con éste último hay dos largos tratamientos con un intermedio por el cual pasa fugazmente la psicóloga que la echó. “A” presentaba sus pacientes a toda su familia, era religioso, se enamoró ostensiblemente de una de sus “analizadas”, todo lo cual era conocido por el resto de pacientes puesto que sociabilizaban entre sí alentados por su terapeuta. No hay rabia ni crítica contra él, sólo un resignado suspiro. Un día le digo:
-“Vd. estuvo todo ése tiempo enamorada de él, hubiera querido ser X que lo enamoró a él”.Me responde el silencio.
Con “B” hizo cambios espectaculares, se mudó, vivió sola, terminan el tratamiento, al tiempo vuelve: ella teme caer en la depresión que “me llevó al delirio”. El segundo tratamiento con “B”: él no la salva de su caída y finalmente se deprime gravemente y termina con “B”.
-“Veo que Vd. no ha tenido psicólogos, ha pagado la compañía de ésos hombres, se enamoró del segundo, hizo cambios espectaculares por amor a él y cuando el amor no se consumaba ante la “indiferencia” de B y la incapacidad de mostrarle esto para trabajarlo se deprimió”.
Han pasado años conmigo y por fin me contesta:-“Pero ninguno de los dos se dio cuenta de esto”.
-“Efectivamente, así fue”-le digo y pienso en la larga repetición en transferencia, la que comenzaba a desatarse con el último analista cuyo emigrar la arroja otra vez a una severa depresión.
No es para mí solamente la repetición del trauma del rechazo lo que insiste, es también repetitivo el placer del enamoramiento sin los peligros de la consumación sexual, aunque el primer “psicólogo” no se hubiera negado de ser ella la elegida. - ¿”A” era poco confiable para la represión? Creo que sí.
Miedo, terror, horror al hombre. Sólo pudimos medicar la depresión consecutiva al fracaso de un encuentro fantaseado con el objeto, un encuentro “casi delirante” con un hombre deseado con quien pueda evitarse el deseo sexual. Los medicamentos no llegaban allí, al núcleo generador de dolor y de una ansiedad brutal que no se contiene ni con ansiolíticos, éstos sólo permiten sobrevivirla y por eso les estoy agradecida.
Transcurre el tercer año de análisis conmigo y sigue relatándome sus días: Tuvo mucha ansiedad, por que no tenía trabajo, tuvo mucha ansiedad porque el jefe le dio trabajo, tiene ansiedad por que no tiene ropa y muchísima ansiedad porque se va a comprar ropa o cualquier otra cosa. Frente a la incertidumbre ansiógena que le causa tener opciones, muchas veces efectivamente compra cualquier cosa y termina malhumorada y mas ansiosa por el malgasto de dinero. No hay gama afectiva, sólo un estrecho binarismo de ansiedad y depresión que ocluyen cualquier otro espectro.
-“Pero Marcela ¡el único sentimiento que Vd. tiene es la ansiedad!” Me queda claro sobre todo con la ropa, que no tolera tener muchas opciones y aunque desea a la prenda no puede contactarse con su deseo, por lo menos el tiempo suficiente como para perfilarlo definirlo mejor y lograr para él una acción específica que lo descargue en satisfacción. El horror al deseo me resulta compatible con el horror al hombre, con el cual sólo puede contactarse en fantasías y con una intensa vida sexual masturbatoria, aquí existe el control de lo deseado, las vidrieras de Buenos Aires no lo garantizan.
Poco a poco se va liberando en ella la capacidad de pensar y comienzan a haber gamas afectivas, para mí es una nueva Marcela. Ahora percibo la intensidad afectiva de una dependencia con amigas de la congregación religiosa, le gusta un amigo de una de éstas, ésa misma interfiere durante un viaje toda una aproximación que Marcela logra comenzar hacia el joven, finalmente queda interceptada por su amiga y esperando pasivamente durante todo el episodio que la amiga-madre le “regale” o permita seducir al hombre. Queda más problematizada con sus amigas que por intentar otro abordaje del muchacho. Interpreto la homosexualidad, se me impone un estilo “fuerte” para decirlo:
-“Eso parece un aquelarre de brujas repartiéndose un hombre”.
La amiga-madre había decidido que el muchacho era para la tercera amiga y su decisión se vio fastidiada por el deseo de Marcela. Sobre lo que le pasa con sus propios padres, no hay mucha información brindada por ella.-De todos modos se actualiza la imago de una madre todopoderosa, incompatible con las descripciones de su propia madre, apacible Sra. Víctima de un padre colérico con quien es difícil hablar e incluso razonar.
La depresión inicial vista por mí y psiquiátricamente diagnosticada y medicada, dio lugar a un período de ansiedad generalizada, una permanente expectación angustiosa y angustias flotantes que precedieron a la posibilidad psicoanalítica de apertura de gama afectiva y desarrollo de pensamientos. Yo le dije en una oportunidad que “tener sentimientos la ponía mal porque los afectos hacen pensar y que ella bien quisiera, pero no puede, borrarse de ese trabajo de pensar” (siguiendo el principio de Nirvana).
Un día me dice: “Ya sé lo que Vd. me habla de los sentimientos, me di cuenta de lo que hago: en cuanto me va a aparecer uno, siento una tensión y antes de saber qué es, tomo el Plidan o el Rivotril.”
