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El género en el espacio psicoanalítico

 

Introducción

Ampliar los recursos en la clínica y las estrategias terapéuticas son los desafíos que además de la deconstrucción de las teorías, tiene el psicoanálisis de género. Es decir, no sólo abrir campos de visibilidad teórica, sino abrir posibilidades de intervención. Esto implica un enorme reto para quienes trabajamos desde estas perspectivas, ya que en el momento actual las categorías de género están siendo desafiadas en forma rigurosa y creativa (Butler 1990, 1993, Layton, 1998, Dimen, 2003, Goldner, 2003; Harris,2005).

Lejos de unanimidades y pensamientos monolíticos, las teorizaciones actuales -en particular aquellas que vienen de las teorías queer, el posmodernismo o el pensamiento poscolonial- objetan la noción de género como una teoría única, y reclaman la pluralidad de ideas. Se ha criticado la reificación del binarismo sexo-género (Butler, 1990,1993, 2004), la idea de que existen solamente dos géneros, femenino-masculino como categorías fijas e inamovibles: los sujetos concretos (no los sujetos teóricos) pueden desarrollar aspectos masculinos y femeninos en formas y combinaciones múltiples.

La clínica actual nos enfrenta a las violencias del patriarcado en sus variadas formas de expresión: relaciones de dominio, abusos sexuales, crímenes de odio

Tanto el trabajo clínico como nuestras teorías han podido crecer y desarrollarse cuando han podido desprenderse de lo que Adriane Harris (2005) llama los icebergs o monolitos de las construcciones esencialistas acerca del género. Esta autora sostiene que se pueden utilizar muchas ideas del pensamiento posmoderno para deconstruir diversas posiciones ya sean raciales, generizadas, sexualizadas. Necesitamos mantener el género, pero tenemos que mantenerlo en movimiento. Fortaleza o libertad, el género para Harris es más útil como una función que como una estructura. El género, entonces, parece no ser una propiedad de los sujetos ni un constructo terminado, fijo, condenado a una repetición perpetua (Bonder, 1990).

Más allá de las diferentes teorizaciones -algunas veces con un grado de abstracción tal que poco se acercan a las personas de carne y hueso- la clínica actual nos enfrenta a las violencias del patriarcado en sus variadas formas de expresión: relaciones de dominio, abusos sexuales, crímenes de odio. A su vez, la visibilización de las sexualidades disidentes o diversas, interpelan nuestras teorías y más que eso: sacuden nuestras ideologías.

Irene Meler (1997) ha sostenido que es necesaria la discusión teórica profunda, pero que muchos analistas están más interesados en saber cuáles son los aportes que la perspectiva de género puede ofrecerles para permitirles un mayor nivel de comprensión acerca del padecimiento psíquico de quienes consultan. Creo que esta afirmación mantiene su total vigencia en tanto para muchos de nuestros colegas, el psicoanálisis de género o con perspectiva de género, es todavía una suerte de híbrido: un poco de psicoánalisis y un poco de sociología. Dice Dio Bleichmar (2009):

“Creo que la teoría implícita que hace difícil asimilar plenamente las perspectivas contemporáneas sobre el desarrollo femenino está basada en la idea de que el género es una cuestión sociológica, no pudiendo considerarse que se trata de una estructura amplia y compleja del self configurada desde su comienzo en el intercambio intersubjetivo inconsciente del niño/a con sus figuras parentales.”

La comprensión de la clínica, entonces, se amplifica y transforma cuando se articulan las teorías psicoanalíticas centradas en el sujeto, sus pulsiones y objetos, el enfoque clásico endogenista, intrapísquico y familiarista, con los aportes del psicoanálisis intersubjetivo, que tiene en cuenta el estudio de los vínculos y su nexo con lo social histórico, en nuestro caso las subjetividades construidas en el patriarcado.

