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Clínica del déficit narcisista: “La libertad me esclaviza”

 

He conocido a dos pacientes Amalie y Roberto como material comunicado por sus respectivos analistas. Ambos pacientes pueden estar comprendidos en la franja que el psicoanalista-psiquiatra Cancrini llama “El océano borderline”, por la anchura de este campo en el que el Yo vacila por fijaciones narcisistas tempranas con las inconsistencias consiguientes del Yo de Realidad Definitivo.

¿Por qué los presento? En ambos casos, con grandes diferencias de clase social y dotación cultural y educativa, me impacta la ausencia del Superyó Cultural moderno, su caída y lo que todavía no aparece como opción clara: ¿Cuándo se estabilizarán los valores del Superyó Cultural posmoderno? ¿Cuáles son o serán?

Por supuesto que pobres hubo siempre como lo dijo el Evangelista San Juan, ya la dominación de unos hombres sobre otros y la existencia de los pobres, motivaron gran parte de la cruzada de Jesús y después de Buda, uno prometió el cielo y otro propuso el Nirvana, un camino de salvación renunciando a los deseos.

Sabemos que el capitalismo surgió sangriento y el poscapitalismo o predominio del capital financiero globalizado y cibernético funciona generando miríadas de excluidos, a tal punto que algún autor habló del “fin del trabajo” porque la revolución científico-técnica sofistica cada vez mas al trabajo posible y excluye a los que no alcanzan tal grado, con la caída paralela de los estados de bienestar que intentaban procurar salud y educación a las mayorías.

Cambios culturales, histórico-sociales, implican siempre cambios en el Superyó Cultural, anclaje de todos los superyoes individuales, cambios en los valores sociales que también cambian las opciones del Yo de realidad definitivo, empezando porque cambia la Representación de realidad y las posibilidades consiguientes del Yo de ejecutar exámenes de realidad. Sé uno de los valores del Superyó posmoderno: “Sé tu mismo y… arréglatelas como puedas”

Sociedad y Aparato psíquico se implican mutuamente con una profundidad mayor a la noción de “influencia”.

Examinar la realidad “saber lo que pasa”, “reconocer los contextos en los que vivo” son funciones del Yo, esto sólo se puede ejecutar desde la estructura identificatoria, la asunción también identificatoria de las significaciones propuestas por los grupos, papá y mamá, etc.

Este es uno de los motivos más fuertes que tengo para oponerme a la división laplanchiana entre el Yo de las identificaciones y el Yo de las funciones, entre el Yo y el self, tengo la sospecha de que muchos psicoanalistas, como Laplanche, han preferido siempre separar la estructura identificatoria de la función perceptiva en general. Y en particular de la función “percepción de mí mismo y de los demás”. Un antiquísimo experimento de la Gestalt ya mostraba que los niños pobres veían a las monedas mas grandes que el tamaño que le atribuían los chiquitos ricos. Otros experimentos mostraron también que en un cuarto oscuro con una luz inmóvil, el grupo sometido a prueba terminaba configurando “una dirección de la luz” como opinión concertada entre todos los miembros de dicho grupo. Así la percibían, no era un acuerdo de opinión, el grupo acompasaba su percepción.

Juicios de existencia, de atribución, la posibilidad del tránsito “imparcial de juicio” se ejecutan desde las estructuras de significaciones con las que se han construido el Yo y el Superyó. Las identificaciones son procesamientos perceptivos e ideativos.

Roberto fue violado a los cinco años por el concubino de la madre, ésta calla cuando Roberto lo denuncia. Comienza el consumo de paco a los 16. A los 18 se enteró de la muerte de su padre, quien lo había abandonado, lo asocia con el comienzo de la actividad delictiva. Consumo fuerte de cocaína y alcohol. En pareja tuvo dos hijos, agresión física a su mujer y sus hijos. Denunciado por maltrato le prohíben acercarse a su familia. Nueve años sin verlos. A partir de los 20 aproximadamente comienza su historial de once años en la cárcel. Cinco balazos en el cuerpo, puñaladas perforación de un pulmón. A los 33 sufre un accidente en moto, cuatro días en coma, fracturas y hundimiento de cráneo, luego huye del hospital porque una enfermera lo maltrató. Comienza tratamiento a los 34 años en un dispositivo cuyo objetivo es mantenerlos abstinentes el mayor tiempo posible, 7 meses en tratamiento, 6 meses limpio. Hoy, problemas de tiroides. Depresión fuerte.