“¡Oh! ¡Los usa de plancha-afectos! ¡Y también de plancha sentimientos!
“Sí.”
Hace un año comienza una actividad extralaboral y extrareligiosa una vez a la semana; Allí conoce a otro joven, menor que ella y del cual va quedando enamorada, fascinada. Usa muchas sesiones pensando acciones específicas para acercarse al joven y lo va logrando. Esta vez es una excitación desiderativa, erótica pero que linda nuevamente con lo insoportable. Yo creo que la emoción busca diferentes descargas algunas orgiásticas como casi intentar transformarse en otra mujer con diversos tratamientos cuya imposibilidad de ser realizados todos juntos hablamos. Aunque acepta esto de mala gana, se compra linda ropa, pero en cantidades irreflexivas por los gastos. Señalo una y otra vez que ser linda y bien vestida ayuda pero lo que determina una atracción es que ella misma no esté asustada de su propio deseo. Porque la excitación erótica empieza a mostrarse acompañada siempre de una expectativa angustiada extrema.
Ahora sabe, siente que tiene miedo ¿a qué? A que no pase nada, a perder, a frustrarse a ser la fea, la no deseada.
Un día el joven deseado pasa por el trabajo de Marcela, hay un leve pretexto, pero es evidente para los dos que ha tenido ganas de pasar. Ella se acerca confusa y con la proximidad de él la ansiedad se torna intolerable: hace todo lo posible por despedirlo rápidamente: no lo/se aguanta más. Cuando él se va un poco sorprendido, Marcela va al toilette de su trabajo y se le desata un ataque de pánico, por el cual tenemos otra sesión extra además de las que me pidió antes.
A esta altura no creo que vaya a encontrar un predominio neto de problemática edípica ni que el ataque de pánico sea una variante excesiva de la angustia de castración.
Mis hipótesis acerca de la tremenda y siderante angustia que constituye al ataque de pánico son las de que la magnitud de la angustia hace claudicar al yo en su capacidad de ser continente y constituye una desorganización transitoria del mismo que revivencia una angustia de aniquilación.
Se enoja conmigo porque “no me vengo dando cuenta” de lo peligroso que es este amor por el cual está descuidando el trabajo y despilfarrando dinero.
Se enoja conmigo porque no evité el ataque de pánico, porque no fui un yo protésico al de ella. Soy una madre todopoderosa que le falla, que no la ayuda a contener tensiones diferenciadas.
Trabajo sobre la idea de que la excitación sexual le resulta arrasadora, que no tiene miedo por alguna prohibición, ha buscado el ascetismo prohibitivo de su iglesia porque siente que su persona no puede contener a la magnitud de excitación, el Yo claudica frente a la angustia porque ha claudicado antes frente a la fuerza despersonalizante, aniquilante del deseo sexual tal como lo vive ella. “¡Vos no te diste cuenta de que lo deseo con desesperación!” – vuelve a reprocharme.
Finalmente el joven acepta primero y rechaza luego, una invitación de ella a un cóctel al que estaba invitada por su trabajo, Marcela reflexiona sobre la frustración, se siente muy triste pero no destruida: la seducción que logró reflotar en ella servirá para otra ocasión aunque, me dice, deberemos reflexionar sobre su desventaja para atraer a los hombre si se la compara con otras mujeres.
Hemos caminado con ella desde severas depresiones ante la perdida de objetos de amor que le garantizaran una relación platónica, pero en las cuales el miedo al hombre estaba oculto por el espesor de transferencias eróticas instaladas y desarrolladas en pseudo o en malos tratamientos, lo cual no quiere decir que las depresiones no fueran auténticas y que los antidepresivos no estuvieran indicados. Las mejorías que, antes de deprimirse, lograba por estas transferencias eróticas no eran más que otra parte de la resistencia y la ignorancia iatrogénica que ocultaban la estructura generadora de terror: el encuentro con el hombre que le genere una excitación que ella no puede contener. Hay una estructura neurótica, una estructura fóbica grave, pero éste punto de gravedad la desliza desde los problemas de posicionamiento de género y la asunción de la identidad heterosexual exógama a vías de fractura sobre la estructura identificatoria básica y angustias desorganizativo-traumáticas.
A los 6 años de análisis agrega un detalle a la reconstrucción que intentó una vez más sobre lo que pasó con el hombre de los 20 años. Él no había aceptado su propuesta es cierto, pero la llamó al poco tiempo y se encontraron para charlar y tomar un café.-Cuando la vio entrar lo primero que exclamó fue: “¡Qué te hicieron!” En el ínterin ella había dejado de maquillarse, cambió de estilo de vestirse y adoptó una expresión de ascetismo y disgusto asqueado que es aquélla, creo, con la que la conocí yo. Nunca mas cierto que en el caso de un análisis aquello de que “lo esencial es invisible a los ojos” y que los ojos-orejas de un analista deben buscar siempre la descripción metapsicológica sin considerar nunca que ésta pueda ser “un paradigma” diferente a un supuesto otro paradigma llamado intersubjetivo. No buscamos signos sino estructuras.

Isabel Lucioni
Psicoanalista
ilucioni [at] ciudad.com.ar
 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2004

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