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Entre el esfuerzo y la comodidad

 

Por un lado, el trabajo. Por el otro, el tiempo libre.
Por un lado la inserción laboral. Por el otro, la exclusión.
Por un lado, la productividad, la eficacia y la acumulación de riqueza material y simbólica. Por el otro, el derroche, el despilfarro y, por lo tanto, la pobreza.
Por un lado el estudio. Por el otro, la vagancia y la haraganería.
Por un lado, el aprovechamiento del tiempo. Por el otro, su dilapidación; ese “perder el tiempo” que, ya se sabe, es algo así como perder un valioso capital porque “time, is money”.
Contra el imperativo del trabajo productivo y remunerativo, el tiempo libre y el ocio vienen a instalarse como una cuestión de clase, de género y generacional. Los pobres tienen que trabajar en sus respectivos empleos y tienen que trabajar en su tiempo libre (el ocio “es el mayor pecado de los pobres”) tanto como las mujeres “tienen” que usar el tiempo libre para las tareas domésticas (ese trabajo invisible del que depende la reposición de la fuerza de trabajo), y niños y jóvenes “deben aprovechar” el tiempo libre que les deja la escuela y la universidad para capacitarse, incorporar segundas lenguas, talentos digitales o espíritu deportivo que supuestamente les garantizará su inserción laboral en el futuro.
Salvo en la nobleza, el ocio tiene tan mala prensa como prestigio tiene el trabajo convencional y el aprovechamiento del tiempo libre en tareas productivas, en el entrenamiento físico, mental y espiritual. El ocio tiene mala prensa, muy mala prensa cuando se asocia con pobre, mujer, pibe o piba.
Los imperativos neoliberales hacen virtud del trabajo incitando a la producción, alentando a mejorar el poder adquisitivo y a cumplir con los deberes que los ciudadanos tienen. Y esta hipócrita exaltación del trabajo en épocas de desempleo y de especulación financiera va pareja a la estigmatización (cuando no a la demonización) de los que no trabajan y de los desertores escolares.
Una severa acusación recae tanto sobre los desempleados como sobre quienes no aprovechan su tiempo libre: "desempleados por gusto", por deficiencia o por insuficiencia; porque no hacen lo que deberían hacer para, primero, conseguir trabajo y después, tener éxito en su empleo, o, porque hacen mal las cosas. Acusación que los lleva a aceptar un trabajo, un empleo a cualquier precio, un emprendimiento que sólo augura el fracaso en la iniciativa de llegar a tener un buen pasar (o, si acaso, que sólo permita gestionar la decadencia) con tal de eludir el estigma de la vagancia y la exclusión. Después de todo, siempre es preferible ser un trabajador pobre que un parásito social, un miserable “plan trabajar”. Después de todo, siempre es preferible cumplir con los rituales que propone la institución educativa (aunque se sepa que son vanos) antes que soportar la carga de ser un desertor escolar.
Entonces: tiempo para trabajar; tiempo para estudiar; tiempo libre (libre de obligaciones); tiempo para el ocio, para no hacer nada. Tiempo para habitar. Habitamos un tiempo que la velocidad contrae. Nos desplazamos en dos dimensiones: espacio y tiempo. Nuestros cuerpos circulan por lugares desplegados en el tiempo. Sólo que ese tiempo se encuentra cada vez más reducido. En el tiempo, no somos nada o, peor aún, somos lo que hemos llegado a ser. En el tiempo estamos todos encimados, apelotonados y comprimidos.
Hoy en día son los flujos mercantiles los que tienden a decidir y los que tienden a diluir nuestro desplazamiento en el tiempo. Porque la nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos. No hay Otro en la cultura actual y todavía está por verse si el Capitalismo en su fase actual, si el Mercado, reúne las condiciones de dios único, capaz de postularse para ocupar el lugar vacante que el Otro tuvo en la modernidad . Más bien parecería ser que los nuevos tipos de dominación remiten a una “tiranía sin tirano” donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. El neoliberalismo ha descubierto -y está imponiendo- una manera barata y eficaz de asegurar su expansión: destruye, disuelve los límites del tiempo de modo tal que los sujetos quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por los flujos comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados de prisa . La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica. “Al quedar recusada toda referencia simbólica capaz de garantizar los intercambios humanos, sólo hay mercancías que se intercambian sobre el fondo de un ambiente de venalidad y nihilismo generalizado... El neoliberalismo está haciendo realidad el viejo sueño del capitalismo. No sólo amplía el territorio de la mercancía a los límites del mundo en el que todo objeto ha llegado a ser mercancía, también procura expandirlo en profundidad a fin de abracar los asuntos privados, alguna vez a cargo del individuo (subjetividad, sexualidad) y ahora incluirlos en la categoría de mercancía.”