Al mismo tiempo que nuestras ideas acerca del género están cambiando con tanta rapidez, el terreno clínico para trabajar con problemas relacionados con el género está modificándose. Tanto teórica como clínicamente, ya no hay -y tal vez nunca las hubo- recomendaciones evidentes y uniformente reconocibles para abordar los temas relacionados con el género (Kulish, 2009). Estamos en un momento en el que hablar, por ejemplo, de función fálica, materna o paterna, pasa por arriba de los territorios consabidos. Dimen sostenía que era necesario deconstruir el género en nuestras mentes, ya que eso nos permitirá “estirar (strech) nuestra imaginación clínica acerca de cómo es el mundo interno de nuestros pacientes y, por supuesto, como podría ser.”1

Me propongo en este artículo presentar algunas situaciones clínicas, momentos cruciales de largos y fecundos análisis de dos pacientes, Cecilia y Roberto.2 Me interesa mostrar la articulación de los enfoques centrados en algunos momentos de las conflictivas intrapsíquicas y en articulación con lo anterior, la causalidad de sufrimientos psíquicos determinados por sus respectivas posiciones de género y la inevitable tensión entre ambos enfoques.

Desarticulando mandatos: legitimando un deseo

Cecilia (24) provenía de de una familia muy católica y tradicional y era la menor de 6 hermanes. El padre falleció cuando ella tenía 9 años. De una inteligencia superior, y con un sentido del humor irónico y agudo, comenzaba, al momento de iniciar su análisis, su carrera académica, que ya se vislumbraba como promisoria y exitosa.3

Cecilia no tenía casi recuerdos de su padre: alguien que llegaba de trabajar y “se metía en su cuarto” (el dormitorio conyugal). Y un día se murió en forma súbita y allá quedó ese padre envuelto en la aparente niebla de su desmemoria. Todes sus hermanes tenían recuerdo de su padre. Ella no. Era hija del dolor de su madre con alguien casi sin rostro, era hija de una madre deprimida y dependiente emocionalmente, que no pudo darle a su hija el sostén suficiente como para evitarle alguna falla en su arquitectura psíquica. Cecilia estaba destinada -además- a hacerse cargo de su madre, ya que todas sus hermanas estaban casadas y con hijos.

C: “Ellas (hablando de algunas amigas) dicen que le cuesta pila cortar con ciertas cosas de los padres. Siempre añoré eso. Yo me emocionaba en los cumpleaños de 15, cuando los padres bailaban con las hijas. No creo que que fuera por mi padre…”

A: Por un padre

C: “(…) siempre añoré sentirme protegida. Trato de creer que no necesito protección de madre. Ayer sentí como esa necesidad de sentirme protegida. Me calmé porque vos me despertás eso, como de protección.

A: Pero soy mujer… y parece que la protección solo la pueden dar los padres, los hombres.

C: “Capaz que yo me quedé en esa etapa, por eso siempre me gustaban más grandes (los varones), porque eran como más paternales.”

Tiempo después (casi al 4° año de su análisis) recuerda que el padre tenía una mano grande, que tomaba la de ella, chica, para llevarla todos los días al colegio. Que además iban a pasear juntos. Empezó a haber padre. Lo encontró, lo lloró, odió a su madre por haberle arrebatado -según ella- la posibilidad de tener su recuerdo y su propia tristeza. Recuperar la memoria de su padre, le permitió a Cecilia acercarse de otra manera a los hombres. Ya no huía, ya no los peleaba (con gracia, había que admitirlo). Pero “otra manera” no significaba ausencia de conflicto.L a vida sexual de Cecilia era terreno minado. Virgen, con terror a la penetración, toda su información acerca del sexo había provenido de sus abuelas que asimilaban la vida sexual de las mujeres al horror. “Nunca tuve comentarios respecto a la sexualidad que no fueran unos cuentos tétricos… Sí a tener pareja, casarse, tener hijos... eso es lo que había que hacer. Eso es lo que yo quiero.” Cecilia cumplía con casi todos los requisitos para ser definida como una histérica, obviamente las del siglo XXI: sin desmayos, ni toses, ni piernas paralizadas. Como la ha definido Dio Bleichmar (1985) padecía de un trastorno narcisista de la femineidad.

Al mismo tiempo que nuestras ideas acerca del género están cambiando con tanta rapidez, el terreno clínico para trabajar con problemas relacionados con el género está modificándose

Jessica Benjamin (1991) ha contribuido a la comprensión de la necesidad de identificación de la niña con el padre, al señalar que esa identificación no es únicamente una estructura interna, sino que es una relación en la que el sujeto se reconoce a sí mismo o misma en el otro. A su vez, Benjamin también señala que el amor identificatorio de la niña con el padre, muchas veces es frustrado ya sea por la ausencia del padre o por su inhabilidad para reconocer a su hija.