En las sesiones alguna vez le dice a su analista que lo va a matar. En la sesión que reviso se queja amarga, muy amargamente porque su mujer (a la que le pega) se ausentó con sus dos hijos (los de ella que no son los de él) con paranoia y desgarro se queja porque “ella no entiende, no entiende”, el analista lo va guiando hábilmente con preguntas hacia el meollo de aquello por lo que inculpa a su mujer, “no entiende lo que es estar solo, ella tiene dos hijos, se fue hace dos meses y estoy solo”. No tiene la más mínima posibilidad de reflexionar sobre el hecho de que él la maltrató y que en esos días a ella le han descubierto un tumor, quizás canceroso. Cuando en la sesión llegan a este punto Roberto pasa de la paranoia a la melancolía: si ella muere él se va a matar.

No se soporta a sí mismo y cuando el objeto que mitiga el dolor de estar consigo mismo lo acompaña, no soporta a la compañera y la castiga. Si ella se va también la culpabiliza: su ausencia es un ataque al Yo malherido de muerte desde la infancia.

Roberto no tiene ninguna posibilidad de enunciar algo así como: Tengo la “libertad” del desvalimiento, del desamparo cultural, estoy arrojado de una sociedad que me dice: “Sé lo que puedas y a ver si un psicólogo hace algo contigo”.

¿Valores que desde un Superyó propongan al Yo un proyecto, un ideal a alcanzar? No, no son perceptibles.

Corresponde al talento de su psicólogo acercarlo a las problemáticas antedichas, que deje la droga por bastantes meses y que encuentre un trabajo limpiando las fuentes en las que se hornean facturas. Desde la transferencia se propone vivir. No pidamos más. Al tiempo deja el tratamiento, esperemos que siga el mayor lapso posible en la abstinencia y que no haga lo necesario como para volver a la cárcel.

 

Amelie no sabe que está desamparada y es notable la manera en que expresa esto que no puede expresar: “La libertad me esclaviza” pongo a su frase como copete de este trabajo.

La libertad de los mercados deja muchos ganadores con libertades, muchos perdedores también con libertades y muchos de ambos grupos se sienten sin embargo esclavizados, víctimas de procesos y sucesos que no pudieron elegir y que muchas veces no saben cuales son. Muchísimo más que a la igualdad y la fraternidad el capitalismo ha llevado a la libertad como mascarón de proa, de una forma Roberto y de otra Amalie son sujetos de su época.

Roberto no sabe si es que se puede acusar a alguien o a algo, pero acusa, Amelie tampoco acusa. Vagamente uno, con más claridad la otra se sienten presos de oleadas destructivas que sólo pueden dirigir como autodestrucción. Y si no fuera autodestrucción ¿a quién acusar? ¿A papá?, ¿a mamá? Sí… pero es lo mas fácil, papá y mamá pertenecen a una red más vasta que los sobrepasa con significaciones cuya existencia no pueden sospechar y mucho menos su origen.

Amalie tiene 20 años, viaja permanentemente, estuvo dos meses en Roma, los carabinieri la levantan en la calle borracha y drogada con cocaína.

“En diciembre termino el secundario y este año será para viajar, quiero una psicóloga nada

más que para ver algunas cosas”

A: -“Acabás de llegar”.

“Me dí cuenta, te decía que hay cosas de mi personalidad que tengo que cambiar, ésta es la primera vez que lo decido: porque quiero yo un tratamiento. Un día bien y otro mal, no puedo terminar nada porque me canso, mis viejos me educaron con todos sí, si no quería hacer algo del colegio, no lo hacía, yo siempre hago lo que quiero, soy siempre responsable conmigo misma; me llevo bien con mis viejos pero en toda relación hay deslices”

“Mamá tenía un negocio y yo estuve siempre con la empleada, papá es muy, reservado. Entre ellos se llevan bien pero falta diálogo y entre los 3 también, pero la gente que me conoce me entiende, ¡ya está yo me entendí yo! Siempre creí que mi vida era mas allá del colegio… Fumo marihuana”.