Si mi afirmación tuviera algo de verdad, si no hay Otro en la cultura actual, el ocio podría ser concebido como un desafío, como estrategia de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a enfrentar el arrasamiento subjetivo; la propuesta a darse un tiempo -todo el tiempo necesario- a pagar un precio -casi siempre alto- para tomar distancia del vértigo indetenible de los flujos consumistas. El ocio podría ser concebido como paradójico desafío y sometimiento a los flujos consumistas (la imagen patética del sujeto recostado durante interminables horas con el control remoto haciendo zapping frente al televisor), y el aburrimiento , como respuesta inevitable a la abrumación de estímulos que la aceleración de los flujos impone.
Con el ocio es una desregulación de las distancias lo que acontece. Las distancias-tiempo reivindican su presencia ante las distancias-espacio. Esto quiere decir que la geografía no se resigna a ser sustituida por la cronometría.
Las ideologías reaccionarias nos han acostumbrado a considerar la distancia y la postergación como una "tiranía". Las ideologías reaccionarias nos ayudaron a alentar una ilusión: la hipercomunicabilidad, la proximidad, es un signo de progreso. El esfuerzo, aquello conseguido con esfuerzo, tiene un mérito mayor. He aquí el punto de inflexión. El lugar donde se borra el límite del tiempo: el tiempo del trabajo, el tiempo libre, el del ocio. Justamente, donde se evapora el límite que separa el esfuerzo de la comodidad. Siguiendo los estereotipos convencionales el esfuerzo es necesario, ineludible e inevitable y, en el mejor de los casos, puede acompañarse por la satisfacción del deber cumplido. Pero, ¿no sería lícito pretender el acceso al placer, a la emoción, a través de un tipo de esfuerzo que eludiera el sacrificio y la subordinación a una causa vertebrada por el “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente” y “La letra con sangre, entra”? “Así es como los bárbaros se han inventado al hombre horizontal. Se les debe haber pasado una idea como la siguiente: ¿y si yo empleara todo ese tiempo, esa inteligencia, esa aplicación, para viajar por la superficie, por la piel del mundo, en vez de condenarme a bajar al fondo?” Los bárbaros, los ociosos, tenían enfrente el modelo burgués culto, inclinado sobre el libro o trabajando, y lo sustituyeron por el surfista, el que como quien persigue las olas, persigue el sentido allí donde se encuentre vivo sobre la superficie y que le huye a la profundidad como quien se encuentra ante un precipicio que no le augura otra cosa como no sea la aniquilación del movimiento y de la vida. Claro está que ese trabajo de surfista requiere de un esfuerzo (aun el del surfista recostado durante interminables horas con el control remoto haciendo zapping frente al televisor) pero ese es un esfuerzo fácil. Es un esfuerzo cómodo. La idea del surfista (asociado al ocio) “no es un modo de conseguir eliminar la tensión espiritual del hombre, y de aniquilar su alma. Es una forma de superar la acepción burguesa, decimonónica y romántica de esa idea.”8

 

Juan Carlos Volnovich
Psicoanalista
jcvolnovich [at] ciudad.com.ar

 

Notas
1  Dufour, Dany-Robert, “¿El Mercado será el nuevo gran Sujeto?” en El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global, Paidós, Buenos Aires, 2007.
2  Arendt, Hanna, Du mensonge a la violence, Calman Levy, París,1972.
3  Virilio, Paul, La inseguridad del territorio, Asunto Impreso, Buenos Aires, 2000.
4  Dufour, Dany-Robert, El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global, Paidós, Buenos Aires, 2007.
5  Corea, Cristina; Lewkowicz, Ignacio, Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas, Paidós, Buenos Aires, 2004.
6  Con “bárbaros” Baricco alude a los jóvenes que contribuyen al declive de la cultura burguesa occidental.
7  Baricco, Alessandro, Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, Anagrama, Barcelona, 2008.
8  Baricco, Alessandro, Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, Op. Cit.
 

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Articulo publicado en
Marzo / 2009

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