El padre de Cecilia no fue un padre ausente, lo ausentó la muerte precoz. A través del relato de Cecilia, pudimos encontrar al padre seductor -pero no el perverso e incestuoso- (Laplanche, Dio Bleichmar) sino a otro, que quizás, encantado con su hija menor emitió mensajes -no conscientes- que esa niña pudo haber confrontado, quizás sin pleno entendimiento, pero con algún conocimiento de la sexualidad adulta, a pesar de su relato de “ignorancia sobre el sexo”. Luego con su muerte, la niña reprimió sus vivencias edípicas y “jugó” a no haber tenido nunca padre.Y como tantas veces, sabemos que cuando actúa la represión siempre actúa demás y arrastra mucho más de lo que originalmente debía abocarse.

La pregunta que debería guiar nuestras intervenciones es ¿qué efectos estructurantes o desestructurantes tienen nuestras intervenciones, cómo es el contenido y la forma en que interpretamos?

Para Cecilia, su condición de soltera (significada como “solterona”) y el mandato superyoico de tener una pareja, casarse y el deseo de tener hijos, la llevaban a conseguir, más que a encontrar una pareja. Cuando inició una relación, la primera en todo los sentidos (alguien mayor que ella, recién separado y con dos hijos), además del amor comienza a sentir que su meta está a punto de cumplirse. Y a pesar de todos los desencuentros y frustraciones posteriores, Cecilia no lo dejaba y lo presionaba para vivir juntos. Era su pasaporte: “llegué a pensar, no importa, me caso, tengo un hijo y después igual me divorcio”. De la recuperación de un objeto de deseo varón al mandato de tener un varón al lado para ser una mujer como Dios manda.

Sus logros profesionales y académicos no lograban equilibrar el desbalance narcisista que le producía su condición de soltera y sin hijos. Realmente problemática y no resuelta la interrelación entre su self y su identidad de género. Su posición activa en muchos planos no era sintónica con sus mandatos de género, lo que le generaba muchísima ansiedad y angustia. Otras actividades de su sistema narcisista (Bleichmar, H. 1997) no lograban disminuir el dolor por la maternidad no alcanzada.

“Sensación de que todos se casan. Estoy como en otro momento de la vida en relación con mis pares. Hasta los niños se dan cuenta. Mi sobrino Ignacio me dice o dice que la tía es la única que no tiene novio.”

El deseo de maternidad en Cecilia se fue analizando y fue posible ubicar claramente el mandato superyoico de una maternidad obligada por el modelo familiar y los ideales de género con los que medía su yo. Porque no se trataba del fantasma pene-hijo, como resultante del complejo de castración, sucedáneo del pene-falo que viniera a completar su falla de origen. Pudimos trabajar juntas su deseo de ser madre, no como efecto del Espíritu Santo... Pero también el ser madre para qué y para quién. A Cecilia le corría por detrás el reloj biológico, pero era menester comprender previamente de cuántas representaciones y fantasmas estaba construido ese deseo. En transferencia, yo no siempre era la mujer-modelo de otra forma de ser situada en las antípodas de su propia madre, porque le asaltaba la sospecha de que una analista feminista no le legitimaba su deseo de ser madre. Madre solo yo… ella no. Nunca le había aclarado si yo era feminista, pero siempre está Google…

Cecilia seguramente tenga un hijo o quizás dos. Los tendrá con un hombre y de un hombre del que se enamore. O los tendrá sola.

Una cuestión de tamaño

Roberto consultó porque lo había dejado la novia: de una día para otro y por otro. Duelo de difícil trámite: pérdida del objeto de amor y lesionada la estima de sí por la infidelidad. Las mujeres -salvo su madre- pasaron a ser no confiables, peligrosas, pero no podía sustraerse a sus cantos de sirenas. Trabajamos mucho sus dificultades infantiles de separación con la madre a la que estaba extremadamente apegado, el descubrimiento (oculto por represión) de que su madre efectivamente era una mujer y que tanto él como sus hermanas no habían llegado al mundo por acaso, sino porque sus padres habían mantenido relaciones sexuales (y aún lo hacían). La conflictiva neurótica casi al completo: relación preedípica intensa con la madre, complejo de Edipo y castración y todo su cortejo de sentimientos, amenazas, fantasías y angustias.