“A los 16 tuve un novio de 21, ahora salgo con Matías, hace un mes que estoy relenta con Matías, yo estaba retranquila: creo que este chico es para mí. Me voy dentro de un mes. También tomo éxtasis, habían muchas cosas que me pesaban”.

“Ariana es mi mejor amiga, un día probamos de estar y hasta el día de hoy estamos, con sexo, no somos la misma persona ni es mi alma gemela, está todo en uno en ninguna persona: estoy enamorada de la vida. Con el éxtasis es estar en mi mundo, me flasheo sola”.

La terapeuta me dice: “En Roma se desbordó, cuando toma se pone muy violenta y hace poco chocó con el auto, el padre quiere hablar conmigo.”

Amelie continúa:

“No tengo una estructura interna dentro de mí, yo no la quería a mi abuela, mi mamá murió después de un año de la muerte de mi abuela”.

“Amelie se define como homosexual después de Roma. Al año de su retorno al tratamiento vuelve a querer cortar: Quiere cortar el tratamiento pero reconoce sin más explicaciones: yo no dejé que esto fluya”.

“…Me encanta estar en un país a la deriva… me encanta Ariana que hace lo que se le da la gana”. La anomia como libertad.

 “Tengo miedo a que el otro se adueñe de mí”. Pasado ese año comienza a transcurrir éste. “No tengo más ganas de venir, voy a venir cada 15 días“

A: -“No estoy para nada de acuerdo con que vengas cada 15 días”

En otra sesión:

¡Bueno! No. No tan bien, el viernes choqué contra el portón de mi casa, papá dijo de venir hoy, te pido una hora para papá. Estoy enojada conmigo misma: no puedo encontrar el límite.

A-“El choque es el límite”.

Choqué lo mismo que estando ebria, estando sobria, no tengo límites y, menos aún, alcoholizada, no recuerdo nada… Siempre llego al mismo lugar: al no tener límites de distinta forma, estoy a la búsqueda de encontrar límites negativos ¿Cómo quiero encontrar límites a los golpes? Tener que chocar para decir: ¡Bueno! ¡El límite es el de la destrucción! Pero nunca me sentí como me siento ahora… siempre estuve en pedo… hacer estas cosas, pero siempre lo tomé como gracioso, chistoso, estoy enojada conmigo: el alcohol no va conmigo me saca la mierda que no sé qué es: sale en forma de violencia, pero capaz que es tristeza…

A: -“A través del alcohol estás tratando de evitar encontrarte cara a cara con el dolor, y no sólo el dolor por la muerte de tu mamá”

“¡Claro! Porque la vida misma pega de soledad, de miedo, de ansiedad”.

A: -“¿Qué sensaciones tenés cuando tomás?”

En algún punto es libertad, aunque después termina en que quede presa de ese término, cuando me esclavizo con eso con la libertad, al otro día me siento débil, triste, floja, pero tengo libertad de expresión, de escapar…

A: -“Pero le llamás libertad a la incontinencia a la falta de freno a todos los impulsos.”

“Yo no tengo eso, el freno, quisiera encontrar en algún lugar el bien… ¡no sé! A través del amor, que los impulsos sean cosas positivas: tengo que construir el amor primero, para luego construir el bien…el amor a mi cuerpo, a mi estructura, ayer pensaba en lo débil que soy a través del impulso, la ansiedad me domina, mi cabeza no tiene dominio en nada si no puedo controlar la bebida…”

A: -“Son impulsos que tu cabeza no quiso frenar no sólo que no pudo. Relaciono esto con no querer venir todas las semanas.”

 

La simplicidad de las intervenciones muestran el entendimiento del inconciente, la analista habló con el papá, quien se conectó con su hija y se hizo cargo de las desintoxicaciones. Amelie comienza a comprender la libertad de un orden, de proyectos y objetivos valorados.

 

Isabel Lucioni

Psicoanalista

ilucioni [at] fibertel.com.ar

 
Articulo publicado en
Agosto / 2011

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