Pero en algún momento el cangrejo se escapa de la piedra y Roberto confiesa su mayor vergüenza, su secreto oculto: su pene es chico. Chico, grande, largo, fino, grueso… significados múltiples para Roberto, dato plano para una analista. Las preocupaciones de Roberto, sus angustias, giraban -entre otras cosas- en torno al tamaño reducido de su pene.

Desde que era adolescente, cuando iba al club esperaba que todos se fueran para ducharme, para que nadie me tomara el pelo. Cuando termino de tener relaciones, me tapo con algo para ir al baño, para que no me lo vean… Me dijeron que en Italia hay unos aparatos que uno se puede poner, para que parezca más grande, o si no… operarme. Creo que hacen injertos”.

Durante mucho tiempo, yo había privilegiado una línea interpretativa en torno a las fantasías de castración y la rivalidad edípica, confieso que con un discretísimo éxito ya que su angustia y preocupación, no cedían.

Sostiene Laplanche (1988) que la castración es el punto de entrecruzamiento entre dos elementos, uno vinculado a la angustia y el otro concerniente a las normas. Pero hay algo que permanece inmutable en la teoría: esta idea de que es algo por lo cual todo ser humano por su sola condición de tal debe pasar y que -esto es lo fundamental- provocará siempre los mismos efectos. Al concebir entonces a la castración como ley, es ley universal. Se pregunta por ejemplo, si la angustia es la traducción subjetiva de un ataque pulsional interno -como la define Freud- cómo entonces se articula con la idea de que ésta surge como respuesta al hecho de temer un daño corporal en el varón o en el caso de la niña, donde la angustia parte de la percepción de una ausencia, es decir que se transforma en perjuicio.

La respuesta de Laplanche vendrá por el lado del intento de sacar a la sexualidad de su “desvarío biologizante”, proponiendo que la misma es el resultado de la implantación en el niño/a de la sexualidad reprimida del adulto, a través de mensajes que él llama “enigmáticos”. Una sexualidad desgranada de los primeros cuidados y productora de excitaciones que encuentran vías de ligazón y descarga a través de formas parciales. Será así un ataque interno, pero que surge en y desde la intersubjetividad.

Pero hay otra cuestión. Como bien anota Dio Bleichmar (1997) de todas las teorías sexuales infantiles, la única que no cae (para el psicoanálisis) es la castración, que la eleva al rango de estructurante principal del psiquismo. Y no es casualidad.

Volviendo a Roberto y su historia. Su padre había definido que su único hijo varón debía iniciarse desde chico en todas aquellas actividades que hacían de un bebé, un varón. Roberto acompañaba a su padre al fútbol, al boliche, a los campamentos, a las salidas de caza o pesca, casi como la mascota de un grupo de varones adultos. Aunque todavía sin carné, la membresía de ese Club de Tobi, como un espacio de construcción de masculinidad entre hombres4 era un hecho.

Cuando comencé a comprender que algo vinculado a la construcción de su masculinidad estaba haciendo ruido, pudimos entender que detrás de sus lamentos, se escondía una envidia infantil al pene del padre, basada en una potencia y tamaño que descalificaba al suyo y que luego, ya adulto, lo llevaba a sentirse inferior frente al resto de los hombres. Es decir, privilegié la herida narcisista de género, por sobre las fantasías edípicas u homosexuales. Que también estaban.

La visibilización de las sexualidades disidentes o diversas, interpelan nuestras teorías y más que eso: sacuden nuestras ideologías

El trabajar sobre estos aspectos, le permitió a Roberto entender a qué estaban vinculados sus temores y que éstos desaparecieran, pero abrió además la posibilidad de entender qué se le jugaba en su encuentro con las mujeres, que en algún punto se tornaban conflictivos Y este punto estaba directamente relacionado con la comparación con otros hombres, a los que suponía portadores de penes de tamaño “normal”. Esos eran los varones auténticos y legítimos (Carril, 2003).

El club de Tobi de su infancia había dejado marcas, construido algunas representaciones de sí: el del pene chico, por lo tanto, menos hombre, la obligatoriedad de mostrarse siempre con el pene erecto, porque con la detumescencia volvía la realidad del tamaño y por lo tanto la devaluación de su virilidad.

Para finalizar, la pregunta que debería guiar nuestras intervenciones es ¿qué efectos estructurantes o desestructurantes tienen nuestras intervenciones, cómo es el contenido y la forma en que interpretamos? ¿Tienen con ver con nuestros analizados/as? O pasamos por alto la ideología patriarcal como zócalo siempre presente, ideología que no está “en los otros”, sino en “nosotres”, en tanto hombres y mujeres constituidos como sujetos en este orden que tiene como fundamento la dominación de unos sobre otras, ambos de la misma especie. Es casi una pregunta retórica…

Bibliografía

Benjamin, J., Los lazos de Amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación, Paidós, Barcelona (1988) 1996.

--------------- The shadow of the other: Intersubjectvity and Gender in Psychoanalysis, Routledge, Nueva York, 1998.

Bleichmar, H., Avances en psicoterapia psicoanalítica. Paidós, Barcelona, 1997.

Bonder, G., “Género y subjetividad. Avatares de una relación no evidente”. Recuperado en: http://programaedusex.edu.uy/biblioteca/opac_css/articulosprontos/GENERO...

Butler, J., El género en disputa, Paidós, Barcelona, (1990) 2007.

-------------Body that matters. On the Discursive limits of “sex”. Routledge, Nueva York, 1993.

------------Deshacer el género, Paidós, Barcelona, 2004.

Carril, E.,“De cuando las mujeres se quejan, los varones se enferman y lxs terapeutas no escuchamos”, Masculinidad. Revista de Psicoterapia Psicoanalítica. Tomo VI, N° 9, Junio 2003, Montevideo.

Dimen, M., “Deconstructing Difference: Gender, Splitting and Transitional Space”; Dimen, D. & Goldner, V. (edts) Gender in Psychoanalytic Space. Between clinic and culture, Other Press, New York, 2002.

Dio Bleichmar, E., “Las teorías implícitas del psicoanalista sobre el género”, Aperturas Psicoanalíticas N° 34, 2009. Disponible en www.aperturas.org

--------------La sexualidad femenina. De la niña a la mujer, Paidós, Buenos Aires,1997.

--------------El feminismo espontáneo de la histeria, Editorial Adotraf, Madrid, 1985.

Goldner, V., “Toward a Critical Relational Theory of Gender” en Dimen, M; Goldner, V, (Ed) Gender in psychoanalytic space. Between clinic and culture, Other Press, New York, 2002.

Harris, A., “‘Fathers’ and ‘Daughters’”, Psychoanalytic Inquiry, 28:1, 39-59, DOI: 10.1080/07351690701787101, 2008.

------------“Gender as a contradiction” en Dimen, M.; Goldner, V., (Ed) Gender in psychoanalytic space. Between clinic and culture, Other Press, New York, 2002.

Laplanche, J., Castración, Simbolizaciones. Problemáticas II, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1988.

--------------Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1989.

Kulish, N., “Clinical implications of contemporary gender theory”, Journal of American Psychoanalytic Association, 58 (2), 231-258.

Meler, I., “Psicoanálisis y Género: perpectivas teóricas y clínicas”, Revista Topía N° 20, Buenos Aires, Agosto 1997.

Notas

1. Dimen (2002), p. 42. Traducción mía.

2. Estos son nombres ficticios. En ambos casos solicité -y obtuve- la autorización para utilizar algo de sus extensos materiales. A Cecilia y Roberto, mi más profundo agradecimiento.

3. Lo que efectivamente sucedió. Cecilia es ya una referente en su disciplina.

4. El Club de Tobi, era una de las situaciones que aparecía en la historieta La pequeña Lulú, creada en 1934 por Marjorie Henderson. Los varones de la historieta liderados por Tobi excluían de ese club ,en forma directa y casi violenta a las niñas que tenían prohibidp su ingreso.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2018

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